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jueves, 31 de enero de 2008

Atahualpa Yupanqui

Así es, aunque se queden sorprendidos a Atahualpa Yupanqui le corría sangre vasca por las venas.

Esta información nos llega gracias a Vascos México:

El centenario del nacimiento de Yupanqui se conmemora hoy en Cerro Colorado

Cien años de Atahualpa

Héctor se ufanaba de su mezcla: "El silencio del mestizo y la tenacidad del vasco"

Hoy hace un siglo, Higinia Haran daba a luz en Campo Cruz, Buenos Aires, a Héctor Roberto, segundo hijo de su matrimonio con José Demetrio Chavero y quien años después, guitarra en ristre, se convertiría en Atahualpa Yupanqui, el 'payador' criollo vasco.

Imanol Basaraz

Y aunque me quiten la vida / o engrillen mi libertad / y aunque chamusquen quizá / mi guitarra en los fogones / han de vivir mis canciones en el alma de los demás". Versos prohibidos por Franco, versos cantados mil veces, versos de El Payador perseguido, canción que Héctor Chavero Haran (apócope del Aranburu original de su madre guipuzcoana) lanzaba al aire como Atahualpa Yupanqui (Tierra que viene de lejos y Quien cuenta algo), nombre-homenaje a su padre inca de aquel que se ufanaba por mezclar "el silencio del mestizo y la tenacidad del vasco", de quien cantaba en ese mismo canto del payador aquello de "eso lo llevo en la sangre / desde mi tatarabuelo / gente de pata en el suelo / fueron mis antepasados / criollos de cuatro provincias / con indios misturados".

Sus canciones también eran así, mitad silencio, mitad tenaces, con el desgarro de sus dos pueblos aflorando por la garganta y arrastrándose en las cuerdas de la guitarra, su guitarra, al entonar El Arriero, que luego Cafrune tomó prestado, o Camino del indio, Los ejes de mi carreta o la Milonga del solitario. En realidad, sus canciones siguen siendo así aún hoy, cuando todavía se cantan al cumplirse los cien años exactos del nacimiento de Héctor, luego Atahualpa, Don Ata, como se conocía al criollo vasco que vivió en París y cantó al mundo su rebeldía en forma de poemas que según él no eran tales porque no se decía poeta sino un "verseador, coplero, payador" salido de los libros del abuelo en un hogar pobre en el que ya se leía a Homero. A la Iliada se debió su nombre de bautismo e incluso el de Demetrio, su padre, dueño de aquella primera guitarra con la que descubrió a hurtadillas su pasión por la música. "En una sola cuerda recorría parte del diapasón buscando armar la melodía que más me gustaba: la Vidalita", recordaría ya famoso, ya Yupanqui.

Ese nombre lo adoptó con 14 años, convertido en discípulo del maestro guitarrista Bautista Almirón, quien le acercó al mundo de Fernando Sors, Albéniz, Granados y Tárrega. Autor, compositor e intérprete vocal e instrumental, Yupanqui es "un precursor y un maestro" que "utilizó sus canciones para marcar la existencia de situaciones injustas, pero que nunca sacrificó lo artístico por lo político en su quehacer poético", según el historiador argentino Félix Luna.

Desde los diecisiete años deambuló por el extenso territorio argentino combinando su vocación musical con trabajos de ocasión, incluso como periodista, sin olvidar su vocación por la libertad: tras participar en una revuelta contra los conservadores, estuvo exiliado dos años en Uruguay, hasta que regresó en 1936, un año antes de conocer a Paule Pepin Fitzpatrick, Nenette, el gran amor de su vida y con quien compartió la autoría de decenas de canciones que la mujer firmó con el seudónimo de Pablo del Cerro.

Afiliado al Partido Comunista en 1945, durante el gobierno de Juan Domingo Perón (1946-1955), Yupanqui prácticamente no grabó ni actuó en público, fue detenido ocho veces y pasó varios meses preso en una cárcel de Buenos Aires. Su refugio fue Cerro Colorado, un villorrio del norte de la provincia de Córdoba (centro de Argentina), donde había adquirido una finca y en la que hoy se celebra su centenario con diversos actos.

Sin oportunidades en la Argentina de Perón, en 1948 resuelve probar suerte en París: "Yo era todavía un don nadie. Me tocó actuar en el mismo espectáculo junto a Edith Piaf, que en ese momento estaba en la cumbre. Su humildad hizo que esa noche fuera yo la estrella y ella la segunda figura: por imposición de ella yo abrí y cerré el espectáculo. Cosas así no se olvidan", recordaría el artista. El éxito en París fue rotundo. Al año siguiente dio más de sesenta conciertos en toda Europa y unos años después, en los 60, decide probar suerte en España, donde en poco tiempo alcanza la popularidad, aunque abandona el país cuando los censores franquistas intentan supervisar sus letras. "Yo no le pido permiso a nadie para cantar mis canciones", afirmó entonces Yupanqui, quien se afincó finalmente en Nimes (Francia) hasta su muerte en 1992, a los 84 años, casi en silencio, como cuando ante las prohibiciones se retiraba callado a sus versos de perseguido: "No me nombren que es pecao / y no comenten mis trinos / yo me voy con mi destino / pal lao donde el sol se pierde. / Tal vez algunos recuerden / que aquí cantó un argentino.


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