La partida de Leonard Cohen y las circunstancias que caracterizan al panorama político vasco actual han inspirado el texto publicado en Naiz que compartimos a continuación:
“Aquí, el tiempo del pasado político no muere, vuelve sobre sí mismo, una y otra vez, para recordar que, en este pueblo, el PNV fue, es y seguirá siendo un obstáculo para la libertad y el cambio”.Amparo LasherasCuando alguien se muere, alguien que ha convivido de forma invisible y a ratos perdidos, cerca de nuestras emociones, una siente que algo imperceptible y contento de nuestra vida se va con él. De repente, morimos un poco y esos momentos dejan de ser pasado para convertirse en recuerdos de una memoria resistente al olvido. Más o menos es lo que me ha sucedido, lo que he sentido con la muerte de Leonard Cohen. Parece extraño, pero todos los instantes de mi vida a los que él puso la banda sonora de su voz y sus canciones han dejado de existir en la necesidad acuciante de completar el pasado y relatar la vida, para convertirse en sugerentes referencias de lo que no volverá. En medio de esa reflexión existencial, donde cobra fuerza la idea de que somos lo que hacemos en cada momento, intento pisar tierra, recapitular el presente y analizar el futuro que espera a esta parte de EH con el pacto de gobierno PNV-PSE y que, según Idoia Mendia, Secretaria general del PSOE en la CAV, nace para que “se pueda construir un proyecto plural para los próximos 20 o 30 años”. Estas palabras producen vértigo porque reducen el futuro a una reforma del actual Estatuto que garantiza la continuidad de lo existente, dejando en la nada la verdadera soberanía del pueblo para decidir lo que queremos ser.“Legalidad y estabilidad”, además de dos palabras contundentes en el discurso político de Urkullu y Mendía, constituyen dos conceptos fatales para las aspiraciones de cualquier pueblo que quiere decidir libremente su futuro y sueña con la independencia. Esas palabras, aunque estén rodeadas de promesas, promesas para satisfacer derechos (como el acercamiento de los presos a Euskal Herria, que durante años han sido un grito popular, reivindicado en la calle) suponen un rotundo portazo al cambio. Me recuerda a la famosa frase de la película de Visconti, El Gatopardo, que viene a decir, “cambiemos todo para que no cambie nada”.En este noviembre, tan gris como Urkullu y su voz desapasionada, de aburrido soniquete, engolado, sumiso y continuado en el discurso de su acción política y de sus intereses neoliberales, tengo la impresión personal de que el mundo se ha quedado un poco más vacío. Y no sólo porque Leonard Cohen se haya ido con su Partisano, su Lorca y su Suzanne, a los mejores lugares de la memoria de lo que fuimos, sino porque, aquí, el tiempo del pasado político no muere, vuelve sobre sí mismo, una y otra vez para recordar que, en este pueblo, el PNV fue, es y seguirá siendo un obstáculo para la libertad y el cambio.
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