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sábado, 21 de enero de 2017

Egaña | Cosmopaletos

Suenan los ecos de los tambores en Donostia y a ese ritmo les compartimos este texto publicado por Iñaki Egaña en su cuenta de Feis:


Iñaki Egaña

Hay un hashtag en twiter con el enunciado "cosmopaletismo". Refiere a expresiones deslizadas en inglés cuando para las mismas hay vocablo en castizo. Comenzar este artículo poniendo hashtag en lugar de etiqueta ha sido, según quienes han creado la entrada de twiter, un acto de cosmopaletismo. Mi humilde aportación al concepto. Nadie se libra de ser abducido.

Hay, sin embargo, una aceptación más generalizada que liga el cosmopaletismo a los aldeanos, políticos para más señas, nada que ver con situaciones geográficas, que se las dan de universales y al intentarlo no hacen sino ahondar en su zafiedad. Algo así le entendí hace poco a Imanol Intziarte cuando describía el proceso para la elección del tambor de oro en Donostia. Un proceso que concluyó en bufonada. Para demostrar cuánto se hace por la ciudad, hace falta ser extraño, extranjero mejor, y a ser posible con raíces profundas en la naturaleza hispana. Ocho apellidos vascos elevado a la categoría de dogma. Por tanto estupidez. Para que se me entienda poniendo las denominaciones de origen al ejemplo: Ernesto Gasco sería, en este caso, el paradigma del cosmopaletismo.

Son los padrinos del saber, de la comunicación, de las ondas, de los canales televisivos. Una ristra de paletos que nos llaman catetos a quienes nos enorgullece nuestro pequeño espacio natural, nuestro abecedario con tx, tz y ts, y cada vez que abren la boca para citar a Tom Wolfe o Martin Hidegger parecen hacerlo en nombre de Chiquito de la Calzada. Ellos serían…, cómo decirlo, los cosmopaletos. Aunque venden sus andanzas como las de los más cosmopolitas del mundo.

El proceso para la elección del tambor de oro es la excusa para explicar mis reflexiones sobre esa comunidad de iluminados, por hacerme eco de las investigaciones literarias de Umberto Eco, que arropados por medios afines, se marcan una saeta (canto religioso hispano propio de Semana Santa) y la revisten como si se tratara de la tercera sinfonía de Malher. Y nos tratan al resto de trogloditas, incultos reincidentes, negados para la comprensión de los verdaderos y únicos valores de la humanidad.

Hay una tendencia acentuada en los responsables culturales y turísticos de diputación guipuzcoana y ayuntamiento donostiarra que opinan sobre las razones que para el resto nos deben permanecer ocultas. Refiero al territorio guipuzcoano, pero no tendría reparo en ampliar la cita a los vecinos, tanto en Ipar Euskal Herria como al sur de la muga. Los complejos de algunos son tan evidentes como extendidos.

Una tendencia que apelando a las clásicas del consumo cultural, ya de Hollywood, ya de Trafalgar Square, superan nuestro “provincianismo” militante, al parecer excluyente. Lo que les da el “derecho” a la castañuela como alternativa, a la pandereta, al gallo, y, si me apuran, a exhibir en un magno escenario como el flamante Victoria Eugenia, a la cabra de la Legión. Eso sí. Con tal de que la cabra bale en inglés (presente de subjuntivo), se vista con Jean Paul Gaultier y se perfume las pezuñas con Armani (una fragancia floral de color verde), el resto no tiene importancia. ¡Viva la vida!

Porque, señores y señoras que se desayunan cada mañana con la preocupación de cómo hacernos más españoles a través de esas triquiñuelas, el fondo de la universalidad reside en esa estafa. ¿Universales? Una careta. Los Ernesto Gasco, Fernando Savater, Denis Itxaso, Mario Vargas Llosa, Patxi López, Juan Luis Cebrián y una larga lista de furibundos nacionalistas ridiculizan a eso que Ernest Schumacher definió como la escala natural, la humana (lo pequeño es hermoso), para ensalzar su patria en nombre de una grandeza militar, lingüística e incluso racial. Nunca lo dirán de manera explícita. Únicamente cuando las notas de los subordinados suban de tono. Entonces acudirán a su “deber supremo”, a la defensa de esa entelequia llamada España, incluido su ramal sureño, Perejil. A ellos les corresponde el apelativo de cosmopaletos.

No exagero. En mi cercanía, la ofensiva del cosmopaletismo es notoria. Aquello que sea producto del país es relegado al folklore, al ridículo (cuánta culpa tiene ETB en este desaguisado), como si los vascos únicamente supiéramos bailar el aurresku, copular una vez al año, beber como cosacos, provocar hilaridad en los vecinos por nuestras supuestas costumbres autistas. Nos encasilló el sistema en la naturaleza de Pello Kirten o Txomin del Regato, y ahí nos tienen, arrinconados con sus sucesores encarnados por Oscar Terol and company. No tenemos derecho a mostrar nuestra universalidad porque la misma es la hispana o francesa. Ellos, los cosmopaletos, son los héroes de la modernidad, los trasmisores de la cultura con mayúsculas. Tienen la exclusiva.

Y ya saben aquella máxima. Uno no es tal y cómo ejerce, sino cómo lo describen. Ya podemos hacer permanentes esfuerzos de reconocimiento, de amplitud, de mirar al exterior con esa carta de presentación (txapela buruan ibili munduan) que nos seguirán catalogando como nacionalistas, reduccionistas… Ya lo siento, pero mi percepción, puedo estar equivocado, es justamente la contraria. Nos decían que nuestros catarros “localistas” se curaban viajando y, en lo que me atañe al menos, esa función es la que me asienta con firmeza entre los míos.

Sigo en la cercanía. Verano de 2012. Diario decano de la capital guipuzcoana. El lobby por excelencia: “La duquesa de Alba aclamada por bañistas en San Sebastián”. Mikel Ubarrechena, presidente de los hosteleros de Gipuzkoa, vicepresidente de la Real Sociedad de fútbol (mantengo la "ch" de su apellido respetando su firma). Entregando la camiseta txuri-urdiñ a la Cayetana. Detrás Ernesto Gasco, donando la de la capitalidad cultural. Esperpento. Como en 2008 Fernando García Macua y Mariano Rajoy compartiendo camiseta del Athletic, con la firma de todos los jugadores. ¿Síndrome de Estocolmo?

Porque, ya me dirán, señores y señoras que se desayunan cada mañana con la preocupación de cómo hacernos más españoles a través de esas triquiñuelas, dónde está esa maravillosa cita con el destino universal e intelectual que nos proponen. Patxi López, cuando fue nombrado lehendakari, posó para la portada de Vanity Fair, escuchando, por unos auriculares, música de su i-pod: Sigur Ross, Yeah Yeah Yeah, Fleet Foxes o los españoles Love of Lesbian, Facto Delafé, Russian Red o Manos de Topo. ¿A qué impresiona la lista? Moderno como el que más. El año pasado, siguiendo esa modernidad moderna, se instaló, como presidente efímero del Parlamento español, en un palacete madrileño de mil metros, gimnasio y sauna. La buena vida. La universalidad intelectual.

Maestros los tiene. Cómo no recordar a Felipe González, el truhán que se llamó socialista, que cargaba sus pilas de modernidad con sus edictos en La Bodeguilla, la de abajo. Sus citas de Marguerite Yourcenar, la escritora francesa, nacida en Bélgica y nacionalziada estadounidense, en la metáfora de la diversidad. A toda una serie de personajes que se convirtieron de un plumazo en beautiful people y fueron ungidos por la gracia del conocimiento cósmico. Más cosmopaletos.

¿Cómo compaginar esa imagen de las autoridades hispanas y autonómicas del siglo XXI en la inauguración del cuartel benemérito de Fitero con las proclamas universales? Se me hace complicado entenderlo, a pesar de los esfuerzos. Tal y como se nos hace complejo comprender la verdadera dimensión de aquella inauguración encabestrada por Hansel Cereza. El mismo que nos llamó paletos a los donostiarras. No lo habíamos entendido. Aquella capitalidad cultural europea, que afortunadamente ya se fue, inaugurada precisamente por Cereza ¡Cuántas formas hay para disfrazar a la cabra!






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