Iñaki Egaña nos aclara el panorama con respecto a la banda criminal conocida como Organización del Tratado del Atlántico Norte, por sus siglas, OTAN.
Aquí el texto que nos ha compartido en Facebook:
Enfocando a los criminales
Iñaki EgañaEl 13 de marzo de 1986, la Bolsa de Bilbao registró su mayor subida histórica en una sola jornada. Un aumento de 12,71 puntos. Para un observador en el tiempo, la euforia de la crecida exagerada correspondería al afianzamiento del poder político, económico y militar de nuestro país, tras un acontecimiento democrático. La víspera, Hego Euskal Herria había llamado a las urnas a sus vecinos, tal y como en el Estado español, para preguntar si deseábamos entrar en la OTAN: 434.553 hombres y mujeres de Nafarroa Garaia, Araba, Gipuzkoa y Bizkaia habían dicho “Sí, quiero”. Como si se tratara de un contrato matrimonial. Si el mismo observador se quedara en esa primera línea, su interpretación sería errónea. Porque en las siguientes estrías encontraría que 828.721 vascos habíamos dicho “No quiero” y 706.311 se habían abstenido. Es decir, que únicamente uno de cada cinco integrantes del censo vasco peninsular se sumaba a los antojos bélicos de quienes detentaban las riendas en lo político, económico y militar.
El equilibrio entre potencias fue el argumento de los favorables a la integración. La OTAN había surgido en 1949 y para hacer frente a su propósito expansivo, el bloque soviético instituyó el Pacto de Varsovia en 1955. Con la caída del Muro de Berlín y el desmoronamiento de la URSS, el Pacto de Varsovia firmó su defunción y la OTAN, en contra de la lógica de bloques, continuó su despliegue territorial hasta nuestro días. La OTAN ya operaba en Euskal Herria, a pesar del trámite del referéndum de 1986, particularmente con la base de Gorramendi (Elizondo) desde 1959, el campo de tiro de entrenamiento de las Bardenas -en especial para los bombarderos que descargarían napalm y el agente naranja en Vietnam- y la Stay-Behind (conocida como Red Gladio) que, al margen de sus objetivos globales, participó en operaciones encubiertas de guerra sucia y espionaje contra la disidencia vasca. El año del “No quiero” a la OTAN fue el mismo de la incorporación del Estado español a la Unión Europea. En esa ocasión no hubo referéndum.
Aquel músculo antimilitarista vasco fue la clave del “No quiero”. Abarrotaron con su actividad, las calles, las urnas, e implosionaron el movimiento popular. Fue asimismo el germen de la insumisión y deserción al servicio militar en el Ejército, que llevó a prisión a cerca de mil jóvenes vascos, esta vez también de Ipar Euskal Herria, cuyos ciudadanos no habían tenido la oportunidad de expresar su opinión sobre la OTAN. El Estado francés, aunque con matices, había sido uno de sus fundadores.
En el mundo anglosajón se emplea la expresión “soft and hard power”, que correspondería al poder “blando” y al “duro”, que por cierto no tienen por qué ser antagónicos. Los gobiernos salidos de las urnas serían los que componen el “poder blando”. En la teoría, son capaces de conformar consensos y habilitan la diplomacia. El “poder duro”, en cambio, funciona a otra escala. Imposición, coerción y autoridad. Sin reglas, o mejor con las suyas, que modelan las relaciones internacionales. En muchas ocasiones, aquellos que ostentan el poder blando son simples correveidiles de los halcones (Walt Street, La City, el departamento de defensa de EEUU…), tanto en lo económico como en lo militar. Trump, Mertz, Macron, Netanyahu, Starmer… son señores de la guerra elegidos en las urnas. Voceros del poder duro, trasladado al público.
Mark Rutte, secretario general de la OTAN, ha declarado recientemente: "Es hora de adoptar una mentalidad de guerra". En 2025, la Alianza, como en décadas, está marcando la agenda mundial. Finalizó el pasado año su actividad con entrenamientos militares a gran escala, con la novedad de que los ejercicios Steadfast Noon, de prácticas nucleares, los realizaron cerca de la frontera rusa. En 2022 boicotearon el acuerdo de paz en Estambul acordado por Moscú y Kiev para concluir con el conflicto de Ucrania, después del Euromaidán de 2014. Este año, Israel ha bombardeado Siria, Líbano, Irán y Yemen, junto al genocidio de Palestina. EEUU bombardeó masivamente Siria hace unos meses, antes del cambio de régimen, y luego Yemen. El ataque sionista contra Irán desde hace unos días y los ataques contra bases nucleares estratégicas de Rusia este mismo mes de junio, se han producido en medio de negociaciones simultáneas. No hay lugar a la diplomacia. La OTAN quiere mantener su posición de privilegio mundial, participando en todas estas acometidas, con inteligencia propia, sus satélites y sus ejércitos. Apuestan por un modelo planetario a su medida.
Si la OTAN concibió su identidad como un espacio territorial anticomunista, la caída del bloque soviético difuminó su naturaleza. Hoy, es obvio que los enemigos que marca, no están tan relacionados con la ideología sino con la hegemonía territorial y económica. Valores que están presentes en la historia de la humanidad desde tiempos pasados, sin que la evolución haya mejorado la tendencia de las elites. La construcción del enemigo, las acciones preventivas -términos modernos- son similares a las expansionistas del colonialismo o las campañas de ocupación de territorios. Saqueo de recursos y supremacía racial.
Por ello, aquel músculo popular que mostramos en la década de 1980, en particular alrededor del referéndum, no debería ser únicamente un poso histórico, sino también una experiencia que señale objetivos. Es evidente que en estos cuarenta años han sucedido infinidad de cambios, incluso estructurales. Que otras luchas entonces secundarias se han transformado en prioritarias. Igualdad de género, cambio climático, migración masiva, defensa de las minorías… Exigir la paz hoy, como entonces es, sorprendentemente, un acto revolucionario. Coreábamos, junto a Anje Duhalde, aquello de “Bakezalek gara. Bakea nahi dugu”. Su eco nos persigue. Y hoy, entrando en el segundo cuarto del siglo XXI, nuestros antagonistas continúan siendo los halcones de la OTAN y sus compinches bursátiles. El “No quiero” sigue de actualidad.
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