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lunes, 26 de abril de 2021

Gil de San Vicente | 'Eusko Gudariak' de Lorenzo Espinosa (II de III)


Desde el portal de Rebelión y tal como lo prometimos, traemos a ustedes la segunda parte del texto con el que Iñaki Gil de San Vicente desmenuza lo publicado en el libro de Josemari Lorenzo titulado 'Eusko gudariak'.

Adelante con la lectura:

Presentación del libro Eusko gudariak de Lorenzo Espinosa

Iñaki Gil de San Vicente

4.- De 1872 a 1890

Aquel esfuerzo de recuperación también ayudó en muy poco tiempo y de dos maneras: Una, la desesperada guerra de 1872-76 en defensa de lo que quedaba aún de los Fueros, confrontación bélica durante la cual se hizo un esfuerzo soberbio para avanzar en la recuperación modernizadora del euskara, dadas las duras condiciones del momento, reabriendo la Universidad de Oñate como en la anterior guerra. Aquí debemos recordar las palabras de Engels de 1870 acerca del potencial de liberación que tiene un pueblo oprimido y de cómo puede desarrollarlo si dispone de medios. Engels se refería a dos ejemplos de guerrillas populares contra sendas invasiones: el pueblo prusiano contra Napoleón cuando los franceses ocupaban Prusia; y varias décadas más tarde, la guerrilla francesa contra el invasor prusiano. En los dos casos los Estados invadidos ayudaron a organizar la guerrilla en la retaguardia del invasor. Engels puso sólo dos ejemplos por limitación de espacio, pero disponía de una inagotable fuente de ellos porque lo que quería era remarcar el potencial de resistencia armada de las naciones invadidas que ya tenían un Estado propio.

El caso vasco era algo diferente porque su autogobierno foral no estaba tan estructurado como el Estado prusiano fuertemente desarrollando, antes de la derrota ante Napoleón en 1806 y su ocupación por los franceses hasta 1813, ni la del Estado francés derrotado por Prusia en 1870. En Iparralde, el autogobierno foral fue liquidado definitivamente en 1789 tras más de un siglo de resistirse a los recortes que lo redujeron casi a la nada. En Hegoalde, el Sistema Foral permitió crear desde muy poco el ejército que los defendió en 1832-40; y los debilitados restos forales que sobrevivieron pudieron crear otro ejército vasco en 1872-76 también desde muy poco. Aun así, pensamos que a la Euskal Herria de 1870, presionada en todos los aspectos, se le pueden aplicar estas palabras de Engels sobre la reacción del pueblo alemán escritas en ese mismo año: «pero el súbito y enérgico estallido del sentimiento nacional entre los alemanes desbarató todo plan» francés de invadir Alemania por sorpresa.

En esta segunda guerra vasca, se intentó crear un Estado capaz de organizar la resistencia en su generalidad, desde la militar hasta la legislativa y judicial, pasando por la económica y monetaria, la cultural y diplomática, etc. Un Estado que defendiese los intereses de la amplia mayoría de la población en medio de una guerra contra el invasor y contra la burguesía autóctona que necesitaba destruir los Fueros, fusionarse con España e imponer sus leyes. Era un Estado que se basaba en gran medida en las asambleas vecinales y en los consejos abiertos, lo que explica el apoyo del campesinado, del artesanado y de la aún joven clase trabajadora, así como el retiro oportunista de los jauntxos y propietarios a segunda fila. La fuerza de las masas populares no era bien vista por el carlismo oficial, reaccionario, cada vez más dispuesto a negociar con los invasores.

Un ejemplo de la fuerza popular dentro del Estado vasco que reflejaba la lucha de clases interna en el contexto de una defensa armada a la invasión extranjera, lo tenemos en sus leyes sociales, en el embargo de bienes de la burguesía españolista, en la devolución de las tierras y recursos comunales privatizados por esa burguesía a los ayuntamientos y diputaciones, en los impuestos especiales a las fortunas medias y altas, y a la Iglesia, una parte de la cual se negó a pagarlos convirtiéndose así en colaboradora directa del invasor… No tenemos espacio aquí para hacer siquiera un resumen de las posibles similitudes y diferencias entre la Comuna de París de 1871, primera expresión de un Estado obrero y popular en la fase industrial del capitalismo, y el Estado vasco de facto. Las palabras de Engels de 1894 cuadra perfectamente con la lucha vasca, aunque él no la citara.

Y la otra, fortaleciendo un nacionalismo culturalista defensivo ante la virulencia del ataque español contra la legitimidad de los Fueros, a pesar de que ya estaban abolidos, y contra el euskara. Nada más derrotado el ejército vasco en 1876, El Imparcial, diario de Madrid que propagaba la estrategia socioeconómica común de la burguesía española por encima de sus peleas navajeras en el podrido clima político, describió cual era el siguiente objetivo de la guerra: «Quitarles los Fueros no es suficiente, tenemos que quitarles ahora su lengua». También se trataba, por tanto, de una guerra de exterminio lingüístico-cultural que se mantendrá con intensidades diferentes hasta ahora mismo. Y también sucederá que los esfuerzos más denodados por salvar y adecuar la lengua y la cultura vasca serán siempre reactivados con mayor decisión en los momentos de mayor peligro para su supervivencia, como veremos.

La marcha al exilio de miles de vascas y vascos tras la derrota no supuso la extinción absoluta de la identidad euskaldun que, además, se veía amenazada por el españolismo beligerante primero del anarquismo desde su aparición organizada en 1870 y después del socialismo, excepto de una minoría muy reducida. El anarquismo apenas cuajó porque su españolismo le distanció del sentir de las masas y porque fue ilegalizado en 1874. Aún y todo así, dejó un poso de desdén hacia la conciencia vasca que sería reforzado por el grueso del socialismo del PSOE que empleó y emplea el españolismo como anclaje en las y los trabajadores emigrantes y como sostén de la dominación española «democrática». La certidumbre de avasallamiento nacional a manos del Estado era tal en aquellos años, que un sector de la cultura vasca tuvo que organizar en 1879 la primera Fiesta Euskara, que fue un éxito de masas, que era expresión del avance del nacionalismo cultural que se estaba dando con especial fuerza en Navarra, alarmado por el retroceso de la lengua vasca ante la imposición del español.

La aplastante presencia militar caía además sobre un pueblo muy golpeado por las guerras desde finales del siglo XVIII y muy mermado en su población para finales del siglo XIX: en estos cien años, el 50% de los habitantes de Euskal Herria, la mitad, terminaron muriendo la mayoría en las Américas por los efectos de las guerras, sin contabilizar el números de muertos en combate en las violencias y deportaciones forzosas de población de Iparralde a manos de los republicanos franceses tras 1789, y en las guerras de 1793-95, de 1799-1815, 1833-40 y 1872-76, sin incluir los costos de otras guerras exteriores que también afectaban a Euskal Herria. Se llegó a la sobrecogedora cifra de que dos de cada tres jóvenes de Iparralde tuvieron que abandonar el país además de por las guerras, también por la política de empobrecimiento socioeconómico y afrancesamiento aplicada por París. Al terminar la guerra de 1872-76, miles de soldados y cientos de civiles pasaron de Hegoalde a Iparralde cantando el Gernikako Arbola para librarse de la represión española.

Pero, aun así, para 1878 el Estado español había descubierto con mucho desagrado que no cesaba la resistencia pasiva y que, además, eran tantas las diferencias entre las leyes españolas y las vascongadas que debía buscar una solución urgente. La alianza entre burguesía autóctona e invasores españoles podría estar llegando en ese tiempo a una conclusión general sobre los resultados de una guerra tan devastadora, bastante parecida a lo escrito por Engels en 1870, que reproducimos:

«Ahora, en 1870, quizá no baste una declaración que explique que éste es un método legal de conducir la guerra, y que la intervención de la población civil o de los hombres que oficialmente no son reconocidos como soldados equivale al bandidaje y puede ser sofocada a sangre y espada. Todo ello podría aplicarse en la época de Luís XIV y Federico II, cuando sólo combatían los ejércitos, pero a partir de la guerra americana por la independencia, inclusive hasta la guerra civil en Norteamérica, la participación de la población en la guerra se ha convertido –tanto en Europa como en América–, no en una excepción, sino en una regla. En todas partes en que el pueblo consentía en ser subyugado por el solo hecho de que sus ejércitos no habían sido capaces de ofrecer resistencia, se observaba hacia él una actitud de desprecio, se lo consideraba una nación de cobardes; y en todas partes donde el pueblo desarrolló una enérgica lucha guerrillera, el enemigo se convenció rápidamente de que era imposible guiarse por el viejo código de sangre y de fuego».

En la Euskal Herria ocupada de 1876-78 y en el contexto de la primera Gran Depresión mundial iniciada poco antes, la alianza entre burguesía vasca y Estado español necesitaba de todos los recursos posibles entre otras razones porque se oteaban grandes catástrofes en Cuba y Filipinas: había que exprimir todo lo posible a las clases y pueblos dominados para reforzar un ejército muy debilitado pese a haber ganado una guerra “interna”. Una solución fue imponer un mayor tributo de guerra a Vascongadas, pero, como hemos dicho, la resistencia pasiva y el abismo administrativo frenaban ese proyecto. La Gran Depresión de 1873 multiplicaba la urgencia de ese reparto porque para 1874 ya estaba exacerbando todas las contradicciones de un capitalismo que no tenía otra salida inmediata que intensificar la expansión colonialista, lo que a la larga produciría una guerra mundial que, en ese año, sólo fue «profetizada» por Engels, que transcribimos entera por su valor premonitorio y estratégico también para Euskal Herria:

«Para Prusia-Alemania no hay posibilidad de hacer otra guerra que no sea mundial. Y sería una guerra mundial de magnitud desconocida hasta ahora, de una potencia inusitada. De ocho a diez millones de soldados se aniquilarán mutuamente y, además, se engullirán toda Europa, dejándola tan devastada, como jamás lo habían hecho las nubes de langostas. La devastación producida por la guerra de los Treinta Años condensada en tres o cuatro años y extendida a todo el continente; el hambre, las epidemias, el embrutecimiento de las tropas y también de las masas populares, provocados por la aguda necesidad, el desquiciamiento insalvable de nuestro mecanismo artificial en el comercio, la industrial y el crédito; todo ello termina con la bancarrota general; el derrumbe de los viejos Estados y de su sabiduría estatal rutinaria –una quiebra de tal magnitud que las coronas estarán tiradas a docenas por el pavimento y no se encontrará a nadie que las levante–; una imposibilidad absoluta de prever cómo terminará todo esto y quién saldrá vencedor de la lucha. Sólo un resultado no deja lugar a dudas: el agotamiento total y la creación de las condiciones para la victoria definitiva de la clase obrera».

Con cuarenta años de antelación, Engels «profetizaba» la guerra mundial de 1914-18 que tanto impacto tuvo en todo el mundo. ¿Cómo pudo hacerlo? Desarrollando el materialismo histórico y dialéctico metódicamente expuesto en toda la obra marxista hasta entonces elaborada. Método en el que la guerra es parte sustantiva, según se aprecia, y método que ya estaba penetrando en sectores del proletariado organizado como veremos un poco más adelante. Pero en la Euskal Herria de 1878 los problemas eran tan acuciantes para el capital y el movimiento obrero estaba tan poco asentado aún que las dos partes vencedoras de la guerra de 1872-76 pudieron unir el hambre con las ganas de comer. La española necesitaba dinero vorazmente porque estaba al borde de la inanición. La vascongada tenía ganas de comer porque sabía que, gracias a la liquidación manu militari del Sistema Foral, por fin disponía de facto, pero no de iure del poder político, militar y cultural suficiente como para lanzarse a la arrasadora expansión de sus negocios, sobreexplotando al pueblo trabajador e imponiéndose sobre los debilitados jauntxos y la arruinada pequeña burguesía.

Se repartieron la tarta dándole un nombre pomposo para ocultar que, en realidad, era un aumento global del tributo de guerra que el vencedor impone al vencido: Concierto Económico. Aunque era la española la que más parte de la tarta devoraba, la vascongada no estaba muy descontenta porque las dos intuían algo que para entonces ya habían demostrado Marx y Engels: Para maximizar su tasa de ganancia, el capital necesita de un poder político, militar, cultural e ideológico, necesita de un Estado propio, o en su defecto de otro que aun no siéndolo del todo sí le defiende internamente, contra la rebeldía de las clases explotadas, y externamente, en la creciente competencia internacional, y ambas ganaban en proporción a su fuerza.

El truco consistía en adaptar a Vascongadas la llamada Ley Paccionada, pacto de 1841 con la burguesía navarra: negociar un reparto de la tasa de ganancia entre el Estado y la burguesía autóctona por el que el primero cedía partes de la administración económica y fiscal a la segunda a cambio de que ésta pagase un tributo de guerra al fisco de Madrid. La burguesía vascongada seguía así el camino abierto por la navarra 37 años antes: integración de cuerpo y alma, de dinero y poder, en la construcción de España a cambio de explotar al pueblo trabajador y reprimirlo con la ayuda del Ejército, la Iglesia y el funcionariado español. En Vascongadas esta alianza tomó el nombre y la forma de Concierto Económico.

Tanto la Ley Paccionada como el Concierto Económico eran la forma externa de una dictadura de clase a veces descarada y brutal, otras veces encubierta por elecciones amañadas, lo que no impidió que hubiera resistencia popular en especial en la Ribera navarra, como el de 1884 en protesta contra la privatización de comunales intensificada en los últimos años que fue aplastada con cuatro campesinos de Erriberri asesinados. En realidad, se estaba dando un cambio de fase en la lucha de clases y de opresión nacional, cambio acelerado por las salvajes medidas sociopolíticas impuestas por la burguesía protegida por el Estado español. Todas las clases y facciones de clase, excepto el gran capital, estaban en crisis de transición de una forma productiva y de explotación superada a otra nueva que estaba imponiéndose a la fuerza. La euforia burguesa era tal que hasta en algún herrialde se redujo la cantidad de fuerzas represivas provinciales porque parecía reinar la «paz social».

5.- De 1890 a 1931

Pacificación ficticia que estalló por los aires en la década de 1890 porque las contradicciones tenían más carga explosiva que la capacidad de desactivación e integración de la burguesía. El capitalismo minero, industrial, naviero y financiero que irradiaba desde Bizkaia hasta Gipuzkoa, y que avanzaba en el resto de la nación vasca, tenía los pies de barro necesitando siempre de la vigilancia represiva de las fuerzas armadas extranjeras. Una situación idéntica había recorrido la Europa industrializada unos años antes: la burguesía alemana respondió con las leyes antisocialistas de 1878 a 1888: para volver a la legalidad los socialistas tenían que renunciar pública y oficialmente a la revolución, y aunque ya hubo sectores que defendía esa rendición, la mayoría se negó, logrando su legalidad por medio de las masivas movilizaciones. El final de la Gran Depresión en 1890 permitió a la burguesía hacer concesiones al movimiento obrero, lo que fue utilizado por el creciente reformismo interno de la socialdemocracia pasar al ataque y censurar vitales ideas de Engels sobre la teoría de la violencia revolucionaria en 1895, impulsando primero el pacifismo y luego, desde 1905 en adelante, el apoyo a la política imperialista alemana y al papel de su ejército.

La Alemania de la década de 1890 estaba muy por delante de la Euskal Herria de la misma época. Ambos eran capitalismos militarizados por el innegable peso del Ejército, desde luego, pero con una diferencia cualitativa: la nación vasca estaba ocupada militarmente lo que facilitaba sobremanera la represión. Precisamente, uno de los más lúcidos representantes de la cultura conservadora e imperialista germana, «padre intelectual» de una de las ramas fundamentales de la sociología burguesa, Max Weber, visitó Euskal Herria en septiembre de 1897 dejando constancia en sus cartas de las enormes diferencias que apreciaba entre la cultura vasca y «la mezquindad de la Administración española» que impone «una reparación de guerra» al Pueblo Vasco desde la última guerra perdida por los vascos. Dado su conservadurismo imperialista, atenuado en su forma externa por sus relaciones con académicos alemanes de la escuela reformista denominada «socialismo de cátedra», teniendo esto en cuenta, es comprensible que M. Weber quedara gratamente impresionado por la apariencia de «los municipios y los distritos de las provincias vascas se autoadministran de forma estrictamente democrática», comparada con la realidad sociopolítica española.

Su conservadurismo antisocialista, que quedaría al descubierto al final de la IGM, le impedía analizar con objetividad e incluso ver cómo las fuerzas armadas españolas, los grupos de matones a sueldo de la patronal vasca, los forales y mikeletes a las órdenes de las Diputaciones, todas ellas controladas desde los gobiernos civiles y militares, intervenían con dureza, y a veces con extremada dureza una y otra vez en defensa del capital, que es lo mismo que decir del Estado. Como vamos a ver, las represiones no acaban ni con la irrupción de la lucha de clases en su forma industrial, aunque nos vamos a ceñir sólo a las grandes huelgas; ni con la defensa de los derechos nacionales; ni con la reorganización de las fuerzas políticas, ni con la tendencia a la superar el muro fronterizo impuesto por los Estados.

La Huelga General de mayo de 1890 desborda todos los controles militares y obliga al general Loma a negociar directamente con los huelguistas, firmándose el “Pacto de Loma” que beneficia a la clase obrera, pero tras la vuelta al trabajo la patronal los incumpliría sistemáticamente. La rebelión llamada Gamazada de 1893-94 que recorrió Euskal Herria contra el proyecto español de aumentar el tributo de guerra impuesto a Nafarroa en 1841 y a Vascongadas en 1878 que significaba además de destruir lo pactado, sobre todo imponer el centralismo estatal; la respuesta de masas fue tal que el Estado tuvo que retroceder. A la vez se centralizaba políticamente la pequeña burguesía creando el PNV en 1895 que se expandiría con rapidez desde su núcleo vizcaíno. Al poco, en 1901, la lenta pero imparable toma de conciencia lingüístico-nacional organizó el Congreso de Euskerología realizado simultáneamente en Hendaia y Hondarribia, uniendo simbólicamente las dos partes del territorio vasco separadas por la frontera franco-española: no se puedes ocultar la preocupación de París y Madrid ante ese paso cualitativo, que iba más allá de la unidad material solidaria demostrada en las dos guerras en defensa del Sistema Foral.

En la Huelga General de 1903 el general Zappino, al mando de un Regimiento de Artillería de Montaña, abrió negociaciones por su cuenta con los obreros debido a la ineficacia de la patronal, llegando a unos acuerdos que la burguesía bilbaína debía aceptar. En la Huelga General de 1906 fue el propio rey español, que veraneaba en Donostia, quien interviene a petición de la patronal para llegar a un acuerdo con la clase obrera, acuerdo que la burguesía incumplió creyendo que los trabajadores se habían tragado el anzuelo que se escondía dentro de la firma del rey. Mientras el malestar obrero volvía de nuevo en Hegoalde, en 1908 la clase obrera de Iparralde realizó su primera huelga en Baiona, confirmando que se había iniciado una dinámica de lucha de clases que sería drásticamente cortada por el estallido de la guerra de 1914.

Entre ambas Huelgas estalló en 1905 la revolución rusa que tuvo sobre todo tres grandes efectos teóricos para el tema que tratamos: Uno el papel de las Huelga de Masas, tal como lo entendía el grupo liderado por Rosa Luxemburgo que denunció implacable y premonitoriamente la tendencia objetiva del parlamentarismo «de izquierdas» a transustanciarse en pacifismo burgués renegando de la violencia defensiva, actuante o preventiva, inherente a la lucha del proletariado. Otro, el paso decisivo dado por los bolcheviques liderados por Lenin consistente en unir en las nuevas condiciones imperialistas, la estrategia socialista elaborada hasta entonces con la estrategia militar, más allá de lo alcanzado por Engels y por Marx. Y por último, la readecuación por Trotsky de la teoría de la revolución permanente que ambos amigos elaboraron en 1850, que se debatió desde entonces. Las tres, y otras en las que no podemos extendernos, serán decisivas para la emancipación mundial, y las tres tienen directa relación con la teoría marxista de la violencia.

Las condiciones objetivas impidieron que la oleada de luchas obreras, populares y campesinas que se ya se vivía en tierras vascas en esa década conociera esos imprescindibles debates, imposibilidad que explica en parte las limitaciones de muchas luchas concretas y sobre todo de la Huelga General de 1910, que fue la respuesta al incumplimiento de lo firmado por el rey español representante del capital. De nuevo los obreros negociaron lo que creían la solución con el general Aguilar que dirigía el Estado de Guerra y con Merino, Ministro de la Gobernación. El incumplimiento del pacto firmado por el rey aceleró el desprestigio de la monarquía hasta ser expulsada en 1931, pero todavía en ese 1910 el movimiento obrero y popular no había desarrollado la independencia política de clase –una de las exigencias que une a Rosa Luxemburg, Lenin y Trotsky– suficiente como para no volver a cometer el error de credulidad hacia las promesas del capital, y la indefensión ante la represión militar que fue aplastante, lo que confirmaba el peso decisivo de lo militar en el asentamiento del capitalismo en Euskal Herria.

Es muy posible que, como había sucedido antes de 1872, tan abrumadora militarización de la política y de la economía desde 1876, por no hablar de la imposición de las lenguas española y francesa, provocara el rebote contrario de azuzar la concienciación general que ya venía impulsada desde antes, como hemos visto arriba: en la década de 1910 avanza la organización obrera en todos los sentidos, incluido el sindicalismo católico, y en especial un sindicalismo vasquista que para 1914 ya empieza a chocar con la burocracia del PNV en una incipiente muestra de independencia política de clase; se avanza en un nacionalismo más radicalizado que el del PNV ya incipiente en 1909; también surgen unas primeras reflexiones sobre la opresión vasca del republicanismo liberal que aceptaba el marco «vasco-navarro», etc.

Llegados a este momento debemos volver a la «profecía» engelsiana de 1874 confirmada en 1914. Engels se adelantó a la historia también en este caso porque desarrolló la unidad entre la industria de la matanza de seres humanos y la ley del valor descubierta por Marx, y lo hizo además defendiendo el papel decisivo de la «vergüenza nacional», de la subjetividad, etc. Fueron pocos los que desarrollaron esta dialéctica. Para 1914 la II Internacional tenía una posición oficial antimilitarista y antiguerra radical en apariencia, pero hueca, podrida en la realidad. Fue F. Mehring quien más profundizó en la investigación abierta por Engels y por Marx. Rosa Luxemburg iba por delante de Lenin como quedó claro en 1912 con su crítica del papel del militarismo en la acumulación capitalista, crítica que la II Internacional intentó silenciar. Por su parte, el socialista pacifista Jaurés se esforzó en cuadrar el círculo entre antiimperialismo y «nuevo ejército» por lo que fue asesinado por la extrema derecha francesa en 1914: su heroísmo innegable tenía todos los defectos del pacifismo y ninguna de las virtudes del antimilitarismo revolucionario. La decisiva aportación de Lenin de 1905 apenas era conocida, pero aún no había profundizado teóricamente en la dialéctica entre guerra e imperialismo, cosa que haría a partir de 1914-15.

La guerra mundial de 1914-18 exacerba la militarización del capitalismo vasco que ya venía de antes, siendo reforzado por las llamadas «guerras de África» desde 1893 y luego por los pactos franco-españoles de 1904 para invadir a los pueblos norteafricanos como en 1911. En Hegoalde se suman los efectos de las guerras de Cuba y Filipinas: el fundador del nacionalismo pequeño-burgués, Sabino Arana, sufrió cárcel por enviar un telegrama saludando la independencia de Cuba. La producción siderometalúrgica, naval, armera, etc., vasca y el creciente peso financiero de su burguesía es cada día más importante en el débil imperialismo español, mientras que sus fuerzas represivas, el nacionalismo españolista del PSOE y su control reformista sobre la UGT, le facilitan el orden y la explotación. Pero las luchas obreras, campesinas y populares no desaparecen, ni tampoco se detiene la concienciación vasca que adquiere tantas formas como expresiones tiene la lucha de clases y la opresión nacional. Todo ello influirá en la compleja respuesta vasca a la Huelga General española de agosto de 1917.

La oleada revolucionada inaugurada por la revolución bolchevique termina impactando en Euskal Herria con efectos cualitativos cuando en pocos años, desde 1920 hasta 1923, se integran cinco dinámicas en una realidad nueva marcada por la dura crisis industrial de 1921, por la ofensiva patronal contra los salarios desde 1922, y por la lucha entre campesinos y burguesía agraria sobre todo en la Ribera: Una, dentro del sindicalismo vasquista, ELA, surgen algunos debates sobre el derecho de autodeterminación según Lenin. Dos, se asienta la corriente nacionalista-radical de 1909 que daría paso a ANV una década después. Tres, se rompe en dos el PNV: Aberri y Comunión Nacionalista que, aunque se reunificaron en 1930 dejaron una brecha decisiva, Cuatro, en la izquierda político-sindical española surgen algunas propuestas de acercamiento al nacionalismo vasco. Y cinco, dentro de esta izquierda estatal se produce una escisión que se integra en la Internacional Comunista, creando las condiciones para que una década después surja un embrión de comunismo abertzale válido en aquel contexto.

Desde luego que el resto de fuerzas sociopolíticas conservadoras y derechistas también respondían a esos cambios, como el carlismo que mantenía aún una fuerte tensión interna entre su dirección contrarrevolucionaria y sus bases populares apegadas a lo que quedaba de derechos forales. Este proceso claramente ascendente fue cortado durante un tiempo por el golpe militar de 1923 que con una pequeña suavización en 1930 se mantuvo hasta 1931.

5.- De 1931 a 1944

Debemos contextualizar estas transformaciones en el panorama teórico-político desencadenado por la guerra mundial que, a su vez, fue consecuencia de las contradicciones generadas por la salida de la primera Gran Depresión de 1873-1890: el salto de la fase colonialista a la fase imperialista. El vórtice de este temporal fue la fundación de la Internacional Comunista en marzo de 1919, diez y ocho meses después de la revolución bolchevique, lo que permitió que las izquierdas vascas tuvieran un corto período de acceso a alguna información crítica y rigurosa sobre el capitalismo, y a opiniones teóricas y políticas antes casi inaccesibles. Pero la IC no cayó hecha del cielo, fue el resultado de la lucha de clases mundial y, en el tema que nos interesa, sobre todo del avance de Lenin en 1905 en lo que concierne a la estrategia político-militar iniciada por Marx y Engels, con las aportaciones de Trotsky, y también, aunque en menor medida, a las reflexiones de Rosa Luxemburgo sobre la Huelga de Masas y las tareas de los sindicatos y partidos. Aunque estas en menor medida porque la marginación a la que fue sometida en el partido alemán desde 1905, la guerra, la derrota revolucionaria de 1918 en sus miles de asesinados, incluida ella, frenaron mucho la difusión de sus ideas.

La creación de una corriente comunista en el PSOE al calor del bolchevismo y su posterior salto a partido facilitó que esa corriente resistiera de algún modo la represión de la dictadura de 1923-31. La Internacional Comunista insistía mucho en que la militancia debía estar preparada para la represión y la clandestinidad, pero que no debía aislarla del pueblo explotado sobre todo cuando éste sufría opresión nacional. Pese a la burocratización sufrida desde 1924, también insistió mucho en que las organizaciones y partidos comunistas debían dominar la teoría de la violencia revolucionaria en todas sus formas, sobre todo las insurreccionales. Semejante formación teórico-política le permitió realizar una pequeña pero simbólica movilización contra el golpe militar de 1923, así como no caer en el colaboracionismo con la represión militar del PSOE y UGT, agente del capital y de los militares en la persecución de las libertades. La influencia de la IC llegó a sectores de ELA que propusieron una lectura de las tesis de Lenin sobre la autodeterminación de los pueblos, como hemos dicho; también el poder de atracción de la IC presionaba para que corrientes radicales e incluso reformistas reflexionasen sobre el socialismo.

Aunque la dictadura frenó esta dinámica, no la anuló, y menos cuando la segunda Gran Depresión, la de 1929 elevó las contradicciones sociales a un nivel insospechado, reactivando las movilizaciones, huelgas y actos políticos ilegalizados. La victoria de la II República en abril de 1931 abrió las espitas de la olla a presión que era Hegoalde reorganizándose rápidamente las fuerzas políticas, sindicales y culturales. La intentona golpista de agosto de 1932, la sanjurjada, fue una advertencia muy clara de que el bloque de clases dominante quería acabar con la II República a cualquier precio, que aprendió de los errores del general Sanjurjo para lanzar el ataque definitivo solo cuatro años después. Parece muy probable que, como en las crisis anteriores, la gravedad de la situación intensificara los procesos de toma de conciencia anticapitalista de sectores nacionalistas: ANV, por ejemplo; o lo de lo que era un embrión del independentismo socialista: los comunistas de la Federación Vasco-Navarra; o la radicalización de Jagi-Jagi y grupos de mendigoizales, etc. Esto hizo que para 1934, fecha de la llamada Revolución de Octubre, las fuerzas golpeadas por la pasada dictadura mantuvieran relaciones cordiales ante el peligro golpista.

Para los fines de esta presentación los aciertos, errores y límites de la insurrección revolucionaria de octubre de 1934 ofrecen lecciones muy importantes. La síntesis teórica realizada hasta ese momento en base a la enorme amplitud de las luchas populares había elaborado lecciones y principios básicos: Estratégica que integre la dialéctica entre lo económico, lo político, lo ético, lo cultural, lo militar, etc., como una totalidad con niveles. Estructura organizativa que permita la interacción equilibrada de las tácticas necesarias a cada una de las partes de esa totalidad. Concepción del Estado burgués como mando centralizador de las múltiples violencias del capital y como su garante estratégico último mediante el terror. Necesidad de destruir el Estado y su «alma armada». Política de acumulación de fuerzas destinada a este fin estratégico. Interacción entre las formas de lucha y su encauzamiento a la toma del poder. Valoración del tiempo político en base a este objetivo. Tácticas de trabajo, división y desmoralización de las fuerzas represivas, etc.

El contexto de otoño de 1934 no era muy propicio para la insurrección: las divisiones internas del PSOE y de la UGT; la debilidad relativa del PCE y de la CNT; los rescoldos que pervivían de la histórica separación entre el movimiento obrero de origen estatalista y el vasco, pese al importante acercamiento reciente; el obstruccionismo del PNV y del republicanismo reformista; el peso de la Iglesia sobre todo en el campesinado y en los sectores obreros relacionados con él; las amenazas del fascismo y de las derechas… No debemos olvidar que la II Internacional no tenía ni quería tener una teoría de violencia que, integrada en un capítulo sobre la insurrección, lo que mermaba mucho la efectividad de sus bases radicalizadas. El anarquismo estaba más fogueado, pero rechazaba la praxis marxista al respecto. La burocratización de la Internacional Comunista había amputado tanto el marxismo –Rosa Luxemburg, Pannekoek, Trotsky, Preobrajensky, el último Lenin, Reich…–, que desde finales de los ’20 la llamada «teoría científica» era una caricatura mecanicista.

Por todo esto la Revolución de Octubre, fuerte en Asturias, tuvo desigual apoyo en Hegoalde, pero aportó tres lecciones: Una, el pueblo trabajador estaba en proceso de radicalización porque incluso ELA la apoyó implícita y pasivamente. Otra, tuvo muchos errores de organización a pesar de que para esa fecha la teoría insurreccional estaba bastante elaborada. Y la tercera y menos visible en ese momento pero que sería muy importante, sectores de las bases del PNV empezaron a liberarse de la sumisión al Estado Vaticano, aliado estratégico de la burguesía, lo que sería decisivo para forzar a la mayoría de la dirección del partido a posicionarse en defensa de la II República. Como otras muchas veces en la historia, Octubre del ’34 fue una escuela de aprendizaje que sirvió en buena medida para, al cabo de solo 21 meses después, derrotar parcialmente a la sublevación contrarrevolucionaria de julio de 1936.

La radicalización social en Hegoalde, creciente en 1935, respondía además de a la devastación de la crisis, también a la toma de conciencia de los errores de Octubre ’34 y de que más temprano que tarde la burguesía intentaría otro golpe más salvaje que el de 1932: empezaban a circular rumores sobre sus contactos con el nazifascismo, lo que propició un acercamiento entre las fuerzas político-sindicales. En la Ribera se masticaba la tensión porque crecía la lucha por la recuperación de las tierras comunales a la par que de burguesía y la Iglesia pedían a gritos la intervención militar. Por su parte, el campesinado de Bizkaia y Gipuzkoa fue golpeado con desahucios de caseríos y tierras al no poder pagar las altas rentas, lo que llevó incluso a la protesta del blando y dubitativo PNV cada vez más presionado por sus bases y por el mundo de la cultura euskaldun, muy alarmado por el auge del antivasquismo desde hacía tiempo y en especial desde 1931 cuando la II República sí reconoció el bilingüismo en Catalunya pero lo prohibió en Euskal Herria. Esta guerra lingüístico-cultural se extendía al conjunto de prohibiciones contra una Universidad Pública vasca a pesar de que la alfabetización era la más alta del Estado y con mucho, pero obligatoriamente en español.

La teoría marxista de la violencia, relacionada con la ley del valor, se vio trágicamente confirmada de nuevo con el alzamiento contrarrevolucionario de julio de 1936, y con la guerra que le siguió, conflicto bélico que en Euskal Herria duró en su expresión máxima hasta 1944, con la retirada nazi de Iparralde, aunque se mantuvieron formas de guerra no «convencionales» pero sí justas. El arte de la insurrección es un capítulo de la teoría de la violencia y aunque en 1936 el «insurrecto» fue el capital, es decir, que fue la burguesía la primera en atacar tomando la ofensiva, debemos recordar cómo Lenin criticaba a Kautsky, a Plejanov y al reformismo el que no comprendieran la dialéctica entre ofensiva y defensiva, es decir, que a la «insurrección» contrarrevolucionaria se le debe combatir con inmediatas insurrecciones obreras y populares, que de hecho fue lo que ocurrió en muchas ciudades del Estado y de Hegoalde: el pueblo obrero tomó las calles escasamente armado, exigió más armas y, como en Donostia y otros pueblos industrializados de Gipuzkoa creó verdaderas comunas que derrotaron a los sublevados, o detuvieron su avance obteniendo un tiempo vital para organizar la resistencia y pasar a la ofensiva.

Las comunas obreras y populares tuvieron que redoblar sus esfuerzos heroicos no sólo ante la gran superioridad cuantitativa de los invasores, no sólo ante la fuerte resistencia interna de los contrarrevolucionarios que saboteaban la incipiente democracia socialista, sino también para compensar la pasividad del PNV en las primeras y fundamentales semanas de la guerra. En otros lugares, el PNV negoció con los sublevados. En las zonas libres tuvo una política ambigua y contradictoria, ya que por un lado, no movilizó el enorme potencial industrial, ni nacionalizó la banca, ni creó un verdadero ejército, además tensionó las relaciones con las izquierdas para que no tomaran urgentes medidas socializadoras, cerró bastante los ojos y oídos al sabotaje interno…y se rindió en Santoña entregando la industria intacta y sus batallones desarmados al invasor. Pero, por otro lado, impulsó la cultura y creó un diario monolingüe en euskara, Aberri, e intentó crear una administración parecida a un Estado burgués con tintes progresistas.

Se debate mucho sobre si fue correcto que las izquierdas cedieran en sus reivindicaciones para mantener la unidad antifascista. Toda la experiencia histórica aconsejaba, por el contrario, que se mantuviera la independencia política de clase y la lucha por la independencia vasca de facto, movilizando todos los recursos posibles. Pero la II Internacional ni quería ni podía avanzar a la democracia socialista y al pueblo en armas. En su VII Congreso de verano de 1935, la Internacional Comunista inició la estrategia de los Frentes Populares, que ha resultado un fracaso histórico. Las corrientes expulsadas o exterminadas por la IC stalinizada habían quedado reducidas a una minoría, aplastadas desde mayo de 1937 en Catalunya, asesinadas desde junio a la vez que caída Bilbo en manos españolas y decapitadas en ese verano con el exterminio de la Comuna de Aragón por tropas del PCE. No hace falta recordar que, aun y todo, la resistencia tanto en Hegoalde como en el Estado fue tenaz, muy por encima de lo imaginable.

Hemos dicho arriba que la guerra en su expresión convencional se libró entre 1936 y la retirada de los nazis de Iparralde en 1944, lo que permitió que se crearan bases en el Pirineo Atlántico para facilitar la entrada de los Aliados en la Península, como se creyó ingenuamente durante unos meses. La fracasada penetración guerrillera por el valle de Arán y otras zonas, dio razones a quienes ya tenían decidido «cerrar el frente» en un contexto idóneo para avanzar decididamente hacia la independencia. Pero el PNV no lo quería. Los comunistas vascos no pudieron contener el triunfo del nacionalismo español en el PCE que se había impuesto definitivamente en mayo de 1937, ni la supeditación total a los dictados de Moscú, que ya había cedido el Estado español al imperialismo: los comunistas vascos fueron purgados. La II Internacional, en proceso de recuperación, también se volvió contra Moscú, contra el comunismo y las guerras de liberación nacional. Las huelgas y manifestaciones que se recuperaron desde 1947 mantuvieron la esperanza de libertad justo hasta 1953, año en el que la dictadura cambió de amo internacional: ya no era el nazismo, eran los EEUU.




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