¿Cómo olvidar al Mr. Yunioshi interpretado por el pésimo actor estadounidense Mickey Rooney en Breakfast at Tiffany's?
¿O el Ahmed Ibn Fahdlan del aún peor actor, este español, Antonio Banderas, en The 13th Warrior?
Sencillamente imposible.
Y ya ni siquiera nos vamos a meter en el tema de los actores afrodescendientes - Idris Elba y Tessa Thompson - que han estado ma$ dispuesto$ a aparecer como personajes mitológicos nórdicos en la serie de películas de Thor traídas a nosotros por Marvel Studios.
O la película Coco de Pixar que estuvo a punto de llamarse Día de Muertos.
Uf, la lista es larga... verbigracia a la gloriosa globalización neoliberal que todo, absolutamente todo, lo convierte en mercancía y que lejos de acabar con deformaciones culturales de antaño, las exacerba.
Dicho lo anteior, les traemos este excelente artículo dado a conocer en la página Código Nuevo, del cual nos enteramos por medio de la cuenta de Facebook conocida como Una Antropóloga en la Luna:
Edu SotosDa igual que sea Katy Perry vestida de geisha en los American Music Awards, dos luchadoras dándose sopapos peinadas con las trenzas guineanas ‘timinis’ o el disfraz de ‘africanos’ con hueso incluido en la cabeza de una chirigota de Cádiz. La apropiación cultural, la adopción o uso de elementos culturales por parte de miembros de otra cultura (de manera ofensiva o no), es uno de los fenómenos con más éxito de la globalización. Inunda la tele, el cine, las redes sociales y condiciona nuestra manera de vestirnos, peinarnos, entretenernos o alimentarnos.El caso es que lo hemos normalizado hasta tal punto que muchos jóvenes españoles asocian más llevar rastas a un su predilección por un género musical que a la religión rastafari o tomar té verde a una dieta fit que al budismo zen, por ejemplo. Pero, ¿nos hemos parado a pensar en las consecuencias a medio/largo plazo de esta apropiación de la cultura ajena? ¿Qué pensarán los chinos cuando ven a gente en un parque haciendo tai-chi sin que uno de sus paisanos les instruya en cómo hacerlo correctamente y pasándose por el forro todos los conceptos filosóficos/espirituales que implica su práctica? ¿Y los peruanos que nos vean presumir de nuestros ceviches caseros en Instagram? Son algunos ejemplos, pero hay miles.Para el colectivo a mujeres afrodescendientes/negras, Afroféminas, la apropiación cultural es algo que, aunque pueda parecer inevitable, podría hacerse mucho más llevadero (o al menos no ofensivo) con un poquito más de conciencia al respecto. “El problema de la apropiación cultural es que va acompañada de un desprecio hacia las personas que sí son poseedoras de esas culturas. Se imita de manera banal algunos aspectos de culturas que despreciamos y, de paso, a los individuos que pertenecen a ellas y que invisibilizamos en nuestras sociedades. Es ridículo, pero es brutal”, apunta la miembro del colectivo, Ayomide Zuri, por correo electrónico.En su opinión, la delgada línea entre compartir elementos culturales y apropiarse de ellos debe situarse en el respeto mutuo. “Tienes que molestarte en conocer aquello que vas a llevar. Cuando alguien en un colegio hace una fiesta africana y decide que todos vayan vestidos con taparrabos, está demostrando su total desconocimiento sobre África. Este estereotipo es el producto de las dinámicas de poder que contaminan las apropiaciones culturales. Mientras esto no se solucione cualquier apropiación de una cultura colonizada y subyugada está mal hecha”, apunta.Al parecer, uno de los principales problemas que el colectivo identifica a la hora de valorar el impacto de la apropiación cultural sobre las minorías en España es que no existe una conciencia al respecto y que, en ocasiones, forma parte del propio folclore popular y de celebraciones festivas muy arraigadas. “La apropiación cultural ha pasado desapercibida en España porque hasta ahora no había comunidades organizadas que alcen la voz par denunciarlo. Pero hay muchos ejemplos,las parodias de los gitanos en los medios de comunicación ridiculizando sus costumbres o como los blackface masivos en algunos lugares de España (Alcoy)”, recuerda la activista.En concreto, Zuri se está refiriendo a la Cabalgata de Reyes de Alcoy —en la que cientos de alcoyanos/as desfilan vestidos y pintados de ‘negrets’ por las calles entregando los regalos de la Navidad a los niños— como ejemplo más claro y reciente de apropiación cultural con la polémica añadida de que las autoridades del municipio alicantino pretenden que la misma sea declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. “Por desgracia hay infinidad de apropiaciones, casi siempre paródicas, en las que participan colectivos enteros de ciudadanos”, denuncia la portavoz de Afroféminas dando a entender los profundamente interiorizado que está este problema.Esta falta de conciencia, además, tiene toda la pinta de continuar si se piensa que las nuevas generaciones ven cada vez más normal usar las trenzas de la Kardashian o un bolso wayú (pueblo indígena de Colombia que subsisten en gran medida gracias a la venta de su artesanía) fabricado China, sin tener que justificarse o pararse a pensar en las consecuencias. “La juventud es producto de la sociedad en la que vive y crece. En la nuestra no hay conciencia del problema y por eso ellos la tienen aún en menor medida”, sentencia Zuri que aprovecha para invitarte a tomar conciencia del problema para no ser parte del mismo: “Que lea y se informe. La cultura no ocupa lugar y conocer y respetar a los demás te ayuda a respetarte a ti mismo”.Por último, la activista se muestra optimista respecto a los avances en España.“Hay una mayor conciencia en las comunidades racializadas que estamos haciendo una labor de denuncia y pedagógica en la sociedad. Esto cambia el tablero de juego, estamos aquí y vamos a defendernos y pedir que se nos trate con respeto, a nosotros y nuestras culturas”, concluye Zuri. Como ocurre con otras cuestiones sensibles que centran el debate en la actualidad, como pueda ser la identidad de género, todavía queda mucho camino por recorrer a la hora de tomar conciencia y crearnos una opinión fundamentada al respecto. Reflexionar sobre lo que hacemos y por qué lo hacemos es la mejor manera de ser coherentes y mejorar la convivencia entre tod@s.
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