Desde las páginas de Naiz traemos a ustedes este segundo artículo de opinión centrado en el anuncio del fin del proyecto del Guggenheim Urdaibai.
Lean ustedes:
Maquiavelo en la Reserva
Txema GarcíaEl Patronato del Museo Guggenheim ha anunciado, con palabras muy medidas y gesto entre atribulado y solemne, la retirada del proyecto de dos nuevas sedes de esta franquicia artística en la Reserva de la Biosfera de Urdaibai. Han tenido que pasar nada menos que diecisiete años de imposición, de informes, de propaganda, de dinero público evaporado… y ahora, como si nada, se nos dice por parte del partido gobernante y de sus adláteres de empresas privadas en el citado Patronato, con su socio de Gobierno, el PSE, escondido en el «si te he visto no me acuerdo», que todo lo pergeñado hasta la fecha se suspende por “dificultades técnico-administrativas” y «procesos judiciales en curso y de larga duración». Eso sí, ni una sola autocrítica, ni una sola disculpa, ni un solo «perdón, porque igual nos hemos equivocado» y, lo que es aún mucho más grave, ni una sola palabra sobre el rechazo mayoritario de la sociedad que ha provocado este proyecto ecocida.
De estar vivos, Platón, Aristóteles, Hobbes, Marx, Weber, Foucault... y todas una serie de filósofos y pensadores se estarían revolviendo en sus tumbas pensando cuán acertadas eran sus cavilaciones en relación con la naturaleza del Poder. Pero quedémonos con otro destacado representante de esta corriente de pensamiento: Maquiavelo y su genial obra de “El Príncipe”, en el que desarrolla su tesis de que el Poder es una fuerza que busca ante todo conservarse, incluso mediante el engaño y la violencia, incapaz de someterse a la moral, al juicio ciudadano o a la autocrítica.
Y es que a la vista de lo acontecido en Urdaibai, Maquiavelo estaría hoy día muy orgulloso de sus tesis, tan actuales a pesar de los siglos transcurridos: el Poder, aun perdiendo, siempre intenta ganar. Es un maestro en el arte de salir de cualquier charca en la que se meta, pero lo hace con la elegancia del que no se ha manchado absolutamente nada. Porque, la pregunta-hipótesis es directa: ¿Y si toda esta escenificación última del Patronato, esta recogida de cable, no ha sido más que una maniobra bien estructurada, con un guion muy bien montado para que la opinión pública digiera mejor lo que era ya una «derrota estratégica» de ese mismo Poder que se cree omnímodo? ¿Y si el llamado «proceso de escucha activa» no fuera más que una «pista de aterrizaje» para un Poder encallado en un callejón sin salida, incapaz de reconocer derrota alguna de la sociedad civil, tal y como ocurrió con Lemoniz?
El Poder nunca se equivoca, nunca cede, nunca reconoce nada y, solo cuando lo necesita en última instancia, es cuando da un cambio de timón y modifica “el relato”. Y para ello, en este caso, ha utilizado una hábil coartada comunicativa de la mano de Agirre Lehendakari Center, contratado al efecto y encargado de desarrollar el «nuevo guion narrativo» destinado a desechar un proyecto-ocurrencia que jamás se debió plantear.
Sí, alguien tenía que hacer el «trabajo sucio» que el Poder nunca está dispuesto a realizar cuando tiene que asumir que se ha equivocado de cabo a rabo. Y Agirre Lehendakari Center era el «peón ideal» para acometer esa tarea: una institución con cierto prestigio, situada en los márgenes difusos de la oficialidad, pero con «cierta independencia» de las esferas tradicionales del Poder, es decir, libre de mácula para poder llevar a cabo un proceso consultivo, pero, eso sí, no vinculante, no fuera a ser que la sociedad y la ciudadanía se acostumbrara a otro tipo de gobernanza participativa que no fuera la del «ordeno y mando». Y así había que crear un proceso de «escucha activa» que, en realidad, fuera la coartada perfecta para desmontar un proyecto condenado al fracaso. No se trataba de consultar a la población, sino de desmantelar con finura «democrática» una ocurrencia débil desde su origen.
La consulta no era vinculante, pero se presentó «casi» como si lo fuera. El pueblo, desconfiado por naturaleza, respondió de forma masiva y rechazó el proyecto. Resultado: todos contentos. El Poder no se desdice, la sociedad cree que ha vencido, y el cadáver del Guggenheim Urdaibai se entierra con una ceremonia sin que aparezcan en el escenario, quienes son los verdaderos culpables de este desaguisado, el verdadero Poder, aquellos que permanecen en la sombra, entre bambalinas.
El funeral
El acto fúnebre fue revelador: tres mujeres —la diputada general, la directora del Museo y la vicelehendakari— tuvieron que protagonizar el entierro del «muerto» (iba a decir de la «sardina», pero apenas quedan ya ejemplares en los caladeros), mientras los hombres del Patronato se escondían en algún recinto aparte, algo muy habitual en estos tiempos en los que la mujer a pesar de conquistar espacios de poder, sigue siendo «cuidadora» por excelencia de los desastres, sobre todo cuando hay que dar la cara: machismo latente, disfrazado de protocolo institucional. ¡Que se lo pregunten a la vicepresidenta española Montero y a las mujeres de la ejecutiva del PSOE!
La operación venía de lejos, tanto en el tiempo como en el espacio. En el tiempo, incluso bastante antes de que una comitiva institucional vasca fuera, en el espacio, de viaje a la metrópoli a rendir pleitesía a los dueños del cortijo: la Fundación Solomón R. Guggenheim, la madre última de todos los permisos habidos y por haber. Allí les confirmaron que había que plegar velas, que el citado proyecto estaba generando una muy mala imagen corporativa para la matriz neoyorkina y que esto se había acabado. Antes de esa orden ya tajante, la maquinaria ya se había puesto en marcha porque alguien, entre bambalinas, ya se había percatado de que el crucero que iba a atracar en el estuario de la ría en Urdaibai era un Titanic que hacía aguas por todas partes y estaba a punto de hundirse. Así que había que cambiar el relato para que el Poder mantuviera intacto su prestigio. Y para eso siempre hay expertos: guionistas de crisis, dramaturgos de la política, asesores de comunicación.
¿Quién manda de verdad?
Porque, a esta altura de la Historia, ¿todavía nos creemos que el Poder lo tienen quienes elegimos en las urnas? ¿Todavía pensamos que son Pradales, Etxanobe o Ibone Bengoetxea quienes, en última instancia, deciden? El verdadero Poder está detrás del escenario, en la oscuridad, manejando los hilos de la economía y la política. Los demás son figurantes, actores importantes, pero secundarios de una obra escrita en despachos invisibles.
Mi hipótesis es clara: el «proceso de escucha activa» fue diseñado desde el principio no tanto para consultar, sino, principalmente, para desmontar con elegancia un proyecto inviable. Así, el Poder gana porque no se contradice, y la sociedad también gana porque cree haber vencido. Todos contentos.
Pero la historia no termina aquí. El Poder, y esa es su lógica interna siempre, pronto abrirá otra carpeta, otro megaproyecto para Urdaibai o, en todo caso, «proyectos medianos» con la misma finalidad que el anterior: turistificar la comarca al máximo y especulación con todo lo que de beneficios a unos pocos, algo que ya está en curso. Así, cuando el susto se pase y se recobre la «paz social», volverán con nuevas excusas o justificaciones «buenistas» para convencer a una sociedad a la que intentan mantener narcotizada por medio de un montón de «justificaciones» de las que echar mano en el mercado del engaño continuo. Y si no me sirve la de «arte y naturaleza» pues utilizo otra: la machacona de «generar empleos», aunque sean precarios, o esta otra: la «de algo tenemos que vivir porque si no, vais a comer berzas»… todas ellas con igual objetivo y un mismo común denominador: la especulación y la ganancia para unos pocos a costa de la mayoría de la población.
Y aquí viene una pregunta incómoda: ¿Por qué no aplica el Gobierno Vasco y las diputaciones este mismo proceso de escucha activa a otros muchos megaproyectos en curso y que registran una importante contestación social: Subfluvial de Lamiako, Variante de las Karreras, interconexión eléctrica con Francia, TAV, Variante Sur Ferroviaria, parques eólicos...? ¿Por qué solo al Guggenheim Urdaibai? ¿No es sospechoso que esta supuesta «democracia participativa» aparezca solo cuando conviene al guion del Poder?
Conclusión
Maquiavelo lo explicó hace siglos: el Poder no se mide por victorias o derrotas, sino por la capacidad de mantener intacta su autoridad incluso en la derrota. En Urdaibai, el Poder ha perdido la batalla, pero ha ganado la guerra del relato. La Reserva de la Biosfera se libra del titanio, pero no del maquiavelismo.
Así que, visto lo visto, y haciendo un balance de todo lo sucedido, quizá habría que comenzar a exigir responsabilidades políticas sin descartar la petición de dimisiones en masa de los más altos cargos públicos, bien por incompetencia o bien por dejación de funciones en la defensa del bien común frente a intereses claramente partidistas.
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