Las manifestaciones en favor del pueblo palestino se han multiplicado por toda la geografía de Euskal Herria desde el principios de octubre del año pasado cuando el ente sionista iniciase su más reciente campaña de limpieza étnica en Gaza.
La crueldad de la que hemos sido testigos estos últimos once meses ha invitado a no cejar en el compromiso para visibilizar los crímenes de lesa humanidad cometidos por quienes ante la comunidad internacional se hacen aparecer como las víctimas.
Pero no se equivoquen, dicha solidaridad no inició hace apenas un año, el pueblo vasco ha sido solidario con el pueblo palestino desde hace décadas e incluso este blog ha dejado registro de ello a lo largo de su existencia.
Quienes tampoco se deben equivocar con respecto a la raíz de esa solidaridad con los palestinos son los propios adeptos a la religión judía. Recuerden, ni todos los judíos son sionistas ni todos los sionistas son judíos y lo que ha estado ocurriendo en Palestina poco o nada ha tenido que ver con el judaísmo y si todo que ver con el sionismo, una expresión más del fascismo que en su momento enarbolaron Churchill, Hitler, Mussolini y Franco.
Porque así como en este blog hay fe y constancia de la solidaridad hacia los palestinos, también lo hay con respecto al trato respetuoso que en Euskal Herria, a pesar de sus avatares con las potencia vecinas, ha tenido para con quienes profesan la religión judía. Las publicaciones en ese sentido son varias.
Dicho lo anterior, desde el portal de El Salto traemos a ustedes este reportaje que hace una compilación de información a ese respecto, misma que compartimos sin dejar de señalar algo que parece ser una discrepancia; los actuales herederos ideológicos de quienes en el pasado persiguieron al judaísmo son hoy los más férreos defensores de lo que hoy están haciendo Netanyahu y sus esbirros.
Aquí la información:
Los judíos en la tierra del euskera
Un repaso de la acogida que les brindó el Reino de Navarra tras su expulsión de Castilla y Aragón, a la red clandestina que los ayudó a cruzar la muga durante la ocupación nazi de Francia y las relaciones con el Estado de Israel
Unai AranzadiEn la localidad vascofrancesa de Kanbo hay un monumento en memoria de aquellos que combatieron el fascismo durante la segunda guerra mundial. Esculpido en su parte más alta y fuera del alcance de la mano, hay un símbolo que ha pasado desapercibido pese a ser, probablemente, único en el mundo. Se trata de un lauburu circunscrito en una estrella de David, recordatorio de un tiempo en el que el pueblo de Abraham obtuvo auxilio de los vascos para cruzar las fronteras naturales que hoy, como ayer, suponen el río Bidasoa y el comienzo de los Pirineos Occidentales.
La frontera entre los estados francés y español, la muga para los vascos, suponía un último escollo a sortear antes de abandonar la Francia ocupada desde la cual, nazis y colaboracionistas, deportaron a miles de judíos entre 1942 y 1944 (muriendo 72.500 de los 75.000 que llegaron a los campos de exterminio del Tercer Reich).
El campo de concentración de Gurs, a las puertas de Iparralde
Con el fin de poder sortear esa frontera, los Aliados crearon la red de escape clandestina Réseau Comète, en la que experimentados mugalaris (personas especializadas en hacer contrabando) tuvieron un papel crucial, salvando la vida de pilotos británicos, miembros de la resistencia y decenas de civiles judíos. Para no olvidarlo, todos los meses de septiembre, varios descendientes de esos supervivientes se acercan a Euskal Herria con el fin de recorrer, de mano de los nietos de los mugalaris, las mismas rutas por la que salvaron la vida sus antepasados judíos.
Otros, con peor fortuna, fueron apresados e internados en el campo de concentración de Gurs, en Bearne, a las puertas de Iparralde. Allí, muchos prisioneros judíos compartieron espacio, aunque no barracones, con exiliados vascos, entre otros colectivos victimizados. Referentes ya clásicos de la historia del humanismo y las letras como Hannah Arendt o Jean Amery encarcelados en este punto lograron salvar la vida.
El campo, que es hoy un memorial y museo, fue levantado en 1939 para albergar a los refugiados que habían perdido la guerra civil contra Franco y sus aliados alemanes e italianos. Dormían en unos barracones mal impermeabilizados, con falta de abrigo, pésima alimentación e higiene, así que el tifus y la disentería hacían estragos.
Allí aún podemos encontrar un amplio cementerio judío y cristiano con lápidas con nombres como Olga Goldberg, Max Adler o Arthur Lowenstein, producto de las 1.100 muertes que se dieron en el campo. En algunas de ellas incluso vienen rubricados sus lugares de origen; poblaciones tan lejanas como Nizhyn (Ucrania) o Bucarest (Rumanía). Se calcula que de los 18.185 prisioneros judíos de Gurs, casi 4.000 terminarían en Auschwitz.
La llegada de los judíos a Euskal Herria
Los historiadores aún no han conseguido ponerle fecha a la llegada de los judíos a Euskal Herria. Sea como fuere, empieza a estar bien documentada a partir de la Edad Media, al tiempo que se consolidaba el Reino de Navarra alrededor del año 1000 d.C. Su lengua primaria era el romance y algunos hablaban hebreo. No se tiene constancia de que muchos dominaran el euskera, la lengua vehicular del pueblo, pero sí que usaron sobrenombres eusquéricos (como ederra o beltza); dado que esta era la lengua mayoritaria tanto en Navarra como en las provincias vascas, es probable que no pocos lo hablasen.
Pese a las diferentes ordenanzas discriminatorias que sufrirían siglo a siglo, los miembros de la comunidad hebrea mostraron gran vitalidad y destacaron como prestamistas (labor prohibida a los cristianos), artesanos, cirujanos, joyeros y fabricantes de paños. Curiosamente, durante cientos de años los judíos no estuvieron presentes en la región más septentrional del reino navarro, Nafarroa Beherea (hoy estado francés), sino siempre al sur y por debajo de la capital, Iruñea.
Lizarra es la primera plaza en dejar constancia de una aljama, aunque donde los israelitas fueron más numerosos fue en Tudela, de cuya popular judería partió en 1159 Benjamín de Tudela, escritor que plasmó en un libro (precursor mundial del género viajero) sus aventuras por ciudades tan lejanas como El Cairo, Bagdad o Constantinopla. En muchas otras poblaciones navarras como Olite, Cascante o Tafalla, el pueblo hebreo también tuvo una presencia destacada.
Iruñea también albergó una aljama, del mismo modo que en Araba (ya dentro de la Corona de Castilla, como el resto de lo que es hoy la Comunidad Autónoma Vasca) existían las de Gasteiz, Laguardia y Salvatierra. En Gipuzkoa la presencia fue muchísimo menor y más difícil, teniendo constancia de ellos en Arrasate, donde se enfrentaron a varias ordenanzas en su contra. La Villa de Bilbao, importante punto de comercio vizcaíno, pero con un concejo proteccionista, fue otro de los lugares en los que no pudieron avecindarse, permaneciendo la mayor parte de ellos en Balmaseda, enclave neurálgico del tránsito comercial de la lana que salía de Castilla con destino al puerto de Castro-Urdiales, desde donde se despachaba por mar a otros puntos de Europa.
Un acuerdo de siglos en Judimendi que casi rompe la dictadura franquista
Trágicamente, el edicto de Granada firmado por los Reyes Católicos en marzo de 1492 tras la conquista de la ciudad, marcó un antes y después para el devenir de los judíos en casi toda la península ibérica. Quien no se convirtiera al cristianismo disponía de cuatro meses para abandonar el Reino de Castilla y Aragón (incluía la actual Bizkaia, Gipuzkoa y Araba).
Un rastro importante de aquella traumática expulsión se puede percibir actualmente en el barrio de Judimendi (“monte de los judíos”, en euskera) de Vitoria-Gasteiz. Para que quede constancia de ello, las instituciones vascas han celebrado varios homenajes y erigido un monumento que recuerda que en este monte estaba el cementerio de la vibrante comunidad hebrea. En aras de salvaguardar la integridad y memoria de sus antepasados, los judíos salientes y las autoridades locales de hace 500 años acordaron un pacto: el procurador de la ciudad, Juan Martínez de Olave, se comprometía a respetar el antiguo cementerio hebreo, prohibiéndose labrar o edificar sobre ese espacio desde el 27 de junio de 1492.
Se respetó durante siglos, pero en el siglo XX el consistorio de la dictadura franquista estuvo a punto de construir sobre lo que es hoy el parque de Judimendi, una operación urbanística contra la que intervino la comunidad sefardí en la diáspora (los judíos expulsados y sus descendientes se autodenominan así por provenir de Sefarad, término bíblico usado para referirse a la península ibérica).
Producto también del edicto real que en 1492 ponía fin a siglos de convivencia intercultural entre musulmanes, cristianos y judíos, la mayor parte de la fructífera comunidad israelita de Balmaseda –unos 100 habitantes– tuvo que abandonar Bizkaia. De este modo, la comunidad vasca pasó a ser netamente católica, quedándose sin sinagogas, aljamas, puertas con la mezuzá en la entrada, ni gastronomía kosher.
Refugio en el Reino de Navarra
El destino buscado por miles de los judíos expulsados del nuevo reino de Castilla y Aragón sería una parte de la geografía peninsular aún no conquistada por los Reyes Católicos: el Reino de Navarra. Un lugar no exento de episodios antisemitas sangrientos –como la matanza de Lizarra en 1328–, pero que gozaba de un marco relativamente tolerante hacia confesiones minoritarias. Sin embargo, el antisemitismo que desde el exterior iban irradiando los Reyes Católicos sirvió para alimentar nuevos edictos como el que prohibía a los judíos salir a las calles de Olite, Tafalla o Tudela a ciertas horas de la semana.
Las aljamas navarras, que tenían sus propias ordenanzas e incluso funcionaban de forma autónoma (siempre y cuando no afectaran los menesteres de la Corona), se vieron cada vez más cercadas por los aires intimidatorios que la recién creada Inquisición propagaba desde la vecina Castilla. Llegado el año 1498, con una Navarra en declive y el antisemitismo al alza por la inestabilidad que esta decadencia generaba en el reino, los judíos no fueron expulsados por decreto, sino que su religión fue prohibida y todo aquel que no se convirtiera al cristianismo tenía la obligación de marcharse. ¿Cuál sería el destino de muchos de ellos? Una vez más, no muy lejos, en otro rincón de Euskal Herria.
Rumbo a Iparralde
“Pase y vea nuestra sinagoga. Es de 1837. La construyeron sefardíes como yo, venidos de Navarra en 1498, y otros de la expulsión de Portugal, que se produjo un año antes”. Patrick, un hombre de mediana edad, es uno de los voluntarios que cuidan de la sinagoga de Baiona, en el barrio de Saint-Esprit, también conocido por los vascofranceses como “la pequeña Jerusalén”.
Fue hasta aquí donde escaparon muchas familias judías de origen vasconavarro. Muchas abrieron panaderías en las que hasta hace poco se podía comprar el pan challah para celebrar el sabbat; otros aprendieron de los guipuzcoanos a preparar el cacao que traían de América los navegantes, exportándolo al resto de Europa donde aún no se conocía.
De Baiona salió la iniciativa que en los años cincuenta pidió a las autoridades franquistas no violar el acuerdo de Judimendi en Vitoria-Gasteiz, además del apoyo para construir en 1904 la sinagoga de Biarritz, no tan majestuosa como esta de Rue Malbec en Baiona, pero muy singular porque, además del rito sefardí, incluía el askenazi, dada la presencia de judíos venidos del Imperio ruso y otros rincones del Este y Centroeuropa.
Abriendo el impresionante portón que da al espacio de culto, otra voluntaria llamada Fabienne se afana en explicarlo todo. El parojet, ese gran velo que cubre el arca donde se guardan los rollos de la Torá, está abierto. Sobre su cabeza se yergue un enorme candelabro de siete brazos al que los judíos se refieren como menorah. Y en el centro de toda la planta se encuentra la tevá, un gran estrado hecho de maderas finas desde el cual se da lectura a los textos sagrados.
Algunos barcos que llevaron judíos a Palestina tras la caída del nazismo fueron capitaneados por marinos de Bermeo, Muskiz o Algorta
Preguntada sobre qué tipo de comunidad tienen en el lado francés del País Vasco, responde: “Cada vez somos menos en la región –evita dar datos concretos–. Muchos de han marchado. Dos de mis tres hijos están en Israel”. Los vascos también tienen mucho que decir del éxodo de los judíos a Palestina en calidad de protagonistas. Algunos de los barcos que más judíos llevaron de Europa a puertos como el de Haifa poco después de caer el Tercer Reich fueron capitaneados por marinos de Bermeo, Muskiz o Algorta.
En la actualidad, la ciudad de Haifa tiene una calle llamada Captain Steve, cuyo verdadero nombre era Esteban Hernandorena Zubiaga. En un solo viaje transportó a 15.000 personas judías a bordo de dos buques. No fue, ni mucho menos, el único voluntario vasco implicado en el transporte de población judía a Palestina. Se cree que fueron decenas –mayormente de Bizkaia– quienes facilitaron la partida de miles de exiliados a lo que en 1948 terminó siendo el Estado de Israel y que supuso la expulsión de 700.000 personas palestinas que acabaron siendo refugiadas en su propia tierra.
El himno no oficial del Estado de Israel con melodía popular vasca
Las relaciones institucionales entre los diferentes equipos del Gobierno Vasco e Israel han existido desde entonces, como también otras, ya de carácter individual, pero no menos anecdóticas. Es el caso de una popular melodía vasca que se convirtió en el himno no oficial de judaísmo mundial, Pello Joxepe. Lo explicó un día en un recital su responsable, el cantautor Paco Ibáñez Goristidi: su madre, guipuzcoana, le cantaba el tema cuando él era niño y un día de 1960 lo interpretó en un café de París repleto de artistas y exiliados. Allí, al fondo de unas mesas, estaba la cantante y poetisa judía, Naomi Shemer. Conmovida por la canción, le puso su propia letra y así nació Yerushalayim shel Zahav (Jerusalén de oro), el tema más popular de la historia de Israel. Este dato es desconocido para la mayor parte de su población porque la autora negó el plagio toda la vida; solo lo admitió pasados los años, en una carta a una amiga.
El cementerio de Baiona es otro lugar que hace especial la presencia judía en la tierra del euskera. De 1689 y tiene más de 3.000 sepulturas, convirtiéndola en una de las necrópolis judaicas más grandes de Europa. No es la única de este departamento: en la Bastida-Clairence hay otra, mucho más pequeña, fundada alrededor de 1620 tras la llegada de los judíos expulsados de Navarra, Castilla y, sobre todo, Portugal.
Según cronistas del siglo XIX como Léonard Laborde, en Baiona existió un cementerio aún más antiguo que el actual. Hipotéticamente estaría situado en la zona del fuerte que está sobre el barrio de Saint-Esprit. Hoy en ese recóndito lugar el paseante puede disfrutar de una de las mejores y menos conocidas panorámicas de Baiona. ¿Estuvo bajo este espacio el primer cementerio judío de País Vasco francés? Aún nadie ha podido confirmarlo, pero Laborde da pistas de lo que hasta el siglo XIX debió ser el corazón judío del barrio de Saint-Esprit.
Entre la fascinación y los prejuicios, lo resumió así: “El silencio y la quietud reinan por todas partes durante el día. Los pasos de los raros habitantes del lugar, de piernas vacilantes, y costumbres singulares, turban solamente el silencio misterioso. Por la noche, a la luz de una bujía de resina resulta uno extrañado al ver un grupo de hermosos niños jugar a las cartas en el umbral de una puerta; tienen la cara ennegrecida o embadurnada como los gitanos, sus ojos son claros y sus cabellos rubios. Es que estamos en el Fuerte, detrás de la vieja iglesia de San Juan, desaparecida más tarde con su poderosa encomienda. Por otra escalera se baja a la calle Maubec. Pero antes de esto nos encontramos delante de la poco monumental puerta abierta en la propiedad Tavarez, y cuyo montante debió de pertenecer a la puerta del primitivo cementerio israelita. Allí, bajo un cobertizo, había todavía en el siglo XIX un fragmento de losa funeraria con unas inscripciones hebraicas”.
Con ese viejo cementerio por descubrir o sin él, desde las callejuelas que recorren la parte trasera de la Rue Maubec, esto es, la Rue de la Cabotte y Tombeloli, se accede a otro de los desconocidos tesoros de la comunidad judía que perdura hasta nuestros días. Se trata de la segunda mikve más antigua del estado francés, registrada en 1752 y que se cree activa desde mucho antes. Una mikve o mikvah es una pequeña cisterna de agua corriente (para el judaísmo el agua “purificadora” nunca ha de ser estanca) en la que las mujeres se debían bañar siete días después de su ciclo menstrual. Los hombres también estaban llamados a realizar allí otro tipo de abluciones, pero para los sefardíes, no de forma regular.
Cerrada al público, como la sinagoga de la ciudad, solo se puede acceder para llevar a cabo rituales o visitas concertadas. De vuelta a la sinagoga de la Rue Malbec, la voluntaria Fabienne reflexiona sobre la relación entre vascos y judíos, así como todo lo que unos ignoran de los otros: “Creo que aún nos queda mucho aprendizaje mutuo. Espero que ayude el pequeño museo que hemos inaugurado aquí en la asociación. Nos falta mucha financiación y lo atendemos como podemos, pero deseo que sirva para estrechar lazos”. Junto a Patrick, cierra las puertas del templo.
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