Desde La Jornada traemos a ustedes este magnífico artículo de opinión dedicado a la huelga general que se ha escenificada en el estado español, mismo que enfila su artillería en contra de José María Aznar y los grandes barones del poder económico en el estado español, los autores intelectuales del actual asalto en contra de los derechos laborales de la clase trabajadora.
Disfruten la lectura:
Marcos Roitman Rosenmann
La huelga invisible: ¿y ahora qué?En la España posfranquista un empresario y su grupo sobresalen como ejemplo de virtud y de buen hacer. Utiliza economía sumergida, altera la denominación de origen de los productos, destroza mercancías para cobrar seguros cuantiosos, crea una fundación social sin ánimo de lucro para evadir impuestos, se presenta como filántropo y respeta escrupulosamente las leyes de la oferta y la demanda. En este sentido apoya el decreto-ley del gobierno de reforma por prestación de desempleo y secunda sus argumentos. Contrata en precario y rehúye la presencia y acción de los sindicatos mayoritarios Comisiones Obreras y Unión General de Trabajadores en sus establecimientos. Antes de contratar su oficina de personal pregunta al futuro trabajador si pertenece a algún sindicato. La respuesta condiciona su contrato. Alienta y promueve un sindicato amarillo de empresa, el cual declama que hoy no hay razones para hacer huelga. A pesar de ello la mayoría absoluta de sus trabajadores vota por secundar la convocatoria. Como último recurso plantea a todos sus empleados la conveniencia de acudir al puesto de trabajo para evitar posteriores malentendidos. En un acto de magnanimidad empresarial confiere la posibilidad de llegar tarde si el transporte falla. Lo trascendente es crear la sensación de normalidad. Mantener abierto y permitir el acceso de consumidores.
¿A que modélico empresario nos referimos? Se trata de Isidoro Alvarez, presidente de El Corte Inglés. Su comportamiento expresa el patrón de medida de las grandes firmas comerciales que se muestran intransigentes y ejercen todo tipo de presiones con el fin de hacer fracasar la huelga. Si funciona el comercio, y El Corte Inglés es el emblema del mismo, la convocatoria de huelga general se puede considerar derrotada. Todos los ojos están puestos en sus centros. Los sindicatos nacionalistas, que en el País Vasco deciden desmarcarse de Comisiones Obreras y de la Unión General de Trabajadores, realizan su particular huelga general un día antes, el 19 de junio, logrando un éxito sin precedentes. No sin forcejeos El Corte Inglés cierra sus puertas. Hoy en Euskadi hay otra huelga general, esta vez de carácter estatal.
Son las 10 de la mañana del día 20 de junio, las puertas de este gran comercio están rodeadas de fuerzas policiales y antidisturbios. Nunca como en esta ocasión la presencia policial es tan numerosa. Comienza el forcejeo. Los afiliados al sindicato amarillo, jefes de planta y empleados con privilegios acuden a sus puestos y garantizan su servicio. Los piquetes informativos cumplen su función y dejan en entredicho a los empleados cuya conciencia está con la patronal. Se sucede el día y no hay consumidores, salvo turistas despistados y los consabidos compradores compulsivos y enfermizos que no son capaces de resistir la tentación. El resto de la ciudadanía se muestra solidaria con los trabajadores y al mismo tiempo expresa su repulsa por la reforma en la ley de prestación por desempleo que defiende en solitario el gobierno del Partido Popular.
Para un país donde la economía de mercado capitalista es el mito fundante del orden político y El Corte Inglés su máxima deificación, el consumo muta en consumismo. Un llamado a la huelga general puede pasar desapercibido si hay consumidores. Unas imágenes seleccionadas arbitrariamente y emitidas por las cadenas de televisión muestran consumidores en tiendas y centros comerciales, con lo que trasmiten la idea de derrota de la huelga. Si El Corte Inglés es capaz de mantener abiertas sus dependencias el mensaje es claro: la huelga general ha sido un fracaso. Es el patrón de medida para evaluar resultados. El ministro portavoz del gobierno, Pío Cabanillas, hijo de un ministro del dictador Franco, señala la imperceptibilidad de la huelga general. Para el gobierno no existe. Todo lo más destacable, según su discurso, es la normalidad del país. No puede ser de otra manera. Una huelga general no implica violencia, ni desorden, ni caos. Es un acto de protesta reivindicativo ejercitado como un derecho. Sin embargo, las palabras del ministro lo delatan. Entiende por normalidad que se cumplan los servicios mínimos que, salvo en Galicia y Madrid, no superan 25 por ciento de los habituales. Es decir, la huelga es un éxito. Más de 70 por ciento del conjunto de los trabajadores ha decidido secundarla y mostrar su repulsa ante esta involución política en sus derechos.
La huelga ha sido asumida por el conjunto de los trabajadores pertenecientes al entramado productivo más importante y significativo que el sector servicios y comercio. La construcción, la siderurgia, la pesca, la minería, la petroquímica, la automotriz, la electrónica, la metal-mecánica han paralizado en un elevado 80 por ciento y en algunos casos ha sido el 100 por ciento de sus actividades. Asimismo, el seguimiento es casi total en la educación, la sanidad y los servicios públicos estatales. Sin embargo, todo ello se torna invisible a los ojos del gobierno. Sólo le interesa que funcione El Corte Inglés y, desde luego, el Parlamento. Hoy se celebra pleno, curiosamente interviene el defensor del pueblo, que por dignidad debería haberse abstenido. Pero salvo 14 diputados, los pertenecientes a Izquierda Unida y miembros del grupo mixto, el resto de parlamentarios ha acudido. El partido socialista, que no se sabe si va o viene, incomprensiblemente se presenta al hemiciclo. Ni qué decir de los partidos nacionalistas catalanes y vascos. Parlamento y El Corte Inglés, a pleno rendimiento. No importa que el país real se detenga. Que los trabajadores se manifiesten. Contra ellos se descarga la violencia de la policía que bloquea la entrada a la sede sindical de la Unión General de Trabajadores en Madrid. Nunca en las anteriores cuatro huelgas generales la policía había copado las calles. Es demostración del talante del gobierno. Para sus representantes los piquetes informativos y los trabajadores son sujetos violentos, antiespañoles y alteran el orden público, hay que evitar su presencia.
¿Y ahora qué? Para el gobierno y los empresarios la huelga general fue invisible, no existió. Parlamento y El Corte Inglés no sucumbieron. El llamado "corazón de la democracia" y el "templo del consumo" mantuvieron sus puertas abiertas. El discurso será grandilocuente y, como en tiempos del franquismo, se presenta la huelga y sus promotores como una batalla entre el bien y el mal. Todo ha sido una conspiración para destruir la unidad de España. Por suerte Dios, aunque no la Iglesia, les muestra el camino y les da fuerza. La cruzada continúa. La siguiente ley tendrá como objetivo penalizar la acción sindical.
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