En su recuento de los sanfermines de 1985, Pello Guerra nos hace mención de la fuga de los presos políticos vascos Iñaki Pikabea y Joseba Sarrionandia justo el día del txupinazo.
Pues bien, para tener una idea más completa del estado de las cosas en esa época, desde Naiz traemos a ustedes esta entrevista a quien era director de eso centro penitenciario en esa fecha tan presente en el identitario cultural vasco.
Adelante con la lectura:
«La idea fundamental es que los presos pasen por la prisión, pero que la prisión no pase por ellos y, sobre todo, que no salgan peor que cuando entraron»
Juan Carlos Mesas | Director de la prisión de Martutene el 7 de julio de 1985 | La fuga de Martutene ha solido ser relatada desde el punto de vista de quienes obraron aquel hecho histórico, pero la realidad es que aquel suceso puede tener, y tiene, una visión poliédrica. Cruzar al otro lado puede ser un ejercicio tan complicado como necesario y, Juan Carlos Mesas, director de la prisión el 7 de julio de 1985, ofrece a 7K su perspectiva de los hechos ocurridos ese día. Cuatro décadas más tarde, regresamos a Martutene.
Ariane Kamio¿Cuántas veces se agita una bola de nieve? Exceptuando la primera vez, diríamos que casi ninguna. Pueden permanecer durante años olvidadas en una estantería, tantos como cuarenta. Para quienes no vivimos con consciencia los años 80, la épica de una fuga como la de Martutene alcanza unas latitudes aún mayores en el imaginario, y se fosiliza como un rastro imborrable para las personas que sí la palparon. Es, sin duda, un hecho que quedó sellado en la memoria colectiva de la sociedad vasca.
Intentar realizar un trabajo periodístico cuarenta años después de que hubieran sucedido los hechos es una tarea tan placentera como complicada, pues ofrece la posibilidad de ejercer de ratón de biblioteca y hurgar en los archivos, pero también eleva el muro traicionero de la memoria, y es que resulta muy difícil recordar hechos concretos. Entonces, ¿por qué no encontrar a alguien que cuente lo sucedido desde otra perspectiva?
La de Juan Carlos Mesas es una visión necesaria para contemplar aquellos convulsos años desde un punto de vista diferente (y sorprendente), y realizar un acercamiento personal a esos acontecimientos. Y decimos sorprendente porque el relato del que fuera director de la prisión el 7 de julio de 1985 podría realizarse sobre un manto de rencor. Pero, nada más lejos de la realidad, Mesas se expresa sobre la no venganza, la reinserción y la labor social dentro de las prisiones. Esta es una historia sobre las que pocas veces florecen oportunidades de acercarse y conocer. Una ocasión para agitar de nuevo la bola de nieve y ofrecer otra mirada.
Nos gustaría que nos hablara de su paso por Martutene y de los proyectos que tenía allí.
Yo llegué allí el 31 de mayo de 1983 como director, pero había estado antes como jefe de servicio desde el 79 al 82. Ya había estado tres años anteriormente, conocía la casa y conocía el ambiente. Es una prisión de preventivos, en principio, y seguirá siéndolo, creo, y Nanclares era la de cumplimiento. Nada más llegar, tuvimos ya una buena entrada: inundaciones en el País Vasco.
Sí, esas fueron sonadas.
Tuve que ir en barca al cuartel de Loiola para coger pan, al menos para que los “clientes” estuvieran bien atendidos porque, si no, se podía montar un motín.
El río transcurre junto a la prisión.
El caserío que estaba justo al lado estaba todo inundado, también la prisión. Y nada, tuvimos que salir en barca a por la comida. Recuerdo que, cuando se quejaba, digamos, el “cliente autóctono”, se quejaba de la comida. En esto tengo que decir que la única comunidad religiosa que se mantiene en una prisión es en la de San Sebastián, que son las hermanas de la comunidad de Santa Ana. Una de ellas estaba en el departamento de mujeres, que hacía prácticamente la labor de funcionaria, pero estaba ella sola -eso era en los primeros años, pero luego ya cuando llegué de director ya había funcionarias-. Pero, vamos, a una hermana la teníamos en el departamento de mujeres, había otras dos hermanas -Balbina y de la otra no recuerdo su nombre- que se encargaban de la cocina, y luego estaba “La Maña”, que se encargaba de la enfermería y... ¡esa sí que tenía coraje! (se ríe). Si tenía que coser alguna herida, lo hacía a pelo: “¿Cómo que anestesia? ¡Venga, hombre! ¿No eres tan hombre para cortarte? ¡Pues ahora aguantas!”, decía. Luego estaba ya la madre superiora arriba, en el pabellón que tenían asignado las hermanas, y otra hermana más, lega, la cocinera.
Imagínate cómo era la comida, hecha por las monjas y con la filosofía de la cocina vasca. Lo aprovechaban todo y, si había pescado, que no les gustaba mucho (a los reclusos), por la noche solía haber unas croquetas deliciosas de pescado. Esto viene a colación de que muchos se quejaban de la comida que servíamos. Cada mañana se repartía una barra entera de pan para la comida...
¿Para cada preso?
Sí, sí, para cada uno. Y estos igual dejaban hasta la carne, que era de buena calidad, que no eran tropiezos, y yo veía a los muchachos de África cómo abrían el pan entero y, con todo lo que les sobraba a los compañeros de al lado, se hacían unos bocadillos tremendos. ¡Cómo se lo comían esos muchachos! ¡Qué alegría tenían en esos ojos! Y esa era la situación que teníamos.
El funcionario de prisiones va con su voz, es lo único que tiene, y su autoridad, que se supone que van a respetarla. Pero en los momentos en los que ellos (los presos) van a por todo, de respeto nada. Solía haber muchas peleas entre chavales muy jóvenes, con la sangre muy caliente, y cada dos por tres teníamos un percance, alguna historia: cortes, intento de sublevación... En la cárcel, además de la hermana que ejercía de enfermera, teníamos un médico y un practicante. El practicante... me acordaré del nombre... era de Hernani. Si le llamabas por la noche, venía en pijama.
Otro de los mecanismos que utilizaban los reclusos era simular una lesión o una enfermedad para salir al hospital (en los hospitales tampoco había las medidas de seguridad y control que hay ahora), así la visita familiar se autorizaba y la familia le acercaba un poco el “producto”. Tampoco había mecanismos de control, ni rayos X, ni una brigada canina...
Había menos medios.
Efectivamente. No había prácticamente ninguno. Había tres mandos en prisión: director, subdirector y administrador, había tres jefes de servicio y luego ya estaban los funcionarios del grupo de ayudantes. Por la situación crítica que se vivía en el exterior, los funcionarios pedían el traslado cada seis meses y se les otorgaba, con lo cual, el día de autos la plantilla era absolutamente bisoña. No llegaba a la semana desde que entraron dentro. Venían generalmente de la escuela, por lo que no sabían lo que era una prisión desde dentro. Esa fue una de las circunstancias que ocurrieron aquel día. Y otra fue que tuve que hacer un cambio de jefe de servicios y eso trastocó un poco la dinámica que tenía yo. Tuve que cambiar al jefe del centro, al jefe de la planta alta, que era donde estaba el salón de actos y donde tuvo lugar la actuación (de Imanol Larzabal)... Hubo una serie de circunstancias que propiciaron lo que después ocurrió.
La pregunta que se ha hecho mucha gente es cuántos había. Pues el día de autos yo ahora mismo no lo sé. El otro día quise recordarlo pero creo que entre el 5, 10 o 15 por ciento de la población eran chicos de ETA. ¿Y por qué estaban allí? Yo no preguntaba nunca a mi director general, ni mucho menos. A Martutene llegaban generalmente por razones humanitarias. Recuerdo a uno de Hernani que vino porque su padre estaba prácticamente moribundo y le dimos comunicación con el padre, incluso le tramitamos el traslado a través de la Guardia Civil a Hernani para que pudiera visitarlo. Había gente de Hernani que quería saludarle y también se autorizaba...
Todos eran trasladados por razones familiares, ¿no es así?
Así es. Una vez la causa por la que habían llegado a Martutene se cumplía, pedíamos otra vez el traslado al centro que correspondiera. En el caso tanto de Joseba (Sarrionandia) como de (Iñaki) Pikabea, sus causas del traslado aún no se habían cumplido y fue otra de las circunstancias que se unió a todo el cúmulo de aquello.
Según se lee en los archivos de los diarios de aquel año, Sarrionandia fue trasladado por motivos de salud de la que entonces era su pareja, y Pikabea, por su padre.
Eso es. Pikabea me parece que era de Rentería. Sí, que luego su hermano, tras la fuga, me dijo que lo sentía mucho, pero que era su hermano. Pues bueno, yo también lo siento, pero me parece que me van a dar boleto (dice con ironía).
Y, ya te digo, con esa bisoñez, y con todo esto, ocurrió lo que ocurrió. Nosotros habíamos fomentado lo que era la apertura de la prisión a la sociedad, que seguía formando parte de la misma. Organizábamos conciertos... Me acuerdo de una anécdota de la que todavía se reirá alguno: en el patio de menores soltamos una vaquilla, claro que a mí me soltaron el 7 de julio otro tipo de vaquillas (vuelve a reincidir con ironía), y luego había que meterla en el camión... Había actuaciones musicales... Ese día me acuerdo que uno de los que estaba de intermediario le llamaban “El pulpo”, pero era un exdelincuente...
...En aquella época se tomaba cerveza con alcohol dentro de las prisiones, y en la época anterior a la nuestra se tomaba la pinta de vino. Luego esto lo mezclaban con alguna que otra pastilla que el médico recetaba por razones médicas, y teníamos la tarde torera a veces. Y lo del médico era la visita del médico: venía a las 11 y se iba a las 12. El practicante se llamaba Primitivo.
¿El de Hernani?
Sí, Primitivo, que, curiosamente, paradojas de la vida, era el suegro del director de “Egin”.
¿De cuál de ellos?
Sí, de ese que ha estado en Burgos cumpliendo hasta hace poco (se refiere a Jabier Salutregi). Coincidí con él durante mi última etapa en Burgos. Me acuerdo que Primitivo nos invitó a tres o cuatro compañeros a su txoko y estuvimos comiendo con él y su familia. Paradojas de la vida.
Aquel 7 de julio había, además, bastante trajín en la prisión porque, aparte del concierto de Imanol, también estaban emitiendo un programa de radio en directo.
Efectivamente, “Discos dedicados”. Fueron Emilio Laguna y Máximo Valverde. Eso se hizo en el comedor, hacia las 13:00, una vez terminado el concierto. Lo que pasa es que tuve también otra circunstancia, y es que el subdirector de régimen que tenía yo en prisión aprobó el (examen) de cuerpo técnico y tuvo que ser trasladado y ese era un poco....
¿El que más controlaba?
Eso es. Yo me dedicaba un poco más al exterior y el controlaba un poco más el interior. Esa es otra de las circunstancias que afectó a todo lo que ocurrió.
La gente me preguntaba: “¿Por qué no has hecho un recuento después de la actuación?”. Y dije, “porque teníamos los ‘Discos dedicados’”, y tampoco piensas que vaya a ocurrir algo así. Quizá algunos de estos de la prensa, de los todólogos, los tertulianos, dirían que fue por el “buenismo”, y no era “buenismo”, la cuestión era cumplir con la ley y hacer las cosas conforme al reglamento.
El 7 de julio vino el inspector inmediatamente. El director general de entonces, Juan José Martínez Zato, estaba en un congreso en Viena. El inspector general se llamaba Ángel Lara Ronda, era un psicólogo de Burgos. Tampoco había el organigrama que existe ahora en la institución penitenciaria.
¿Era más simple?
Sí, había un director general, un inspector general y los subinspectores. Pues el inspector vino, hizo el informe, pero el día 7 no me cesan, el 8 tampoco, el 9 tampoco, el 10 tampoco... Me cesan el 11 de julio. Bien. Para los vis a vis, la comunicación íntima, adecuamos dos cuartitos, porque aquella prisión obsoleta de los años 50 la tienes que adaptar a un reglamento penitenciario absolutamente progresista. Entonces, el vis a vis era de una a tres horas. Había muchas solicitudes y solo dos cuartitos, por lo que interpreté que se podrían dar para cada preso al mes tres vis a vis de una hora, para que todos pudieran acceder y que no solo una persona ocupase las tres horas. Además, el vis a vis tenía que ser por la tarde en un horario acotado. Luego también se ampliaron a las relaciones familiares, que podían ser de seis horas, y con ello quiero decir que nos adelantamos un poco a lo que luego fue la reforma del reglamento. Entonces yo tenía un cuadernillo donde anotaba quiénes iban comunicando, así evitaba que se saltara el orden. Yo tenía ese librillo en mi despacho de dirección y un funcionario, como diría El Quijote, de cuyo nombre no quiero acordarme, cuando yo estaba fuera con el inspector, entró acompañado por una psicóloga que era representante de UGT -¡qué paradoja!-, y estos dos, y otros que se unieron a la causa, dijeron que yo era un “filoetarra” tras abrir el cajón y coger ese cuaderno. Dijeron que les estaba dando comunicaciones a los etarras, que estaba favoreciéndolos... cuando en realidad era para toda la población interna.
Era un régimen general.
Eso es, era para los Sodupes, los Erasun, los Do Campo, era Asensio, era el Noya... Todos tenían su comunicación... Pero bueno, eso es lo que hay. Al final me llamaron de la institución general y me preguntaron si era cierto que existían esas comunicaciones con esa frecuencia. Podría haberlo negado por agarrarme al sillón, como hace todo el mundo, pero dije que sí, que era cierto. Y así, el día 11 por la tarde se me comunicó la decisión. Y ahí se me vino el mundo abajo. Pero hay que superarlo, hay que ser como Alcaraz, ¡hasta el quinto set! De todas formas, tras finalizar el expediente, ningún funcionario fue sancionado.
Y el 3 de enero del 86 me incorporé a Basauri como jurista -entonces era obligatorio tener la licenciatura de Derecho y los estudios de Criminología-. Cuando fui a tomar posesión del cargo, me acuerdo pasando por los Altos Hornos de aquella época, iba con la radio puesta y escucho “Sarri, Sarri, Sarri...”, y digo, “joder, ¿de qué me suena esto a mí? ¿Esto qué es?”. Pero bueno. Y eso ha sido todo.
¿Considera que su labor como director de prisión era más humanista que vigilante?
Es lo que dicen la ley y el reglamento. El 25/2 lo dice bien claro: la reinserción y la resocialización del interno. Hay varios lemas en prisión y yo heredé uno que era “al caco, cazo y tortazo”. Eso había que eliminarlo por razones claras; no puede haber tratos inhumanos y degradantes. Y luego había otro que decía que “el delito queda en la puerta, y entra el hombre”, y nosotros tenemos que tratar con el hombre, no con el delito. Muchas veces se revictimiza otra vez al delincuente diciendo, “¡coño, es que has cometido este delito!”. Vale, ya está, cometido: le han juzgado, le han condenado y ahora tenemos que hacer nuestra labor, que no es más que tratar que no vuelva a cometer este delito e intentar integrarle en la sociedad de la mejor manera posible. No puedes estar todo el rato intimidando a los presos, tienes que empatizar. Lo fundamental es conocer al interno, saber cuáles son sus carencias, sus necesidades y, en la medida de lo posible, humanamente, tratar de favorecer en lo que sea posible.
Y luego hay que tener en cuenta que nosotros antes, sobre todo en la etapa del 79 al 82, estábamos 24 horas dentro de la prisión, entonces, tenías que estar con ellos mañana, tarde y noche. Es una convivencia muy fuerte. Se trata de conocerles, orientarles y, en la medida de lo posible, que no vuelvan por esos sitios, que no son muy agradables.
De todas formas, usted sí que aplicaba la ley de una forma más progresista. Organizaba partidos de fútbol, acercaba la cultura a los presos...
En la medida que era posible, sí, y eso entraba, efectivamente, dentro de ese aperturismo. Si ellos forman parte de una sociedad, tienen derecho a que todo lo que ocurra en la sociedad pueda ser trasladado al interior.
En el 83 estuve en menores, y ahí estuvo Leño, el cantante este... el famoso Rosendo (Mercado). Ahí se lo pasaron de miedo. Había un salón de actos enorme, era Carabanchel, era distinto. Pero el espíritu es un poco, no digo lo mejor, pero que (la estancia) sea lo menos mala posible. No estamos para torturar, no estamos para castigar más. El castigo ya lo tienen con estar privados de libertad, que es lo más maravilloso que hay en esta vida. El que quisiera, podía apreciar esa política penitenciaria.
Otro dicho de la época anterior era, “ojo de buey, diente de lobo y, si te preguntan, hazte el bobo”. Esa también fue otra de las circunstancias que ocurrió en el día de autos, porque luego un compañero bisoño me comunicó a posteriori que no oía nada de los bafles. Y le dije a ver por qué no dijo nada al jefe de servicios. Pero bueno, lo pasado pasado está y ahí se quedó el tema.
¿La falta de experiencia de los funcionarios fue clave en su opinión?
Sí, claro. Cuando un funcionario ve que eso no suena y tiene experiencia, diría, “¿esto qué pinta aquí? y, además, ¡con el tamaño que tiene! ¡Qué coño hace esto aquí si no suena!”. Como te he dicho, cuando estuve en Carabanchel, aprendí lo que no estaba escrito.
En España, digamos que existe una diagonal formada por las cuatro prisiones más importantes de la época franquista, El Dueso, Burgos, Ocaña y el antiguo Puerto de Santa María, de primer grado. Yo vengo de una época en la que todo era disciplina y una especie de “bukelismo” e intenté abrir un poco y cumplir lo que dicen la ley y el reglamento. Un poco siguiendo el espíritu que nos insufló Carlos García Valdés, el autor de la Ley General Penitenciaria. Es el derecho penal mínimo, no podemos seguir siendo una sociedad punitivista que castigue todo.
Creo que hoy en día, y te lo digo de memoria, la población reclusa en España es de 50.000 personas y, si te fijas en primeros, segundos y terceros grados, la mayoría está en segundo grado, que es el grado ordinario; el tercer grado está aumentando muchísimo y luego en primer grado están los borrocas, que están todo el día con la movida, pero quedan muy pocos. ¿Eso qué quiere decir? Pues que el clima social en las prisiones españolas es más o menos el idóneo para poder trabajar y que solo quedan cuatro resistentes o recalcitrantes. Y, dentro de los que están en primer grado, no sé si quedará alguno de la banda, porque por la razón de tipo de delito y el comportamiento que tengan en el centro penitenciario, la situación cambia. Pero, vamos, un compañero me dijo el otro día que prácticamente todos están ya en el País Vasco.
Sí, se acabó con la dispersión.
Eso es.
¿Ha tenido noticias durante estos años de las personas que se fugaron?
He seguido algo a través de la prensa, aparte de que un amigo mío me manda cada 7 de julio la canción “Sarri, Sarri” por Whatsapp (se ríe)...
¿Tiene un amigo que le envía todos los años la canción?
Sí, cada 7 de julio. Bueno, sabes cómo me llamaban a mí al final, ¿no?
Pues no, no tengo ni idea.
Me llamaban “El bafles”. Pasé por tres fases. Con mi primer jefe de servicios me llamaban “El legal”. Luego, cuando estuve en menores, me llamaban “El charlas”, porque pasaba por todas las celdas para que no se sublevaran; prefería dar charlas antes de que hicieran algo peor. Y luego ya, cuando estuve en San Sebastián, “El bafles”. Luego en Burgos, en mi última etapa, hacía muchas salidas programadas, y me llamaban “Don Mesas, el de los paseos”.
Las últimas semanas hemos tenido la ocasión de hablar con algunas personas que estuvieron recluidas en Martutene bajo su dirección, y todos coinciden en que el ambiente que se vivía en el centro era bastante tranquilo.
Claro, porque ellos venían de un “bukelismo”. Algunos me decían que tenían más libertad en Martutene que de dónde venían en la calle. Pero la labor no fue solo mía, sino de toda la plantilla. Sí que hubo alguno que me puso palos en las ruedas, además uno en los que más confiaba, y luego lo de aquella psicóloga, que a través de UGT me pusieron como un “filoetarra”. Si le contara todos los comandos que pillaron con información mía, con mi domicilio y toda la historia... Pero bueno, yo tenía las cosas muy claras y tenía también la voluntad de integrarme. Es verdad que podía haber sido un objetivo fácil. En San Sebastián mataron a Ramón Domínguez Murillo, luego a (Francisco Javier) Gómez Elosegi, cayó también Máximo (Casado), que estaba en Nanclares y vivía en Vitoria, también integrado... Yo hacía una vida normal, iba a los txokos, a mi Parte Vieja maravillosa... Lo que nos hemos llevado mi mujer y yo es que nos hemos comido y nos hemos bebido todo San Sebastián: desde la Cofradía de Pescadores de Hondarribia, pasando por Oyarzun y un montón de sitios más.
Cualquiera en su situación contaría aquellos hechos con bastante más rencor.
No... Hay que tomar las cosas como vienen. Yo tenía la ilusión de abrir más si cabe el centro penitenciario, aunque era una prisión de preventivos, pero podíamos dejar cumplir allí a la gente de jardineros, de ordenanza de exterior... porque en frente también estaba la de menores, donde había puestos de trabajo. Acogían a menores directamente bajo el tercer grado. Muchas veces decíamos que en Martutene estaba el triángulo de las Bermudas, donde se perdían muchas vidas humanas: teníamos los menores, nosotros en el centro y en el otro lado estaba el cementerio o una especie de sanatorio (Psiquiátrico Provincial de Gipuzkoa, en Zorroaga).
Y lo que ocurrió ese día es algo que me ha tocado. Luego he intentado disfrutar lo máximo de mi trabajo. Me ha satisfecho mucho que la gente vea que la vida merece vivirla sin tener que delinquir. Y me acuerdo de Lole y Manuel, que eran dos andaluces cantantes, y una vez le preguntaron a Manuel si había trabajado mucho. Respondió: “¡Qué va! Yo no he trabajado nunca, yo he hecho lo que me gusta, la guitarra”. Pues yo pienso algo parecido, he hecho algo que me ha gustado, que era la función penitenciaria entendida como mecanismo de integración, si es posible, claro. Porque yo no quiero que lleguemos a ser como la sociedad americana, con ese espíritu de venganza. Y no digo que los reclusos sean hermanitas de la caridad, que no lo son, pero si las leyes están así...
¿Hay que aplicarlas?
Claro, es fundamental. Si no, vamos hacia un deterioro. El otro día me enviaron un vídeo maravilloso donde levantan un monumento en recuerdo al genocidio de Gaza y nuestros futuros nietos nos preguntan, ¿y qué hiciste tú? Ahora mismo, la derecha civilizada, si es que la hay en este país, está creando un monstruo. Pero bueno, me estoy desviando...
Para nada, es muy interesante lo que cuenta.
Lo que quiero decir es que la cárcel es un medio en el que la idea fundamental es que ellos pasen por la prisión, pero que la prisión no pase por ellos y, sobre todo, que no salgan peor que cuando entraron; el delito queda fuera y entra el hombre, que es con el que tenemos que trabajar y, en la medida de las oportunidades que tengamos, a través de la psicología, educadores, asistentes sociales... que el preso tenga una vía de salida para su vida y que tenga un cauce. Y no sé si hay alguna pregunta más...
No quiero robarle más tiempo.
Ahí tenemos a Mandela, que es ejemplo de muchos políticos, y también puso alguna que otra bomba.
Sí, también luchó contra el apartheid.
Hay que estudiar la otredad.
Muchas gracias por atendernos. Cuídese.
Eso haré. Me espera una corvina al horno.
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