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viernes, 18 de septiembre de 2015

El Vocero Podemita de Aznar

Para la izquierda española, antes española que izquierda, ETA siempre será un misterio inescrutable. Y es bien sabido que a los intelectos pusilánimes lo desconocido le genera pánico... y que el pánico muchas veces se expresa con ira y rencor.

Para muestra, el botón que nos ha dejado Juan Carlos Monedero en un texto que es desmenuzado con otro texto publicado en el portal de Rebelión:


José Antonio Gutiérrez D.

Hace unos meses, Monedero decía sin desparpajo que la inmamable, violenta, marginalizada, sucia, contaminada, deshumanizada y desigual Bogotá, era una “aldea gala” por la paz, ignorando todas las verdaderas “aldeas galas” que se han construido en medio del conflicto colombiano, desde el Catatumbo hasta el Putumayo. Dio charlas y entrevistas en las cuales atacó a las posiciones revolucionarias, con un discurso de cuño contra-insurgente, amalgamando toscamente a los guerrilleros con los paramilitares.

Pero ahora ha demostrado que lo que le falta a él es, en realidad, brújula política. En un exabrupto titulado “Nunca obedecieron leyes los golpistas: Venezuela y Leopoldo López” (y reproducido en el portal Rebelion.org), en apariencia escrito en defensa de la decisión de encarcelar a Leopoldo López en Venezuela, se dedica a atacar deshonestamente al movimiento independentista vasco y, de paso, a todos quienes defendemos posiciones revolucionarias. Siempre he sostenido que la crítica es fundamental en la construcción de cualquier proceso emancipador. Es la crítica la que distingue a un movimiento revolucionario de una secta religiosa. Creo que, así como el gobierno venezolano no está y no puede estar exento de la crítica, tampoco ningún movimiento insurgente, sea el que sea, puede estar más allá de la crítica. No me cabe ninguna duda de que las decisiones de ETA durante su campaña militar no siempre fueron del todo acertadas, que cometieron muchos, muchísimos errores, tanto ellos como todo el sector progresista y revolucionario que los apoyó. Creo que quizás muchos de esos errores pueden haber contribuido un granito de arena a aislarlos de otros sectores de la clase trabajadora en el Estado Español con los que compartían, objetivamente, más en común que lo que les separaba. Pero lo de Monedero no es crítica: es la repetición ad nauseam de todos los lugares comunes y vulgaridades intelectuales de un Aznar respecto a la cuestión vasca y la sacrosanta “lucha contra el terrorismo". Monedero ha interiorizado todo ese rosario y lo reproduce, paradójicamente, en defensa de un sector de la izquierda. Su artículo apela a los mismos elementos emotivos que ha agitado la derecha del PP durante décadas, y busca ingenuamente que ese sector de la opinión pública española se solidarice con el pueblo venezolano por ese dolor compartido por el “terrorismo” –el de ETA en un caso, el de las guarimbas en el otro.

Equiparar a las hordas de Leopoldo López con los independentistas vascos es una grosería injustificable. Distorsionar las cosas hasta hacer la realidad irreconocible, diciendo que López llamó a la “kale borroka” es algo perverso. Esto es ignorar los orígenes, las causas estructurales, las fuerzas que sustentan ambos proyectos, así como sus objetivos y horizontes sociales. Para Monedero no existe la lucha de clases. Al igual que para la socialbacanería colombiana, el eje que realmente divide las opciones políticas es la adhesión o no a la legalidad (burguesa); su bandera de lucha es la defensa de esa legalidad de esa sociedad capitalista y no su transformación. Equiparar rebelión con terrorismo es una genuflexión ideológica a lo más retardatario del pensamiento neoconservador, un exabrupto propio de un Uribe, de un Aznar, de una Thatcher, de un Bush, no de alguien que se dice ser de “izquierdas”. Machacar el discurso anti-terrorista sin definir el terrorismo, es aceptar, tácitamente, las definiciones del establecimiento.

Pero el trasfondo del artículo va más allá: es una defensa de la sociedad burguesa y del capitalismo en general, y al capitalismo español en particular. ¿Así que no respetan leyes los golpistas? ¿Así que, aun cuando estemos ante un sistema ilegítimo, tenemos que respetar sus leyes? ¿Quién dijo que hay que aceptar de buenas esa camisa de fuerzas legal impuesta a los pobres y a la clase trabajadora por parte del bloque dominante? Una cosa es denunciar la hipocresía legalista de la derecha burguesa; otra muy diferente, terminar defendiendo al cretinismo leguleyo como la más alta expresión de una política de izquierdas. ¿Ignora acaso Monedero que esa España que él defiende mantiene su unidad gracias a una monarquía cleptocrática instalada por una dictadura nazi-fascista mediante el asesinato sistemático, la desaparición y el desplazamiento de millones de republicanos desde la década de los ’30? ¿Por qué los vascos, o de hecho cualquier otro ciudadano del Estado Español deberían aceptar la legitimidad de ese régimen? Denuncia Monedero la “inclemencia de los encapuchados” sin condenar la frialdad del Estado para torturar, asesinar y desaparecer a revolucionarios en masa –España, según él, sencillamente se equivocó. Pero en últimas, los verdaderos culpables son los “terroristas” vascos: es debido a su maldad intrínseca que el Estado Español perdió el rumbo de esas sacrosantas tradiciones humanistas inauguradas por el generalísimo. Las víctimas ahora son los militares, gendarmes y policías. Ahí se encuentra el pensamiento de Monedero (quien afirmó, sorprendentemente, que Podemos existe porque ETA “ya no mata”) con esa socialbacanería colombiana, jarta y cansona, que dice que las FARC-EP son responsables de todos los males de Colombia: sin ellos, supuestamente, no habría habido paramilitares, ni falsos positivos, ni torturas, y cuando desaparezcan, desaparecerá la excusa del Estado para oprimir… ¡El pensamiento utópico de la burguesía en su expresión más cándida! Sin embargo, esta lógica no resiste el menor análisis.

Al final, el artículo de Monedero refleja lo que realmente representa el proyecto político de Podemos: la apropiación de la indignación de buena parte de la juventud y de los sectores más golpeados por la crisis económica europea, para canalizarla por los cauces institucionales de un sistema desacreditado, y así lavar la imagen del capitalismo y su Estado mediante reformas cosméticas. Estas opiniones se convierten en verdaderamente criminales en un contexto que, debido a la profundidad de la crisis sistémica, requiere de claridad ideológica y una radicalidad constructiva. Este exabrupto de Monedero, por lo menos, aclara que el compromiso fundamental de él y sus áulicos es con la defensa de la democracia burguesa, no con su transformación. Es preferible esta claridad a su apropiación de un lenguaje libertario, que en el fondo jamás han compartido, para cuentear sobre democracia participativa y sobre un “cambio” al cual casi nunca definen con claridad.






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