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domingo, 14 de agosto de 2022

Vida y Muerte en un Castillo

Dentro del marco de los actos en conmemoración del quinto centenario de la Batalla de Amaiur desde Naiz traemos a ustedes este interesante reportaje:



En el marco de los 500 años de la liberación y caída de fortalezas como la de Amaiur dentro de la conquista de Nafarroa, el Archivo General acoge una exposición en la que, a través de las piezas arqueológicas, se puede conocer cómo se vivía y moría en los castillos que defendieron el viejo reino.

El pasado día 19 de julio se cumplieron 500 años de la caída de la fortaleza de Amaiur, defendida por 200 navarros frente a las tropas de Carlos V en el marco de la conquista de Nafarroa. Con motivo de este y otros acontecimientos relacionados con esa época, el Archivo General acoge la exposición ‘Guardianes de piedra. Pasado y presente de los castillos de Navarra’, en la que se explica cómo se vivía y moría en esas fortalezas.

Las estructuras defensivas han salpicado la geografía de Nafarroa desde los mismos orígenes de un reino permanentemente amenazado por sus vecinos. Esa circunstancia explica que en el siglo XIV, en el momento de máximo esplendor de estas estructuras, existieran en todo el reino unas 90, aunque la arqueología ha permitido tener noticia de 130 fortificaciones.

Como testimonios de las fortalezas más antiguas, se exponen piezas procedentes de castillos de la época islámica, entre los siglos IX y XI, como una olla de cocina y una taza localizadas en Valtierra o un jarro y un pequeño candil hallados en Tutera.

En los siglos XI y XII, muchos de estos castillos fueron sede de una tenencia, es decir, un pequeño distrito defendido y gobernado por un tenente, ricohombre o barón de la alta nobleza, según se explica en la exposición.

En el siglo XIII, el responsable de las fortalezas era un alcaide, caballero o hidalgo, que prestaba homenaje al rey y, según el Fuero, tenía el deber de defenderla hasta la muerte. Por esa función, recibía un salario anual en dinero y trigo que se pagaba en los meses de febrero y agosto.

Estas estructuras contaban con una guarnición que, en tiempos de guerra, llegaba a ser de entre 10 y 20 hombres, aunque en las más destacadas podían alcanzar los 50 o incluso más. Para poder resistir un asedio y alimentar a las personas que albergaran en su interior, en las fortalezas se contaban con unos almacenes con arcas de trigo o harina, cubas de vino y aceite, y otros víveres, como carne, tocino salado y también pescado seco.

Cráneo perforado por una ballesta. En lo que respecta al armamento, el más habitual eran las ballestas, aunque algunos castillos contaban con máquinas de guerra y desde finales del siglo XIV, incluso con cañones. En la exposición se pueden ver elementos de protección personal como un casco y gorjal de armadura, además de refuerzos de metal para escudos del siglo XV, localizados en el desolado de Rada. En Irulegi fueron encontradas unas placas de armadura con decoración también del siglo XV.

Asimismo, se pueden contemplar armas como espadas, puntas de flecha, de ballesta y de lanza y abrojos de hierro localizados en las excavaciones de Amaiur e Irulegi. Junto a ellas, aparecen de forma muy elocuente los efectos de la guerra y cómo se llegaba a morir en un castillo, con un cráneo con perforaciones por proyectil de ballesta encontrado en el castillo de Tiebas.

Entre sus recios muros, se desarrollaba una vida cotidiana en la que, en la cocina, se empleaban vajillas vidriadas, especialmente entre los siglos XIV y XV, una gran sartén o un plato de sal que figuran en la muestra, al igual que un cubo localizado en el aljibe del castillo de Amaiur.

En el atuendo de las personas que vivían en ellas, eran habituales los correajes y cinturones con decoraciones, además de colgantes y anillos de bronce. Para ocupar el ocio, se recurría al juego, como los dados y el alquerque (un damero), y no faltaba la música.

En lo que respecta a la actividad económica que albergaban, destaca la importancia de la forja de hierro para construir elementos como cerraduras o herrajes, además de la cría de ganado, la agricultura (se pueden ver una podadera de Irulegi y una azadilla, una paleta y un hacha de Rada) y de la cantería y la albañilería para realizar reparaciones.
Estas últimas solían correr a cargo de maestros canteros o carpinteros de la propia villa o de la comarca. Se realizaban tras la visita de los comisarios, que ordenaban las más urgentes, y antes de acometerlas, se ajustaba el precio y los trabajos a llevar a cabo. Las reparaciones se pagaban con cargo a la merindad donde se encontraba la fortaleza.
Los vecinos de la zona contribuían en esos trabajos mediante el peonaje y el acarreo de materiales, lo que, en tiempos de guerra, les daba derecho a refugiarse en el castillo con sus ganados, provisiones y unos pocos enseres, según se detalla en los paneles informativos de la muestra.

Pero la función defensiva no era la única que realizaban las fortalezas, ya que también eran prisión de malhechores. Los alcaides se encargaban de la custodia y la detención de los presos, que eran encerrados en una mazmorra o calabozo, por lo general subterráneo, cargados de grilletes y cadenas.

Además, los más destacados, como los de Tutera, Tiebas y Lizarra, llegaron a albergar el archivo real y el de la tesorería. E incluso alojaron las Cortes de Nafarroa. Para conocer cómo era en el siglo XIII uno de los más importantes, el Castillo Mayor de Lizarra, se puede contemplar la maqueta cedida por el Centro de Estudios Tierra Estella.

Con la conquista del reino en el siglo XVI, tuvo lugar la destrucción de la mayor parte de las fortalezas, su abandono y, en algunos casos, su reutilización, como evidencian los proyectiles de los siglos XVIII y XIX localizados en Tutera o Uharte.

Recuperación, investigación y divulgación

Tras analizar cómo era la vida y la muerte en las fortalezas, ‘Guardianes de piedra. Pasado y presente de los castillos de Navarra’ aborda en un segundo bloque temático el proceso de recuperación arqueológica, de investigación y divulgación de este patrimonio.

En el mismo se explica cómo, aunque los trabajos hunden sus raíces en el siglo XIX, en las últimas décadas del siglo XX, la Edad Media comenzó a tratarse desde una práctica arqueológica moderna, con intervenciones en lugares como Rada, Tutera, Peñaflor, Tiebas o Martzilla.

Entrando ya en el siglo XXI, se pone en valor que, además del propio Gobierno de Nafarroa, las entidades locales han promovido intervenciones arqueológicas en castillos ubicados en su término para poner sus restos en valor para emplearlos como reclamo cultural, turístico y didáctico.

De hecho, esos trabajos han permitido localizar las piezas arqueológicas de la muestra, procedentes en su totalidad de los equipamientos culturales del Ejecutivo navarro, como son el Archivo General y el Almacén de Arqueología.

Todas estas visiones sobre los castillos de Nafarroa son las que ofrece la exposición, que se puede visitar hasta el 2 de octubre en horario de 10.00 a 14.00 horas y de 17.00 a 20.00, incluidos fines de semana y festivos.

 

 

 

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