El pueblo vasco mostró su inconformidad con la tibieza con la que el ejecutivo de la CAV se ha tomado el asunto de la oficialidad de los equipos deportivos de Euskal Herria al no asistir al partido entre la Eusko Selekzioa y el once de Túnez.
Pero el vacío en las gradas ha sido malinterpretado por Madrid, o por lo menos eso quiere hacernos creer la prensa adscrita al régimen borbónico franquista.
Lean ustedes el sesgo que le han dado al asunto en El Confidencial en una nota que curiosamente, no muestra el graderío desierto:
"Hay que dar una vuelta a este partido porque ha sido muy triste", dijo Aduriz tras el 3-1 de la Euskal Selekzioa a Túnez. “San Mamés ha sido el reflejo de lo que la gente piensa", añadióSobre el césped, la selección de Euskadi ganó 3-1 a una Túnez que saltó a San Mamés tras jugar hace dos días con Cataluña. Fue una victoria en el campo, pero una derrota por goleada en las gradas, casi vacías. Jamás tres goles, los de Illaramendi, Aduriz (impresionante) y Oyarzabal, sirvieron tan poco para un partido vestido por el nacionalismo vasco como su final de la Champions. El marcador fue lo de menos, ya que el independentismo vivió la peor de las derrotas posibles: que su propia afición le diera la espalda a la hora de vender la oficialidad de la selección vasca. Y esto escuece mucho.Los números dicen que en la Catedral se juntaron 15.000 espectadores, apenas un cuarto de las butacas. Muy lejos de los 40.000 espectadores de hace apenas dos años contra Cataluña o de las 27.000 personas que asistieron al estreno del nuevo campo del Athletic contra Perú en 2013. Pero más allá de las cifras, hay una imagen que lo dice todo, la de unas gradas despobladas que hasta dejaban ver las letras impresas del Athletic en los asientos. El partido comenzó y se acabó mucho antes de que los jugadores saltaran al terreno de juego. El ambiente desangelado desmotivó en el césped a los jugadores y debió provocar el desánimo en toda la selección del PNV liderada por su capitán Iñigo Urkullu que se juntó en el palco para en teoría vivir una fiesta. No hubo ninguna fiesta. Nunca una victoria fue tan dolorosa.Lo que sucedió en el terreno de juego no tuvo ninguna trascendencia. Ni los goles ejercieron de bálsamo. Los propios jugadores, habituados a no posicionarse ante las cuestiones polémicas, admitieron al final del partido lo que el nacionalismo no está dispuesto a reconocer pese a las evidencias. “Hay que dar una vuelta a este partido porque ha sido muy triste”, aseguró Aduriz, el hoy emblema del Athletic. “San Mamés ha sido el reflejo de lo que la gente piensa de este partido”, sentenció.Con sus palabras, el delantero metió un gol por toda la escuadra a un nacionalismo que no quiere admitir su culpa en esta derrota. Como los malos entrenadores, lo podrá achacar al árbitro, al balón, al clima, a las fechas o a que el terreno de juego estaba en malas condiciones. Todo para ocultar sus carencias. El nacionalismo vasco y catalán deberían reflexionar sobre lo que ha sucedido en los últimos tres días (Cataluña apenas congregó a 9.300 personas en un campo de segunda, Montilivi, en un partido del que incluso se borró el emblema del catalanismo Piqué).No hace mucho el partido navideño de Euskadi se convertía en una orgía independentista para regocijo del nacionalismo vasco, que ha huido de la frialdad con la que Anoeta recibía a la oficialidad de la selección vasca para asegurarse el calor de San Mamés a esta reivindicación. Pero ni por esas. Esta vez el rival fue Túnez pero el equipo visitante de todos los encuentros es la Federación Española de Fútbol por su negativa, según protestan los regidores nacionalistas, a posibilitar los encuentros de la tricolor en fechas FIFA. El viernes 30 de diciembre, los triunfadores ni se tuvieron que vestir de corto: el presidente, Ángel María Villar, ni el entrenador del combinado nacional, Julen Lopetegui, disfrutaron de su victoria desde el televisor (si es que lo vieron).El partido de Euskadi siempre ha trascendido del terreno de juego. Incluso, ha servido de escaparate para que el entorno ‘abertzale’ hiciera apología de los presos de ETA. El balón era la excusa para que las gradas metieran un gol a España. La oficialidad de esa Euskal Selekzioa que anhela el nacionalismo es el fin de un partido (sin jugadores de Osasuna, aunque las ausencias estaban justificadas) al que, por lo escuchado ayer tras los 90 minutos pertinentes, algunos jugadores parecen no estar dispuestos a vestirse de corto. Toca reflexión. Pero el nacionalismo seguirá viendo y vendiendo un contundente triunfo. Al fin y al cabo (en esta ocasión sí) el marcador es lo importante: 3-1.
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