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sábado, 29 de mayo de 2021

Gil de San Vicente | El Asesinato de Santrich (I de III)

Desde el portal de Rebelión traemos a ustedes la primera parte del escrito con el que Iñaki Gil de San Vicente aborda el asesinato en territorio venezolano del luchador revolucionario Jesús Santrich.

Lean por favor:


El asesinato de Santrich y el sentido de la vida

Iñaki Gil de San Vicente

«Queremos paz, pero no a cualquier precio. Queremos paz en un mundo todavía dividido entre ricos y pobres; en un mundo, por lo tanto, en el que la guerra es inevitable […] No hay posibilidad de estar al margen de esa lucha, ya que negarse a participar en ella constituye de hecho, una declaración en favor de una fuerza social que disfruta del poder. La historia no nos ofrece ningún ejemplo de que una minoría privilegiada, como clase diferenciada, renuncie voluntariamente a su posición especial y comparta sus bienes materiales con otros miembros de la sociedad, simplemente porque la pertenencia a esa clase comporta la convicción ideológica de que esa posición de privilegios es “justa”»

1.- La certidumbre de la muerte como impulso para la vida

En las últimas conversaciones que mantuvimos, Santrich hablaba de la muerte en su forma más concreta: «nos van a matar a todos». Lo dijo públicamente también en una charla abierta sobre el contexto colombiano realizada en Medellín. Aún estaba bajo la disciplina del sector de las FARC-EP que había rendido armas, oro y tierras al imperialismo, recursos con los que ahora éste asesina en masa a su pueblo. Era patente el profundo malestar que crecía en Santrich al confirmarse sus temores, al ver la desintegración de su partido. Sin embargo, cuando hablaba de la muerte lo hacía con esa visión optimista y activa, alegre, que caracteriza a las personas que, conociendo al monstruo en sus vísceras de odio, sabe que puede y debe ser vencido, ajusticiado. Santrich no vería la muerte del Moloch, pero ya disfrutaba imaginándosela. Hablábamos de que la muerte es consecuencia de la vida, y morimos, o nos matan, según hayamos vivido, dicho a grandes rasgos.

Cité aquellas conversaciones en un teledebate sobre Colombia en Tertulias de Cuarentena del 9 de mayo de 2021, porque la criminal tragedia que golpea a su pueblo actualizaba nuestras pláticas. Ahora debemos volver sobre el sentido de la vida porque así lo exige, entre otras muchas razones, el cúmulo de informaciones alrededor del «misterio Santrich». La guerra psicológica y la mentira como arma opresora son tan antiguas como la guerra misma, lo que debe motivarnos para profundizar aún más en el debate sobre el sentido de la vida porque la mentira sobre la muerte genera incertidumbre, angustia y miedo dañando las condiciones psicosomáticas de las personas vivas, tema al que volveremos inmediatamente. Por esto, la posibilidad de que el «misterio» sea parte de la guerra psicológica añade urgencia a este debate, planteado siempre desde el deseo de que Santrich siga vivo, es decir, luchando.

En efecto, y al margen del «misterio», la amputación del cuerpo de Santrich es parte del ultraje de cadáveres de víctimas referenciales, costumbre muy antigua que el imperialismo y narcoparamiliarismo han hecho suya. Hacer “desaparecer” las personas y ocultar sus muertes –recordemos a Carlos Lanz, y el espeluznante desaparición de Carmen Elizabeth Oviedo Villalba, con 14 años de edad, a manos del ejército paraguayo, así a las decenas de miles de desaparecidos sólo en Nuestramérica–, es un método usualmente empleado contra «pueblos militantes», generalizado por los nazis, el Plan Cóndor, la CIA, etc., con la ayuda de Europa, en la que aún hay militantes vascos desaparecidos por los Estados español y francés: Pertur, Popo y Naparra, así como varios miles de asesinados por el franquismo. El ultraje y la ocultación buscan imponer el miedo y que este se transforme en terror paralizante. Hace medio siglo Neumann advirtió que «el mundo se ha hecho más susceptible al crecimiento de movimientos de masa regresivos» por la intensificación de estos y otros crímenes que pertenecen a lo que se denomina como «pedagogía del miedo».

Las burguesías desprecian a las clases explotadas; la colombiana lo eleva a virtud heredada de la cultura político-religiosa española, que en enero de 1813 dictó una Real Orden que legalizaba todas las atrocidades que quisieran hacer los realistas españoles contra los pueblos y sobre todo contra los independentistas. No debe sorprendernos esa brutal Real Orden de 1813, porque el culto a la muerte horrenda, a la tortura, al dolor sacrificial, a los autos de fe y a la escenografía del castigo del pecado y la contrición, juega un papel clave en la cultura político-religiosa del bloque de clases dominante español. Un ejemplo lo tenemos en ese monumento al horror y al sadismo que llaman, con la bendición de la Iglesia, «Valle de los Caídos». Sigue siendo un anclaje irracional de la venganza y el miedo en lo más profundo de la cultura y de la estructura psíquica de masas, anclaje reforzado por múltiples cadenas institucionales, empresariales, educativas, mediáticas, etc., como demuestra F. Sierra Caballero en su brillante «cartografía» de este valle de la muerte santificada.

Santrich era muy consciente de cómo la burguesía colombiana fetichiza la muerte horrenda, injusta. Las bandas terroristas del narcoparamilitarismo fueron creadas como fuerza de choque del narcocapitalismo, tanto en las peleas internas entre facciones de la burguesía colombiana e internacional como, sobre todo, fuerza de exterminio de la lucha popular y de paralización por el terror ante el alto riesgo de asesinatos masivos y de desapariciones forzosas. En Colombia el terrorismo de Estado campa a sus anchas. Además de lo anterior, esas bandas también fueron creadas para de agresión a Venezuela y para abastecer la industria militar privada del mercenariado contrarrevolucionario tan unido el poderoso «ejército encubierto» yanqui.

Para 2001 estaba claro que el famoso Plan Colombia, supervisado por los EEUU, era una modernización ampliada del Plan Cóndor para Colombia. En este contexto, Santrich no podía por menos que asumir que «El orden moral de la burguesía es un orden que contiene por esencia la represión: las represiones que reprimen en su conciencia deben a su vez ser reprimidas primeramente en la realidad, apoyadas en todas las instituciones que las mantienen en tanto “orden” social».

Santrich también entendería que, en este “orden”, escribir con mentalidad crítica es «un acto riesgoso de pensamiento […] un arma de transgresión», que puede costar la vida a quien usa esa arma. Muchas personas también del medio universitario han sido asesinadas mediante una atroz tortura por ello, como Jorge Freytter Romero y otros, así como decenas de estudiantes. La Universidad, sobre todo la pública, fue un objetivo del terror para que no fuera un «arma de transgresión», ya que la cultura crítica puede «ser exponente de una actividad popular y democrática organizada como un contrapoder social efectivo». Frente a la fealdad estética y ética del terror, la creatividad de Santrich le haría coincidir con la tesis de Ludovico Silva de que «Toda belleza es en sí misma revolucionaria», si es que no la conociera ya, que es muy probable.

Santrich defendió que Bolívar era –es– un pilar clave de la libertad de Nuestramérica, rechazando el profundo error de quienes oponen Marx a Bolívar. Su incondicional apoyo a la libertad de las naciones, por ejemplo, del pueblo mapuche, era el mismo que el del Libertador: «Bolívar sabía que no bastaba la libertad de la patria y se mantuviera la esclavitud en su seno, ya que sabía que el efecto de todo gobierno libre que mantiene la esclavitud, traería consigo la rebelión, por lo que toda opresión conlleva una liberación». Por esto, cuando sus exhortaciones sobre esta imprescindible liberación eran incumplidas por los poderes regionales, Bolívar insistía en la necesidad de que la lucha por la independencia y la libertad de la esclavitud fuera acompañada por una lucha moral, por una exigencia ética que impidiera el mantenimiento de la esclavitud.

Santrich asumía esta filosofía: «Ya sabemos con el Che Guevara que, sin la moral comunista, la mera repartija económica no nos interesa. Ya aprendimos con Rosa Luxemburg que el socialismo del futuro no puede ser exclusivamente un asunto de cuchillo y tenedor. Jamás, pero jamás olvidamos a Manuel Marulanda cuando nos alertaba que todos nuestros esfuerzos y nuestras luchas tienen por finalidad la conquista revolucionaria del poder.». Semejante tradición grandiosa se basaba en un Marx que había avanzado la esencia de la moral comunista en 1865: unidad de objetivos; rechazo del servilismo, la credulidad y la sumisión; la lucha como ideal de felicidad; valorar la historia revolucionaria; valorar la cultura; solidaridad humana; duda metódica… .Estos valores enmarcan el sentido de la vida comunista, y se resumen en el que sostiene que la lucha es el ideal de felicidad.

Este rápido vuelo por la memoria de Santrich, que apuntaba directamente a la toma del poder como la unidad de objetivos, nos permite comprender por qué el gobierno y el imperialismo que ocupa militar y políticamente Colombia, necesitaban asesinarlo. En una conversación, el Che y Nasser hablaron sobre qué significaba ser político, el Che dijo que, si un político no daba el paso adelante de tomar las armas para conquistar la libertad, no dejaría nunca de ser un simple político. Ambos, Nasser y el Che, tomaron las armas contra el imperialismo y a favor de la humanidad. Al segundo lo asesinaron; el imperialismo hizo todo lo posible para acabar con el primero y con su obra.

Ambos, junto con Santrich, tenían el mismo ideal de la felicidad humana, la lucha. El capital es inconciliable con la felicidad humana, y por eso la destruye, porque sabe que la felicidad en el sentido marxista es revolucionaria. La certidumbre de que sus vidas estaban bajo el punto mira del terror imperialista, les daba más razones para vivir cada segundo con intensidad creativa, porque la vida es además de un arma revolucionaria como la belleza, también es por ello la felicidad humana misma.

 

 

 

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