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sábado, 9 de mayo de 2020

Egaña | Los Supuestos Orígenes del Fanatismo

Desde su muro de Facebook Iñaki Egaña nos ofrece su análisis del panorama político que rodea al segundo aniversario de la culminación del componente de la desmovilización dentro del proceso de DDR de ETA. 

Desde este blog le recordamos a la comunidad internacional que, cumplidos los componentes de desarme y de desmovilización, solo faltaría el de la reintegración a la normalidad no solamente de los militantes en activo de la organización hasta el momento de la desmovilización, sino también de los presos políticos, de los exiliados y de los deportados. Pero es que hay que señalarlo muy claro, mientras los dos primeros componentes dependieron solo de ETA y de la sociedad vasca no hubo obstáculo que no pudiera ser vencido. El problema es que el tercer componente, el de la reintegración, depende por completo en la voluntad política tanto de París como de Madrid... y ahí es donde se complica el asunto pues ninguno de las dos metrópolis muestra el menor grado de arrepentimiento con respecto a su postura intransigente y conculcadora de derechos.

Adelante pues con el escrito de Iñaki:


Iñaki Egaña

Se han cumplido dos años desde la declaración de Arnaga, con la que se oficializaba la disolución de ETA, el movimiento surgido en 1958 en un entorno político excepcional. En el momento de su desaparición era la organización político-militar más veterana del planeta, por delante de las FARC o del ELN colombianos. Entre las opositoras, se entiende. El aniversario, como era de esperar, ha generado interpretaciones diversas sobre su recorrido.

Y entre ellas, una que se va imponiendo desde la sala de máquinas unionista (Memorial) que unifica el mensaje sobre el conflicto vasco. Porque el conflicto vasco, o el español-francés o como quieran denominarlo, sigue abierto sin ETA, como también existía antes de que surgiera en aquella década de 1950, grisácea como las tonalidades del Guernica de Picasso. Y esa interpretación revisionista está relacionada con la aseveración de que no hubo conflicto y, en consecuencia, el relato de la militancia y el hábitat de ETA es el del fanatismo convertido en accidente.

Hasta hace bien poco, esta premisa estaba invalida para el franquismo, por el hecho de que algunos militantes de ETA de aquella época se bajaron del tren y militaron posteriormente en opciones como PSOE, PNV, PP o Ciudadanos. Y había que ponerlos como modelo. Pero a medida que el tiempo corre y su recuerdo y actividad se va difuminando, la ofensiva para llenar de fanatismo toda la historia de la organización armada va tomando mayor cuerpo. Ejemplos, en los discursos de antiguos revolucionarios recolocados en el escaparate mediático haciendo esfuerzos en aparecer en la fotografía, en proyectos audiovisuales o en las lindezas de analfabetos que hacen gala de su ignorancia.

Ese relato evita el contexto. Euskal Herria era una tierra herida, y esa cuestión se obvia, como tantas otras crónicas. Ekin, el embrión de lo que fue ETA, surgió apenas 14 años después de concluir la guerra civil, de que se impusiera un estado fascista, anclado en el terror y en la limpieza étnica y social. Campos de concentración, campos de exterminio, prohibición de hablar en euskara, exilio para decenas de miles de vascos, prisión para otros tantos, tortura. En la cercanía.

De ese lindante 11 de setiembre de 2001, en que un grupo de yihadistas atacó las torres gemelas de New York y el Pentágono en Washington han pasado 19 años. Del 11 de marzo de 2004 en que otros grupos salafistas provocaron la masacre de Madrid, han acaecido 16 años. Más aún que las referencias de ETA sobre su pasado. Y ambos acontecimientos, New York y Madrid, siguen influyendo con una estela alargada sobre nuestro presente. Y ahora me dirán que el nacimiento de ETA se fundó en “supuestos” o “falsos” mitos del “nacionalismo vasco”. ¡Anda ya!

La herida de nuestra tierra era descomunal. Negarlo o introducirlo en el baúl de los mitos, o difuminarla en la tragedia europea para despojarla de relevancia es un acto político premeditado, de quienes precisamente se han detenido repetidamente en ocultar sus crímenes y han gozado de una impunidad endémica.

Y es que, aunque parezca mentira, los relatos imperantes, oficiales si gustan, continúan sesgados por una línea visible de tintes coloniales. España no ha superado en la modernidad, no ha querido o no ha podido, su naturaleza histórica. La mentalidad que cohesiona el Estado tiene genes coloniales, universales por otro lado.

El escritor kenyata Ngugi wa Thiong´o lo explica con maestría en la época que conoció su despertar literario, coincidente con la del nacimiento de ETA. Para la inteligencia británica, el movimiento anticolonialista era una especie de psicosis colectiva que se manifestaba en forma de violencia. El sistema vigente español, fuera franquismo, fuera democracia parlamentaria, es algo natural y como tal, cualquier desafío representa una manifestación de fanatismo.

Ngugi escribió sobre el horror, y la tortura, para provocar un “estado de sumisión permanente”. Hasta el Kurtz de Joseph Conrad observaba el horror que había desatado en el corazón de las tinieblas. Pero para el régimen, para ese sistema que se reproduce hasta hoy, siguiendo el hilo de Ngugi, “era que los sorprendieran con las manos manchadas de sangre”. Ya lo dijo en 2001 el hoy candidato a lehendakari Carlos Iturgaitz: “los que estamos a favor de la unidad de España hemos causado cero víctimas”.

Euskal Memoria está concluyendo un trabajo monográfico sobre los presos políticos vascos que han estado dispersados en las prisiones españolas y francesas, desde 1960 hasta ayer. Cerca de 8.000. Un escándalo bajo la alfombra. La mayoría torturados antes de entrar en prisión. ¿No hay conflicto?
Vaya que si lo hay.

En términos coloniales, el tiempo en este recodo del Cantábrico se ha detenido, como si la energía, la masa y la velocidad de la luz de la fórmula de Einstein se descolgaran por una grieta acolchada. La gestión militar de la pandemia ha sucedido a un acontecimiento que para algunos les llenó de sorpresa, la elección de Denis Itxaso como delegado del Gobierno en la Comunidad Autónoma.

Un cargo repleto de horrores, por el que pasó el general Sáenz de Santamaría, entre otros. Que tuvo en La Cumbre su sede, cuando precisamente torturaron a Joxean Lasa y Joxi Zabala antes de llevarlos a enterrar en cal viva a Bussot. Un cargo que sustituye, como la Audiencia Nacional hizo con el TOP o el Tribunal contra la Masonería y el Comunismo, a la figura colonial del virrey.

El aspecto de policía, de súper policía en este caso, está presente en esos nuevos colonizadores, Tíos Tom si quieren. Cipayos modernos, almohadillados para el poder. Cuando desde su puesto de responsable foral de Cultura, Itxaso censuró en 2016 una exposición sobre las prisiones porque aparecían en la misma dos trabajos artísticos de presos de ETA, reveló su temple. Un valor en alza para Interior. No hay artistas, periodistas, filósofos o psicólogos cuando se trata de defender la naturaleza de España. Entonces el deber llama a ser madero.






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