La tortura es una arma represiva usada a diestra y siniestra en contra del independentismo vasco. Pero el estado español no es el único a quien culpar, los "gobiernos regionales" en Nafarroa y especialmente en la CAV tienen mucho que ver con esta práctica y como mienten para tratar de ocultarla.
De eso nos habla este escrito publicado en Gara:
De eso nos habla este escrito publicado en Gara:
Francisco Larrauri | Psicólogo
La mentira de los mentirosos
Ante la creencia de que nos acercamos al fin (?), parece que están permitidas las trampas a la ciudadanía, precisamente porque esto se acaba y todo vale, pero el conflicto viene de muy antiguo como para pensar que si el Estado no respeta el derecho a decidir de Euskal Herria y no sale del rebufo ideológico del españolismo trasnochado, el sentimiento vasco pueda ser abducido por una pseudodemocracia que todo lo quiere comprar. Y en esta situación en que el número de vascos encarcelados es tan alto como en la dictadura franquista, tendríamos que analizar que políticos vascos son los que ayudan a gobernar a esta tropa española a la que Nostradamus le ha revelado que el sentimiento euskaldun y el independentismo se extinguirán con la tortura y el encarcelamiento masivo.
También el Gobierno vasco ha participado activamente en dar a la tortura una entidad peculiar con su propio personal y todo dentro de una institución también peculiar, la monarquía impuesta por Franco, que discrimina, segrega y prohíbe todas la manifestaciones independentistas vascas, incluidos los derechos civiles de los ciudadanos. En este escenario de crudelísima represión, Rubalcaba se ha visto obligado a declarar que estaban frente a una «magnífica operación» cuando Igor fue llevado a la UCI del Hospital Donostia después del paseíllo por el río y la segunda vez ante las desapariciones e ingresos en el hospital de hace dos semanas, cuando los detenidos fueron ocultados en paradero desconocido por la Guardia Civil, encubriendo sin rebozo prácticas de funcionarios obscenos, que no parecen preocupar, en el momento en que se presenta la candidata del PNV al CGPJ español, a quienes en otras ocasiones apoyaron las denuncias por tortura porque «me lo creo» o porque «lo escuchado es difícil de inventar», ni al lehendakari de todos los vascos, que preside un gobierno que teóricamente presume de oponerse a la violencia, a la tortura y a la muerte.
Los psicólogos también sabemos que lo escuchado es difícil de inventar. La carga afectiva de la persona torturada convierte su declaración en un incuestionable documento autentificado por el dolor y el espanto que solo pueden transmitir quienes han padecido el tormento.
Participé vía telefónica en un programa de radio monográfico sobre la tortura, realizado en Gasteiz, con la presencia también de Unai Romano, recuperado del atroz tormento a que fue sometido. Cuando allí afirmé que esta práctica siempre deja huella física o psíquica, el moderador, ante la realidad de los que firman y sentencian no encontrar señales o no ver nada en los detenidos vascos que manifiestan que han sido brutalmente torturados, intuyó que reforzaba por compañerismo gremial la postura de estas autoridades y forenses, y me volvió a preguntar si la huella de la tortura era siempre observable y diagnosticable, y evidentemente me reafirmé en lo dicho. ¿Entendieron el moderador, Unai y la audiencia del programa la mentira de los mentirosos?
Ha sido el americano Rumsfeld, secretario de Defensa, quien ha sentado las bases de la corrupción para médicos, forenses, psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas en su relación con las personas detenidas, al escribir que estos profesionales tendrían que facilitar información a los interrogadores sobre la fortaleza física y emocional, así como sus puntos flacos como guía para las sesiones de tortura. Es fácil practicar esta crueldad en el marco de la identificación (recordemos los médicos nazis) cuando no se establece la distancia terapéutica mínima, olvidando que la observación y el diagnóstico de un paciente o víctima de tortura es una propuesta ética, incompatible con lo siniestro.
En Euskal Herria la tortura, como una entidad peculiar, siempre deja señales, sólo hay que tener voluntad de observador y exigir que la mentira no seduzca.
Hay suficientes criterios técnico-científicos sobre los que basar la discriminación entre una declaración verdadera y una falsa, porque las declaraciones verdaderas y falsas son cualitativa y cuantitativamente diferentes. Incluso la misma firma se ha considerado en el ámbito penal como un hecho indiscutible, porque los técnicos son capaces de dictaminar las alteraciones propias de la intervención de una fuerza ajena que ejerce presión no sólo psíquica, sino también física, con intención coactiva sobre la víctima. Si el tribunal ha otorgado el máximo valor probatorio al dictamen grafológico es porque ha entendido que cuando se firma bajo un gran sentir de amenaza o coacción, aunque existan coincidencias grafonómicas, la «escritura atormentada» queda reflejada por otras alteraciones grafoescriturales objetivas.
La impunidad de la tortura y las graves omisiones legales de ayuda a las víctimas denunciantes conllevarán consecuencias sociales porque van más allá del campo penal al que el gobierno ha trasladado su falta de conciencia ética. La mentira del mentiroso es un síntoma más de esta democracia enferma, pero lo peor es que obtienen placer engañando.
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