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lunes, 13 de mayo de 2013

Ceterum Censeo Monarchia Esse Delendam

Les invitamos a leer este texto con el que su autor pone de manifiesto toda la podredumbre del régimen español, especialmente de su institución más española por excelencia, su monarquía.

El mismo ha sido publicado por Gara, aquí lo tienen:

Manuel Millera | Miembro de Attac Navarra-Nafarroa


Es un famoso artículo de Ortega y Gasset publicado el 15 de noviembre de 1930 en el diario «El Sol». Después de apoyar el golpe de estado de Primo de Rivera, el abuelo intentó aparentar normalidad constitucional con el Gobierno del general Berenguer. El filósofo exhortó al pueblo, explicando que aquello era un error y eran ellos, la ciudadanía de la calle, quienes debían crear un nuevo régimen: «Nuestro estado no existe, reconstruidlo». Cinco meses después, salía en su Duesenberg de lujo a toda velocidad hacia la Roma de Mussolini, vía Cartagena, repudiado por sus súbditos, reconvertidos en su dignidad. Tenía 140 millones, y no esperó ni a su esposa ni a sus dos hijos. Diez años después murió tras haber donado alguno de estos millones a Franco para el alzamiento militar.

Según el INE, la vida media de una persona en el Estado español es de unos 83 años. Pues bien, se cumple más o menos esta cifra desde entonces. Es hora de un cambio de ciclo. Las palabras monarquía y democracia juntas se han convertido en un oxímoron, una contradicción en sí misma. La terrible lacra del paro afectará pronto a la familia. Los ciudadanos Juan Carlos y Felipe dejarán su trabajo para sumarse a las listas del INEM.

No es el caso Noos, ni la cacería de Botswana. No es Corina o la lista interminable de amoríos, ni el privilegio del hermano pequeño sobre sus dos hermanas mayores. No es que haya sido nombrado por un dictador, ni que el hermano de su esposa haya sido echado de Grecia. No es que según los papeles de Wikileaks haya sido confidente de los EEUU o que haya pasado por encima de su padre y su hermano para conseguir sus ambiciosos objetivos. Aunque todo ayuda, claro. Es, sobre todo, la conjunción de dos factores: el final de la censura junto a la llegada de la crisis (léase estafa). El sentido común de la calle ha dejado de aceptar que mientras sube el nivel de pobreza, haya una minoría de cargos que aprovechando sus puestos aumenten su riqueza personal y familiar.

La caída del elefante sobre el portalón del castillo rompió hace un año de un trompazo las cadenas que lo cerraban, aireando el mal olor de un habitáculo podrido.

Muchos piensan que el Jefe del Estado es la principal cabeza de un régimen corrupto. Que el yerno solamente hizo lo que vio. Que una fortuna valorada en 1.800 millones no se consigue con un sueldo, por muy bueno que sea, cuando llegó aquí con lo puesto. Porque a la corona le hace falta el apoyo del pueblo, por hacerle algún servicio o cuando menos caerle simpática; pero al pueblo no le hace falta ninguna corona. Incluso su principal baza popular, el 23-F, está siendo puesta en duda por muchas voces autorizadas. Durante la transición ha funcionado una norma no escrita sobre el tabú, sostén impagable. Varias biografías no autorizadas han sorteado los canales de distribución para poder ser leídos en pequeños círculos. En ellas se pone de manifiesto que todos los amigos del campechano están o han estado en la cárcel: Ruiz Mateos, Mario Conde, Manuel Prado y Colón de Carvajal, Javier de la Rosa, etc. Pero hasta aquí llegó la paciencia. La III República llegará. Tardará un año, un lustro o una década tal vez, pero llegará; y no traída por socialistas, comunistas o anarquistas. Cuando la censura ha bajado, la propia familia se ha bastado para deslegitimarse.

Según mi humilde opinión, la cuestión ahora no es monarquía o república. La república no traerá por sí misma la cancelación de la deuda, la dación en pago, o los derechos sociales anulados, por ejemplo, aunque es cierto que la corona es muro de contención para el avance de las demandas sociales. La cuestión es, si la ciudadanía será capaz de asumir su propio destino, mediante el derecho a decidir sobre la res pública, la cosa pública.

La cuestión a mi modo de ver es qué sociedad queremos, si va a estar unida a una sociedad más justa o si la relación de fuerzas va a seguir igual que ahora. Si los banqueros a través de la troika, van a seguir dictando las normas o no. Si la gente va a seguir perdiendo viviendas, sanidad, educación y derechos sociales o no. Si la Iglesia y el Ejército van a seguir con sus privilegios o no. Si Catalunya o Euskadi podrán decidir o si los crímenes del franquismo podrán ser juzgados. Francamente, si el primer presidente de ese futuro régimen va a ser Rajoy, Rosa Díez o Gallardón, para ese viaje no hacen falta tantas alforjas. Otra cosa sería alguien como Sampedro, Vicenç Navarro o Santiago Alba, un intelectual reconocido por poner encima valores humanos y sociales sobre los económicos, para liderar un proceso constituyente. Una generación de políticos que no nos representan debe pasar al olvido, en Navarra, Madrid y Bruselas.

Es un debate actual si el rey abdicará en su hijo para salvar la familia o preferirá seguir en el cargo. Tal vez olvidan que si abdica, pierde la inmunidad y podría ser juzgado por los presuntos delitos que pudiera haber cometido. ¿Se va a exponer a ello? La ciudadanía no es cruel, en principio, y no pretende guillotinar a nadie. El ciudadano Juan Carlos podría vivir dentro de las fronteras, si acata las normas generales de convivencia. Pero podemos preguntarnos, legítimamente, si la ola de preguntas que ha comenzado podrá detenerse en cuanto abdicara en su hijo, si es que lo hace.

Si Ortega levantara la cabeza volvería a afirmar: «Nuestro estado no existe, reconstruidlo». Esta es nuestra misión: ser protagonistas de nuestro destino, el nuestro y el de las generaciones venideras. Si no lo hacemos nosotros y nosotras, algún otro líder demagogo, populista y chillón podría tomar nota. Como decía Catón el Viejo, de su enemigo Cartago en las guerras púnicas: Delenda est Monarchia.






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