Este texto de catalán David Fernàndez acerca de lo que significa para la historia y la memoria el asesinato de Jon Paredes 'Txiki' y Ángel Otaegi, se lo dedicamos con mucho cariño al vasquito colonizado Alberto Alonso, el directorsísimo de Gogora:
Tres tristes trampas
David FernàndezHace 50 años, en pleno agosto, la dictadura franquista se sacó de la chistera un decreto ley para, con ilegal retroactividad y dictatorial parsimonia, poder endurecer las sentencias y condenar a Txiki y a Otaegi a la pena de muerte. Así acabaría sucediendo con criminal puntualidad, tras sendos juicios farsa contra los militantes de ETA, el 27 de septiembre de 1975. Burgos, Barcelona y Hoyo de Manzanares -donde caían Baena, García Sanz y Sánchez Bravo, militantes del FRAP- rubricaban que el franquismo acababa como empezaba: en paredón y a sangre y fuego.
Alguien escribió, con pronta lucidez anticipada, que la mayor problematicidad de la transición sería explicarla años después a la chavalada, cuando empezasen a hacer preguntas insolentes por infinitamente razonables: ¿por qué la dictadura quedó impune del todo?, ¿por qué ni un solo verdugo fue juzgado o depurado?, ¿por qué tanta amnesia? La segunda trampa legal, la del silencio, ya había sido urdida: vendría la ley de amnistía, pareja a la ley franquista de secretos oficiales vigente hasta ahora. En realidad se absolvían de un plumazo 40 años de represión y corrupción, porque demasiado a menudo ponemos el foco en los crímenes del franquismo y olvidamos las enormes fortunas repletas de corrupciones que se amasaron entonces y que aún perduran. La cuestión, en todo caso, es que, cinco décadas después, todavía no sabemos -verdad, justicia, reparación- quién conformaba aquel pelotón de guardias civiles voluntarios que en un claro de bosque de Cerdanyola del Vallès segó la vida de Txiki. Por simple regla de tres -el último poli de la dictadura fue el primero de la democracia-, es obvio que siguieron en activo y se jubilaron a cuenta de las cuentas públicas. En nombre de la democracia. Menudo cuento en simulacro.
Y aun así, no fue la última trampa. Los rigores de la enloquecida deriva antiterrorista, en tiempos de ilegalizaciones, propició la kafkiana prohibición del nombre de Txiki y Otaegi en plazas y calles públicas de Euskal Herria en la primera década del siglo XXI. Después, las tardías y timoratas políticas públicas de memoria democrática en el Reino de España han hecho el resto del olvido, han dificultado resquebrajar el denso manto del silencio y han contribuido al agujero negro de la impunidad. Y ahora todo son preguntas que quedan respondidas por tres trampas distintas: trampa en dictadura, trampa en transición o trampa en democracia. Lo que nunca falla, en cambio, y ante cualquier circunstancia, es la memoria desde abajo, que abre a ras de suelo lo que desde arriba siempre quieren cerrar a cal y canto. El “Askatasun haizea” de Txiki, a pesar de los pesares y como viento sur, sopla y seguirá soplando.
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