Han dado inicio los sanfermines de Iruñea en su edición 2025, con un txupinazo en solidaridad con el pueblo palestino y la martirizada Gaza, algo que no ha gustado a lo más casposo entre la fachongada españolista.
Hoy, desde la sección 7K de Naiz, traemos a ustedes este recuento de los sanfermines de 1985:
Escapada a unos sanfermines de 1985 con mucha caspa y barracas políticas
El 7 de julio de 1985, la noticia de la fuga de Sarrionandia y Pikabea se abría paso entre la vorágine de unos sanfermines que tenían barracas políticas y mucha caspa. Este es un viaje en el tiempo de cuarenta años atrás a unas fiestas en las que la icónica canción sobre esa huida sigue siendo uno de sus himnos.
Pello GuerraHace cuarenta años, el 7 de julio de 1985, Iñaki Pikabea y Joseba Sarrionandia se fugaban de la cárcel de Martutene introduciéndose en unos bafles empleados en el concierto que había ofrecido en ese lugar el cantante Imanol. La noticia se abrió paso en Iruñea en plena vorágine de unas fiestas que en unos sentidos eran parecidas a las actuales, pero que, en otros, eran muy diferentes.
La prensa del momento permite hacer este particular ejercicio de arqueología sanferminera, que saca a la superficie unas fiestas con un tono especialmente casposo y unos encierros más salvajes, en las que se disfrutaba de las barracas políticas, se corrían los encierros txikis y en las que, lamentablemente, ya se registraban agresiones sexuales.
Txupinazo de HB
El encargado de prender la mecha del cohete aquel 6 de julio fue el concejal de Herri Batasuna Iñaki Beorlegi ante una plaza en la que se cantaba, como siempre, a San Fermín, pero también se anunciaba que “Vamos a quemar el Opus Dei” o se recordaba que Osasuna se había clasificado por primera vez para disputar la Copa de la UEFA.
Casi una hora antes de lanzarse el txupinazo, otro concejal de HB, Juantxo Zandueta, colocó una ikurriña en los balcones del segundo piso de la casa consistorial.
Y, cinco minutos antes de las 12, los ediles abertzales y mozos de las peñas extendieron desde uno de los balcones laterales de ese mismo piso una pancarta vertical firmada por las Gestoras con el lema “Amnistia osoa”. La pancarta fue agarrada por personas que se encontraban en el primer piso, provocando su rotura, lo que generó protestas por parte de un sector del público y gritos de “Presoak kalera, amnistia osoa”.
Junto a Beorlegi se encontraban en el momento del txupinazo Mari Abrego, Antton Zamarbide y Jose Mari Casimiro, miembros de la Expedición Navarra al Everest, que a punto habían estado de lanzar el cohete en persona. El concejal de HB se había comprometido a cederles el puesto si colocaban la ikurriña en la cima del Everest, pero finalmente los montañeros no lo lograron, por lo que renunciaron a ese honor y se conformaron con estar presentes en el Ayuntamiento en ese momento tan especial.
Barracas políticas pese a las trabas
De esta festiva manera arrancaban unos sanfermines cuyos prolegómenos habían estado marcados por la tensión. El Ayuntamiento, dirigido entonces por Julián Balduz (PSOE), había tenido la “brillante” idea de intentar trasladar las barracas políticas de las inmediaciones del parque de Antoniutti a la plaza de los Fueros con la excusa de que se iban a realizar unas obras en la zona.
Ante la resistencia de los colectivos afectados, se permitió su instalación cerca de Antoniutti, pero se valló un perímetro para delimitar su ubicación exacta y constriñendo notablemente su espacio. El 5 de julio esas vallas fueron derribadas sin miramientos en una muestra más del rechazo a las medidas del Consistorio. Finalmente, una reunión de última hora convocada con la mediación de las peñas hizo que se alcanzara un acuerdo in extremis por el que las barracas se mantenían en su ubicación y con el número previsto.
Ese año, y según recogía “Egin”, los organismos que montaron barracas fueron AEK, Gestoras pro-Amnistía, Radio Paraíso, Euskadiko Ezkerra, Herri Batasuna, PC, Ezkerra Marxista, Auzolan, Euskal Dantzarien Biltzarra, CNT, Jarrai, LAB, Radio CRDI, Federación de Ikastolas, EMK, Comités Internacionalistas, Zaldiko Maldiko, Comités Ecologistas, la Casa de Andalucía y, ojo al dato, la Federación Navarra de Patinaje.
Ese ataque de Balduz contra las barracas políticas fracasó pero, más adelante, UPN conseguiría hacerlas desaparecer, convirtiéndolas en historia. Pero esas recordadas barracas no son el único elemento entonces sanferminero que ya no existe en las fiestas actuales.
Con Ágata Lys llegó el escándalo
Aunque también se celebraban verbenas organizadas por el Ayuntamiento, en muchos clubes privados de la ciudad organizaban sus propios espectáculos, que se sumaban a otros que solían recalar en Iruñea al calor de las fiestas, como en el caso del Teatro Lido, y que, vistos con la perspectiva que da el paso del tiempo, resultan especialmente casposos.
En el caso de las verbenas privadas, se organizaban en lugares como el club Natación, a base de orquestas, o el club Larraina, donde actuó ese año Georgie Dann con su éxito del momento, “Mami qué será lo que quiere el negro”.
Pero el que se llevó la palma en 1985 fue el Club de Tenis, donde actuaron Tip y Coll, aunque sobre todo se destacó por el escándalo que se generó con Ágata Lys, uno de los mitos del “destape” estatal.
El caso es que su actuación no estaba gustando a una parte del público congregado en el Tenis, que mostró su malestar lanzando vasos de plástico con bebidas, con uno de ellos dándole a la artista, que siguió adelante contra viento y marea.
Cuando llevaba quince minutos en el escenario junto a sus bailarines, el presidente del Club de Tenis, Pedro del Nido, decidió suspender el espectáculo, porque aquello podía terminar «en una tragedia».
Del Nido calificó la actuación de Ágata Lys de «impresentable en todos los sentidos» y aseguraba que «no sabe hacer absolutamente nada». Curiosamente, le había sorprendido que una de las reinas del “destape” basara «toda su actuación en su cuerpo».
Incluso defendió a quienes habían increpado a Lys y sus acompañantes en el escenario asegurando que «no estuvieron groseros con ellos y, cuando se referían a sus bailarines llamándoles maricones, era porque al menos lo parecían». Un comentario que haría las delicias de Alfonso Guerra hoy en día.
Eso sí, seguro que las 360.000 pesetas que cobró por esos quince broncos minutos ayudaron a Ágata Lys a endulzar el mal trago.
Si esa actuación no había cumplido con las expectativas del público iruindarra del momento, siempre tenía otras alternativas, como el Teatro Lido, donde actuaban ese año Los Hermanos Calatrava y Las Hurtado dentro de una revista titulada “Aluzinados”. Otras “estrellas” eran Juanito Navarro y el recientemente fallecido Mariano Ozores.
Venta de ajos y de ganado
Este tipo de actuaciones hace tiempo que dejaron de recalar en los sanfermines, de la misma manera que desapareció el hábito de algunos extranjeros de lanzarse al vacío desde lo alto de la fuente de la Nabarreria, costumbre foránea que ya en 1985 generaba fuertes críticas.
También preocupaba la continuidad del “Riau riau”, que ese año paradójicamente fue ligero y sin problemas, y el descenso en el número de puestos de venta de ajos en la plaza de las Recoletas, a pesar de que en 1985 se vendieron 18.000 ristras a un precio que oscilaba entre las 300 y las 850 pesetas. La que vivía todavía un buen momento era la feria de ganado, en la que se vendieron 2.000 cabezas y circularon 160 millones de pesetas.
Las barracas, en este caso las de atracciones, también experimentaban una buena afluencia de público, aunque los barraqueros se quejaban de que había “mucho lirili y poco lerele”. Los precios podrían estar detrás de ese fenómeno, ya que una carrera de camellos, ciclistas o panteras rosas podía costar entre 50 y 100 pesetas por medio minuto de diversión. Las atracciones más clásicas estaban a 75 pesetas el viaje.
El plumilla de turno se escandalizaba porque el precio del medio pollo estaba en 400 pesetas, la docena de churros ¡a 125 pesetas! y un bocadillo rondaba las 250.
Unos encierros de infarto
Esas cornadas al bolsillo se sumaban a las que repartían los toros en los encierros del momento, que, en algunos casos, eran bastante más peligrosos que los actuales. Así, la carrera del día 11 duró más de siete minutos al quedarse rezagado el morlaco “Acordeón”, de la ganadería Domecq, que dejó a su paso cinco heridos.
Pero para infartante el encierro del día 13, en el que el toro “Farrán”, de la ganadería de Fernández Barrena, dejó como un colador al médico madrileño Domingo Melón, al que propinó cinco cornadas, aunque sin tocar órganos vitales, ya que se hizo un ovillo, lo que le salvó la vida.
La anécdota de los encierros la puso el corredor californiano Jeffrey Rath. Llevaba siete años disfrutando del encierro, pero el día 13 recibió una cornada de diez centímetros con sección del glúteo mayor que le llevó al hospital. De ese lugar se escapó al día siguiente con la intención de ponerse ante las astas de los Miuras y completar el ciclo de carreras de ese año, hasta que sus colegas le descubrieron y consiguieron convencerle de que regresara al hospital.
Esa afición se cultivaba por aquel entonces entre la chavalería a través de los encierros txikis, pero no como los actuales con morlacos de cartón piedra, sino que se soltaban becerros reales. La carrera comenzaba a las 8.30 horas desde la zona de la curva de Estafeta para cubrir el tramo final hasta la misma plaza con el objetivo de ir curtiendo a las nuevas generaciones de corredores.
Entre todo este jolgorio, los sanfermines de 1985 no pudieron despedirse sin una nota negativa y que tristemente recuerda a acontecimientos recientes. Durante esas fiestas, una joven iruindarra de 21 años fue agredida sexualmente en la zona de las murallas junto a Santa María la Real.
Además, la Coordinadora Feminista de Nafarroa denunció que otra joven había sufrido un intento de violación en Antoniutti. Al hilo de lo ocurrido, el citado colectivo hacía un llamamiento para que todas las mujeres que sufrieran agresiones sexuales lo denunciaran y comunicaran al centro municipal de urgencias y albergue para mujeres agredidas. Un mensaje de hace cuatro décadas que sigue presente.
Con el “Pobre de mí”, se puso fin a unas fiestas que en las siguientes cuatro décadas iban a experimentar un notable cambio y en las que la huella de la fuga de Sarrionandia y Pikabea perdura hasta la actualidad, a través de una canción que forma parte de la banda sonora de los sanfermines.
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