No nos podemos olvidar ni por un momento del papel que jugó la Iglesia Católica en el levantamiento militar de 1936 en contra de la Segunda República Española. Mucho menos echar al olvido que fue precisamente El Vaticano el que, ha pedido de la oligarquía española, gestionó el apoyo militar de Benito Mussolini y Adolf Hitler al que eventualmente sería conocido como bando nacional.
Mencionamos lo anterior porque ante el clima de supresión de libertades y garantías del pueblo vasco el episcopado español ha decidido meterse de lleno en el asunto, declarándose abiertamente en contra de los derechos civiles y políticos de las naciones sin estado que hoy se encuentran encapsuladas en el estado español.
Y en hacerlo, de hecho, cometen un error garrafal. Nos dicen que ellos apoyan los procesos de autodeterminación de los pueblo colonizados pero no la secesión.
A tan preclaros prelados les preguntamos ¿saben de dónde deriva el vocablo 'colonización'?
Sencillo, de un tal Cristobal Colón, ese invasor genocida que extendió el expansionismo militar imperialista español a América en 1492.
Pero atentos, porque dicho expansionismo no inició en América, inició en Europa, cuando las tropas de Fernando el Falsario, invadieron el Reino de Navarra, como antes ya lo habían hecho en las islas africanas de los guanches.
Recordemos que no fue hasta 1522 cuando los reinos de Castilla y Aragón por fin pudieron hacerse con el control total del reino de los vascones; Navarra. O sea, 30 años después de la llegada de Colón a América.
Por lo tanto, Navarra -hoy Euskal Herria- es tan colonia como cualquier otra colonia heredada de aquel periodo de expansionismo europeo por el orbe.
Y ya que estamos entrados en gastos, a ver si alguien le informa a los prelados españoles que su defensa a ultranza de la Constitución de 1978 es una flagrante falta en contra de un tal Jesús de Nazaret, aquel que dijo "al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios".
Así que adelante con esto que nos informa La Jornada:
El conflicto en Euskadi divide al clero español
"Gravemente inmoral", subvertir el orden constitucional, dice la Iglesia; repudio de 13 obispos
Armando G. Tejeda | Corresponsal
La Conferencia Episcopal Española (CEE) evidenció este viernes la profunda división que prevalece en su interior en torno al conflicto en el País Vasco, una vez que después de una semana de reuniones a puerta cerrada y de debates en torno a las acciones terroristas de la organización armada vasca ETA, la cúpula de la Iglesia católica española aprobó una "instrucción pastoral" en la que, con la abstención y votos en contra de 13 de sus prelados presentes, se considera "gravemente inmoral" intentar subvertir el orden constitucional español.
El texto de la CEE, que contó con el beneplácito de 63 obispos, señala que las naciones, "aisladamente consideradas", no gozan de un derecho absoluto a decidir sobre su propio destino, y afirma que "la doctrina social de la Iglesia católica reconoce un derecho real y originario de autodeterminación política en el caso de una colonización o de una invasión injusta, pero no en el de una secesión".
Este pronunciamiento sucede a raíz de la creciente presión por parte de los partidos políticos y medios de comunicación españoles para que la jerarquía católica se desmarque del movimiento separatista radical vasco y exprese su firme apoyo a las iniciativas llevadas a cabo durante los meses anteriores contra ETA y su llamado "entorno", entre ellas la intención de ilegalizar a la coalición Batasuna, a la que se acusa de ser el brazo político de ETA.
Los prelados católicos sostienen en su Instrucción pastoral que "la valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y sus consecuencias, es una realidad intrínsecamente perversa, nunca justificable, y que debe ser calificado como una estructura de pecado".
Asimismo, sostienen, en un texto de 22 páginas dividido en cinco capítulos, que "el terrorismo de ETA se ha convertido, desde hace años, en la más grave amenaza contra la paz, porque atenta cruelmente contra la libertad de las personas y ciega el conocimiento de la verdad, de los hechos y de nuestra historia".
El Episcopado español, que mantiene hondas divergencias con los obispos vascos y catalanes, añade que "al hablar de terror nos referimos a la violencia criminal indiscriminada que procura un efecto mucho mayor que el mal directamente causado, mediante amenaza dirigida a toda la sociedad, por tanto no se refieren sólo a un acto o a algunas acciones aisladas, sino a toda un compleja estrategia puesta al servicio de un fin ideológico".
La CEE también sostiene que "dentro de la ideología marxista-revolucionaria, a la que se adscriben muchos terrorismos, entre ellos el de ETA, es normal querer justificar sus acciones violentas como la respuesta necesaria a una supuesta violencia estructural anterior a la suya, ejercida por el Estado", pero hay que "denunciar sin ambages esta concepción inicua, contraria a la moral cristiana, que pretende equiparar la violencia terrorista con el ejercicio legítimo del poder coactivo que la autoridad ejerce en el desempeño de sus funciones".
Los prelados dan la calificación de "inmoral" a las acciones u omisiones de todos los que sin intervenir directamente en la comisión de atentados "terroristas" los hacen posibles; a los "comandos informativos, a los encubridores y a los que colaboran" con la organización armada.
Los prelados también hacen una tímida llamada de atención a la tortura y al incumplimiento de la legislación penitenciaria para los reclusos etarras, al sostener que "los presos por terrorismo no dejan de ser objeto de una politización ideológica que oscurece su problema humano, pero la Iglesia reconoce sin ambages la legitimidad de las penas justas que se les imponen por sus crímenes, a la vez que defiende, con no menos fuerza, el respeto debido a su dignidad personal".
El documento pastoral señala, por último, que "no es moral cualquier modo de propugnar la independencia de cualquier grupo y la creación de un nuevo Estado", y en esto la Iglesia siente la obligación de pronunciarse ante los fieles cristianos y los hombres de buena voluntad.
Cuando la voluntad de independencia "se convierte en principio absoluto de la acción política y es impuesta a toda costa y por cualquier medio, es equiparable a una idolatría de la propia nación que pervierte gravemente el orden moral y la vida social", que se convierte, según los obispos, en un "nacionalismo totalitario".
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