Iñaki Egaña nos ha compartido este texto en su perfil de Facebook, recomendamos su lectura para quienes acostumbran confundir los efectos con las causas.
Adelante:
Justicia
Iñaki EgañaEl 28 de octubre de 1975, la entonces segunda cadena de la televisión francesa (hoy France 2), ofreció un inédito debate sobre el futuro del franquismo, en unas fechas en las que el dictador, en coma, entubado y asistido por la mano amputada de quien llamaban Santa Teresa, concurría a sus últimas semanas de vida. Poco más de un mes antes, había firmado las condenas que llevaron a Txiki y Otaegi a ser ejecutados por sicarios de su régimen. Parte de su testamento.
En el plató de la televisión francesa, se concentraron diversos líderes del exilio para asistir al programa, “Dossiers de l´ecran”. Entre ellos, Fernando Varela, presidente del Gobierno republicano, Max Gallo, historiador francés, y Jesús María Leizaola, presidente del Gobierno vasco. Desde Madrid, intervinieron Fernando González de la Mora, ministro de la dictadura y posteriormente fundador de Alianza Popular, y una tal Palacios, figurante supuestamente vasca, que había visitado Ondarroa, pueblo españolísimo repleto de enseñas rojigualdas y soporte sentimental de Franco, según sus palabras.
La intervención de Leizaola, un hombre sin demasiado carisma, pero obsesionado con el tema de la tortura, levantó ampollas entre los aliados del régimen que controlaron desde Madrid la emisión. Leizaola habló de futuro, pero también recordó las recientes ejecuciones de Txiki y Otaegi. Sobre los malos tratos, fue el único que ancló el tema en su medida. Leizaola, contestando precisamente a la figurante Palacios, señaló que la tortura se practicaba “metódica y masivamente contra la disidencia vasca”, aportado datos de su propio Gobierno y de Amnesty International: en los meses anteriores, 250 vascos habían sido torturados.
En las postrimerías del debate, y rebatiendo la intervención de Fernández de la Mora, Leizaola volvió a tomar la palabra para añadir que “nadie sabe y lo ha sufrido más que nosotros [tortura], los vascos”. Su final fue rotundo: “Necesitamos respeto. Con torturas no se puede organizar en ninguna parte una sociedad civilizada”. Aquel día en que se emitía el programa, tres vascos estaban siendo torturados, dos mujeres de Aretxabaleta y Laudio, y un hombre de Morga. Desde aquella jornada y hasta nuestros días, al menos otros 4.711 hombres y mujeres del territorito que Leizaola dirigía desde el exilio, han sido torturados, ya en una estimada “sociedad civilizada”.
La respuesta a las palabras del lehendakari llegó cinco días después. Y no precisamente de manera dialéctica. Una potente carga explosiva reventó la sede del Gobierno Vasco en la calle Singer de París. Leizaola y Manuel Irujo salvaron la vida porque aún no habían llegado a sus despachos. Hubiera sido un magnicidio. Los 22 apartamentos del edificio fueron afectados por la carga, así como varios vehículos. Simultáneamente, María Manot, la madre de Txiki, junto a su hija de 12 años, y a Josemari Iribar, que en ese momento acompañaba a ambas, eran apaleados por dos mercenarios en su vivienda de Zarautz. Las referencias a la tortura y a los fusilamientos del 27 de setiembre habían alimentado la venganza parapolicial. Lo de París y Zarautz quedó impune.
Un conocido grupo llamado ATE (Antiterrorismo ETA), reivindicó ambos atentados. El de París, doblemente por medio de un comunicado depositado en el parabrisas de un coche cercano al lugar de la explosión, en francés, y con otro enviado al diario L´Aurore, en castellano: “somos españoles de todas las tendencias que acabamos de demostrar muestra fuerza el 1 de octubre, con más de un millón de personas en Madrid y en todas las ciudades importantes de España”. La prensa española se hizo eco del atentado y utilizó la misma expresión que el comunicado de ATE: “atentado con bomba contra los locales del Movimiento separatista Euzkadi”. En España, no existía el Gobierno vasco en el exilio.
Han pasado varias décadas desde entonces, y esta misma semana, el Gobierno autonómico de Gasteiz, en acto institucional, ha reconocido a 49 víctimas de la tortura y a ocho víctimas mortales ocasionadas por los aparatos del Estado. Naciones Unidas hace ya tiempo que, para la vulneración de derechos humanos, entre ellas la tortura, describe la necesidad de “verdad, justicia y reparación”. Centenares de organizaciones de derechos humanos e instituciones supranacionales han hecho suyo el lema.
Sin embargo, y desgraciadamente siempre hay un “pero”. El Gobierno vasco, autor del reconocimiento, ha modificado el mandato internacional con una invitación que titula: “Verdad, memoria y reparación”. No dan puntada sin hilo. La “justicia” ha caído del titular. Pueden argumentar que la Comisión de Valoración es un entre administrativo, sin poder judicial ejecutivo. Efectivamente, como las miles de instituciones y organismos internacionales, como Naciones Unidas, que, a pesar, exigen “verdad, justicia y reparación”.
No hay que ser un lince para comprobar que, a ciertos líderes políticos, el tema de la tortura les da calambre, por lejanía, y porque suponen que aletea las tesis tradicionales de la izquierda abertzale y de grupos revolucionarios vascos, ya que sus militantes fueron abrumadoramente las víctimas de la tortura. Olvidémonos de la justicia y propongamos una memoria fuertemente matizada. Probablemente, porque le dan más valor a la coyuntura que al valor histórico de los propios.
Y para equilibrar y poner en su lugar a los torturados, la sombra del “terrorismo”, un mantra que vale para un roto y un descosido. Lo ha hecho estos días desde Deia, Iñigo Barandiaran, diputado en dos ocasiones por el PNV, que ha comparado, ¡toma ya!, la ilegalizada Herri Batasuna con Hamás. Un Barandiaran que estuvo de asesor jurídico de Interior entre 1996 y 1998 (fuente Wikipedia), en tiempos de Juanmari Atutxa. Dos años en los que, causalidad, 134 vascos recibieron torturas o malos tratos por parte de la Ertzaintza. Con estos mimbres, no es de extrañar que el PNV evite el término “justicia” y castigue la obsesión de su lehendakari expatriado al olvido.
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