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miércoles, 7 de agosto de 2002

Hablando de Txillida

En la sección Opinión de La Jornada se ha publicado esta reseña del escultor vasco Eduardo Txillida.

Recomendamos su lectura:


Eduardo Chillida: el rumor de la piedra

Javier Aranda Luna

En La relación de las cosas del mundo, Zhang Hua hizo descripciones que ahora podrían parecernos inverosímiles. Su catálogo de ''bestias extraordinarias" de agua, aire y tierra, por ejemplo, parecen lindar más con la literatura fantástica que servir a una labor enciclopédica. Pero en el siglo III aC su inventario fue una enciclopedia destinada a responder las inquietudes de sus contemporáneos.

En esos papeles, sin embargo, Zhang Hua tiene una afirmación que podría compartir el escultor Eduardo Chillida: los huecos de las piedras pueden atrapar a los hombres, anular al tiempo y, cuando son muy grandes, cambiar la dirección de los vientos.

La obra de Chillida parece un talismán contra el tiempo, un desafío contra el olvido. Por eso quienes observan sus esculturas pueden perderse en ellas. Sus formas abstractas parecen encerrar, siempre, un secreto. ¿Ese secreto, ese espacio interno, las sostiene?

Entre el sí y el no; entre el espacio y el volumen, la poesía. Para el escultor la poesía es ese límite brumoso en el que se inicia el mundo o donde puede concluir. Por eso las obras de Chillida pueden ser de mil maneras -como ha escrito en su cuaderno de apuntes- y sólo de una. Escribe el artista en las notas que refiero: ''¿No es entre el ya no y el todavía no donde fuimos convocados?"

Sus ecos, sus espíritus, sus espacios sonoros, sus homenajes y modulaciones, su música y sus tierras, sus gravitaciones, son producto de una necesidad, dice el artista, difícil de satisfacer; difícil ''porque nos conduce a hacer los que no sabemos hacer". Por eso Chillida cuando trabaja inicia siempre un diálogo con las formas, con la luz y la ausencia de luz para que sus obras se levanten del suelo o den la sensación de haber permanecido en el lugar que se encuentran, desde siempre.

Todas las caras de sus esculturas están atentas a su entorno. En los bordes del alabastro, del papel japonés y la tinta, el mundo se une. Y en esos mismos bordes, el mundo se divide. Las líneas de sus esculturas parecen la línea que divide y junta el antes y el después, el presente que se esfuma con sólo pronunciarlo.

Este escultor vasco, nacido en San Sebastián, no busca representar con sus obras cosa alguna. Prefiere lanzar al espacio una pregunta. Pero más que interrogarnos el artista se interroga a sí mismo y a la materia que trabaja. Quizá por ello Yves Bonnefoy lo ha llamado un moderno radical. Un poeta al preguntarse por el mundo se pregunta, esencialmente, por sí mismo. El arte moderno es inseparable de la crítica.

La vida de Chillida ha estado marcada por la autocrítica, por la constante experimentación. Usó, durante un tiempo, la mano izquierda porque la rapidez de la derecha le impedía mantener una coordinación aceptable con sus pensamientos y emociones.

En otro momento ensayó esculpir a oscuras y ha frecuentado el hierro y el granito, el yeso, el papel y el alabastro para levantar sus trabajos. Pero Chillida, nos dice Claude Esteban, no esculpe sino que le ofrece a la materia ''una primera morada dónde aparecer".

Zhang Hua podría haber incluido las esculturas de Eduardo Chillida en su milenaria La relación de las cosas del mundo y decirnos que esas obras, por la tensión de sus formas, vibran en silencio con su rumor de piedra. 




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