1968, el año que cambió al mundo, fue testigo de como nada se movía en el estado español bajo la sofocante bota represiva de los militares así como de los diversos grupos terroristas bajo el mando de Francisco Franco Bahamonde y sus ministros, muchos de los cuáles, diez años después, se transformarían por arte de magia en demócratas de toda la vida.
En Eukal Herria el asunto estuvo más movido, tal vez por la cercanía con el estado francés, tal vez por su caracter de territorio fronterizo, tal vez por el indómito carácter del pueblo vasco que diez años antes había comenzado a conformar un auténtico movimiento de liberación, mismo que fuese fuertemente combatido por los diferentes estamentos del estado.
Por medio de este reportaje dado a conocer por Deia, traemos a ustedes las vivencias de cuatro vascxs que tuvieron la oportunidad de vivirlo:
Jokin Apalategi, Maite Idirin, Mariasun Landa y Joxean Agirre, que entonces rondaban la veintena, se sintieron inmediatamente cautivados por aquel movimiento que se rebelaba contra una sociedad tradicional y jerárquica.Marta Martínez | Fotografía: Iker AzurmendiEn 1968, la poesía salió a las calles de París. Lemas como Seamos realistas, hagamos lo imposible, Bajo los adoquines, la playa o Prohibido prohibir marcaron a toda una generación de jóvenes entusiastas con ansias de libertad entre los que se encontraban Jokin Apalategi, Maite Idirin, Mariasun Landa y Joxean Agirre. Los cuatro jóvenes vascos, que entonces rondaban la veintena, se sintieron inmediatamente cautivados por ese despertar universitario que se rebelaba contra una sociedad tradicional y jerárquica. El mayo francés fracasó políticamente, pero el debate se apoderó de cada esquina durante los años siguientes y la sociedad emprendió un camino de no retorno.Para Jokin Apalategi (Ataun, 1943), apasionado de las ciencias humanas y sociales, fueron los “mejores días” de su “vida”. Su currículo es extenso: licenciado en Filosofía, doctor en Sociología, profesor titular de Antropología en la UPV/EHU y Catedrático honorario en Psicología Social en la misma universidad. Y todo comenzó en París, adonde llegó el 13 de octubre de 1967, tras finalizar su formación en el seminario de Donostia. “Yo no quería ordenarme, así que el rector, José Ignacio Tellechea Idígoras, me envió a Zaragoza para que siguiera con mis estudios y me dio un puesto en la residencia estudiantil de los jesuitas. Duré tres días, aproveché que era el día de la Pilarica para coger un tren rumbo a París, no le dije nada a nadie, ni siquiera a mi familia”, explica entre risas. Cumplía así su sueño. Como cualquier vasco que llegaba en aquella época a la capital francesa, se dirigió a la Euskal Etxea y seis días después ya estaba estudiando Filosofía en la Universidad Católica.Aprendió francés sobre la marcha. “No podía ir a clases porque tenía que trabajar para pagarme los estudios”. El 3 de mayo de 1968, salía de la universidad cuando vio “a los estudiantes de Nanterre, que habían venido por primera vez a manifestarse a París y llegaron hasta la Sorbona”. “Fue una cosa impresionante, me quedé impactado, yo tenía en mi cabeza todas esas imágenes de lo que había vivido en San Sebastián y tantos amigos que tuvieron que exiliarse, otros que estaban en la cárcel, y ahí estaba pasando eso”, asegura, todavía con entusiasmo, 50 años después.Su universidad también cerró y durante los días que los estudiantes tomaron la Sorbona, Apalategi y sus amigos acudieron cada día a respirar aquel ambiente único, primero en metro y después, cuando se paralizó la ciudad, andando. “Allí he visto discusiones sensacionales que me han marcado para toda la vida, ver a Jean-Paul Sartre discutiendo con los estudiantes era algo sensacional;cuando daba la palabra se hacía el silencio, se respiraba respeto”, describe Apalategi, quien no intervino en las discusiones “porque no tenía suficiente calidad en francés como para llevar un debate”. “Además, los franceses hablan tan bien que te sientes acomplejado”, interrumpe su esposa, la cantante Maite Idirin (Ugao, 1943). La pareja, residente en Angelu (Lapurdi), se conoció en la Euskal Etxea de París en aquella época. “En el País Vasco no estábamos acostumbrados ni a oír hablar, porque el franquismo no dejaba nada. Pero en París se podía todo, discutían como nosotros no sabíamos discutir, se hablaba muy bien, con mucha educación, daba gusto asistir a esos debates”, añade.“A nosotros nos daba envidia cómo hablaba cualquier obrero, todo el mundo, qué manera de expresarse. Era un espectáculo, se analizaba todo lo que estaba pasando. Había debate permanente, las 24 horas, en la Sorbona, en los teatros, en los centros de trabajo. En el Teatro del Odeón entraban 1.200 personas y siempre estaba ocupado, de día y de noche, salíamos unos y entraban otros. Estábamos ocupadísimos, contentos, aprendiendo muchísimo de todos los debates, más que en la universidad. Fue una cosa gloriosa, emocionante, un regalo enorme”, recuerda Apalategi.Todo eso en una ciudad paralizada, en la que no circulaba el transporte público, no se recogían las basuras, con barricadas de adoquines levantadas por los estudiantes, enfrentamientos con la Policía, manifestaciones y una huelga general secundada por diez millones de trabajadores. El conflicto llegó a su fin con la celebración de elecciones anticipadas a finales de junio, que volvió a ganar Chales de Gaulle. Los partidos de izquierdas que habían apoyado la movilización estudiantil fracasaron en su intento de acabar con el general. Sin embargo, el Gobierno y los representantes estudiantiles llegaron a un acuerdo para la creación de una universidad nueva que cumpliera con las exigencias de los jóvenes. Apalategi fue uno de sus primeros alumnos cuando se inauguró en enero de 1969. Luego se sumaron Maite Idirin y Joxean Agirre. “Era una universidad libre, verdaderamente”, explica la cantante, que cursó la licenciatura de Sociología, al igual que su esposo. “Estudié cuatro años en Vincennes más la tesis doctoral y al mismo tiempo estudiaba Sociología con Alain Touraine en la Escuela Práctica de Altos Estudios de París”, explica Apalategi. “En aquellos tiempos estudiábamos con devoción”, rememora, con cierta nostalgia, quien tuvo el privilegio de escuchar en vivo a Jean-Paul Sartre, asistir a las clases de Alain Touraine y Nicos Poulantzas o manifestarse junto a Alain Geismar, uno de los líderes del mayo francés.En París, Apalategi conoció también a su esposa, Maite Idirin, quien llegó en el año 1969, tras una breve estancia en Iparralde. Se marchó de su Ugao natal porque “estaba perseguida” y pronto descubrió un mundo fascinante. “En torno a mayo del 68 hay también un resurgir de todas las identidades minoritarias como los corsos, vascos, acitanos, bretones y catalanes, que empiezan a agruparse, a hacer reuniones. En los años 71 y 72 se celebra en París el festival de los cinco pueblos en lucha”, explica Apalategi. Idirin fue una de las cantantes;también Lluís Llach. “Era un ambiente impresionante”, recuerda. Durante tres años estuvo cantando cada noche en la sala La Candelaria, en el Barrio Latino, un local regentado por el donostiarra Miguel Arocena. “Siempre cantaba en euskera y suscitaba mucha curiosidad, mucha gente me preguntaba qué idioma era, había un diálogo continuo, era muy bonito”, sostiene. “Tuve mucha suerte”, reconoce la cantante. Y, aunque entonces la protesta había llegado a su fin, el movimiento, el espíritu y las ideas permanecieron durante los años siguientes. La pareja permaneció en París hasta el nacimiento de su hijo, en diciembre de 1972. “Lo teníamos claro, queríamos volver porque queríamos que el hijo fuera euskaldun, que fuera a la ikastola”, explican. Pero aquella época les marcó de por vida.Mariasun Landa (Errenteria, 1949) llegó cuando la primavera había dado paso ya al otoño y las protestas habían llegado a su fin, pero recuerda “esa orgía de la palabra” como algo fascinante. “En lugar de conocer a Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir o ligar con Daniel Cohn-Bendit, a mí me toca hablar del mundo de una chavala joven de chambre en chambre pasando relativas penurias”, rememora. Landa llegó a París con 19 años con ganas de emanciparse, de vivir, de saber, de aprender idiomas. Comenzó trabajando deau pair y conoció de cerca la realidad de la emigración española en Francia. “En aquella época había 100.000 emigrantes españoles”, cuenta, muchos de ellos mujeres que trabajaban en el servicio doméstico.La escritora plasmó aquella experiencia en su obra La fiesta en la habitación de al lado.“El título hace referencia a esa sensación que pasa muchas veces, que cuando tú llegas resulta que ya no hay fiesta;pero aunque no había fiesta, había muchas cosas, conocí el mundo de la emigración, del antifranquismo, los grupos clandestinos”, rememora. Landa residió en París cuatro años, aprendió francés y después estudió Filosofía en la universidad. Y aunque no vivió la fiesta del mayo francés, sí asistió a la del feminismo.“En mayo del 68, la reivindicación era de ruptura de costumbres, de liberación, había algo envejecido en la sociedad, que era la costumbre y una juventud nueva demandaba, para empezar, liberación sexual. Fue la revolución del deseo, el deseo aquí y ahora. Yo comparo aquellos años con los años de la transición aquí. Se abrió la olla a presión”, analiza Landa, quien recuerda una de las principales exigencias de los estudiantes de Nanterre: que se permitiera visitar las habitaciones del sexo contrario en las residencias universitarias, algo que estaba prohibido. “Así era nuestra vida, muy diferenciada”, destaca.“Todo lo que se dio en Mayo del 68, se dio luego en el movimiento de mujeres”, asegura. Francia era todavía entonces una sociedad muy tradicional y machista. Hasta 1965, las mujeres necesitaban el permiso de sus maridos para abrir una cuenta corriente o viajar, mientras que la ley que autorizaba la contracepción fue aprobada en 1967, “pero no encontrabas a muchos médicos que te recetaran la píldora”, explica Landa. El aborto estaba totalmente prohibido. “Así fui yo a Francia en 1968, no fui a un país liberado. La liberación vino en los años siguientes”, explica Landa.“Después de mayo del 68, las mujeres se dieron cuenta de que en la izquierda que lideró todo el movimiento también se las postergaba a hacer el bocadillo”, sostiene la escritora. En palabras de la historiadora Bibia Pavard, “ellas estaban en todas partes, excepto en los centros de poder”. Así, en 1970 surge el Movimiento de Liberación Femenina (MLF). “A mí se me caía la baba, porque yo estaba deseando algo así en Euskal Herria”, recuerda Landa.Llegaron las manifestaciones y el manifiesto de las 343 (abril de 1971). “Un millón de mujeres abortan cada año en Francia. Ellas lo hacen en condiciones peligrosas debido a la clandestinidad a la que son condenadas cuando esta operación, practicada bajo control médico, es una de las más simples. Se sume en el silencio a estos millones de mujeres. Yo declaro que soy una de ellas. Declaro haber abortado. Al igual que reclamamos el libre acceso a los medios anticonceptivos, reclamamos el aborto libre”, decía el manifiesto firmado por 343 mujeres, entre ellas Beauvoir y Catherine Deneuve. “Aquello fue un escándalo”, recuerda Maite Idirin, muy involucrada también en el movimiento de mujeres de la época. “Estuve manifestándome al lado de Simone de Beauvoir y la abogada Gisele Halimi en París”, recuerda. Tuvieron que pasar cuatro años más, hasta 1975, para que se legalizara el aborto.Mariasun Landa ve un hilo invisible entre aquella época con la lucha de las mujeres actual. “Tomar la palabra, transgredir, hablar de lo que hasta ahora no se hablaba, que lo privado también es público, esto último ha sido fundamental para el movimiento feminista, para el movimiento de liberación de las mujeres. El actual Me too es eso también. Es una lucha que no ha conocido fin y que continúa hoy en día”, analiza.La escritora rememora aquella época con cierta melancolía porque “es un tiempo que ya pasó, que fue nuestra juventud, pero además es un tiempo que no volverá, porque la sociedad ha entrado en otra dinámica”. “A mí me marcó en mi cultura, que es bastante afrancesada, en mi escala de valores, en mi percepción de las relaciones humanas”, señala.Joxean Agirre (Azpeitia, 1949) llegó en otoño de 1969 para estudiar Sociología en la Universidad de Vincennes. “Para nosotros fue bastante impactante llegar a París y ver aquel ambiente, pasamos el primer año totalmente embobados y en la universidad todavía más, era alucinante”, explica. La universidad respondía a las exigencias del movimiento estudiantil contra la rigidez de la educación, “apertura de la universidad al mundo contemporáneo, mezcla de departamentos, en definitiva, que no fuera todo tan rígido”.Vincennes funcionó como universidad experimental, “cogías unas asignaturas troncales, pero luego había danza, teatro, estudios feministas, cosas que en aquella época eran muy novedosas;no se hacían exámenes, sino trabajos en grupos pequeños que luego tenían que defender ante el profesor”. El debate era el motor de la enseñanza. Era un ambiente de izquierdas en el que los diferentes grupos y profesores “le daban vueltas y vueltas a las mismas cuestiones”. “Se hablaba continuamente de mayo del 68, era una especie de obsesión. La obsesión era organizar un partido fuerte a la izquierda del Partido Comunista, para ir más allá si se presentaba otra oportunidad”, apunta Agirre. En aquella época, el escritor y periodista guipuzcoano estaba muy interesado en la situación política y por ello “fue una etapa muy importante”. “Nosotros estábamos muy metidos en la vorágine de pensamiento crítico, sobre todo de autores marxistas de todo pelaje. Luego me aburrí y pasé a la literatura. Pero en aquellos momentos, la literatura no me interesaba nada. En esos tiempos, Samuel Beckett solía acudir a una cervecería del barrio latino y se tomaba una cerveza con sus amigos irlandeses. Ahora me hubiera gustado ir allí en vez de tanto marxismo. Claro, no le hubiera saludado, pero estaría mirándole con un embobamiento total. Ahora me parece más interesante Beckett que bastantes profesores que conocí allí”, reconoce.En una entrevista reciente, el sociólogo Alain Touraine, que en marzo de 1968 tenía como alumnos a Cohn-Bendit y Geisman, aseguraba que “en mayo del 68 inventamos los movimientos sociales”. En la misma línea, según Mariasun Landa, “el espíritu del 68 ha fecundado en la actualidad los movimientos sociales”.Fechas clave22 de marzo. Los estudiantes de la Universidad de Nanterre protestan contra las rígidas normas de la universidad.3 de mayo. La protesta llega al centro de París.13 de mayo. Los sindicatos convocan una huelga general, se paralizan los transportes, las universidades y los centros de trabajo. Diez millones de trabajadores secundan la convocatoria.Feminismo1965. Las francesas alcanzan su “mayoría de edad”: se elimina la ley que exigía a las mujeres el permiso del marido para abrir una cuenta o viajar, entre otras cosas.1969. Se aprueba la contracepción.1970. Surge el Movimiento de Liberación Femenina.1971. Manifiesto de las 343 a favor del aborto libre.1975. Se legaliza el aborto.VincennesAcuerdo. El Gobierno y los representantes de los estudiantes llegaron a un acuerdo por el que se creó la Universidad de Vincennes.Objetivo. Respondía a las exigencias del movimiento estudiantil contra la rigidez en la educación.La Universidad. Abrió sus puertas en enero de 1969, con profesores llegados de todas las universidades del país.
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