Les compartimos este texto que Iñaki Errazkin ha publicado en su cuenta de Facebook:
Demócratas, criminales, terroristas
Iñaki Egaña
El lenguaje no es neutro como el agua no es incolora. Nos apuntan que analizada con un espectrofotómetro tiene una ligera coloración verde azulada. El diccionario español de la Academia, la que brilla y da esplendor, dice, lo acabo de mirar por si ha sido borrado, pero no es así, que el euskara (vascuence) es “aquello que está tan confuso y oscuro que no se puede entender". No utilizan semejante definición ni para el mandarín, suahili o copto.
Algo similar, la manipulación del lenguaje, encuentro todos los días cuando abro las páginas de la prensa escrita. Hace tiempo que pensaba escribir sobre ello, y la excusa la encontré recientemente en el atentado perpetrado por una pareja en California (EEUU) contra un centro de discapacitados y que provocó 16 muertos. Las primeras noticias hablaban de un tiroteo y a sus autores los calificaban de criminales.
Nada nuevo. Este año se han producido en EEUU más de 300 tiroteos masivos (con más de cuatro heridos de bala), de lo que 50 lo han sido en escuelas. Cada año, desde 2001 y según el Departamento de Justicia, mueren 11.385 personas de promedio por armas de fuego, de las que 31 han sido consideradas en “actos terroristas”, con la excepción del ataque de Al Qaeda a las Torres Gemelas. Cada día mueren en EEUU 13 niños por armas de fuego.
Las comparaciones nos ayudan a entender la magnitud. En la guerra de Vietnam murieron más de 4.000.000 de personas, de las que 58.195 fueron soldados estadounidenses, según el monumento fúnebre grabado en Washington. Kennedy envió sus tropas, Johnson las desplegó y autorizó el “agente naranja” (cerca de tres millones de afectados por sus efectos), Nixon las retiró. Los tres presidentes han pasado a la historia como dirigentes de la “mayor democracia mundial”. Durante el conflicto, los vietnamitas eran calificados como “comunistas terroristas”.
En el cronograma del atentado contra el centro de discapacitados de California, las primeras noticias apuntaban a un hecho criminal. Uno de tantos, de esos que se repiten semanalmente. La prensa europea apenas le dio recorrido. Un nuevo tiroteo masivo, una disputa por un insulto previo. Sin embargo, cuando se filtró que el autor de la matanza tenía nombre musulmán, los titulares cambiaron. Ya no era un hecho habitual, sino un atentado terrorista.
Estas transformaciones de léxico no son excepción. Durante años, Nelson Mandela era uno de los terroristas más sanguinarios del continente africano. Hasta que salió de prisión y el apartheid fue abolido. Menahem Begin, dirigente de la organización Irgun, calificada por Londres como terrorista, llegó a Primer Ministro. Entonces, la City le cambió el apellido. Hoy, su recuerdo es el de un estadista demócrata.
Recientemente, los atentados del ISIS en París han modificado la definición del presidente sirio, Al-Assad, hasta entonces un peligroso terrorista. La alianza de Occidente, precedida por los ataques aéreos de Rusia, ha llevado a que Al-Assad abandoné su posición terrorista para ser considerado, como mucho, un criminal. Su régimen, es cierto, ha matado más opositores, dicen que cuatro veces más, que el ISIS. Así que no es cuestión de número.
El trío de las Azores (Bush, Blair y Aznar) urdió una gran mentira (la existencia de armas de destrucción masiva en silos ocultos en Bagdad) como excusa para invadir y desestabilizar un régimen antes aliado y también criminal como el de Sadam Hussein. El presidente iraquí fue ajusticiado por terrorista, al igual que Gadaffi en Libia. Pero los tres citados, que provocaron una guerra inacabada con cientos de miles de muertos, la mayoría civiles, y millones de desplazados, se pasean por los platós televisivos, conceden entrevistas y sus nombres figuran en la nómina de la democracia mundial.
El maquis fue juzgado en España bajo los parámetros de leyes antiterroristas. El general Sáenz de Santamaría se vanagloriaba en sus memorias de haber usado el pentotal por primera vez en Europa con los detenidos. Aseguraba que sus ascensos, hasta dirigir la Guardia Civil y llegar al Consejo de Ministros, se debieron a su “efectividad” contra el maquis. Pero surgió ETA, y hubo que diferenciar entre terroristas buenos y malos.
Y entonces, los maquissard fueron redefinidos como guerrilleros. Hoy, las asociaciones de víctimas del terrorismo que recogen los muertos en Euskal Herria por grupos armados desde 1960, obvian intencionadamente al guardia civil que mató el maquis en Irati en 1961. Aquel muerto lo fue, nuevamente el lenguaje, por “luchadores por la libertad”. En 2001, el Congreso español, con el apoyo de todos los grupos en él representados, dejó de calificarlos como bandoleros, malhechores y terroristas. Hoy, aquellos antiguos terroristas han sido redimidos para colorear la historia española. Aunque mataran a guardia civiles.
Por cierto y para apoyar esa conyunturalidad en la aplicación de los conceptos, una pequeña reseña. Cuando ya en los albores de 1980, Euskadiko Ezkerra repudió el uso de la lucha armada como acción política, en una historia sobre sus orígenes que repartió entre su militancia usó explícitamente el término terrorismo para designar a la primera acción de ETA, el intento de descarrilamiento de un tren de ex combatientes franquistas, en 1961. Es decir, que se puede ser terrorista y convertirse en guerrillero de la libertad, pero también el interés político puede transformar un resistente en terrorista.
Con respecto a ETA, su calificación ha basculado entre “banda criminal” y “banda terrorista”. Sus militantes pasaron por todas las etapas, incluso como miembros del Movimiento de Liberación Vasco cuando los representantes de Aznar se reunieron con ellos en Ginebra. Para los veteranos, si se afiliaron al PSOE, como Teo Uriarte, serían considerados antifranquistas, si continuaron como Argala, terroristas. En la actualidad parece no haber duda.
Cuestión de lenguaje también. Incluso ese terrorismo de Estado, recogido en la historia de Europa durante el siglo XX y lo que llevamos del XXI, ha sido transformado por Jonan Fernández y su grupo que incide institucionalmente en la Memoria y las Víctimas, como “lucha contraterrorista”. Ni siquiera se trata, como en la legislatura anterior, de “victimas de excesos policiales”. Hemos vuelto, por lo visto, a la época del lenguaje de los grupos “Antiterroristas” de liberación, o la anterior de “Antiterrorismo-ETA”.
La Academia del lenguaje española define el crimen de tres maneras. La primera, delito grave. La segunda, “acción indebida o reprensible”. La tercera, la que esperábamos, la de matar a herir gravemente a alguien. Terrorismo, para los mismos académicos que marcan las letras, es “una sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror”. Me queda, más o menos, explicada la expresión terrorista, no así tanto la criminal.
Si un crimen es una acción indebida, la línea supongo que la marcará la ley. La Mafia, en su extensión, es una organización criminal, a pesar de que, en México por ejemplo, corte las cabezas a sus víctimas, tal y como lo hace el ISIS, grupo terrorista, o el régimen monárquico de Arabia Saudí con los acusados de acciones indebidas, entre ellos los homosexuales. Un poco de todo.
Así que nos quedan los demócratas. Los de postigo. Pero también resulta que Aznar es un demócrata cuando fue uno de los tres instigadores de la confabulación criminal de las Azores, al igual que Tony Blair que apoyó por cierto la Declaración de Aiete. Qué decir del general De Gaulle, medio millón de muertos en Argelia, o de Obama, cuyo Ejército acaba de bombardear un hospital de Médicos sin Fronteras en Kunduz.
La verdad es que esto del lenguaje parece complicado. ¿Demócratas, criminales, terroristas... ¿Es la Academia de la Lengua la que los diferencia? ¿Los periodistas de Vocento? No sé, no sé... yo estoy hecho un lío.
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