El Mundial de la Ignominia en Qatar ha terminado de forma vergonzosa, con una Argentina, una vez más, aupada por el arbitraje - como olvidar esa nauseabunda oda al antifutbol de la mano de Maradona frente a Peter Shilton que debió haber terminado con una expulsión para el desclasado argentino -.
Euskal Herria, que aun carece de la oficialidad para sus selecciones, llora la partida de uno de sus grandes; José Francisco Rojo Arroita, mejor conocido como Txetxu.
Aquí la semblanza biográfica por parte de Deia:
Txetxu Rojo: clase y corazón
“Ganar es importante, pero en el Athletic tenemos más cosas que nos llenan”, decía tras las finales perdidas en 1977 el extremo que a nadie dejaba indiferente
José L. ArtetxeEn la biblia del Athletic le corresponde un lugar entre los mejores. José Francisco Rojo Arroita, Txetxu Rojo, que ha fallecido este viernes a los 75 años de edad, encarna el prototipo de futbolista de clase que siempre ha hallado encaje en un equipo donde tradicionalmente primaban la casta, el derroche físico, la entrega. Ahora bien, a menudo la calidad no ha gozado de la comprensión de San Mamés, habitualmente más exigente con el bueno de verdad. Antes que él hubo otros que pasaron por idéntico trance (Panizo, por citar uno); pero a la larga lo que se instala en la memoria, en el subconsciente del aficionado, es la huella de los dotados para ofrecer con el balón cosas fuera del alcance de la inmensa mayoría. A Txetxu Rojo nunca dejaron de mirarle con lupa, su forma de ser y de estar en el campo alimentó un debate eterno, en ocasiones desmedido. Su personalidad fomentaba la división de opiniones en el entorno, algo que en el fondo es normal, pues solo los elegidos concitan tanta atención. Son capaces de no dejar a nadie indiferente.
Figurar como el jugador con más partidos oficiales en la historia del club, solo por detrás de José Ángel Iribar, bastaría para justificar su presencia en el olimpo rojiblanco. Más con una perspectiva actual, dado que los calendarios de competición más recientes penalizan a los antiguos en la comparación estadística. En los sesenta y setenta era muy difícil sumar los 541 encuentros que Rojo acumuló desde su debut en septiembre de 1965 hasta su adiós en abril de 1982. Fueron 17 campañas consecutivas que le permitieron coincidir con tres generaciones. Un tiempo que el destino quiso que compartiera, de uno u otro modo, con Piru Gainza, de quien en realidad tomó el testigo de los grandes extremos zurdos que tanto han contribuido al esplendor de la entidad.
Bueno, para ser rigurosos, Txetxu Rojo viene a ser la excepción atendiendo al palmarés. El de Gainza resulta inigualable, pero también Guillermo Gorostiza o Estanis Argote, quien le sucedió, conquistaron ligas y copas, mientras que él tuvo que conformarse con un par de Copas nada más. Lo curioso del caso es que colgó las botas pese a que tenía firmado un año más de contrato y se puso a entrenar chavales en Lezama. Justo entonces el Athletic volvió a proclamarse campeón de liga, con Javier Clemente al mando. En la 1969-70, el equipo de Rojo se quedó a un solo punto del título. A cinco jornadas del final resultó expulsado, junto a Antón Arieta, en Atocha, en un incidente que dio mucho que hablar. Fue agredido por su marcador, Gorriti, que le golpeó con el banderín de córner, y él respondió con un empujón que le costó una suspensión de cinco partidos.
Pero su mayor pena fueron las dos finales, de Copa de la UEFA y de Copa, perdidas en 1977. “Una lástima por los méritos que hizo el equipo, que además fue tercero en liga”, rememoraba Rojo. Episodios dolorosos que en el momento supo asimilar como refleja la siguiente reflexión: “El Athletic es diferente y cuando se gana algo te hace ilusión por la gente, el Athletic hace feliz a la gente. Ganar es importante porque engrandece al club, pero en el Athletic tenemos más cosas que nos llenan”.
Se refería, claro está, al secreto que hace posible el envidiable recorrido de un escudo que salpica tres siglos: “Ese respeto, ese sentir que yo conocí y que se va transmitiendo en la caseta de generación en generación, y la forma de jugar también, aquí siempre ha habido gente fuerte, pero también con calidad para hacer un fútbol rápido y de ataque”. Txetxu era un sentimental (“yo tengo unos colores, el rojo y el blanco, nada más”), reconocía incluso que tenía el “defecto” de dejarse llevar por el corazón, “eso es lo que me ha perdido siempre”. Sin embargo, en el balance de su carrera en el club, donde entró con 17 años y salió con 44, después de una etapa como técnico, catalogaba como positivo “el 90% de lo que viví”.
En categorías inferiores actuaba de interior, fue Gainza, con quien se estrenó en el primer equipo, el que le colocó pegado a la cal y ahí desarrolló la mayor parte de la carrera, si bien acabó jugando de lo que le gustaba: “Mis cualidades eran de interior, me gustaba irme para el centro, combinar más, estar más en contacto con la pelota”. Elegancia, visión, toque y un físico admirable eran las virtudes que le adornaban. Esto último, en buena medida era consecuencia de la exhaustiva manera en que se cuidaba.
Gran forma física
Mantuvo el mismo peso durante los tres lustros de profesional. Ningún otro compañero llegaba a la pretemporada como Txetxu Rojo, siempre pendiente de la alimentación y el descanso. “Solo recuerdo una rotura muscular. Me cuidaba mucho, si jugaba mal era por otros motivos”. Por ejemplo por la dureza que imperaba en aquel fútbol, la vista gorda que hacían los árbitros y la ausencia de cámaras de televisión. Llevaba muy mal la cantidad de leña que recibía por el mero hecho de ser un futbolista en posesión de argumentos técnicos sobrados para desbordar rivales. “Siempre fui de gesticular, decían que parecía italiano. Hacía así con los brazos (levantaba ambos a la vez con energía) y me expulsaban”. Y sonreía mientras repasaba el largo itinerario trazado por aquel chaval delgadito que arrancó en el Peñarol de su barrio, Begoña, y luego pasó a la Firestone antes de recalar en el Athletic para erigirse en futbolista excepcional. Uno de los mejores, sin duda.
La cifra: 541
Son los partidos que jugó en el Athletic en las 17 temporadas que estuvo en el primer equipo, marcando 68 goles. Solo Iribar le supera en encuentros disputados.
Su periplo como técnico: entrenó en dos etapas al Athetic
Carrera extensa. Tras colgar las botas siguió en los banquillos. Después de pasar por las categorías inferiores rojiblancas, donde brilló al frente del juvenil de Garitano, Alkorta y Mendiguren, en la temporada 1986-87 tomó las riendas del Bilbao Athletic en Segunda. Un año después fue el ayudante de Howard Kendall en el primer equipo, haciéndose cargo del Athletic gran parte de la campaña 89-90. En el curso 2000-01 vivió su segunda etapa al frente del Athletic tras relevar a Luis Fernández. No tuvo éxito en el club de sus amores. En los noventa dirigió al Celta tres temporadas, logrando un ascenso a Primera y un subcampeonato de Copa. También entrenó a Osasuna, Lleida, Salamanca y Zaragoza, para terminar en el cuerpo técnico del Rayo. Formó tándem con Iñaki Saez como seleccionador de Euskadi.
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