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viernes, 28 de octubre de 2016

Aguirre entre le Historia y el Mito

Por medio del más impensable de los medios de comunicación, traemos a ustedes este reportaje biográfico acerca de uno de los más icónicos personajes vascos que han hecho tan necesaria la etiqueta Kurlansky Arzalluz: Klaus Kinski -aunque para ser sinceros, también nos recuerda al Mendoza de Robert de Niro en La misión-.

No ya, en serio, nos referimos a Lope de Aguirre y esto publicado en las páginas de ABC:


García de Paredes ordenó que le cortasen la cabeza al cadáver del explorador y que su cuerpo fuera descuartizado y dado de comer a los perros como castigo por su rebelión contra la Corona

César Cervera

La rebelión protagonizada por Lope de Aguirre sería utilizada siglos después por los conocidos como libertadores de Sudamérica, Simón Bolívar y compañía, como el precedente romántico del independentismo y de la lucha contra la Corona de España. Nada hay más lejos de la realidad; al violento y colérico Lope de Aguirre le apodaban el loco con bastantes razones para ello. Su gesta no tuvo nada de libertadora, únicamente fue la huida hacia delante de un hombre indisciplinado y cruel por naturaleza.

En 1972, el director alemán Werner Herzog llevó la historia del explorador español al cine con Klaus Kinski en el papel principal. «Aguirre, la cólera de Dios» resultó un fracaso comercial, si bien la turbulenta y salvaje relación entre el director y el protagonista convirtieron la película es un objeto de culto. Kinski buscaba un Aguirre «salvaje, loco y desvariado», mientras que Herzog quería algo «más tranquilo y más amenazador». Las discrepancias artísticas entre ambos alcanzaron el enfrentamiento físico. La violencia del personaje resultaba contagiosa. ¿Cuál de los dos estaba más cercano de la auténtica personalidad del vasco?

La leyenda de un loco fiel a la Corona

En su mayoría los conquistadores eran aventureros que habían costeado su viaje con la venta de sus bienes en España. Viajaban al Nuevo Continente con la única ambición de hacerse ricos. El propio Cristóbal Colón, el primero de esta horda de buscadores de oro, menciona en su diario de a bordo 139 veces la palabra oro. Pocos tenían intención de regresar a España: «Elegir ser pobres en Panamá o ricos en Perú», que citó Francisco Pizarro antes de encaminarse a la aventura de su vida. No obstante, las promesas de ciudades talladas en oro y cubiertas de esmeraldas no pasaban en ocasiones de ser las mentiras que la población local arrojaba para librarse del acoso español. Y «el Dorado» fue el cuento que cobró más popularidad de todos aquellos.

Veinte años después de que Francisco de Orellana se estrellara buscando El Dorado, Pedro de Ursúa organizó una nueva expedición en 1560 para dirigirse a las profundidades de Sudamérica. El grupo de Ursúa estaba conformado por cuatrocientos soldados, que habían sido reclutados en base a su valentía y experiencia en campañas anteriores sin tener en cuenta su moral o su apego a la autoridad. Este detalle marcaría el terrible desenlace de la expedición: Lope de Aguirre era un buen representante de esta clase de estirpe militar, belicoso y valiente pero muy desobediente.

Nacido en 1511 en el Valle de Araoz (Oñate), el hidalgo vasco vio en su juventud cómo muchos conquistadores regresaban de América colmados de riquezas. Hacia 1536 decidió viajar él también a Perú y tomó partido con las fuerzas reales en la rebelión que enfrentaba a los conquistadores con la Corona para impedir que se suprimieran las encomiendas y se prohibiera explotar a los indios. Pronto Lope de Aguirre ganó fama como hombre especialmente violento y el más cercano al virrey Melchor Verdugo. La guerra contra Gonzalo Pizarro (hermano del célebre conquistador) y Francisco de Carvajal forzaron a Melchor Verdugo y a Lope de Aguirre a huir a Nicaragua.

Ya derrotados sus enemigos, en 1551, Lope de Aguirre regresó a Potosí para encontrarse nuevos enemigos; o, en términos de la leyenda, para hallar a su enemigo más odiado. El juez Francisco de Esquivel le acusó de haber infringido las leyes de protección de los indios y le sentenció a ser azotado públicamente. Con su orgullo de hidalgo herido, Aguirre persiguió a pie, descalzo, al juez a Quito, a Cuzco y a todos los lugares donde residió durante tres años y cuatro meses. Según el relato mitificado, en su persecución al más puro estilo del Conde de Montecristo o del cinematográfico «El Renacido» el vasco recorrió unos 6.000 kilómetros. Al fin, Aguirre consumó su venganza bíblica en la mansión del magistrado en Cuzco matándole mientras dormía.

En 1553 asaltó mortalmente al gobernador Pedro de Hinojosa también en Potosí. Condenado a muerte por estos delitos, Aguirre se salvó de la horca, en 1554, por intercesión del conquistador Alonso de Alvarado, que le reclutó para combatir al encomendero rebelde Francisco Hernández Girón. Bajo sus órdenes resultó gravemente herido en la batalla de Chuquinga, a consecuencia de lo cual sufrió el resto de su vida cojera en una pierna y quemaduras en sus manos. La corta estatura de Aguirre, sus heridas y ese aire atravesado daban al conjunto la imagen de un aguerrido hijo de Guipúzcoa: «Chico de cuerpo, flaco de rostro y rehecho de cuerpo, moreno, barbado ya que encanece».

Incluso el tiempo de esta generación de conquistadores estaba llegando a su fin en el nuevo y hostil continente, a mediados del siglo XVI. El virreinato de Perú había sufrido demasiadas guerras civiles seguidas en fechas recientes y precisaba de un plan para deshacerse de todos aquellos soldados pendencieros, aquellos guerreros de frontera que esperaban e incluso incitaban nuevos levantamientos para ganar más dinero.

El Dorado, una aventura sangrienta

En 1560, el virrey Andrés Hurtado de Mendoza organizó una expedición para la conquista del mítico El Dorado pensada, sobre todo, para alejar del Perú a los numerosos soldados y mercenarios que como Lope de Aguirre no podían más que causar problemas de orden público. Al mando del veterano Pedro de Ursúa, los expedicionarios navegaron a través del río Marañón (por ello adoptaron posteriormente el sobrenombre de «marañones») con un numeroso séquito de familiares y sirvientes, entre los que figuraba la joven hija mestiza de Aguirre, llamada Elvira.

Los primeros meses de viaje por el río Amazonas no arrojaron resultado alguno, sembrando la locura entre los soldados y el odio hacia el veterano Ursúa, quien solo parecía preocuparse por su amante mestiza Inés de Atienza, que era, a su vez, hija del conquistador Blas de Atienza.

El capitán Ursúa finalmente fue asesinado a puñaladas junto a su teniente general, Juan Vargas, y a su amante Inés la noche del 1 de enero de 1561, en un pueblo de indios de la provincia de Machífaron. El ideólogo de la conspiración fue Lope de Aguirre, si bien Fernando de Guzmán fue nombrado rey, Fernando I de Sevilla, para guardar las apariencias. Hubo de sucederse una cadena de asesinatos y sabotajes para que el poder cayera en manos de Lope de Aguirre, que, contrario al plan original de buscar El Dorado, encabezó una rebelión contra la Corona. Para ello, Aguirre debió eliminar a todo el que no estaba de su lado y, en última instancia, al propio Guzmán, ya entonces arrepentido de haber seguido los consejos de un tirano.

Con las manos todavía chorreando sangre de guzmanes, el vasco reunió a la tropa y se proclamó Ira de Dios, Príncipe de la Libertad y del reino de Tierra Firme y provincia de Chile. Todos los dominios americanos se convertían, a partir de ese momento, en objetivos de conquista, y los súbditos del Emperador pasaban a ser sus enemigos. Ordenó con este propósito seguir el curso del río hasta el océano y emprender la ocupación de Perú desde Panamá.

El 23 de marzo de 1561, Aguirre y 186 de sus hombres firmaron una declaración de guerra contra el Imperio español y el capitán tirano le mandó una carta a Felipe II explicándole sus planes de autogobierno. Escribió en una de las misivas dirigidas al Monarca con el sobrenombre del traidor:

«Mira, mira, Rey español, que no seas cruel a tus vasallos, ni ingrato, pues estando tu padre y tú en los reinos de Castilla, sin ninguna zozobra, te han dado tus vasallos, a costa de su sangre y hacienda, tantos reinos y señoríos como estas partes tienen. Y mira, Rey y Señor, que no puedes llevar con título de Rey justo ningún interés de estas partes donde no aventuraste nada, sin que primero los que en ello han trabajado sean gratificados. Por cierto lo tengo que van pocos reyes al infierno, porque sois pocos; que si muchos fuesen, ninguno podría ir al cielo, porque creo allá serían peores que Lucifer, según tenéis sed y hambre y ambición de hartaros de sangre humana; mas no me maravillo ni hago caso de vosotros, pues os llamáis siempre menores de edad, y todo hombre inocente es loco; y vuestro gobierno es aire (…) ¡Ay, ay! qué lástima tan grande que, César y Emperador, tu padre conquistase con la fuerza de España la soberbia Germania, y gastase tanta moneda, llevada de estas Indias, descubiertas por nosotros, que no te duelas de nuestra vejez y cansancio, siquiera para matarnos la hambre un día! Sabes que vemos en estas partes, excelente Rey y Señor, que conquistaste a Alemania con armas, y Alemania ha conquistado a España con vicios, de que, cierto, nos hallamos acá más contentos con maíz y agua, sólo por estar apartados de tan mala ironía, que los que en ella han caído pueden estar con sus regalos. Anden las guerras por donde anduvieron, pues para los hombres se hicieron; mas en ningún tiempo, ni por adversidad que nos venga, no dejaremos de ser sujetos y obedientes a los preceptos de la Santa Madre Iglesia Romana. No podemos creer, excelente Rey y Señor, que tú seas cruel para tan buenos vasallos como en estas partes tienes…».

Camino a la locura total: la muerte de su hija

A la cabeza de sus hombres, bajó por el Amazonas y se internó, después de meses y meses, en la inmensidad del Atlántico en embarcaciones apenas preparadas para navegar por ríos. La flotilla tomó la isla de Margarita e hizo presos al gobernador y a los miembros del Cabildo valiéndose de un ataque sorpresa. Después se apoderó al grito de «¡Libertad! ¡Libertad! ¡Viva Lope de Aguirre!» de La Asunción y de los pueblos vecinos. Antes de abandonar este territorio, el loco Aguirre (también llamado «el Tirano») mató a garrote al gobernador y al menos a 25 vecinos.

Su siguiente parada fue Borburata (hoy Venezuela), que también fue víctima del saqueo de los hombres de Aguirre. Allí se concentraron tropas y voluntarios bajo el estandarte real con la misión de frenar al rebelde. No lo consiguieron. En su intento de tomar Panamá ocupó Nueva Valencia del Rey provocando la huida de los vecinos a los montes mientras que otros se refugiaron en las islas del lago Tacaraigua.

Mientras parecía que el vasco estaba ganando la guerra contra el Imperio español, o más bien contra las exiguas fuerzas españolas en América, sus propios hombres empezaron a murmurar sobre la locura y el viaje hacia ninguna parte al que les conducía Aguirre. Las deserciones y las ejecuciones al mínimo rumor de deslealtad se multiplicaron con el paso de los días. Una anécdota novelada da cuenta del tipo de violencia desplegada por Aguirre. Un día un fraile que acompañaba la flotilla se permitió aconsejar al capitán vasco que no fuera tan cruel. Y porque le escuchó atentamente, atentamente lo mandó ahorcar. A continuación llamó a su presencia a un misionero de Parrachagua para arrepentirse de sus pecados; pero como el buen sacerdote «no quisiera darle la absolución, ordenó también colgarlo, sin duda para que hiciese compañía al otro fraile ahorcado».

No en vano, sus propios hombres, tan crueles y feroces como su líder, no se quedaban a la zaga y le traicionaron cuando las tropas reales a cargo de García de Paredes les mantenían cercados. Tras una marcha agotadora por la sierra a principios de septiembre de 1561, abrasado por la fiebre, Aguirre fue llevado en una hamaca por sus hombres hasta Valencia del Rey. El 22 de octubre entraron en Barquisimeto, en cuyas casas desiertas estaban fijadas cédulas de perdón dirigidas a los hombres de Aguirre. Los soldados se burlaron de las notas pero secretamente las guardaron para asegurarse la deserción. Poco a poco, el vasco fue quedándose aislado.

En un último arranque de desesperación, Aguirre apuñaló a su hija, Elvira, «la cual él mató con una daga, diçiéndola que más valía que muriese siendo hija de rey que no que la llamasen después hija de traidor». Ese mismo día, el 27 de octubre de 1561, uno de sus hombres le disparó un arcabuzazo, pero solo consiguió rozarlo y causar la burla de Aguirre: «No me habéis hecho nada» -exclamó. Pero un segundo tirador sí consiguió matarlo en el acto.

El maestre de campo García de Paredes –hijo bastardo del gigante extremo que sirvió al Gran Capitán en Italia– ordenó que le cortasen la cabeza al cadáver, que su cuerpo fuera descuartizado y que sus restos se los dieran de comer a los perros con la excepción de su cabeza, que fue expuesta como aviso a navegantes en El Tocuyo (Venezuela), y de sus manos, llevadas a Trujillo y Valencia.

En un juicio post mortem realizado precisamente en El Tocuyo, el vasco fue declarado culpable del delito de lesa majestad y varios de sus seguidores condenados a muerte. Felipe II prohibió citar su nombre y declaró a sus hijos de toda naturaleza «infames por siempre jamás, e indignos de poder tener honra ni dignidad ni oficio público, ni poder recibir herencia ni manda de pariente ni de extraña persona».






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