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sábado, 28 de agosto de 2021

Egaña | Violencia Poligonera

La insoportable levedad del ser... a la vasca.

El lumpen urbano y aburguesado haciendo de las suyas.

Una sociedad que ha gestado un cáncer corrosivo en su seno.

En ese sentido, les invitamos a leer este texto de Iñaki Egaña, mismo que nos ha compartido en su cuenta de Facebook:


Violencia poligonera

Iñaki Egaña

La era post-ETA nos está dejando un elevado número de cambios sociales y políticos. Es obvio que muchos de ellos no son achacables únicamente a la desaparición de una de las violencias que recorrían nuestro país. Los cambios también son sistémicos, relacionados con las trasformaciones en nuestros hábitos humanos y, probablemente, asimismo relativos a los efectos secundarios de la gestión de la pandemia. El fin de ETA desatascó y también atascó.

Entre los sectores directamente afectados por la acción de la organización vasca se encontraban los policiales. En la cercanía, la Ertzaintza, que ha realizado únicamente un cambio organizativo, y mantiene una variante policial muy similar a la española, es decir el “modelo bombero” lejano del prototipo policial de cercanía y prevención que exigirían los tiempos –deriva criticada también por ELA-Ertzaintza-. Lo hemos visto en los últimos meses, con la gestión de las concentraciones de jóvenes, y las cargas contra los trabajadores de Tubacex, Petronor o PCB de Barakaldo.

No debemos aparcar en la reflexión esa otra violencia, la llamada estructural, legitima o alegitima para el poder. En lo que va de año van 40 muertos en accidentes laborales en Euskal Herria, la marginalidad crece a ritmo geométrico y la pobreza afecta a un sector desperdiciado por la sociedad, las mujeres de edad avanzada.

Los actos de sabotaje, violencia de respuesta, nos acompañaron desde la década de 1970, con una concentración en sus inicios en los conflictos laborales, luego contra la central de Lemoiz y el trazado de la Autovía Nafarroa-Gipuzkoa, y más tarde contra el poder económico, bancos en su mayoría, y contra grupos y partidos responsables de políticas represivas y penitenciarias. Fue también violencia política. Algunos de sus autores, sin relación con ETA, aún en prisión.

En los últimos tiempos, sin embargo, ha brotado una violencia no política que ha supuesto una ruptura con lo que estábamos acostumbrados. Violencia sin objetivos políticos, más bien individuales, relacionados directamente con la visibilización de sus autores que buscan un espacio en las redes sociales para obtener protagonismo, prioridad en nuestra sociedad occidental. El minuto de gloria, a través de una grabación o un selfie.

Esta violencia no política, está interpretada por lo general por personas en edad bisoña, consumidores de lo que nos marcan las multinacionales textiles y culturales. Con un perfil político nulo desde una visión revolucionaria del universo. Y me refiero a revolucionaria en el sentido de poner en entredicho el injusto orden de las cosas e intentarlo revertir, tanto en lo micro como en lo macro. No doy crédito a esos que se empalagan con palabras y gestos radicales que en privado aceptan los códigos del consumismo más beligerante.

Estos violentos no políticos son también parte de uno de los efectos del neoliberalismo, la moda. Los hemos visto en concentraciones de otros puntos en Europa, en España también. Y es que la españolización y la transmisión de los modelos de Hollywood no descansan. Y son los sectores más vulnerables, precisamente, los que se han contaminado de esta moda poligonera, con toda la carga despectiva que el concepto acarrea.

Los últimos sucesos en Donostia, con saqueo de tiendas, ataque a los vecinos y quemas varias como actos de gamberrismo enlazan a la ciudad con Ibiza, Malasaña o Kassel. Aunque cueste aceptarlo, la occidentalización del territorio vasco es similar a la de las urbes europeas, españolas y francesas incluidas. Nuestra singularidad se está diluyendo como un azucarillo, en parte también por ese “todo vale” de la era post-ETA.

El medio son el alcohol, metanfetaminas, cocaína, teléfono móvil y redes sociales, como fin último de las acciones violentas. Tal y como los violadores de manada que cuelgan sus fechorías en la red, los violentos no políticos de Donostia, explicaron que en el saqueo de las tiendas se “levantaron” artículos de sus tallas. Decenas de videos circulan por la red, colgados supuestamente por los autores de los actos, que, a cara descubierta, activaron actos de violencia. ¿Por qué la visibilidad, ayudando a las policías a identificarlos? Porque desean que su entorno les reconozca.

He leído en algunos foros una defensa numantina de estos violentos no políticos, desde posiciones supuestamente progresistas. Están contra el poder, se enfrentan a la policía… Supercherías. ¿Qué enfrentamiento político hay en un grupo que su grito coral hacia los agentes es el de “maricones, hijos de puta”? Aunque en estos grupos hay mujeres, es obvio que el perfil de los hombres es el de “macho-man”. También se percibe el apoyo de quienes piensan que atacar a la Policía, por el hecho de serlo, implica un sesgo izquierdista. Y eso es falso. Trumpistas, lepenistas, talibanes, anticastristas… atacan a policías. Los saqueos no fueron reivindicados políticamente y ropa, zapatillas y colonias no han sido repartidos entre, por ejemplo, migrantes, sino que han ido a parar al ajuar de los asaltantes. Un toque chic.

Tenemos que reconocer que, en 2021, ciertos sectores que aspiran a llegar a la edad adulta no son, per se, susceptibles de abrazar corrientes democráticas. También que todos aquellos escenarios que en una época suponíamos “zonas liberadas”, taskas, tabernas y bares donde se concentraba la juventud revolucionaria, hoy son simplemente centros de consumo. La calle mítica donostiarra que alberga esta reflexión, estaba repleta, rebosante, mientras se celebraban en la ciudad la manifestación a favor de los presos convocada por Sare.

Los violentos no políticos pertenecen a la cultura del postmodernismo, de la moda y del hedonismo. Nada que ver con planteamientos políticos subversivos del sistema. Dicen que la culpa es de las redes sociales, el relajamiento educativo y la vulnerabilidad supina de las nuevas generaciones. Pero también nuestra, porque entre todos, para lo bueno y para lo malo, hemos construido esta sociedad.

 

 

 

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