Este interesante análisis de la izquierda franquista (a lo que algunos insisten en llamar socialismo español) ha sido publicado en inSurGente:
Los tres socialismos españoles
Antonio Álvarez-Solís
El sólido periódico alemán «Die Welt» ha definido al Sr. Zapatero como un «sosoman», modismo que viene a decir que el gobernante español navega sin aguja de marear, o sea, que le da al timón como si fuera una ruleta. Esto ha llevado a otro gran rotativo germano, el «Frankfurter Allgemeine Zeitung», a preguntarse si Europa tiene algún seguro que cubra los posibles daños del semestre español. Es decir, que el Sr. Zapatero habrá de vivir su semestre como ciertas señoras pasan su mala semana, con una serie de molestias y una cierta melancolía.
La situación en La Moncloa es, pues, incómoda, lo que obliga a su titular y a sus principales asistentes a intensificar la guerra vasca, que tanto consuela y complace a los españoles que han regresado su vida a la contemplación de los laureles inmarcesibles que se solean en el secarral de Itálica famosa. La Guardia Civil, las banderas que baten el viento, un puñado de jueces empecinados y el Sr. Rubalcaba es lo que queda en el imaginario hispánico. Porque ya no permanece en pie ni el viejo partido socialista, dividido al menos en tres manifestaciones sin hilván entre ellas: la monclovita, la vasca y ahora la catalana. El resto del socialismo español es puro arcornocal.
Tengo la impresión respecto al socialismo del PSC que el Sr. Montilla ha iniciado una operación termitera que puede resultar sumamente peligrosa para el desenvolvimiento del nacionalismo catalán, entendiendo por nacionalismo el que apareja soberanismo, como es obvio, ya que hay que dejar siempre muy claro que nacionalismo sin soberanismo es como el café descafeinado. El acento puesto por el actual president en reunir a tantas instituciones catalanas frente al Tribunal Constitucional me suena a una operación de captura y digestión de incautos, entre ellos muchos nacionalistas que acabarán conformándose con la postura estatutaria, rala y falsificadora, que se aloja en el actual Estatuto, que será mostrado como gloria bendita ante los previsibles recortes que realice el mencionado tribunal, muy estimulado, supongo, por el socialismo monclovita, que se limitará a certificar una vez más la obligatoriedad de respetar la sentencia. En resumen, el socialismo catalán que abandera el Sr. Montilla -fundamentalmente entregado desde su origen a Madrid, digan lo que quieran sus hábiles conversos-, acabará siendo el reclinatorio de un multicolor catalanismo, con lo que se conseguirá que muchos sectores nacionalistas catalanes entren por sí mismos en el redil dirigido por un pastor disfrazado de trabucaire circunstancial.
No creo que deba perderse de vista, de cara a un auténtico soberanismo catalán, que el Sr. Montilla ha elevado, como un señuelo, la estrella que conduzca a su Belén de la Generalitat, mezcla de pastores, cabras y romanos. Conste que en política hay que aprovechar las circunstancias que se presenten para dar un paso adelante, pero esta habilidad no debe disolverse en dos posteriores pasos atrás. Es muy fácil en situaciones de este tipo ir por lana y salir trasquilado. Una parte sustancial del catalanismo ha quedado en un puro ejercicio de estilo.
Por otra parte, si es que la operación está diseñada como temo, no cabe olvidar que lo que gane el socialismo en Catalunya con esta irrisoria convocatoria -pan para hoy y hambre para mañana- será herida abierta en el costado del socialismo monclovita, que ha de ir a las elecciones con el banderón de la España unida, pues los territorios de alcornocal y otras producciones de secano no creo que se aclaren con la sutil y venenosa reflexión del enredo montillista. Dudo incluso que la vieja guardia jacobina del PSOE, sobre todo ahora, que ha logrado tan fructífera transformación burguesa para sus miembros ya sea en el interior o en ámbitos extranjeros, apoye la cabriola del actual presidente de la Generalitat. Todo esto, de ser acertada mi meditación, resulta demasiado complicado para llegar a la plenitud del éxito en una nación, como la catalana, que está poblándose de una generación joven que aspira a la soberanía plena de su país. No veo que un socialismo catalán incompatible con el socialismo del aparato central puede tener muchas horas de vuelo. Tanto más cuanto el Sr. Zapatero ha decidido que la única política admisible es la que contribuya a su exclusiva promoción personal, cosa que le arruinará, creo, su semestre europeo, pero con la que hará las piruetas necesarias para encalabrinar aún más la cuestión de los tres socialismos españoles, incluyendo el fotográfico del premier, que sería el cuarto.
Y queda por colocar en este puzzle al socialismo vasco. Cuestión inicial: ¿hay un socialismo vasco? No lo creo. A mí el socialismo vasco me parece una máquina mal manejada a distancia. Es un socialismo policial, sin capacidad de maniobra -ni siquiera una maniobra parecida a la catalana-, manejado por un gobernador civil que no tiene la más mínima idea de la realidad que le han encargado modificar. Al socialismo vasco, como sucede con ciertos vinos, le falta roble. Su sostén no le viene de la calle, ni mucho menos, sino del juego tornasolado de sectores nacionalistas que practican una democracia limitada y tienen terror, pánico a un pueblo soberano. Un socialismo que vive a expensas de un partido como el «popular» está totalmente desmedulado, sin personalidad alguna para emprender cualquier proyecto profundo en lo político, en lo moral y en lo social. Es más, este socialismo que ocupa ahora Lakua desaparecería tristemente tan pronto el verdadero socialismo vasco saliera de la cárcel y pudiera trabajar en un país liberado.
Dándole vueltas a esta intención unitaria del nacionalismo parece muy indicado tener siempre en cuenta las ricas sugestiones que se desprenden de la iniciativa que surgió de Lizarra. Conviene no cambiar mucho los moldes si uno aspira a producir un tipo adecuado de pan. Y en Lizarra me pareció esencial la proclama del soberanismo como base de toda concentración de fuerzas, procedieran del partido nacionalista que fuera. La adhesión al soberanismo prueba la calidad y certeza de cualquier unión nacionalista. Como resulta evidente al sostener tan neta doctrina no hablo de formar gobierno sino de hacer país, que es la meta última, pero que ha de estar presente en lo que se amase. El soberanismo viene a ser el label que garantiza la calidad nacionalista. No creo que las 44.000 almas que se manifestaron recientemente en Bilbo lo hiciesen sólo por defender exclusivamente los derechos humanos de los presos políticos, con ser esto tan importante, sino que se trataba de defender a unos vascos que sufren el insulto permanente que recibe la nación euskaldun. Esos presos son la mejilla permanentemente azotada de Euskadi. Leí así el acontecimiento y espero no haberme equivocado.
De acertar con mi análisis pueden deducirse dos conclusiones relevantes: que el nacionalismo no puede dividirse en tres o cuatro interpretaciones básicas, como le sucede al frágil socialismo presente, y que el soberanismo hay que calentarlo en las esquinas un día y otro para mantener lo que los cristianos llaman el santo escándalo y los agnósticos el escándalo a secas. Anoto que esto de la santidad obliga terminantemente y que no juego catequísticamente con el término. Quizá este último distingo esté hoy muy obligado en Euskadi, donde tratan de amarrar a Cristo otra vez a la columna.
Pero como diría Kipling, esta ya es otra historia.
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