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sábado, 2 de noviembre de 2024

Egaña | La Gauche Caviar

A la izquierda militante no la engañan los de la izquierda caviar, Iñaki Egaña lo deja claro con este texto que ha publicado en su perfil de Facebook:


La Gauche Caviar

Iñaki Egaña

Quienes tenemos ya unos años y venimos de una cultura mestizada por la cercanía de la muga, nos quedamos con la frase que se hizo celebre en los círculos a la izquierda del presidente francés Mitterrand y que se engarza en el título del artículo, la izquierda caviar. Mitterrand llegó a la presidencia en 1981, sobrepasando por un suspiro a Chirac, convocó elecciones y su partido, el PSF, las ganó con mayoría absoluta. Incluyó a cuatro comunistas en su gobierno, y estableció diversas medidas progresistas, nacionalizaciones y demás. Alguien lo comparó al Allende que unos años antes la CIA había hecho caer en Chile. Unos meses después, Felipe González llegaba a la Moncloa y se anunciaba en nuestros estados vecinos un cambio en profundidad. González y Mitterrand estaban en sintonía, incluso para dejar la OTAN.

La idea del cambio degeneró en poco tiempo. Mitterrand no cumplió su promesa del departamento vasco y se alió con el estado profundo para que la historia la manejara a su antojo. Hasta los de Greenpeace vieron cómo eran asaltados y su barco referencia dinamitado, mientras que González se dedicaba a dar rienda suelta a toda la policía franquista que cambió las siglas del BVE por la de los GAL. Ambos descubrieron que el poder no sólo se refiere al hecho de ordenar la vida política, sino también a llevar la propia a la cúspide de la pirámide social. Las relaciones de poder, o lo que es lo mismo, de dominación y subordinación. Estas relaciones se suponen y son más que evidentes en la vida pública. Pero también acaparan la privada. Mitterrand y González descubrieron los salones de Versalles y la Zarzuela, el boato, aquella existencia que hace un siglo estaba únicamente reservada a la aristocracia más selecta.

Y fue entonces cuando esa izquierda maltratada, traicionada en sus esperanzas, denunció lo que se mostraba con toda su crudeza. Ambos, junto a su séquito, eran izquierdistas de pacotilla. La condición humana, en consecuencia también la militancia, lleva aparejada la prueba del algodón. Desde un despacho, un ordenador, un púlpito… la revolución, el reparto de la riqueza, y la toma del Palacio de Invierno, puede tener soportes sólidos. Pero el método científico avala únicamente lo que la praxis es capaz de corroborar. Cayeron mitos y nombres pomposos, revestidos de rojo. Uno tras otro. Siguieron reivindicando el socialismo, el comunismo, el federalismo, mientras descorchaban una botella de Moet Chandon, vestían chaquetas de Emilio Pucci, los fines de semana rebosaban de farlopa y ejercían su poder eligiendo con quien tener sexo.

Quienes tenemos ya años, como relataba al comienzo del artículo, hemos conocido decenas de antiguos compañeros que a la mínima posibilidad eligieron mantener el celofán y saltar la que un día habían considerado línea roja. La gauche caviar, los champagne socialists británicos o la beautiful people española. Y ese camino ha hecho mucho daño a la izquierda del Primer Mundo. Por una sencilla razón, le ha restado credibilidad. ¿Cómo creer a u dirigente político, a un cuadro militante, cuando su experiencia vital, a la vista en su vida pública y cada vez más en la privada, está presentando lo contrario a lo que predica?

Es precisamente lo que ha sucedido con el líder y portavoz de una formación política hispana, referente en el discurso de la izquierda en conceptos además aún no asimilados por el conjunto de una sociedad educada durante siglos en la supremacía de género. También sucedió con los lideres de otra formación aparentemente hermana de la anterior, cuando dos de sus referencias -pareja-, adquirieron una vivienda socialmente inadecuada. Entonces el debate pareció centrarse en que era del todo lícito. Efectivamente. Pero que no diera lecciones.

En nuestra singularidad, sin embargo, son mayoría aquellas y aquellos que contribuyen a mantener viva la llama de la rebeldía. Quizás no sean tan duchos en la teoría que emana de academias y en los debates políticos. Pero los siento en mi alrededor. Y lo han hecho anónimamente durante décadas, dejando relatos de autor desconocidos porque, precisamente, su vida pública no aparece en los informativos. Estamos rodeados de compañeras y compañeros que han llevado a la práctica, quizás sin saberlo, esa teoría que nos desbrozaron quienes nos han precedido. Sin alardes.

Un estudio en profundidad nos enseñaría que esa comunidad anónima, que cada día intenta reventar esta maldita sociedad sustentada en el enriquecimiento de unos pocos, está salpicada de tintes realmente socialistas, comunistas, anarquistas, me atrevería a decir que incluso pre-políticos. ¿Cómo entender sino esos miles de voluntarios que preparan y reparten cenas solidarias, que ayudan a cruzar el Bidasoa, que limpian los plásticos de las playas y montes, que levantaron las ikastolas de la nada, asociaciones de vecinos, comités pro-amnistía, antinucleares? ¿Cómo entender que la universidad es espacio de formación teórica del mismo modo que lo puede ser la fábrica? Aquellos de la gauche caviar de la década de 1980 o los actuales de 2024 deberían saber lo que es fichar en una máquina antes de entrar al tajo y trabajar a turnos.

Todas estas microhistorias nos han forjado como comunidad. En la cercanía las conocemos. Pero en la lejanía, desde París o desde Madrid, se desdeñan. El Atturri y el Ebro parecen hacer de parapeto para la comprensión. Esa izquierda francesa o española miraba por encima del hombro, mostraba sus credenciales universales y teóricas para acotarnos como aldeanos. Sin Lenin, Marcuse, Habermas, Marchais, Negri, Badiou, Althusser… nos deberíamos quedar huérfanos. No seré yo quien desplace a pensadores universales. Pero sin la calle no hay cambio. Y por eso, algo habrá en la izquierda vasca que mantenga su constancia. Y no sólo por su sindicalismo. También por su compromiso (casi diez mil presos en medio siglo). El resto, queridos camaradas, postureo.

 

 

 

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