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La pregunta es a Ibarretxe, ¿y esta violencia quién la condena?
GORKA LUPIAÑEZ MINTEGI
Tras haber sido detenido y brutalmente torturado tanto física como psicológicamente, querría poner de manifiesto al acoso al que he estado sometido durante estos últimos meses a manos de la Ertzantza. He sido secuestrado, amenazado, insultado, retenido ilegalmente, víctima de una paliza, perseguido, torturado... Todo ello, como es lógico, ha influido en mi vida personal creándome un sentimiento de inseguridad.
Como denuncié en diciembre del año pasado, dos ertzainas me detuvieron ilegalmente y me llevaron al monte Bitaio, sufriendo allí durante dos horas todo tipo de amenazas. Los siguientes días recibí en casa sus llamadas amenazantes, diciéndome que si no colaboraba con ellos iban a hacer todos sus esfuerzos para que mis padres perdiesen sus puestos de trabajo y que me iban a detener bajo la acusación de pertenencia al comando Bizkaia. También me decían que estaban dispuestos a producirles daño físico a mis parientes, o a mí mismo. Los insultos también eran constantes; asesino, hijoputa, gilipollas, salva patrias de mierda...
Mi coche también ha sido registrado en numerosas ocasiones, de arriba abajo, aunque no han cogido nada, la tapicería la he encontrado bastantes veces fuera de su lugar (las tapas de los altavoces en el suelo, arrancada la tapicería...).
El 24 de septiembre me ocurrió esto. Cuando iba donde un amigo, a Tolosa, en la entrada del pueblo vi un coche de la Ertzantza. La entrada de Tolosa es una larga recta, allí estaba el coche de la Ertzantza, en doble fila y con las luces de emergencia puestas. Para adelantarle, y como es debido, di el intermitente de la izquierda, y pude observar como tras adelantarle, el coche vino detrás de mí completamente pegado. Paré en un semáforo, y ellos se pusieron a mi lado, había dos carriles en la misma dirección, y me dijeron “¡¡Síguenos y aparca donde te diga!!”. Yo, alucinado, hice lo que me habían dicho. Paramos delante de la comisaría de Tolosa, y mientras ellos venían hacia mi yo esperé dentro del coche. Entonces uno de ellos me agarró del jersey y llevándome casi a rastras, me puso contra una pared, de forma muy violenta. Yo les pregunté qué ocurría y porque me hacían aquello, y ellos me ordenaron que me callase: “¡¿Qué haces tú aquí?! ¡Bichos como tú no los queremos en este pueblo! ¡No queremos que vuelvas nunca más a este pueblo! ¿A qué has venido, a romper la paz? ¡Igual que tú nos odias, nosotros te odiamos a ti...!”. Todo esto sucedió entre insultos, patadas... No me dijeron cual había sido la razón de que me parasen. Después registraron el coche de arriba abajo y me dejaron ir sin decirme nada, aunque eso sí, esta vez entre amenazas e insultos. Los dos ertzainas tendrían entre 35-40 años, uno mediría 1.90 y el otro 1.85. El más alto, era moreno de piel y llevaba el pelo engominado y peinado hacia atrás, y el más bajo, tenía pelo corto. Los dos tendían el pelo moreno.
La detención que ocurrió el 12 de noviembre de desarrolló de esta forma. A las 8.30 de la mañana, tocaron el timbre. En casa estábamos mi madre y yo. Tras registrar toda la casa (lo hicieron entre tres), y después de tres horas, se llevaron papeles, disquetes, calendarios... de mi padre, y también papeles del teléfono de casa. Se llevaron poca cosa que fuera mía.
El trato para conmigo en casa fue normal, aunque una vez salimos de casa y el agente judicial se había ido, su actitud cambió a mal. Desaparecieron la educación y los buenos modales utilizados hasta entonces.
Primero me llevaron al aparcamiento de la comisaría de Durango. Creo que allí metieron a otro detenido en la furgoneta, aunque no estoy seguro. De allí me llevaron a Arkaute, realicé todo el viaje esposado y en un espacio muy reducido. Sé que era Arkaute, porque la furgoneta tenía una pequeña ventana. Una vez en Arkaute y tras quitarme el reloj, las pulseras... me notificaron la incomunicación y me llevaron al hospital de Txagorritxu, sobre las 15.30 horas, porque el médico me dijo la hora.
En Arkaute, tras meterme en la celda, y sin perder tiempo, me cubrieron la cabeza con una toalla y me llevaron a una sala de interrogatorios. Por el pasillo pude oír portazos y gritos, y que estaba puesta una música tétrica muy alta. Todo ello me produjo mucho miedo. Nada más meterme en aquella habitación, me colocaron contra la pared de forma muy violenta, en lo que ellos denominaban en “posición de spiderman” o “postura de gozar”. Esto es, con las piernas flexionadas y muy abiertas y los brazos en forma de L, hacia arriba y la cabeza mirando hacia arriba. Los gritos, las amenazas, los golpes, los insultos son aterradores. Muy aterradores! Tengo entre cuatro y ocho interrogadores gritándome al oído constantemente “¡Asesino!, ¿Cuándo entraste en ETA? ¿Cuántas citas has tenido? ¿Dónde, con quién? ¿Dónde están las armas? ¡Hijo de puta! ¡Gilipollas! ¿A quién has captado? ¿Quién te ha captado a ti? ¡Te voy a violar! ¡Sufre hijo de puta!”, estas preguntas duran horas y horas, días y días. Tener a todos literalmente encima, porque están encima de mí, me produce mucho estrés. Casi hasta la locura. También me obligan a permanecer en posturas forzadas, esto es, los interrogadores me retuercen los brazos, las piernas, la cintura... Desde el primer momento me dan patadas muy fuertes en el tobillo izquierdo, y aunque me lo dejan hinchado y les digo que me duele mucho, (esto ocurre el martes por la tarde), no me quieren llevar al hospital. Aún así, al ver que el tobillo no mejora, el miércoles por la noche me llevan al hospital, a urgencias. Allí me dicen que tengo un esguince en el tobillo, y el médico les dice a los ertzainas que en tres semanas no puedo apoyar el pie en el suelo, y que tengo que tener el pie en un lugar alto. Las patadas me las dan mientras estoy contra la pared en “posición de spiderman”, de forma que no puedo ver quien me golpea. También me dan puñetazos en las costillas y en el estómago. Los puñetazos me los dan con la zona de la mano donde hay mas carne. También me golpean con la mano abierta en la cabeza (en la parte trasera y en la zona de los oídos), y también por todo el cuerpo. Hay que tener en cuenta que todo lo que estoy contando me lo hacen todo a la vez. Y como he dicho antes, los gritos, las amenazas, los golpes, las palizas, los insultos, los portazos, las posturas forzadas... se suceden durante horas, sin tener tiempo para descansar.
Me dan tres “descansos” en 24 horas. Digo descansos entre paréntesis, porque en realidad no hubo descanso alguno: 15 minutos por la mañana, 30 por la tarde antes de que viniese el médico, y 15 minutos por la noche, en el calabozo, donde tenía que permanecer de pie y mirando contra la pared. En estos “descansos”, en ocasiones venía al calabozo donde me seguían interrogando. En aquellos “descansos” tenía oportunidad de comer y beber algo, nada más.
Durante los cinco días que duró la incomunicación estuve empapado en sudor. Aunque estaba reventado físicamente y me caía al suelo sin fuerza una y otra vez, no me dejaban en paz. Es más, a partir del segundo día las cosas se endurecieron mucho, me hicieron creer que a mi madre le había dado un infarto y que la tenían detenida en el hospital de Galdakao, simulando en dos ocasiones que me iban a llevar allí. Me obligaron a elegir entre hacer flexiones o que me propinasen una paliza, al no elegir yo ninguna, me propinaron una paliza entre dos ertzainas sobre todo, aunque en aquel momento había unos 8 interrogadores en la sala de interrogatorios. La paliza fue sobre todo, patadas, puñetazos y empujones. Uno de los que me estaba asestando la paliza, creo que era el jefe de la operación, y el otro, el que me machacó tanto física como psicológicamente durante los cinco días. También me sobaban todo el cuerpo, en más de una ocasión, me metían la mano bajo el chándal y me acariciaban el culo. Al final también me obligaron a hacer flexiones.
Cuando me encontraba sin fuerzas, hacían simulacros de que me violaban. Me ponían contra una mesa y hacían como que me daban por el culo. El jueves, cuando me encontraba completamente “zombi” (el jueves y el viernes estuve completamente zombi) me obligaban a ponerme de rodillas. Yo me negaba a arrodillarme, y uno de ellos con un golpe de kárate o algo parecido, me tiró al suelo, provocándome mucho dolor. Y al acabar, me colocó algo en la cabeza que sonó clic. Me dijeron que en aquella ocasión había tenido mucha suerte, pero que la siguiente me iban a matar. No pude ver qué era lo que provocó aquel ruido, porque como ya he dicho, en aquellos momentos no era persona. Parecía una marioneta, porque si ellos no me sujetaban, me caía al suelo. Y en ocasiones así lo hacían, me soltaban para que me cayese. Prosiguieron las palizas, los gritos, las amenazas... sin que me dejasen descansar. Y aunque controlaban que no perdiese el conocimiento, el jueves lo pierdo en dos ocasiones y el viernes en una. Como pude observar, me controlaban de esta forma para que no perdiese el sentido: cuando se me ponían los brazos completamente blancos y las uñas de color morado, me dejaban sentarme durante cinco minutos y de nuevo me obligaban a levantarme. En los cinco minutos en que permanecía sentado, me sorprendía una cosa, que aunque yo no lo quisiera, se me movían las piernas y los brazos, era como cuando tienes escalofríos.
También me tiraban agua en bastantes ocasiones por encima para que no me quedase dormido. Cuando estaba completamente sin fuerzas y no era capaz de levantarme, me arrastraban por el suelo estirándome de los brazos.
Aunque aquella música tétrica estaba muy alta, podía oír como torturaban a mis compañeros. Aquella sensación era terrible, en más de una ocasión llegué a oír lloros.
Después de haber pasado por el hospital (a causa del esguince), durante los tres siguientes días me hicieron estar “a la pata coja”. El esfuerzo que tenía que hacer era terrible. Pero aún así, como ya he dicho, el jueves y el viernes no era persona. Nunca he sentido mi cuerpo tan débil, tenía agotadas todas mis fuerzas, parecía que pesase 200 kilos. No era capaz ni de mover un solo dedo. Recuerdo que cuando me caía al suelo me obligaban a levantarme, porque si no me iban a dar una paliza. Yo quería levantarme pero no tenía fuerzas, estaba como bloqueado. No podía mover el cuerpo. Me propinaron otra paliza. El viernes me pusieron grabaciones de autoinculpaciones de mis amigos.
Muchas veces parecía que los interrogadores estaban drogados, se les deformaban las caras. Tenían los ojos como salidos y la piel como deshidratada, les salían manchas rojas y blancas. Se ponían muy violentos, muy excitados.
El segundo día tuve alucinaciones, veía ventanas en todas las paredes. No sé si sería a causa del cansancio, o por qué, pero las sufrí. Esto solo me ocurrió el segundo día.
Reconocería a los que tomaron parte en los interrogatorios. Algunos por la forma de hablar parecían guipuzcoanos, y todos los demás alaveses. Eran todos muy grandes. Uno tenía barba y llevaba gafas, era guipuzcoano, era el más bajo, mediría 1.80 más o menos, tenía pelo corto y moreno. El que yo creo que era el jefe de toda la operación, estaba muy fuerte, no era de esos súper cachas, pero era muy fuerte, llevaba el pelo peinado hacia atrás, castaño, mediría 1.80 ó 1.85, y no sé de dónde podría ser. Otro era “gangoso”, era muy grande, este sí que era grande y feo, mediría 1.90 ó 1.95, tenía canas y nariz grande. Había otro que era muy moreno de piel y era alavés. Tenía una mirada muy atemorizante, y mediría sobre 1.80 ó 1.85. el que más me golpeó de todos, había empezado a quedarse calvo, mediría 1.85 ó 1.90 y tenía el pelo corto y moreno. Era muy fuerte, y diría que era alavés. Había otro que llevaba la cara tapada con una capucha todo el tiempo. Otro tenía gafas y diría que era guipuzcoano. A los demás no les pude ver la cara. Los agentes de custodia de los calabozos también se iban turnando, e iban encapuchados en todo momento. Cuando me llevaron a que me duchara, y aunque llevaba capucha se le veía que uno de ellos tenía barba y era pelirrojo, era muy grande también.
Otra cosa que me sorprendió, es que todos tenían el mismo olor, un olor químico muy fuerte.
La temperatura del calabozo, tengo que decir que era buena, pero como salía completamente sudado de los interrogatorios, allí me quedaba frío. En las salas de interrogatorio hacía mucho calor, eran unas salas muy pequeñas. Yo estuve en tres salas diferentes, dos eran bastante pequeñas, y la otra era un poco más grande. La más grande tenía uno de esos espejos como de las películas. Y en todas había una mesa, dos sillas, y en una de ellas también había un ordenador. En otra había un teléfono. Había mucha luz. Las paredes eran blancas y el suelo también, con baldosas. Las baldosas eran blancas pero de esas que están compuestas con cachitos.
Después de permanecer contra la pared y de que me hubiesen arrastrado por el suelo, tuve una herida en la rodilla izquierda. Estos son los síntomas que tenía: mucho miedo, ansiedad, cansancio, mareos... Y el último día comencé a sangrar por la nariz.
La pregunta es a Ibarretxe, ¿y esta violencia quién la condena?
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