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sábado, 28 de agosto de 2021

Recordando al Aita Donostia

Desde Noticias de Gipuzkoa traemos a ustedes esta semblanza del Aita Donostia a 65 años de su partida.

Adelante con la lectura:


65 años de la muerte del padre Donostia

La figura más representativa del nacionalismo musical vasco en el siglo, José Antonio Zulaica y Arregui, falleció el 30 de agosto de 1956 en el colegio de Lekaroz. Descansa anónimo en un panteón.

Lander Santamaría y Juan Mari Ondikol / Urreta Etxebeste y Archivo Eresoinka

"Por fin, el día 30 de agosto, festividad de Santa Rosa de Lima, con las sombras del crepúsculo entró en la celda del enfermo el presagio de la visita fraternal de la Muerte: a las once y cuarto de la noche se abrazaron como dos hermanos", describió el padre Jorge de Riezu los momentos postreros de su amigo, el capuchino José Antonio de Donostia, de cuyo fallecimiento en 1956 se cumplen mañana 65 años. Los restos de la figura más representativa del llamado nacionalismo musical vasco descansan anónimos y olvidados en el panteón de los padres capuchinos en el camposanto de Lekaroz.

El Padre Donostia o Aita Donostia nació en Donostia el 10 de enero de 1886, hijo de José Antonio Zulaika y de Felipa Arregi. Un día después fue bautizado con el nombre de José Gonzalo, y con 10 años accedió de alumno al Colegio de Lekaroz, cursó el Bachillerato y tomó el hábito capuchino en 1908.

Ejerció de profesor hasta 1918 cuando, liberado de la enseñanza, gestó su personalidad y desarrolló la inmensa actividad cultural, y musical y folklórica que alcanzarían relieve extraordinario y el general reconocimiento. Y murió en Lekaroz, que fue su casa y el templo de la inteligencia, en el que creó y desplegó su actividad extraordinaria y donde reposa desde el el 1 de septiembre de 1956.

El músico

Había nacido para la música, y creció y vivió con ella porque, ya antes de entrar en el colegio, había estudiado solfeo y violín sin cumplir diez años en Donostia, y un año después ya componía su primera obra transcribiendo para orquesta la Diana que despertó a los colegiales en los días de Navidad. Le siguió un Tantum ergo, y luego otras muchas composiciones, algunas todavía inéditas, de las que hacía a veces mención con cierto cariño nostálgico, en particular el Cuarteto en mí para cuerda.

Prosiguió ya sin concederse el mínimo descanso en una gigantesca labor que abarca todos los campos, obras religiosas y civiles en desbordante labor. Cultivó en absoluto todos los géneros como compositor (sus magníficos Preludios vascos) gregorianista, folklorista, conferenciante y liederista, todos con notable singularidad y de forma reconocida y aplaudida.

El exilio

El Padre Donostia salió de Lekaroz en numerosas ocasiones atendiendo continuos requerimientos, pero regresó siempre a su txoko y sólo una de sus ausencias se debió a causas indeseables y forzadas. Al estallar la guerra civil, sus superiores juzgaron oportuno su traslado a Francia (Toulouse, París, Mont-de-Marsan), Baiona, y fue organista de la parroquia de Biarritz), a donde pasó el 3 de noviembre de 1936 por Dantxarinea (Urdax) para no regresar hasta el 1 de abril de 1943 por el puente de Irun. Parece que para el franquismo ignorante y asesino debía ser harto peligroso. Le costó la ausencia dos tristes acontecimientos: uno, la muerte de su amigo el abad Edmond Blazy, con quien viajó a Argentina para recabar fondos para el seminario de Ustaritz, en Laburdi. El otro, el fallecimiento de su madre, Felipa Arregui, a la que no pudo acompañar en su último trance.

El final

"Lo recuerdo perfectamente. Mirada inteligente y penetrante. Movimientos ágiles, ligeros. No usaba las sandalias tradicionales que llevaban los frailes. Siempre unas alpargatas negras. En su estudio, de grandes ventanales y mucha luz, estaba el piano de media cola (que regalaron sus padres al colegio, así como el órgano de la iglesia). Allí, en medio de un precioso jardín, oficiaba la música y allí daba las clases de piano y hacía sus reuniones intelectuales. Todo su estudio trasmitía alegría y serenidad. Partituras numerosas y libros ocupaban las paredes. Siempre fue muy paciente conmigo", contó 50 años después Juancho Viguria, elizondarra y sobrino de su amigo el padre Jorge de Riezu, uno de sus contados alumnos de música y admirador rendido.

La Coral de Elizondo

"Me conmueve su Jesu mi dulcíssime, ¡qué maravilla de obra...! ¡Qué belleza, qué ternura, qué amor..!. Lo cantó mucho la Coral de Elizondo, que fue la gran promotora de sus composiciones. En varias ocasiones le oí decir que la interpretación de sus obras, que dirigía Juan Eraso, superaba lo que él se imaginó al componerlas. ¡Qué halago, viniendo del propio compositor!", decía Juancho Viguria.

Volvió a Lekaroz y se rodeó de un círculo de amistades formado por músicos como Juan Eraso, Javier Bello Portu, Gorriti y otros artistas como Jorge Oteiza. Residió un tiempo en Barcelona trabajando en el Instituto Nacional de Musicología sobre etnografía y folklore, y de esa época es su monografía Música y músicos del País Vasco (1951).

El 26 de febrero de 1957, en Pamplona y patrocinado por la Institución Príncipe de Viana de la Diputación Foral de Navarra , se celebró un solemne homenaje al Padre Donostia en el Teatro Gayarre, donde actuaron la coral de Elizondo y la Orquesta Santa Cecilia, dirigidas por Juan Eraso y Javier Bello Portu. Todas las obras eran suyas, incluida la Missa pro defunctis que el coro elizondarra cantó en su funeral en Lekaroz. "Sus 60 años de baztandarra hacen que lo consideremos un navarro insigne", justificó el homenaje la Diputación Foral.

Vuelto a Lekaroz, su desmayo del 9 de enero de 1956 fue el prólogo de lo que llegaría. Pasó agosto medio inconsciente, ya no veía ni hablaba, la enfermedad seguía su curso implacable, y entrega su alma a Dios. Descansa en el camposanto donde, contra su voluntad, no pudo hacerlo su amigo, el padre Jorge de Riezu. Con ayuda decidida de Teresa Zulaica, sobrina del Padre Donostia, se intentó traerlo pero alguien no aceptó. 




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