Esta es una lectura obligada para aquellos que quieran entender un poco más de la situación actual en la que se encuentra sumido el proceso de paz en Euskal Herria.
Fue publicado en KaosEnLaRed:
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Jose Mari Esparza Zabalegi, responsable de la editorial navarra Txalaparta, cuyo objetivo es desde que fue fundada "hacer frente al pensamiento único", ha sido capaz de enumerar en su último libro "cien razones por las que dejé de ser español"
Una cifra que, según asegura en esta entrevista concedida a Diarioiberico.com, puede elevarse hasta "miles". Provocador, analítico, amante de la historia e implicado en todos los aconteceres culturales, políticos y sociales de su "Euskal Herria", Esparza se cuenta entre los intelectuales vascos que quieren abrir un debate, real, entre "el país de los vascos" y España. Un debate que cree que pasa por dar voz a, entre muchos otros, Iñaki de Juana Chaos, preso de ETA en huelga de hambre desde hace más de 60 días, y a quien han publicado tres libros con Txalaparta.
La entrevista con este medio, realizada antes del atentado de ETA en Barajas, ha sido actualizada con las apreciaciones del autor sobre el mismo, una acción que, según él, cuenta entre una más de las "bombas que se han puesto en el proceso de paz", y apuntando al Gobierno socialista parte de la responsabilidad del panorama actual.
¿Qué lectura hace del atentado de ETA en Madrid?
No cabe duda de que es una mala noticia para toda la gente que estábamos confiando en que el proceso de paz se asentase. Y digan lo que digan, es una buena noticia para el PP y todos aquellos interesados en que continúe un enfrentamiento que no haría más que robustecer el estado autoritario que pergeñó en su día el Gobierno de Aznar. Ellos no lo pueden disimular, estan contentísimos. Se alegran del desastre, se alegran de los posibles fallecidos y ven en esa línea el camino hacia la Moncloa.
Para el resto es una pésima noticia; empezando por la izquierda abertzale que es la que más se juega en este proceso. Y es una mala noticia no por la magnitud del atentado, sino eso es lo peor, porque indica que las cosas no van como debieran.
Dicho esto, tenemos que decir que esta no es la primera bomba que se pone al proceso de paz. Ahora lo más fácil que saben hacer todos los partidos es echarle de toda la culpa a ETA, pero ETA tiene la responsabilidad del atentado de Barajas, no de todos los bombazos previos que ha sufrido el proceso de paz durante estos meses.
Porque bombas al proceso de paz las han puesto quienes tras muchos meses de tregua no han movido un dedo para asentarla. Bombas han sido detener a líderes políticos; incumplir con lo previamente pactado; procesar a los que hablaban con la izquierda abertzale, incluso al propio lehendakari; continuar con el cierre de locales; reprimir manifestaciones pacíficas; continuar con la política de dispersión; con el 18/98; con actos de crueldad con los presos, como el caso Iñaki de Juana o la doctrina Parot. Todo esto han sido bombas, con víctimas y heridos incluso, pero sobre todo con unos efectos políticos tan devastadores como el atentado de Madrid. Y hacen muy mal quienes echando toda la culpa a ETA eluden sus propias responsabilidades; porque quiere decir que aquí nadie ha aprendido nada durante todos estos meses.
Hay que volver a empezar: ETA tiene que dejar los atentados de la misma manera que el Gobierno debe dejar los suyos. Evitar las provocaciones; hacer un frente común contra el inmovilismo del PP; escuchar a los expertos y mediadores internacionales; devolver las garantías democráticas a todos los vascos y sentarse a hablar de política (¿de qué si no?) entre los partidos vascos.
Yo conozco un poco el lado vasco del problema y estoy seguro que hay voluntad para aceptar una solución democrática, más sencilla de lo que se cree. Es el PSOE el que tiene que decidir si soluciona el tema de una vez o se deja arrastar por esa jauría fascistoide del PP, que sólo pretende convertir al País Vasco y a toda España en un Guantánamo cualquiera.
¿De verdad tiene cien razones por las que dejar de ser español?
No hay por qué extrañarse, porque dejar de ser español es una constante histórica. España es un producto del expansionismo de Castilla, y lo que fue hinchado artificialmente se ha venido encogiendo desde el siglo XVI. Hay más de treinta países que fueron también "parte inseparable" de este Estado y que hoy son independientes. Sólo en los últimos cuarenta años, tenemos a Guinea, Ifni y Sahara. Los argumentos que hoy emplea la prensa española para lamentar "la desmembración de España" son calcados a los que se usaban cuando la independencia de Argentina. Y en Cuba se organizaban grandes manifestaciones pro-españolas en vísperas de su independencia. Luego, es curioso, nadie reivindica el regreso a la dependencia; ningún partido político ha quedado en esos países reivindicando el regreso de la "unidad" española. Y eso ocurre con todas las naciones emancipadas, prueba de que la independencia es el estado ideal para los pueblos conscientes.
Yo he puesto cien razones y otros tendrán mil; pero todas se pueden resumir en una: como las personas, los pueblos tienen derecho a decidir si quieren vivir juntos o independientes uno del otro. España ha sido incapaz de enamorar a sus pueblos periféricos. ¿Que ahora alguien se escandaliza si se pide el derecho a la autodeterminación? Pues llamémoslo derecho al divorcio. Suena mejor y está menos criminalizado, pero es lo mismo.
Usted señala en su libro que la independencia es la única fórmula que queda por probar. ¿Y replantear la relación con España a través de un nuevo estatuto?
Es evidente de que en la relación España-Euskal Herria todas las fórmulas empleadas no han frenado el proceso deliberado de castellanización, de pérdida de identidad, de lengua y de territorios. Fracasó el sistema foral, constantemente roído y menguado por el centralismo. Fracasó el carlismo del siglo XIX, con su proyecto de las españas forales; fracasaron los liberales foralistas y el proyecto de la España federal de republicanos y masones.; fracasó el intento estatutario de la II República; fracasó el intento postrero del Frente Popular de conseguir el Estatuto de las cuatro provincias; fracasó la idea del antifranquismo y de la Transición, de una Euskal Herria unida y libre dentro de una España progresista...
Y es que, definitivamente, no hay dos Españas: hay solo una ("y militaruna" decía Bergamín) que viene funcionando desde los Reyes Católicos y que bien por la fuerza de las armas, o bien por la fuerza de sus mayorías constitucionales (que al final descansa también en el Ejército), impone un modelo de Estado que acogota las posibilidades de sus naciones de asegurarse un lugar en el futuro.
¿Un nuevo estatuto que reconocería Euskal Herria y su derecho a ser diferentes? Bienvenido fuere. Pero la España negra lo hizo fracasar en 1931, en 1936 y en 1978. Hoy se nos niega hasta denominarnos Euskal Herria, el nombre que los vascos daban a su pueblo antes de que España existiera. En pleno siglo XXI, mis hijos tienen que salir fuera de Navarra para poder estudiar en euskera. ¿Volver otra vez a intentar que cambie un gobierno en Madrid para conseguir algunas mejoras? Es demasiado agotador. Es más gratificante y efectivo declararse independentista y empujar cada día un poco más las vallas de contención. Y si un día una III República rompe por fin con esa España carpetovetónica, que no dude nadie que ha de encontrar en los vascos los mejores aliados.
En su obra asegura que, de seguir en el actual marco político, Euskadi como tal, su cultura y sus tradiciones corren peligro de desaparecer. ¿Cree que el Estado español persigue esa desaparición?
Con la nueva globalización, no sólo el País Vasco sino otras muchas lenguas y culturas están en peligro de desaparecer. Si estados como Francia y Canadá y organismos como la UNESCO se han puesto a la cabeza del movimiento mundial en favor de la diversidad cultural, es porque el peligro es real. El filósofo Ulises Moulines dice que hoy hay que ser nacionalista por pura ecología. Hay que preservar y fomentar el que haya diversidad en el Universo. Los pueblos como las ballenas o las araucarias, tienen existencia propia.
Es mejor y más divertido que haya no sólo muchos tipos de vegetales, de animales y de seres humanos, sino también diversos tipos de grupos humanos, siempre que esta variedad no haga la vida imposible a los demás.
El nacionalista es pues, un ecologista, ya que el ecologismo no es otra cosa que el nacionalismo de las especies naturales, o dicho al revés, el nacionalismo es el ecologismo de las naciones. El mismo sistema de globalización neoliberal, depredador de recursos y de biodiversidad, condena a la desaparición de lenguas, etnias y naciones. ¿Cómo oponerse?
Los pueblos se mueven, hacen política y surge lo que llaman nacionalismo.
Como toda fuerza motriz, hay que saber orientarla. Este nacionalismo debe ser internacionalista: si toda nación tiene el derecho, y hasta la obligación, de hacer lo posible por preservar su identidad, tiene al mismo tiempo la obligación de procurar que las otras naciones preserven la suya. Y este internacionalismo nada tiene que ver con el cosmopolitismo barato de algunos progres, que con su interés en ver desaparecer las diferencias entre naciones son la quinta columna de los estados homogenizadores. Y este nacionalismo internacionalista, que pregonaron grandes humanistas como Rizal, Martí, Orwell o Gandhi, tampoco tiene nada que ver con el nacionalismo, hegemonismo mejor dicho, de los estados expansionistas, que tienen en Hitler su mejor prototipo.
¿Txalaparta es un intento de ayudar en esa superviviencia cultural vasca?
Es más que eso. Txalaparta es una mano amiga tendida al pueblo español y al resto de pueblos del mundo para conocernos y comprendernos mutuamente. Txalaparta edita mucho en lengua vasca, pero también en castellano y en catalán, y tenemos grandes seguidores en todo el Estado que nos quieren como somos. Unos porque respetan nuestra decisión aunque desean convencernos de continuar el matrimonio, y otros porque creen que la independencia es también el mejor favor que les podemos hacer para que pueda cambiar un modelo de Estado más enraizado en la Inquisición y el militarismo, que en el Renacimiento y la Ilustración. Ningún carcelero puede ser libre. El día que Euskal Herria se sienta soberana (con estado propio o sin él) no hay duda que España se habrá quitado una gran cadena de encima.
¿Qué se ha logrado políticamente en Euskadi desde la muerte de Franco?
Contabilizar lo "conseguido" en el País Vasco desde la muerte de Franco es una trampa. Para el que parte de cero cualquier avance es gigantesco. Habría que preguntarnos cómo sería hoy Euskal Herria y España si en 1936 el Frente Popular de Navarra hubiera conseguido del nuevo Gobierno de izquierdas el Estatuto para las cuatro provincias que demandaba. Aquello se saldó con una guerra, cuarenta años de franquismo y una Transición amañada que nos partió el país y nos dejó una herida abierta que ha manchado de sangre a vascos y españoles. La Transición fue una chapuza; fue el "atado y bien atado" de Franco; fue la zanahoria para unos y el palo para los que no entraron al redil, los vascos sobre todo. La persistencia de ETA y del problema vasco es una consecuencia de aquello.
Esto en el Debe. En el Haber tenemos que con los pocos mimbres que han tenido, los vascos han conseguido ciertas cotas de autonomía; mejoras sociales; mayor escolarización en euskera y sobre todo, mayor conciencia para distinguir entre lo que tienen y lo que necesitan. La insatisfacción salta a la vista: el proyecto español sigue sin seducirnos.
Txalaparta tiene cierta vinculación con Iñaki de Juana Chaos tras haber publicado sus libros. ¿Qué papel puede jugar su protesta en el actual marco de paz?
Nosotros hemos editado tres libros a Iñaki. Los tres de corte humanista, de denuncia del sistema penitenciario, género literario muy antiguo. Basta recordar a Cervantes escribiendo en la cárcel de Sevilla. En su novela "La senda del abismo" Iñaki relata la vida de un delincuente social, arrastrado al delito por la miseria y la marginación social de las grandes urbes. Son libros de una gran sensibilidad humana, digan lo que digan quienes no los han leído. Nosotros hemos editado muchos libros de este tipo, de todos los rincones del mundo, algunos de ellos de grandes escritores. Pero lo que nunca habíamos visto, lo que no ocurre en ninguna parte del planeta, es que por escribir dos artículos en la prensa denunciando un sistema penitenciario le pidan 96 años de cárcel a un hombre que ya está preso y que le condenen a 13. Y que además la acusación sea precedida por una campaña obscena para evitar que esta persona pueda salir a la calle tras cumplir íntegramente su pena. Eso es regresar a la Edad Media. Supone tal brutalidad y tal sadismo, que humilla a todos los españoles y por supuesto, nos quita a muchos vascos las pocas ganas que nos quedaban de identificarnos con un Estado capaz de estas aberraciones. Por supuesto que es una traba en el camino a la paz. Es una provocación tal que parece mentira cómo el Gobierno ha podido poner semejante carga de dinamita en un proceso que dice apoyar. Es mucho más que una crueldad: es una torpeza.
¿Estamos ante un nuevo Bobby Sands?
Ojalá que no, pero para ello sólo veo una salida: que el Gobierno haga un gesto y deje ese cuerpo famélico irse a su casa, donde según su propia ley debía estar ya hace varios años. Eso tendría dos ventajas: una que sería un gesto de distensión que facilitaría el proceso de paz, y dos, que España no pasaría por la vergüenza histórica de dejar morir a un preso por escribir un par de artículos que, para su bochorno, darían la vuelta al mundo. Además, la muerte de Iñaki nos recordaría demasiado a las ejecuciones de Txiki y Otaegi. ¿Acaso con ellas consiguió Franco hacer a los vascos más españoles?
¿Es viable que las naciones del Estado español puedan lograr la independencia sin violencia?
Por desgracia, España ha sido una conquistadora feroz, pero pésima descolonizadora. Arrasó Cuba inútilmente, "hasta el último hombre y la última peseta" dijeron, y la salida del Sahara fue bochornosa. Hoy día, España amenaza con el Ejército (artículo 8º de la Constitución) cualquier intento de emancipación de sus naciones sometidas, incluso en el caso de que éstas planteen hacerlo por vías democráticas. Sin embargo, el reloj de la historia corre en su contra: en los últimos años, 26 nuevas naciones han entrado en la onU y varias más se preparan para hacerlo en breve. Más de un tercio de los 200 estados que hay en el mundo tienen menor población que nuestra nación. Muchos tienen menos recursos. La mayoría menos antigüedad. ¿Por qué no intentarlo? ¿Qué ocurrirá si un día el pueblo vasco o catalán, o sus representantes democráticamente elegidos, declaran pacíficamente la independencia? ¿Nos enviarán los tanques? ¿Volverán a bombardear Gernika? ¿Disolverán nuestras instituciones? ¿Y qué pasará al día siguiente? Estamos en Europa: tendrían que volver a convocar elecciones. ¿Y si la diferencia por la independencia es aún mayor? ¿Harán como en Chechenia? ¿Qué gana el pueblo español entrando en esa dinámica? ¿No es más sensato intentar mantener una buena relación partiendo del derecho de cada uno a decidir su futuro? ¿Acaso no encontraría España muchas más simpatías entre nosotros por el camino del entendimiento y la seducción que por el camino del Ejército?
¿Dónde está escrito que un pueblo como el vasco o el catalán no puedan aspirar a la independencia ? Lo que ha sido bueno para 200 naciones ¿es malo para las demás? ¿Acaso porque no lo han conseguido con las armas como la mayoría? ¿No es eso la mayor apología de la violencia?
En Suiza se han celebrado más de 400 referéndum. Aquí se demoniza los nacionalismos pero jamás se pregunta a la población qué opina de ello. Someter la autodeterminación al juicio de las urnas, es inmoral, pero ¿negarlo con el artículo 8º de la Consitución es lícito? Absurdo.
¿Qué fuerza cree que tiene en estos momentos el nacionalismo español?
El nacionalismo español de derechas y de izquierdas, es hegemonista: incluye en su seno naciones que, mayoritariamente, no desean estar. Cánovas del Castillo, Primo de Rivera o Franco eran mucho más sinceros: para ellos España era una nación forjada por Dios con un destino universal y punto. Pero ahora a los hegemonistas españoles les da vergüenza utilizar esos argumentos fascistoides y recurren a eso del "Patriotismo constitucional", tan del agrado de ideólogos como Savater, Juaristi o Elorza. Su incoherencia es absoluta: afirman que no existen los derechos históricos sólo derechos ciudadanos. De acuerdo, se les contesta, pero entonces dejen que decida la ciudadanía vasca. "No puede ser -responden- porque tienen que decidir todos los españoles o de lo contrario interviene el Ejército". ¿Y por qué? ¿Porque fuimos conquistados en el siglo XVI? ¿Porque perdimos la guerra carlista? Entonces ¿valen o no valen los derechos históricos? Es decir, ellos se acogen a "sus" derechos históricos para aplicarnos "su" concepto de soberanía ciudadana. Y como fondo, los militares como amenaza; la policía como disuasión; la Ley de Partidos como instrumento. Palo o zanahoria. Y luego sus continuas majaderías: que si comeríamos nabos; que si quedaríamos aislados; que si seríamos excluyentes. Tonterías. Lo único que temen en realidad es que con la independencia vasca y catalana surgiría otra España, también independiente de su propios lastres.
¿Es la monarquía un obstáculo para el ejercicio de la autodeterminación de las naciones que componen el Estado español?
Nada hay más antagónico al concepto de democracia que el de una monarquía que se trasmite por la sangre. !Eso sí que es exclusión étnica!. Pero además, ser súbdito de una monarquía impuesta por Franco, y sin más luces que las que le presta el sol, es una humillación para cualquier ciudadano consciente. Salir del Estado Español podrá ser una opción política discutible; pero escapar del Reino de España es una obligación moral.
Y para no decir cosas más gruesas prefiero ceder la palabra al gran español José Bergamín: "La Monarquía defiende el monoteísmo político, al cual se adhiere una fanática superstición impuesta a través de los siglos de la unidad de España. Esa idea de la unidad de España, antes del Imperio, en el imperio y después del imperio, es la historia de España apresada por una monarquía que no solamente ha destruido la otra España -a la que los filomonárquicos llaman la anti-España que es la España de las naciones y los pueblos- sino que ha destruido por consiguiente a España misma. Precisamente de ahí parte mi oposición apasionada al lado del pueblo vasco".
¿Y el Ejército?
El Ejército Español lleva cinco siglos perdiendo todas las guerras o saliendo de ellas con el rabo entre las piernas. Sus únicas victorias fueron disparando contra el propio pueblo español o contra sus nacionalidades. La gran batalla de Perejil es la excepción. Y luego está su historia negra de intervencionismo antidemocrático: golpes, asonadas, pronunciamientos, ruidos de sables, tejerazos. El que todavía sobrevuele una posible intervención del Ejército como "consecuencia" de llevar a las práctica sus derechos democráticos, es una de las razones que más aleja a vascos y catalanes de un imaginario común con España. Las recientes maniobras militares desembarcando tropas en las playas vascas es otra nueva balandronada que recuerda al "venceréis pero no convenceréis" unamuniano.
Los vascos ya han opinado sobre su grado de identificación con el ejército Español: es más fácil encontrar un vasco en el Polo Norte que en una academia del Ejército, Policía o Guardia Civil. Hasta los sectores más españolistas de Navarra prefieren a sus hijos en el paro que vistiendo uniforme. Cuando Euskal Herria votó abrumadoramente en contra de la OTAN, o su juventud se sumó en masa a la insumisión, demostró una actitud clara ante el militarismo. No queremos ejércitos; ni siquiera propios. Decía Rouseau que en los países pequeños hay más libertad, más participación ciudadana y menos guerras, porque su propia pequeñez les aleja de quimeras. España puede sacarse la foto de las Azores, intervenir en Irak o asaltar la isla Perejil. Pero no así Suiza, Holanda o Lituania. Nosotros tampoco lo haríamos. Por eso el Ejército español tiene tan pocas simpatías en naciones avanzadas y conscientes como Cataluña o Euskal Herria.
¿Cree que el Estado español es una democracia?
No. ¿Cómo va a ser demócrata un Estado en el que la semana pasada se formó una asociación, representado a los 7000 torturados vascos, con mombres y apellidos, habidos desde la Transición aquí? La cifra porcentualmente es mucho mayor que las de los torturados en el Chile de Pinochet. O bien echemos un vistazo al reparto de los medios de comunicación, o a la independencia del poder judicial.
El problema es que España no va a poder ser un país democrático ni avanzado socialmente, si no soluciona su problema nacional. Decía Marx que un pueblo que oprime a otros pueblos no puede ser libre, y esa es la gran tragedia de España. Sojuzgar a cualquier pueblo desgasta, envilece. Regando el Rif de gas mostaza el Ejército español no mancilló al pueblo bereber, sino al pueblo español. Los medios empleados para sujetar el independentismo vasco han arrastrado a España en su conjunto a las mayores bajezas. Si antes fueron los estados de excepción, las "leyes de fugas" o las leyes "contra el bandidaje y el terrorismo", ahora son las leyes "antiterroristas". Pero todas acaban dañando a todos, al reprimido y al represor. Al final, sangra hasta el puño que golpea.
La lucha contra los vascos ha desestabilizado todos los gobiernos españoles en los últimos 40 años. El proceso de Burgos o los fusilamientos del 75 pusieron a Franco en la picota; el atentado de Carrero impidió su relevo; los sucesos de Euskal Herria y el Tejerazo consiguiente, castraron la Transición; el Gobierno socialista se hundió con el GAL y el de Aznar ya hemos visto. Entremedio, el plan ZEN; leyes represivas; pactos para recortar la libertad; granjerías internacionales para mermar el derecho de asilo; tortura a granel; tejemanejes por las cloacas del Estado -"para defender la democracia" según Felipe González-; 17 autonomías, muchas de ellas artificiales y recortes autonómicos por otro lado; cierre de locales y medios de comunicación; prohibición de partidos; desviación de recursos ingentes a la "lucha antiterrorista"; guerra sucia; terrorismo de Estado; descrédito internacional.
Poner en marcha y sostener en el tiempo todo lo anterior supone que los espíritus más liberales se apartan con pudor o son apartados con descaro. Se abren paso los brutos. La vista gorda es condición imprescindible para cualquier tribuna pública; la pulcritud democrática tórnase en estorbo. Sólo triunfan los jueces con más tragaderas, los políticos y funcionarios más serviles. El escalafón policial favorece a los más "eficientes", como Amedo o Galindo. Los grandes recursos públicos movilizados provocan el advenimiento de los más mezquinos, y la corrupción lo pringa todo: fondos reservados, empresas de seguridad, compensaciones a las "víctimas".
El posicionamiento ético ante el conflicto desata la caza de brujas. Sólo los intelectuales más sumisos, esto es, los menos intelectuales, cruzarán la raya que divide el aplauso de la marginalidad. Interesa Savater, no Sádaba. Alfonso Ussía, no Alfonso Sastre. Sólo los reptiles treparán en el periodismo, hasta convertir la comunicación en un gran monólogo.
Como en las peores épocas, el "enemigo interno" sirve de capote para que embista el torito español, mientras su verdadero matador elude el cuerpo de las cornadas populares. Los judíos, moriscos, francmasones, anarquistas y rojoseparatistas de antaño son ahora separatistas vascos. Enfrente, siempre la unidad de España. No es de extrañar que en las regiones más caciquiles, donde todavía se le nombra hija predilecta a la Duquesa de Alba, sus políticos sean los más rabiosos antivascos. Para Rodríguez Ibarra o Chaves, el problema es el Norte, no el atraso mísero de Extremadura y Andalucía, las comunidades que presiden.
¿Qué gana el pueblo español con todo esto? Seguir tan preso, como el vasco. Insisto: quiéranlo o no, estamos en la misma causa libertaria.
Fuente: Javier Oms / diarioiberico.com
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