Nuestro amigo Koldo Campos descuartiza a los consorcios de información desnudando su doble rasero al momento de dar a conocer acontecimientos. Lean ustedes:
Koldo Campos Sagaseta
A propósito de atentados
Todos los medios de comunicación se hacían eco en estos días del juicio que se sigue en Estados Unidos a los supuestos autores del atentado ocurrido en Boston hace dos años durante la maratón que se celebraba en esa ciudad y que costó la vida a tres personas.
Dudo que haya alguien que no recuerde el atentado porque durante una semana todos los periódicos tuvieron en primera página la noticia y no hubo canal de televisión que no abriera sus informativos con las imágenes de la barbarie resaltando la determinación de llegar a los confines de la tierra para dar con los culpables, insistiendo en la necesidad de reforzar la seguridad, poniendo en alerta el calendario internacional y, no podía faltar, repitiendo las imágenes del atentado contra las torres gemelas de Nueva York…
“Sociedad conmocionada… Grupos terroristas usan ollas para hacer bombas… Las ollas eran españolas… Estados Unidos en el punto de mira… Boston atrapada en una cinta amarilla… NBA guarda silencio por atentado en Boston… Ningún español herido en atentado en Boston… Se revisarán los controles de seguridad en los maratones… La policía toma Boston a la caza del segundo sospechoso…” fueron algunos de los innumerables titulares con los que nos despertábamos todos los días y a los que acompañaban las habituales secciones de los medios como: “Todas las imágenes de los atentados en Boston”, “Reconstrucción del atentado en Boston” o “La tragedia en directo”.
En cualquier caso, para los desmemoriados, a tres meses de cumplirse el segundo aniversario y con motivo del juicio al único de los dos presuntos autores que sigue con vida, los medios han vuelto a recordarnos aquel atentado.
Lo que me llama la atención es el absoluto silencio con que los mismos medios han enterrado otro atentado, aún más sangriento, que costó la vida a decenas de estadounidenses el mismo año, el mismo mes de abril y casi el mismo día. Ocurrió en Waco, Texas. Una fábrica de fertilizantes que carecía de medidas de seguridad, que ya había sufrido accidentes en el pasado, que había sido multada por negligencia (por cierto, con dos mil dólares) y de cuyo funcionamiento venían quejándose los vecinos por el olor a amoníaco que desprendía desde hacía meses, volaba por los aires arrasando más de 50 edificios, matando a decenas de personas, entre trabajadores, bomberos y residentes, y provocaba la evacuación de medio pueblo. Horas antes, la empresa había denunciado un “leve accidente”, un simple incendio, y había dado la seguridad de que era impensable una explosión. Si acaso, en el peor de los casos, alguna emisión de gas que, se apresuraron a aclarar, no representaría peligro alguno para la población. Horas más tarde volaba por los aires.
En el periódico El País, luego de varias páginas informando sobre el caso Faisán, los sobres de Aznar y la imputación de la infanta, aparecía finalmente la noticia que cifraba en 12 el número de estadounidenses muertos en la explosión. Para el periódico Público los muertos ascendían a 35, aunque para llegar a ellos también hubiera que sortear al candidato de Grillo en Italia, a Matt Damon y a Mikel Erentxun. En el periódico El Mundo ni siquiera se recogía la noticia. La única catástrofe a la que se refería ese medio era la “posible descapitalización del Real Madrid y Barcelona”.
A ningún medio le importó entonces si había muertos o heridos españoles entra las víctimas de Waco, si la policía tomaría esa ciudad a la caza de los dueños de la empresa, si se revisarían los controles de seguridad de las empresas de fertilizantes o si serían llevados a juicio todos los responsables de una anunciada tragedia para lo que no iba a ser necesario buscarlos en los confines del mundo. Waco nunca estuvo atrapada en una cinta amarilla.
Para nadie es un secreto que la muerte, como la vida, también cotiza en Bolsa, que ni siquiera la muerte nos iguala, y que nadie, como los grandes medios de comunicación, para hacérnoslo saber. No es ahora que los muertos han comenzado a cotizar en bolsa. Siempre ha sido así. Hay muertos de primera que en la Bolsa de Muertos y Medios cotizan al alza, cuyo historial nos va a ser servido hasta en sus más nimios detalles y cuyos aniversarios estaremos honrando durante el resto de nuestras vidas; hay muertos de segunda que apenas sí aportan el nombre; y los hay, los más numerosos, que simplemente se registran en cifras que ni siquiera tienen que ser precisas y que se olvidan antes de que se nombren.
La razón por la que pesaron más en la Bolsa de las Víctimas de los grandes medios de comunicación los 3 estadounidenses muertos en Boston que las decenas de estadounidenses muertos en Texas, tenía que ver con las causas de su muerte. En Boston se hablaba de atentado, en Texas de “accidente”. Los viejos rencores generan terrorismo y el nuevo progreso provoca contratiempos.
Para enfrentar los odios, se nos dice, ya contamos con la eficacia de las cada vez más armadas policías, cámaras de vigilancia, controles, medidas de seguridad, y la necesidad de que todavía aumenten y se multipliquen esos medios.
Para sobrevenir a las desgracias que el impune afán de lucro ocasiona, nos queda el consuelo de haber tenido empleo en medio de estas crisis, así fuera en una fábrica de fertilizantes, en una plataforma petrolera o en una central nuclear; o la satisfacción, en la era de los desahucios, de haber disfrutado una vivienda, así fuese al lado de un gaseoducto, de una empresa química, de una fundición, vertedero o minería.
Por ello no es conveniente para los medios de comunicación que son parte del negocio, ir demasiado lejos en los recuentos de víctimas que el “desarrollo” deja y en las consecuencias ambientales que genera el “progreso”.
Por ello hoy vuelve Boston a ser noticia con motivo del juicio al único responsable de aquel atentado y nada se ha vuelto a saber de Waco.
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