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domingo, 24 de noviembre de 2024

¿Qué Clase de Nación?

Les compartimos la editorial que Naiz le dedica a la movilización que ha llevado a cabo EH Bildu en Bilbo:



Claro que Euskal Herria es una nación y que, como es negada y su voluntad democrática no es respetada, debe reivindicar periódicamente esa naturaleza política colectiva, ese ser que va acompañado de un querer ser. En el ejercicio de manifestar la identidad nacional, como ocurrió ayer de forma masiva en las calles de Bilbo, como ha sucedido de forma sostenida a lo largo de la historia contemporánea vasca, se refleja esa voluntad colectiva y a su vez se alimenta el debate político y la prospección social y cultural.

Ayer también se proyectó una capacidad organizativa, una ambición comunitaria y una oferta política original. EH Bildu tomó impulso para confrontar, cooperar y negociar los ejes que moldean su acción.

Cuando esta fuerza política está inspirada, sus propuestas son imaginativas. Si se concentra, puede ser muy eficaz. Claro que, cuando se desvía de su camino, puede ser torpe como pocas. La amplia familia abertzale se adapta a los equilibrios de poder que condicionan su práctica política con una mezcla particular y variable de realismo e idealismo.

Se ha comprobado esta semana, además de en la movilización de ayer, en el debate sobre fiscalidad, el traspaso de la competencia de Tráfico o el pacto sobre Los Caídos en Iruñea. En estos años, EH Bildu ha sido capaz de atraer talento y lograr que muchos de sus cargos transmitan una credibilidad que contrasta con la suspicacia social hacia la política.

A pesar de ello, sufren presiones injustas por parte de grupos y personas que exigen que el resto acate sus deseos particulares. Sin duda, los cargos se pueden equivocar y se puede discrepar de sus ideas, pero poner en duda sus credenciales militantes en terrenos como la represión, la memoria, el feminismo o el euskara es deshonesto. No obstante, los mecanismos de debate y participación exponen los apoyos; y los comicios, la conexión con las mayorías sociales.

Sus almas emancipadora y disciplinada conviven con periodos de mayor y menor armonía. Sin duda, es permeable a las tendencias que afectan a la sociedad, también a la pulsión reaccionaria. El retraso de otros en temas como el feminismo o el ecologismo le da quizás una falsa sensación de cumplimiento que frena avances y cambios estructurales necesarios.

El soberanismo de izquierdas es un movimiento de gente comprometida y desconfiada a la fuerza. Rebelde y solidaria, sus tradiciones de lucha han forjado un legado bien considerado incluso por sus adversarios, a los que periódicamente sorprende. Una década después del giro estratégico, desde Jonathan Powell hasta José Luis Rodríguez Zapatero reflejan ese influjo. No es un movimiento previsible y, no obstante, suele ser coherente.

Por fases y barrios, a veces esa reflexión colectiva tiende a la frustración y otras a la ilusión, guiada por percepciones no siempre ajustadas a la realidad. En perspectiva, el «pueblo abertzale de izquierdas» tiene razones para mostrarse orgulloso, pero si se despista corre el riesgo de caer en el ensimismamiento. Su colectivismo mantiene a raya al ego humano, gracias a una historia de resistencia y sacrificios que, en general, pone a las personas en su sitio. Está por ver si el paso del tiempo y el turbonarcisismo erosionan esos grandes valores.

Ante los retos inabarcables del momento histórico, solo partiendo de la autoexigencia y la humildad podrá crecer la ambición nacional vasca. Para quienes Euskal Herria y sus habitantes son prioridad, es hora de acertar: en la lectura sobre las relaciones de poder y opciones de pactos en diferentes ámbitos; en la urgencia de revertir la decadencia institucional y social; en las alianzas para articular mayorías; en los plazos y las fórmulas para avanzar en la democracia, la igualdad y la libertad. En definitiva, acertar en la oferta política para toda la nación y su ciudadanía.




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