Con motivo de la conmemoración de la batalla de Noain hemos querido compartir este texto con ustedes:
Noain, recuperación de la memoria histórica nacional
Tomás Urzainqui Mina | Historiador y jurista
La memoria de una nación es su historia. Lo mismo que un individuo sin memoria ve disminuido su libre albedrío, una sociedad política no se puede sustentar sin su propia memoria colectiva que le permita tener conciencia de ser ella misma, de que existe, de sentirse viva, de poder elegir, y de ser la autora de los aciertos y de los errores. La historia resulta indispensable para reconocerse colectivamente y para ser consciente de la necesidad de obtener y defender la libertad comÏn.
Precisamente uno de los síntomas del nacionalicidio es la amnesia de la historia propia. El nacionalicidio se culmina cuando se llega a la desaparición como nación distinta por fusión en otra. Así Navarra es víctima de dos procesos simultáneos, uno de nacionalicidio y otro de lingüicidio; por un lado, al ser privada de las integradoras y pluralistas instituciones de su sistema jurídico nacional, suplantándose su estatalidad; y por otro lado, al sustituirle su lengua, el euskera, mediante prohibiciones y castigos, siendo el objetivo final englobarla en las naciones española y francesa.
La eliminación de la memoria nacional en el caso de Navarra ha sido una labor de larga duración, frenada parcialmente con dificultad gracias al esfuerzo de los historiadores navarros por mantener el conocimiento de la historia de Navarra, desde Arnald Ohienart Echart y José Moret Mendi, pasando por Juan Iturralde y Suit, Arturo Campión, Hermilio de Oloriz, Serafín Olave, hasta Anacleto Ortueta, JosZé María Lacarra, Antonio Ubieto Arteta, José Goñi Gaztambide, Francisco Salinas Quijada, María Puy Huici Goñi y José María Jimeno Jurío, entre otros. A pesar de esta desproporcionada resistencia se impone arrolladoramente la maquinaria historicista de la academia española, alimentada por el "historiar" de Ramón Menéndez Pidal, Eduardo de Hinojosa, Claudio Sánchez Albornoz, Justo Pérez de Urbel, y otros. Estos últimos además aireados y dogmatizados por los aparatos de educación, propaganda y medios de comunicación del Estado gran- nacional español.
El conocimiento de la historia nacional es necesario no sólo para saber por qué Navarra es nación. Sino, además y principalmente, para tener conciencia clara de algo que se sigue ocultando, de que aquí se sigue produciendo un nacionalicidio, cuyo origen se halla en la conquistas por las armas de 1200 y 1512, fechas que supusieron el inicio de la puesta en marcha de una larga serie de medidas tendentes a la plena asimilación y absorción por la nación dominante.
Uno de los efectos, màs pernicioso y palpable, del nacionalicidio es, precisamente, que el mismo se ha convertido en lo aparentemente normal y natural, como lo es el constante ocultamiento y el miedo imbuido a conocer la historia de Navarra; la privaciÑn y sustitución de su sistema jurídico y de sus derechos nacionales; la persecución de la lengua vasca, que fue mayoritaria, o lingüicidio; la destrucción del patrimonio, que en realidad es la plasmación física de la memoria colectiva, con los recientes casos de la demolición del Palacio Real de Navarra en Pamplona y la eliminación de los hallazgos arqueológicos descubiertos con motivo de las excavaciones en el subsuelo y en la reurbanización del Casco Antiguo de Pamplona.
Así el nacionalicidio se convierte en lo habitual, en lo que se continúa soportando todos los días, como algo que una fuerza intangible obliga a que los hechos sean de esta manera y no de otra diferente. Se fomenta un miedo difuso, pero omnipresente y eficaz, a conocer la verdad. La sociedad navarra no podrá ser sana y libre, tanto a nivel colectivo como individual, mientras no sea consciente de que es víctima y objeto pasivo de un nacionalicidio continuado.
La afirmación mesiánica, y su perspectiva escatológica, del constitucionalismo del Estado gran-nacional dominante, no puede aguantar a las que se le presentan como las vulgares contradicciones de las naciones dominadas. Así concibe la cacareada unidad y armonía del Estado gran-nación como manifestaciones superiores de la mesura y la razón. La unidad humana, la convierte en manipulada excusa para encubrir su tendencia hegemónica. La globalización cultural mono- polizada se acomoda hoy tanto en el "American leadership" como ayer en el "Inglaterra gobierna los mares" y como anteayer en "El rey de España en cuyas tierras no se pone el sol", o en la invocación francesa de la "Gesta Dei per Francos", la voluntad de Dios a través de los Francos. La vocación de las encumbradas naciones al monopolio de la universalidad, afirmada por ellas mismas como autojustificación con ingenuidad o arrogancia, se hace más sólida, cuando puede adjudicarse una misión moral, mística, religiosa, lingüistica o cultural frente a las demás naciones, que supuestamente no se proclaman especialmente de lo universal o de lo eterno. Perversión de la universalidad, que junto con la desregulación y el antiformalismo, hoy algunos quieren poner al servicio de los no tan excelsos intereses económicos de las multinacionales.
En este rincón del planeta, el recuerdo de la Batalla de Noain tiene lugar, sobre los campos donde ocurrió el descalabro, el último domingo de junio, todos los años, como aquel 30 de junio de 1521, en que se eclipsó la libertad de los navarros. A manera de vigilia de Euskal Herria, para poder actuar en consecuencia con el descubrimiento de la memoria histórica nacional, imprescindible para la recuperación de la soberanía, que es el Estado europeo de Navarra.
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