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lunes, 15 de enero de 2018

La Génesis del Rock Radical Vasco

Les compartimos esta mirada - un tanto sesgada - a la música contestataria vasca de los años 80 del siglo pasado mediante este artículo publicado por El Correo Vasco:


El historiador David Mota Zurdo repasa en un nuevo libro la génesis del Rock Radical Vasco y la evolución de la censura

Carlos Benito

Siempre resulta difícil identificar el ‘big bang’ de un movimiento musical, pero en el caso del Rock Radical Vasco (RRV) una buena elección sería la aparición del grupo vizcaíno Vulpess en el programa ‘Caja de ritmos’ de Televisión Española. Su interpretación de ‘Me gusta ser una zorra’ desató un escándalo mayúsculo que puso a prueba la tolerancia de la Transición, con la correspondiente denuncia de la Fiscalía por escándalo público, pero también provocó una onda expansiva que alcanzó Euskadi y desencadenó unos efectos imprevisibles. David Mota Zurdo, historiador de la UPV, utiliza aquella actuación de abril de 1983 como punto de partida para su libro ‘Los 40 Radikales’, un repaso a «la música contestataria vasca» que analiza con especial detalle el estrecho vínculo entre punk y política surgido a mediados de los 80.

Porque, mientras los medios conservadores de Madrid clamaban contra aquellas vascas deslenguadas, en Euskadi se iniciaba un fenómeno inesperado: organizaciones de la izquierda abertzale como Herri Batasuna o Jarrai se dieron cuenta, al constatar la magnitud del revuelo, de que el punk podía servirles como rentable instrumento político. Hasta entonces, esa esfera ideológica había despreciado el nuevo movimiento, incluso el rock en general, por considerarlo una «forma cultural foránea» vinculada al consumo de drogas. Del mismo modo, la mayoría de las bandas de punk se habían centrado en gritar contra el sistema, sin mostrar gran interés por el nacionalismo. Pero de aquel acercamiento abertzale surgió una simbiosis que habría de marcar el rock vasco de los 80: Mota Zurdo recuerda cómo la etiqueta RRV se acuñó en octubre de 1983, con ocasión de un concierto en Tudela, y en marzo de 1985 se puso en marcha la emblemática gira ‘Martxa eta Borroka’, que incluía charlas y debates organizados por HB y fue definida por ‘Egin’ como «muestra de músicas al servicio de unas ideas».

«HB tuvo acceso a un importante sector juvenil olvidado, es decir, a potenciales votantes desatendidos por los partidos políticos tradicionales y a los que le unía una inspiración política antisistema. Accedió a una vía diferente de hacer política, la música punk, aunque el movimiento hubiera nacido con una clara vocación antiestatista y apolítica y su aspiración última fuera la canalización del desencanto juvenil. Por su parte, la música punk se benefició del impulso de la escena local, ya que HB invirtió tiempo y dinero en su fomento», resume el autor. De algún modo, el RRV resulta comparable a la fase más oficialista de la Movida madrileña, en el sentido de estar amparado y amplificado por políticos. «En los dos hubo intención de servirse del discurso musical para llegar a la sociedad, es decir, ciertos colectivos políticos buscaron la instrumentalización de ambos movimientos con fines electoralistas o identitarios. Hubo diferencias debido al contexto: el del RRV, violento y radical; el de la Movida, hedonista y pop. Mientras unos daban prioridad a grupos que dibujaban una sociedad en conflicto constante, los otros aspiraban a ofrecer una imagen culturalmente más ‘moderna’ de la ciudadanía», deslinda Mota Zurdo.

Entre Kortatu y Eskorbuto

No todas las bandas reaccionaron igual ante la repentina simpatía abertzale y su inyección económica. Mota Zurdo bucea en las hemerotecas para comprobar los efectos que tuvo aquel cambio en el rock vasco, donde hubo grupos fuertemente ideologizados, otros que siguieron el juego con mayor o menor convicción para acceder al maná de los conciertos, unos pocos que rechazaron visceralmente la nueva etiqueta y también algunos que quedaron marginados del proceso por no encajar en sus presupuestos estilísticos. «El grupo emblemático del RRV fue Kortatu, no solo por sus letras, sino porque, en pleno apogeo de la etiqueta, Pablo Cabeza (‘Egin’) reconoció que Kortatu había ayudado a que el rock no se viera como enemigo de la cultura vasca por ‘su claro y rotundo posicionamiento abertzale’. En la contraparte se encontró Eskorbuto, icono del antitodo punk, que buscó combatir el RRV porque lo consideraba un negocio ‘entre los partidos y los grupos como Kortatu’», plantea el autor.

Ya a finales de los 80 había quienes, como Kike Turmix, hablaban del «enterramiento del RRV», pero este se mantuvo en relativa buena forma durante la década siguiente, con presencia cada vez mayor del euskera. ¿Qué ha quedado de aquello? «Más bien poco, aunque asistimos a un ‘revival’ de la escena de los 80, con giras como la de ‘Esto no es Rock Radical Vasco’», apunta David Mota Zurdo, que dedica la segunda parte de su estudio a los encontronazos de la música contestataria con la justicia y la censura, en una panorámica que excede el ámbito de Euskadi. El desalentador diagnóstico es que, desde la ‘ley mordaza’, resulta más difícil criticar al sistema con canciones: «El termómetro de la libertad de expresión está a un nivel muy bajo. Cualquier expresión que se sale de la norma ya no se considera simplemente excéntrica, sino que se busca criminalizarla y judicializarla». El libro recoge una declaración reciente de Berri Txarrak a ‘Mondo Sonoro’: «Hacer hoy una buena canción punk con una letra como las de Eskorbuto es muy complicado».



¿Habrán terminado de entender los de Eskorbuto la idiotez que constituye ser 'antisistema' pero estar a favor de la ocupación colonial de una nación?






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