Si leemos con especial atención este editorial de La Jornada dedicado a la tragedia de Beslan, donde decenas de niños han sido asesinados por "rebeldes" chechenos, puede uno entender por qué las prisas de parte de José María Aznar y su camarilla por vincular a la organización antifascista vasca ETA con los atentados en Madrid aquel aciago 11 de marzo.
El tema no ha quedado ahí, a la fecha, tanto antiguos integrantes del equipo de gobierno de Aznar así como líderes de opinión en los medios de comunicación insisten en que si bien ETA no fue la autora de los hechos debe de haber un vínculo entre la misma y ese ente fantasmagórico al que se denomina Al Qaeda. Pero ellos, los de la banda de La Moncloa saben muy bien que ETA no lleva a cabo acciones sin ton ni son, sino al contrario, cada una de ellas ha ido dirigida a representantes de los diferentes estamentos estatales españoles así como a símbolos del imperialismo económico.
¿Pero qué es lo que está quedando fuera del relato?
No es tema menor.
El que no se haya mencionado en los textos hasta ahora publicados acerca de lo ocurrido en Osetia del Norte la estrategia desarrollada por la CIA en los diferentes países islámicos, financiando y dotando tanto de inteligencia como de armamento a los grupúsculos más retrógradas que los Saud les han ido indicando, precisamente con la intención de acotar el área de influencia de la antigua Unión Soviética, es un déficit informativo terrible. Los analistas no están viendo el bosque por quedarse a observar el árbol.
Recordemos la utilización de los mujaidines en contra de las tropas soviéticas desplegadas en Afganistán así como el crecimiento exponencial registrado por los talibanes. Todo ello le convenía a Washington y a Riad pues con ello se controlaban la producción y la cotización de hidrocarburos. El negocio de la heroína fue tan solo la cereza en el pastel.
Estos que tomaron rehenes a niños de entre cuatro y catorce años para después ejecutarlos a sangre fría no son diferentes a los que colocaron bombas en trenes atestados de obreros y de estudiantes. Su forma de pensar tampoco es muy diferente a la de aquellos que ordenaron el bombardeo de Gernika... o el de Hiroshima... o el de Gaza.
Las acciones de los primeros benefician la estrategia geopolítica de los segundos, no lo olvidemos ni por un segundo.
Así que, habiendo dicho lo anterior, les compartimos el texto:
La crisis de la civilización
Vivimos en el horror cotidiano y las matanzas y genocidios casi nos acostumbran a la "normalidad" de la muerte cruenta y masiva. Desde Auschwitz y Dachau hasta los gulags soviéticos, la matanza organizada y planificada científicamente de millones de personas ha deshumanizado a la propia muerte, simplemente porque se trataba de enemigos políticos del régimen. Durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de Estados Unidos borró del mapa, con bombas atómicas, dos ciudades japonesas que no eran blanco militar. Años más tarde bombardeó y arrasó con napalm a Vietnam. Reinstauró así la noción nazi de la responsabilidad colectiva de los pueblos por los actos de sus gobernantes, lo que le permitió bombardear Panamá causando miles de muertos civiles, o arrasar Serbia, Afganistán e Irak. En diversas regiones de África, las disputas de las grandes potencias han provocado o permitido que se perpetren grandes y olvidadas matanzas. No cesa la guerra colonial de Israel contra los palestinos, con sus miles de muertos y sus destrucciones, mientras Washington amenaza con invadir a Irán, e Israel con agredir a Siria, y la tesis central de los halcones en Washington es la "guerra preventiva".
La vida humana ha perdido todo valor y los fundamentalistas de todo tipo, desde Bush hasta los integrantes de Hamas, desde los independentistas chechenos hasta Ariel Sharon, consideran simples "daños colaterales" la muerte de niños, mujeres, personas indefensas, cuando intentan asestar un golpe sangriento a su enemigo. Como Millán de Astray y los fascistas franquistas gritan "¡viva la muerte".
El caso terrible de la escuela en Osetia del Norte ilustra una vez más que vivimos en un ocaso de la civilización que podría llevarnos a la barbarie. Aslan Masjadov, el líder checheno desconocido por Moscú, lo ha calificado de "respuesta inhumana desesperada" provocada por los "innombrables crímenes contra la humanidad perpetrados por Rusia". Es cierto, las muertes de 42 mil niños chechenos en edad escolar perpetradas por el ejército ruso son una acción inhumana, pero, como inquiere uno de nuestros lectores, ¿quién puede, en su sano juicio, pensar que existe alguna "causa", por más puros o ruines que sean sus fines, que justifique tomar en rehenes a niños, y ejecutarlos? ¿Para aleccionar a quién? ¿De qué? ¿Con qué lógica? ¿Quién, en su sano juicio, decide arremeter contra un grupo armado, habiendo niños de por medio? ¿En defensa del sacro principio de autoridad? ¿Qué demostraron? ¿A quién?
No es secundario cómo se llegó a la masacre. El petróleo del mar Caspio no es ajeno a este drama. Rusia necesita del dominio de Chechenia para controlar el oleoducto que va desde Bakú y termina en el puerto de Novorossiysk, en el mar Negro. El operativo de los terroristas chechenos es injustificable, pero el hecho de no dar plena independencia a Chechenia y de optar por la represión masiva, o de colocar tropas de elite en torno a la escuela, pone al gobierno de Vladimir Putin bajo sospecha: marca su desdén por la vida de los rehenes. El gobierno ruso prefirió, en la confusión, mantener una guerra colonial y recurrir a los mismos métodos de los terroristas. La humanidad, horrorizada, dice no a estos enemigos de la civilización. No existe otra posición éticamente admisible.
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