Le dedicamos este texto a esa izquierda desinformada que jubilosa hizo suya los planteamientos de la más rancia derecha española en lo que respecta al derecho de los pueblos del estado español a su autodeterminación y eventual indepedencia.
Al leer el texto, notarán que en lo que respecta al proyecto vasco, el asunto va más allá de la independencia y plantea cuestiones de auténtica soberanía popular.
Lean ustedes este texto publicado en Kaos en la Red:
Ponencia para la charla-debate a celebrar el viernes 4 en Sant Celoni, Catalunya, organizada por el movimiento juvenil ARRAN
1.- El capital contra los pueblos
Siempre es necesario basar nuestras tesis y propuestas en la historia, siempre es bueno tener los pies en la realidad de la historia, y aunque la historia la escriben los vencedores también las clases y los pueblos oprimidos podemos reconstruir la historia falsificada por el imperialismo. Ahora mismo se está librando una áspera batalla intelectual, política y cultural, entre varias historias opuestas: la catalana, la vasca, la gallega, la andaluza…contra la oficialmente española, y también una batalla interna entre las diferentes versiones clasistas y populares en las historias vasca, andaluza, gallega, catalana…, sin olvidarnos de la pugna entre escoceses e ingleses, entre Ucrania y Crimea, entre Rusia y el euroimperialismo con respecto a estos y otros pueblos.
El debate sobre si los pueblos pequeños o relativamente pequeños podemos construir un Estado independiente que actúe como tal y que no sea un simple «protectorado», está agudizándose por momentos debido a la aceleración de la tendencia centralizadora y centrípeta del poder del capital financiero europeo. Recordemos que desde el comienzo del imperialismo, el capital financiero es la fusión del capital industrial con el bancario lo que le otorga un poder sobrecogedor, espantoso, a esta fracción de clase burguesa. A la vez, y por ello mismo, las tendencias a la concentración y centralización de capitales presionan con mucha más fuerza al capital financiero que a las otras formas de capital, lo que hace que este necesite y desee fervientemente dirigir el proceso mundializador imperialista, lo que le lleva a multiplicar el saqueo material e intelectual de los pueblos. Las reivindicaciones nacionales se multiplican precisamente en respuesta a la ciega necesidad expansionista del capital financiero. Una forma de resistencia es la estrategia de avanzar en alianzas diversas a nivel continental e intercontinental, con diferentes grados de unidad antiimperialista o de simple defensa coordinada de los derechos sociales y nacionales de los pueblos, pero no es este el momento para desarrollar esta cuestión.
Para Euskal Herria y los Països Catalans, y para todas las naciones oprimidas, sería muy bueno que en Europa existiera una alternativa antiimperialista parecida a la que se está forjando en América Latina, con todas sus contradicciones y limitaciones. Pero no existe nada de eso, al contrario, la UE avanza como una apisonadora que va cogiendo velocidad y peso con el TTIP que se está negociando en secreto con EEUU. Semejante apisonadora de soberanías estatales aplastó la «independencia económica» española mediante la «reforma exprés» de su constitución para adaptarla a las exigencias de la Troika en algo tan decisivo como el déficit, pensada y realizada «en mes y medio y sin referéndum», según el diario El País del 23 de agosto de 2012. La trituradora europea pulverizó en abril de 2014 la soberanía francesa sin necesidad de reformar ninguna ley de leyes para imponer un recorte de 50.000 millones-€ en los gastos públicos a realizar en tres años, obedeciendo el mandato de Bruselas sobre el déficit. Lo significativo del caso francés es que, como veremos, la cesión de soberanía se ha realizado tras años de crecientes tensiones con Alemania y con la Troika que han reducido prácticamente a nada el hasta no hace mucho tiempo poderoso eje Berlín-París.
Para el tema que ahora debatimos --¿puede existir una independencia no socialista?-- la cesión, de las burguesías española y francesa, de una parte esencial de su «independencia nacional» plantea dos interrogantes: una, ¿acaso la experiencia franco-española no demuestra la imposibilidad absoluta de todo independentismo trasnochado y romántico?; o lo opuesto, ¿acaso no demuestra que sólo un Estado obrero y popular estratégica y tácticamente orientado al socialismo puede garantizar la verdadera independencia de la nación trabajadora, por utilizar un término de Marx? Avanzar al socialismo quiere decir acabar con la propiedad privada, burguesa, de las fuerzas productivas, con la dictadura del capital financiero y del papel de la deuda en el capitalismo contemporáneo, con el sistema salarial, trascender históricamente la ley del valor, o sea, la revolución socialista.
No estamos diciendo nada nuevo. Marx y Engels nos dejaron un modelo teórico, económico, político, social, etc., básico en sus análisis sobre Irlanda y Polonia que ha sido confirmado por la historia. Para que ambas naciones pudieran conquistar y sostener su independencia, Marx y Engels veían imprescindible que realizasen la revolución agraria y la revolución social. Se objetará que el capitalismo ha cambiado cualitativamente desde la segunda mitad del siglo XIX y que ahora no tiene sentido «ser tan radicales» como ellos porque la «sociedad civil moderna» ha desarrollado formas «democráticas» de «participación ciudadana» que garantizan la conquista pacífica de los derechos sociales. No sólo los hechos presentes sino la entera evolución histórica de la UE niegan estas tesis porque esa dinámica se rige por cuatro principios que son a la vez objetivos, estrategias y tácticas del capital: austeridad, flexibilidad, privatización y represión.
La sinergia de estos cuatro puntos se expresa en el artículo que el pasado 26 de mayo de 2014 ofrecía el diario Cinco Días y que resumía así los siete retos de la UE: 1) austeridad o crecimiento; 2) desempleo; 3) eurobonos para pagar la deuda con una clara «cesión de soberanía» de los países endeudados; 4) ingresos y fraude fiscal; 5) Sector financiero y BCE; 6) energía; y 7) infraestructuras. Aunque el artículo no entraba directamente a la cuestión del poder omnívoro de la Troika, sí lanzaba un mensaje claro coincidente en la práctica con el cuádruple objetivo, estrategia y táctica expuesto en el párrafo anterior. Además, la ola privatizadora de los servicios públicos en beneficio de las empresas internacionales tal cual se sanciona legalmente y se impone a los Estados mediante el Tratado de Libre Comercio, o TTIP, que se está negociando en secreto y a espaldas de los pueblos, es plenamente coherente con lo arriba expuesto. El TTIP creará el mayor mercado de libre comercio del planeta. La OTAN es imprescindible para defender esta extensa área lo que conduce a la disciplinarización político-militar de la UE mediante su nueva doctrina diseñada bajo la dirección de EEUU, con las tensiones que ello puede acarrear con la estrategia político-militar del eje Berlín-París, y de aquí el por qué de la reunión del Consejo Europeo de Defensa en febrero de 2014 para estrechar la unidad política y la disciplina europea alrededor de EEUU y la OTAN. Militarización unida a la tendencia a la derechización electoral confirmada en las últimas elecciones europeas.
Teniendo en cuenta el funcionamiento de esta apisonadora, en febrero de 2014 C. Lapavitsas sostuvo que: «Los gobiernos que quieran hacer políticas progresistas no podrán permanecer en el euro». Si las políticas progresistas sólo pueden realizarse fuera de la zona euro, ¿qué no sucederá con la independencia socialista? Vamos a hacer un ligero repaso hacia atrás de cómo y por qué ha ido cogiendo velocidad la triturador de la Troika, y luego desarrollaremos las soluciones revolucionarias propuestas por Marx y Engels.
2.- La lección de la historia
La patronal alemana recomendó en verano de 2013 al gobierno griego que vendiera su país a trozos para poder pagar la deuda, esta «recomendación» encuentra su lógica en el hecho de que pocos meses antes, en mayo, se confirmaba que la economía de la zona euro sufría la más larga recesión de su historia, por lo que Alemania «recomendaba» al pueblo griego que se vendiera a sí mismo trozo a trozo para satisfacer la deuda que había contraído su clase dominanre. Poco antes, Alemania tensaba sus relaciones con el Estado francés porque este no quería aplicar todos los planes de austeridad, flexibilidad, privatización y represión exigidos por la Troika y el capital financiero, y es que la situación socioeconómica francesa empeoraba paulatinamente al ser incapaz de remontar la distancia que le iba separando de Alemania. Con el tiempo, como hemos visto, el Estado francés terminaría claudicando a las exigencias del capital financiero transnacional.
Fue en este contexto de tensiones múltiples cuando terminó de desplomarse el «mito islandés» en abril de 2013, ganando las elecciones la derecha neoliberal que años antes había arruinado al país con una gigantesca deuda que le llevó al colapso en 2008, perdiendo el poder del gobierno pero manteniendo el poder económico, el poder político real y el poder de alienación y chantaje al pueblo. Para el reformismo europeo, las medidas islandesas de dejar hundirse la banca responsable de la deuda, de proceder judicialmente contra los responsables del desastre financiero, etc., fueron una demostración de la validez de la creencia que sostiene que un pueblo puede mantener su independencia dentro de la UE yendo incluso contra las exigencias de la Troika. Las fuerzas revolucionarias aplaudimos la coherencia del pueblo islandés, pero advertimos de los límites intrínsecos de su política reformista. Inicialmente los resultados fueron espectaculares: mientras que Grecia se debatía en la crisis y en las luchas sociales, la economía islandesa crecía un 2,3% entre 2010 y 2011, sin embargo ese crecimiento no acabó ni con las causas de la crisis ni con los efectos empobrecedores que todavía en verano de 2012 y todo lo que resta de 2013 seguirían golpeando al pueblo. La debilidad política del reformismo socialdemócrata y la Izquierda-Verdes impidió que aumentase la conciencia obrera y popular, facilitó que se recompusieran las fuerzas burguesas que habían hundido al país en la pobreza y que volviera al gobierno en 2013.
Mientras se esfumaba el «mito islandés» y la derecha neoliberal de la Isla volvía al poder, Merkel, la presidenta alemana, justificaba con desparpajo que los Estados europeos debían «ceder cotas de soberanía» de manera definitiva para impedir el rebrote de las crisis. Ceder soberanía a la UE era lo mismo que ampliar en poder de euroalemania. Es muy significativo que esta exigencia de Merkel se realizara el mismo mes abril de 2013 en el que las reservas de gas del país estaban en mínimos por el alto consumo de ese invierno, reavivando viejos y aterradores fantasmas sobre las tensiones entre Alemania y Rusia, y sus atroces conflictos históricos. El derrumbe económico de Chipre que se produjo en esas mismas fechas azuzó los ataques de la prensa euroalemana a la responsabilidad de la inversiones rusas en Chipre, tensionando aún más las ya gélidas relaciones entre Moscú y Berlín. El pueblo chipriota tuvo que ceder a las implacables exigencias euroalemanas y al creciente poder de la Troika para controlar las economías estatales, poder concedido por la Eurocámara en febrero de 2013. Justo cuando la Eurocámara reforzaba el poder de la Troika para tutelar a los pueblos, el diario El País escribía el 7 de febrero de 2013 que «la Europa rica se conjura para recortar aún más el presupuesto comunitario».
La Europa enriquecida venía gestándose desde hacía tiempo, recibiendo un impulso oficial con las declaraciones que Draghi, banquero italiano al mando del BCE, hizo al periódico alemán Der Spiegel en noviembre de 2012, en las que aseguraba que: «"Muchos gobiernos todavía deben darse cuenta de que perdieron su soberanía nacional hace mucho tiempo. Debido a que en el pasado han permitido que su deuda se acumule, ahora dependen de la buena voluntad de los mercados financieros», por lo que debían asumir que sólo cediendo poder a Bruselas podrían defenderse del poder financiero mundial. Pero aún más, la Europa rica estaba cediendo poder decisorio a Alemania en detrimento del Estado francés, y desde luego arrinconando a Italia y al Estado español como se demostró en el pacto entre Bruselas y Berlín en ese mismo mes de noviembre: el núcleo del poder financiero de la UE y de su burocracia optaba por Alemania en detrimento de la «soberanía nacional» francesa que encajaba nuevos golpes en un proceso de cesiones que llegarían a la claudicación arriba vista.
Ante una crisis que se exacerba e intensifica, en septiembre de 2012 se hablaba ya de la urgencia de «supergobierno de la UE» que impusiera disciplina y que acelerase la Unión Bancaria Europea, centralización decisiva que anularía definitivamente la «independencia» de los Estados miembros, aplaudida por el periódico económico Cinco Días del 14 de septiembre de 2012. Durante ese verano la crisis se profundiza y en julio EEUU salió en defensa del proceso europeo reconociendo que, para su economía y para su poder mundial, era necesaria una UE fuerte. El que en esos momentos 90.000 hogares griegos estuvieran sin luz, y que el empobrecimiento alcanzara cotas desconocidas, no importaba al capital financiero, por el contrario, el diario Cinco Días insistió en ese junio que «Contra la crisis, más Europa», es decir, más sacrificios para las clases y pueblos explotados mientras que la «élite» decidía avanzar en la unidad bancaria, fiscal y política. En realidad, la disciplina arriba expuesta no respondía sólo a las necesidades del capital financiero europeo, sino del imperialismo en su conjunto que, en boca de la OCDE, reafirmó en marzo de 2012 la necesidad de profundas reformas estructurales en la eurozona, reformas que en esos momentos se imponían a la fuerza en Holanda y Bélgica, países no excesivamente endeudados ni en crisis agónica. El capital financiero mundial sabía que en febrero de 2012 la deuda publica de la UE era de 10,3 billones de euros, el 82,2% del PIB, algo inaceptable para los grandes poderes en la sombra cada día más necesitados de recuperar sus préstamos.
A finales de junio de 2011, el pueblo trabajador de Grecia sostenía una tenaz resistencia en las calles repletas de fuerzas represivas contra la imposición por el euroimperialismo de lo que muy correctamente ya se definió entonces como una «dictadura económica». Casi dos meses antes, a inicios de mayo de 2011, terminaba de triunfar el «golpe de Estado silencioso de Europa» por el cual Bruselas recibía el derecho de veto en decisiones sobre salarios, gastos públicos e impuestos, justo cuando su poderosa burocracia y el FMI imponían un «drástico recorte social» para «rescatar» a la burguesía portuguesa. El «pacto de competitividad» o Pacto por el Euro que daba forma legal al poder de Bruselas para controlar los presupuestos de los Estados formalmente independientes, fue firmado en marzo de 2011. Este «pacto» obliga a los Estados formalmente independientes a entregar sus Presupuestos Nacionales a Bruselas antes de que sean debatidos en los Parlamentos correspondientes: durante un tiempo serán estudiados por Bruselas marcando sus límites, suprimiendo partidas y añadiendo exigencias que deberán luego se aceptadas por los parlamentos estatales oficialmente independientes. Lo esencial del Pacto por el Euro fue negociado entre Alemania y el Estado francés casi dos meses antes, conociéndose sus resultados a comienzos de febrero de 2011. El eje Berlín-París aseguraba que con su plan se mejorarían las condiciones de los «rescates» de los Estados en crisis, como había sucedido muy poco antes con Irlanda.
La UE que ya había sido diseñada para entonces en lo esencial de su proyecto estratégico interno, tenía, entre otras, la característica de haberse arrodillado «frente al gran capital financiero», como dijo A. Boron en diciembre de 2010, poco tiempo después de que la «prensa salmón», es decir, los medios de propaganda del capital financiero, sostuviera a finales de noviembre de 2010 una campaña sobre que «el euro precisa una gobernanza europea» en medio de las convulsiones de la crisis general y de las crisis específicas de Irlanda, Portugal, Islandia, Grecia, Estado español e Italia, por no extendernos en la situación de Gran Bretaña, en la debilidad del Estado francés, y de los países del Este. A la vez el diario El País sostenía el 29-11-2010 que sólo Alemania podía resolver la crisis y salvar la UE. Ahora bien, la anhelada euroalemania no estaba creciendo al margen de EEUU sino dependiendo directamente de esta potencia y de su brazo armado, la OTAN, como se comprobó en su nueva doctrina estratégica conocida ese mismo mes de noviembre de 2010, en la que ella misma corregía los errores anteriores añadiendo el componente político al componente militar, estrechando la disciplina política entre los Estados miembros. Significativamente, esta nueva doctrina fue negociada mientras EEUU hacía una intensa campaña política para que la UE aumentara sus gastos militares y su implicación en la OTAN.
La deuda española a los bancos europeos en junio de 2010 era de 602.000 millones-€, y la suma de la deuda italiana, griega y portuguesa llegaba a 705.000 millones-€, el total ascendía a la escalofriante cifra de 1.307.000.000.000-€ que el capital financiero había prestado sólo a cuatro burguesías en serios apuros para devolverla. Las «élites» de la UE conocían la situación y por eso ya a mediados de marzo de 2010 se habían adelantado avanzando hacia un «gobierno económico» que garantizase al capital financiero el cobro de esa impresionante masa de capitales adeudados. Desde la lógica capitalista es comprensible la urgencia por cobrar la mayor parte de esa deuda ya que en 2009 la economía alemana se había contraído en un 5%, año además en el que se supo en su mes de julio que la economía de la UE había registrado su mayor caída desde 1995.
3.- La actualidad del socialismo
Hemos «avanzado marcha atrás» en nuestra argumentación porque así, empezando en verano de 2014 y terminando en 1995, podemos hacernos una idea más adecuada sobre el por qué y el cómo bajo las presiones de una crisis demoledora fueron actuando los Estados más poderosos condicionando a los demás. Nunca debemos olvidar que el Estado es la forma política del capital, lo que explica su interna relación con la clase burguesa, de manera que las decisiones exclusivamente económicas que la burguesía toma son a la vez, por obra del contenido político de la forma-Estado, decisiones políticas. En la medida en que las contradicciones y límites del capital dificultan progresivamente su acumulación ampliada, en esa medida suceden dos cosas básicas para comprender por qué es válido el método propuesto por Marx y Engels para la independencia de Irlanda y Polonia en la segunda mitad del siglo XIX: una, porque esas dificultades para la acumulación refuerzan la dinámica de acumulación por desposesión y del papel de la deuda en la expansión del capital financiero; y otra, porque bajo estas dinámicas mundializadas, las burguesías en general y sobre todo las medianas y débiles están más dispuestas que nunca a ceder parte sustancial de su propia independencia burguesa con tal de mantener restos de su poder de clase y de frenar a la vez el avance de la nación trabajadora explotada con su estrategia de independentismo socialista.
En la carta de Engels a Marx del 23 de mayo de 1851 sobre Polonia, el primero dice que: «… excepto la inevitable de su restauración con fronteras adecuadas; y aun esto sólo a condición de una revolución agraria». La revolución agraria en las condiciones de 1851 sólo podía entenderse como una derrota en toda regla de los terratenientes y de la Iglesia y la aparición de un poder campesino y popular dueño de las tierras recuperadas y, por eso, de la nación polaca independiente: sin revolución agraria no hay independencia posible. Hoy no tiene sentido hablar de revolución agraria en el sentido de entonces, pero sí lo tiene y mucho además de de la socialización interna de las fuerzas productivas y de la propiedad terrateniente, que todavía existe, también declarar el no pago de la deuda pública y privada que supedita a la actual Polonia «independiente», y a todo pueblo, al capitalismo financiero y a la UE. Hoy es imprescindible la recuperación de los poderes socioeconómicos expropiados por la UE, la existencia de un Banco Nacional Público controlado por el Estado y libre de las ataduras del capital financiero mundial, una radical lucha contra la economía sumergida y criminal, una diversificación internacional de las relaciones económicas rompiendo con las reglas del mercado y del imperialismo, etc.
En una carta a Engels de noviembre de 1867, Marx expone tres medidas imprescindibles para garantizar la independencia de Irlanda: 1) Gobierno propio e independiente respecto de Inglaterra; 2) Una revolución agraria; y 3) Tarifas aduaneras y proteccionistas contra Inglaterra. Si aplicásemos hoy estos criterios a cualquier nación oprimida en su lucha por un Estado independiente en el contexto de la UE y de la mundialización capitalista, tendríamos que decir que, primero, además de un gobierno independiente ha de existir un Estado obrero, el único que, segundo, puede dirigir la revolución agraria y derrotar al ejército de la burguesía autóctona y de sus aliados internacionales, además de que, y tercero, sin ese poder obrero y popular sería imposible dirigir la política socioeconómica independiente que debe aguantar las enormes presiones, amenazas y chantajes del capitalismo. Un Estado obrero independiente respecto de los poderes visibles e invisibles del capital, defendido por el pueblo en armas y cohesionado internamente por la democracia socialista. Una «revolución agraria», o sea, la socialización de las fuerzas productivas, la expropiación de las propiedades burguesas, y el impago de la deuda contraída por esta clase. Y proteccionismo socialista de la economía, control estatal del comercio exterior, solidaridad internacionalista con otros pueblos, etcétera.
En la carta a Kugelman del 6 de abril de 1868 en la que trata la opresión nacional irlandesa, Marx insiste reiteradamente en la necesidad de acabar con la propiedad terrateniente de la tierra, haciendo especial hincapié en las grandes posesiones latifundistas de la Iglesia anglicana, a la que define como terrateniente: «la revolución social debe comenzar seriamente por la base, es decir, por el latifundio». Aplicado este criterio en la actualidad, la independencia de un pueblo se sustenta, además de en otras medidas, también y sobre todo en la revolución social desde la base, desde la socialización de las grandes empresas internas y transnacionales. La Iglesia anglicana era un poder opresor extranjero en Irlanda, como hoy lo son las grandes corporaciones capitalistas con sus empresas saqueando países enteros. Pero además, hoy el capital financiero ha desarrollado con la ayuda inestimable del imperialismo una serie de instituciones mundiales, regionales y privadas que destruyen la independencia real de todo Estado mediano y hasta grande, instituciones que han impuesto legislaciones especiales al margen y por encima de las leyes de los pueblos y Estados y que los arruinan con multas y sobrecostos. Un año antes de esta carta, en la anterior de1867 Marx explicaba la necesidad de tarifas aduaneras protectoras frente a potencias muy superiores, ahora fusiona esta medida con la revolución social que expropie la propiedad burguesa.
En la carta del 9 de abril de 1870 dirigida a S. Meyer y A. Vogt, Marx afirma que el problema de la propiedad privada de la tierra, en manos de los terratenientes, o sea «el problema de la tierra», en cursivas en su texto, es «la forma exclusiva del problema social irlandés, pues es un problema de existencia, de vida o muerte, para la inmensa mayoría del pueblo irlandés, y porque es al mismo tiempo inseparable del problema nacional», y poco más adelante afirma que la burguesía inglesa tiene el mismo interés que la aristocracia: «transformar a Irlanda en una simple tierra de pastoreo que provea al mercado inglés de carne y lana a los precios más baratos posible».
Traducido esto a las condiciones del capitalismo actual vemos que el problema de la propiedad de las fuerzas productivas, es decir «el problema de la propiedad» que ya se enuncia así en el Manifiesto Comunista de 1848, es la forma exclusiva del problema social de toda nación, un problema existencial, de vida o muerte para la mayoría inmensa del pueblo, problema inseparable del «problema nacional» en palabras y cursivas de Marx. Dicho de otro modo, el problema nacional es inseparable del problema de la propiedad de las fuerzas productivas, de los recursos materiales y culturales mediante los cuales sobrevive un pueblo, una situación que afecta a la vida y a la muerte de ese pueblo. Pero hay más, el capitalismo actual necesita desindustrializar y empobrecer países enteros, terciarizarlos, condenarlos a la «industria turística» incluida la explotación sexual y el narcocapitalismo, al estractivismo de insustituibles materias primas, al monocultivo, al agotamiento de sus recursos naturales sobre todo energéticos e hídricos, a las ruinosas plantaciones de biodiesel y la instalación de venenosos almacenes de detritus. La lógica del capitalismo actual es la misma que la inglesa de empobrecer al pueblo irlandés para sobrealimentar y enriquecer a su burguesía.
En el Prefacio de Engels a la edición polaca del Manifiesto Comunista de 1892, podemos leer: «El resurgir de una Polonia independiente y fuerte es cuestión que interesa no sólo a los polacos, sino a todos nosotros. La sincera colaboración internacional de las naciones europeas sólo será posible cuando cada una de ellas sea completamente dueña de su propia casa (…) La nobleza polaca no fue capaz de defender ni de reconquistar su independencia; hoy por hoy, a la burguesía, la independencia de Polonia le es, cuando menos, indiferente. Sin embargo, para la colaboración armónica de las naciones europeas, esta independencia es una necesidad. Y sólo podrá ser conquistada por el joven proletariado polaco. En manos de él, su destino está seguro, pues para los obreros del resto de Europa la independencia de Polonia es tan necesaria como para los propios obreros polacos».
Engels viene a decir que la independencia será proletaria o no será, que las clases propietarias de las fuerzas productivas no son independentistas, que las clases trabajadoras no oprimidas nacionalmente necesitan de la independencia del proletariado oprimido. Estos criterios son hoy tan pertinentes o más que hace 122 años y han sido confirmados durante ese tiempo: desde 1892 las burguesías europeas apenas arriesgaron sus capitales, y menos sus vidas, en la lucha por la independencia de sus pueblos sino que, en la inmensa mayoría de los casos, sacrificaron a sus pueblos para mantener ellas sus propiedades negociando con el invasor y colaborando con él en el exterminio de las fuerzas independentistas revolucionarias. La II GM supone en este sentido un verdadero cambio de fase en el comportamiento general burgués, aterrorizado por la fuerza del socialismo; y otro cambio de fase todavía más vende-patrias lo supone el Tratado de Maastricht de 1992, por citar una fecha cualitativa.
Recientemente, el filósofo comunista cubano J. P. García Brigos ha explicado con profusión de datos, referencias y ejemplos que sin el socialismo Cuba dejaría de ser una nación. La misma argumentación sirve al cien por cien para cada pueblo nacionalmente oprimido: sin el socialismo nunca llegaremos a ser independientes, nunca llegaremos a ser naciones en el sentido pleno y radical de la palabra. El capitalismo financiarizado está llevando al extremo la opresión de los pueblos, con el apoyo de las burguesías autóctonas. La pregunta decisiva que hay que responder es ¿de quién es la nación, de su pueblo trabajador o de la burguesía nativa agente del capital transnacional?
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