Este es un relato publicado en Rebelión que hace referencia a las víctimas (verdaderas víctimas que no deben ser aglutinadas con otra lista que circula por allí que incluye a militares y colaboradores de la Gestapo así como a narcotraficantes) que ninguna corporación noticiosa contabiliza cuando habla del conflicto vasco, en este caso las víctimas donostiarras del franquismo:
Donostia 1936
Iñaki Egaña
Las tropas franquistas entraron en Donostia el domingo 13 de septiembre de 1936. En los días anteriores el éxodo de la ciudad había sido constante, la mayoría de sus vecinos abandonaron sus casas hacia Bizkaia, con paradas intermedias en Orio, Zarautz, Zumaia o Eibar, mientras que algunos pocos lo hicieron en txalupas hacia Hendaia. Hubo, incluso, una expedición organizada de 150 niños que viajaron a la costa lapurtana. De 80.000 habitantes que tenía la ciudad, más de la mitad se fueron. La prensa franquista calculó que el 13 de septiembre quedaban en la ciudad entre 30.000 y 35.000 personas.
Las detenciones fueron inmediatas, comenzando por los heridos en el frente que no habían podido evacuar y que quedaron atrapados, por la gravedad de sus heridas, en el Hospital Militar que luego sería rebautizado con el nombre de Hospital Mola. Las cárceles de Ondarreta y Zapatari, la sede de Falange en el Boulevard, el Asilo San José en la calle Prim y el cine Kursaal se convirtieron en centros de detención. Varios miles de donostiarras fueron detenidos.
Desde el comienzo de la ocupación se estableció una dirección represiva, dirigida por el coronel Arellano, que tuvo el mando de los franquistas como gobernador militar de la provincia. Los fusilamientos fueron masivos, sin ningún tipo de juicio previo, como sucedería meses después. Los represores se reunían en secreto y decidían quienes merecían vivir y quienes habría que liquidar. Llegaban a la prisión de Ondarreta con una lista de prisioneros que “había que liberar”, hecho que sucedía entre las 4 y las 5 de la mañana del día siguiente. En una camioneta, los liberados, eran llevados al lugar de ejecución. En todas las fichas que se conservan de los fusilados que pasaron por la cárcel de Ondarreta y luego fueron ejecutados, el día de salida de prisión coincide con el del fusilamiento.
Los lugares más comunes de ejecución entre septiembre de 1936 y enero de 1937 fueron, por este orden, las tapias de la cárcel de Ondarreta, las de los cementerios de Hernani y Oiartzun, y la cantera de Bera. Fueron correlativos, es decir no estuvieron “abiertos” todos a la vez. Hubo también varios lugares con fusilamientos de donostiarras, en función de las partidas que los ejecutaron: el campo de tiro de Bidebieta, terrenos de la Fábrica de Gas, Puente de Hierro, Rotonda carretera Ulía, Cuesta de Galarreta, etc. Hubo, más adelante, donostiarras que fueron detenidos en lugares a los que habían acudido, bien huyendo de la guerra como civiles, bien enrolados en el Ejército vasco. Algunos de ellos también fueron ejecutados en estos lugares, tales como Santoña o el cementerio de Derio de Bilbao. De los lugares “irregulares” de Donostia algunos restos fueron llevados a una fosa común del cementerio de Polloe y otros incorporados al panteón de los “Caídos por Dios y por España” (“franquistas”) en el mismo Polloe, sin conocimiento de sus familias). En general, los restos de los fusilados en Hernani, Oiartzun y Bera, descansan en fosas comunes de los cementerios respectivos.
Desde el 13 de septiembre de 1936, hasta el 21 de enero de 1942, fecha de la ejecución en Madrid del donostiarra Imanol Asarta, ejecutado en la prisión de Porlier junto a Jesús Larrañaga, natural de Beasain y vecino de Donostia, al menos 380 personas fueron ejecutadas por los franquistas. Gentes de todas las opciones políticas y sindicales que se opusieron a los sublevados o que no colaboraron con ellos.
Entre ellos se podrían destacar los nombres de Juan Lizarraga, cámara del cine Kursaal que fue ejecutado junto a sus hijos Sabino e Iñaki; Imanol Irulegui, dueño del bar Euskadi que los carlistas incautaron, lo hicieron su sede y llamaron bar España; Antonio Múgica, violinista del Conservatorio de Música; Enrique Landin, director de la estación meteorológica de Igeldo; Marcelino Celigueta, churrero y presidente de la Sociedad Donosti Berri; José Martiarena, concejal socialista del Ayuntamiento; Antonio Marculeta, empleado de la Diputación; Dominica Artola, madre del Ricardo Urondo, que fue de la Banda de Música de Donostia y director de Euskadi Roja; Jorge Lassalle, directivo de la Sociedad Guk ere nai dugu; Daniel Losada, que se negó a cantar el Cara al Sol en la prisión de El Dueso; el sidrero Juan Guruceaga; Saturio Burutarán, alcalde pedáneo del barrio de Loiola; Herbert Repekus y su hijo Edwin, ciudadanos alemanes cuya muerte provocó, a pesar de la sintonía política, un grave incidente diplomático entre España y Alemania…
La información relativa a los fusilados procede de multitud de fuentes: archivos de justicia militar, archivos de la prisión de Ondarreta, registros civiles, libros de registro de los cementerios de Polloe y Alza, informaciones facilitadas por los familiares de los ejecutados, archivos de penados de Instituciones Penitenciarias, etc. No existe un solo archivo que ofrezca un mapa colectivo y, en general, los procesos contra quienes finalmente fueron muertos han desparecido. En especial los de Falange, cuyos militantes confeccionaron las listas de fusilados e incluso compusieron los pelotones de ejecución, que fueron quemados en la época en que Rodolfo Martín Villa fue ministro del Interior, hace ya casi 30 años.
En cuanto al reconocimiento de estos casi 400 donostiarras ejecutados, ninguno de ellos tiene el nombre de calle, monumento o placa. El Ayuntamiento donostiarra les hizo una placa conmemorativa que colocó en la Zurriola. En cambio, José Arrospide Alvarez, conde de Plasencia, natural de Madrid y uno de los golpistas más notables que preparó el golpe de Estado en Donostia, en connivencia con Emilio Mola, tiene una calle a su nombre en la capital guipuzcoana. En la página web del Ayuntamiento, se dice en relación a esta calle que el conde de Plasencia fue “asesinado por los rojos” (fue ejecutado por los republicanos), utilizando claramente una terminología franquista.
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