Este relato apareció hoy en El Correo Digital:
Por un puñado de ovejas
Gernika homenajeó ayer a los pastores de la diáspora, de los que cerca de la mitad fueron vizcaínos
Juan Pablo Martín
Gernika homenajeó ayer a los pastores vascos de la diáspora que durante la década de los cincuenta y sesenta dejaron sus hogares para trabajar en América. La inauguración de un monolito en el parque Europa les recuerda desde ayer. La asociación Artzain Mundua, promotora de la iniciativa, cuenta con un censo de un millar de personas que desempeñaron este oficio en aquel país. Cerca de la mitad eran vizcaínos. Fueron muchos los jóvenes que ante la falta de oportunidades en sus municipios decidieron hacer el petate y cruzar el Atlántico para desempeñar una labor que habían practicado desde pequeños en los caseríos. En Estados Unidos, la producción de ganado ovino estaba en alza, sobre todo en la costa Oeste, y «se ganaba dinero. Nuestra referencia era que con tres años de trabajo allí se podía comprar un piso en Gernika», detalló Jesús Mari Aurrekoetxea, que estuvo en Boise.
La huella que habían dejado los primeros cuidadores de ovejas vascos que llegaron a Norteamérica hace unos 150 años propició que desde los ranchos se reclamase más pastores de Euskadi para cubrir la demanda. «Nosotros no fuimos inmigrantes. Nos llamaban por el prestigio que habían dejado nuestros antecesores. No te hacías rico, pero sí te daba la posibilidad de comenzar una nueva vida», apuntó Juan José Guarrotxena, 'Giñarradi'.
Sin embargo, no era un trabajo sencillo. Según en qué zona recalaban, el tipo de pastoreo era diferente. Los rebaños muchas veces superaran las 2.000 cabezas. En el norte, al inicio de la primavera, partían en dirección a las montañas y pasaban cerca de seis meses en los prados altos. Con la llegada del invierno, descendían para la época de partos y cría de los corderos. Por lo general, estos pastores iban en pareja. Uno se encargaba del rebaño y otro realizaba las labores de campero. Más al sur, donde las montañas son mucho más bajas, se movían en caravanas y el trabajo era algo más llevadero.
Al esfuerzo que suponía dejar a la familia y los amigos, había que añadir el desconocimiento del idioma, la aclimatación a una sociedad completamente distinta y entonces bastante más desarrollada, y el hacer frente a la soledad que implicaba la trashumancia. Su disciplina y profesionalidad, sin embargo, propició que dejasen una honda huella allá por donde pasaban.
Embajadores vascos
Pero los pastores no destacaron sólo por su oficio, también fueron «los embajadores vascos en América. Llevaron consigo su cultura y la dieron a conocer allí», remarcó Ana Madariaga, presidenta de las Juntas Generales de Vizcaya al darles la bienvenida a la Casa de Juntas. Junto a ella también asistieron al acto Gonzalo Sáenz de Samaniego, consejero de Agricultura, Pesca y Alimentación del Gobierno vasco, que destacó el «merecido reconocimiento a unas personas que se han convertido en ejemplo de una de las mejores imágenes que tiene este país». La diputada de Agricultura, Irene Pardo, y Juan Mari Atutxa también acudieron al homenaje.
La jornada incluyó la inauguración de un monolito junto al parque de Europa y sirvió para el reencuentro de viejas amistades. «Hoy he vuelto a ver a Patxi. Viajé con él en el avión en 1960, pero tuvimos destinos diferentes de pastoreo y desde entonces no habíamos vuelto a encontrarnos», reconoció Aurrekoetxea. Una comida con cerca de mil participantes cerró los actos. Tenían hambre de recuerdos y muchas historias que contarse.
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