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sábado, 5 de noviembre de 2022

Egaña | La Sombra del Golpismo

Con este texto publicado en su perfil de Facebook nuestro amigo Iñaki Egaña nos pinta un paisaje muy preciso del actual estado de las cosas en el plano político internacional:


La sombra del golpismo

Iñaki Egaña

Hace un par de semanas quedó hueca mi aportación habitual a la sección de opinión porque el artículo que había preparado refería al peligro de Liz Truss, la ya ex primera ministra británica, y su proyecto político, más que neoliberal, neofascista, según mi reflexión. En la ausencia, no hubo ni falta, ni retraso en el envío, ni como algún colega me sugirió, agotamiento de temas. Simplemente me encontraba en la dinámica de BeyondSpain de Frankfurt, junto a compañeros catalanes, gallegos y, por supuesto, vascos. Para cuando decidí que el artículo era insalvable por la dimisión de la Truss ya no había tiempo para uno nuevo. Los torys podían haber esperado unos días en relevar a su líder, pero no tuvieron en cuenta mi agenda.

A pesar de esta pequeña espantada, los argumentos sobre la pujanza de Liz Truss siguen vigentes. Su discurso inaugural fue brutal, mientras que nuestras miradas estaban dispersas en repasar la nacionalidad y religión de Giorgia Meloni o las declaraciones de Macarena Olona sobre sus definiciones de género, trans y migrantes. La Truss marcó la vuelta atrás en un movimiento de contracción, echando por tierra todo aquello que, bien es cierto que muy lentamente, había calado en un amplio sector de nuestras sociedades.

En ocasiones pensamos que los logros por los que lucharon y pelearon nuestros antepasados, dejándose la piel en el intento, están blindados. Y que el planeta se balancea en un continuo movimiento progresista, en el que a duras penas vamos avanzando. Pero nada de eso es definitivo. Hay, especialmente en estos tiempos, una tendencia de diversas élites militares y económicas que apuestan abiertamente por la vuelta a discursos imperialistas, xenófobos, esclavistas, machistas y extremadamente clasistas. Y que no tienen reparos en aspirar a su supremacía a través de cualquier medio.

La llegada puede ser por métodos directos, el sufragio universal. Ahí están, a pesar de la caída de la Truss, esos proyectos fascistoides recientes, como el representado por Matteo Salvini o Viktor Orbán y esos que recorren Europa y tienen en el Vox de Abascal o en el Rassemblement National de Le Pen sus référencias. Volodymyr Zelensky y Vladimir Putin no les andan a la zaga.

Pero también a través de proyectos golpistas, con intervenciones mixtas, como lo fue el Euromaidan en Ucrania o algunas de las llamadas Revoluciones Árabes. Nos cuentan, sobre todo en España, que los golpes de estado son temas del pasado que únicamente ocurren en lugares donde la democracia es un proyecto fallido. Pero no es cierto.
Ya nos lo contaron los primeros teóricos de las que hoy llaman guerras asimétricas, los chinos Qia Liang y Wang Xiangsui: "La primera regla de la guerra moderna es que no hay reglas". Y lo estamos padeciendo no sólo en el conflicto de Ucrania, en las agresiones de Israel a Palestina, en la guerra del Yemen o en las ruinas de Siria, sino en esa guerra económica que bloquea a Europa convirtiéndola en un peón descartable de un tablero mundial.

En esos escenarios convulsos, las veleidades fascistas renuevan sus discursos supremacistas. Tanto por los valores económicos de defensa de clase, como por cuestiones emotivas, culturales y sociales: la patria, la religión, la pigmentación, la historia imperial y el orgullo de la comunidad. Cuando decenas de millones de hombres y mujeres votan a Trump o Bolsonaro, lo hacen más por cuestiones pasionales que de mejora vital (situación que se puede reproducir en otros sectores).
Estos días hemos acudido en Brasil a un remake de aquellas circunstancias que se dieron en EEUU cuando como Bolsonaro, Trump perdió las elecciones presidenciales por un escaso margen. El asalto al Capitolio en Washington el pasado año, con la condescendencia de agentes y activistas pro imperio, tiene muchas similitudes con el bloqueo de carreteras y perturbaciones provocadas durante y tras las elecciones presidenciales de Brasil por los seguidores de Bolsonaro. Los movimientos neofascistas ni concluyeron en EEUU con la derrota electoral de Trump, ni lo harán con la de Bolsonaro en Brasil.

Precisamente, y en estos conflictos asimétricos, estamos asistiendo estos días a un paro pre-golpe, de los de libro, tal como el que derrocó a Allende en Chile en 1973. En esta ocasión, la elite económica blanca y supremacista de Santa Cruz (Bolivia) anima un paro prolongado que nos acerca, inevitablemente, el golpe de Estado encabezado por la hoy presa Jeanine Áñez. Grupos de choque, campañas de desinformación y un clima de descontento que propicie un golpe como el de 2019. No hay por qué entrar en la Moneda, bombardearla y matar al presidente. Los métodos hoy son más refinados. Cuba lleva arrastrando un golpe exterior continuado con un bloqueo asfixiante.

El meollo de la cuestión, revelado estos días en las redes por los voceros de la llamada ultraderecha, es que el continente, desde Rio Grande hasta Patagonia, se ha teñido de rojo. Un relato a medida. Sabemos que algunos de esos gobiernos tildados de progresistas hacen políticas liberales, que la democracia en Chile se ha topado con un sustrato reaccionario, que el populismo de Pedro Castillo en Perú sonroja a los marxistas, que las intenciones de Gustavo Petro en Colombia no son suficientes, que las políticas migratorias de AMLO en México son fuertemente contestadas por las organizaciones de derechos humanos. Que Lula será incapaz de atajar la inmensa pobreza de Brasil y que las políticas económicas de Alberto Fernández en Argentina están haciendo aguas.

Es el dilema. Al que hay que enfrentar. Reforzando las conquistas frente al fascismo neocon que nos acecha. A ambos lados del Atlántico. José Murat lo definía brillantemente: “El pensamiento progresista y democrático ha ganado importantes batallas, pero la guerra no está ganada: el mundo seguirá cambiando, pero no tiene un formato prestablecido. La lucha política por las libertades fundamentales y los derechos sociales tendrá que seguirse librando todos los días”.

 

 

 

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