Damos continuidad al hallazgo arqueológico denominado 'la Mano de Irulegi' con este artículo de Naiz, mismo que dedicamos a todos los supremacistas lingüísticos franceses y españoles así como a sus valedores vascos que tanto se afanaron en publicitar la entelequia de lo que se dieron en llamar "la vasconización tardía". Por lo anterior, había que evitar a toda costa que el españolismo a ultranza hiciera con el hallazgo de Irulegi lo que hizo con los grafitos de Iruña-Veleia. Aquí nos explican como se logró eso.
Adelante con la lectura:
La mano que reescribe la historia de los vascones
Pello GuerraA unos diez kilómetros de Iruñea, en Irulegi, la Sociedad de Ciencias Aranzadi ha hecho un descubrimiento histórico: una mano de bronce con una inscripción en idioma vascónico. Próximamente publicará un libro que recoge los entresijos de un hallazgo que ha generado un terremoto académico y social.
A simple vista, llama la atención por su fragilidad. Una estrecha placa de bronce con una rudimentaria forma de mano que puede resultar curiosa, pero, en principio, sin mayor trascendencia. Sin embargo, en su dorso aparecen grabados unos puntos y unas líneas que la transforman en un sólido puño que ha golpeado con fuerza a muchas teorías que se daban por asentadas en relación a los vascones.
Se trata de la Mano de Irulegi que, desde el pasado 14 de noviembre, se ha convertido en un motivo habitual de conversación, reivindicación, hipótesis y discusión, ha inspirado canciones y pintxos de bar, e incluso ha pasado a ser objeto de merchandising. Porque si algo ha conseguido es no dejar indiferente a nadie.
Durante casi un año, su existencia ha sido el secreto mejor guardado por todas aquellas personas que han participado en su hallazgo, restauración y estudio, y que van desde la propia Sociedad de Ciencias Aranzadi, hasta el Gobierno de Nafarroa a través de la Institución Príncipe de Viana y los expertos que la han analizado desde diferentes ópticas.
Pero no solo compartían la necesidad de preservar una información trascendental, sino también el cúmulo de emociones que les ha generado la Mano de Irulegi desde que el 18 de junio de 2021 empezó a emerger de la tierra que cubría una de las dos casas del poblado vascón que allá por el siglo I antes de Cristo se levantaba en el monte Irulegi del Valle de Aranguren.
En realidad, en aquel momento, nada hacía presagiar que lo que había encontrado Leire Malkorra iba a tener semejante trascendencia. Esta arquitecta y arqueóloga en el yacimiento de Irulegi se situó en una zona de una de las viviendas donde habían aparecido cerámicas y otras piezas para continuar con los trabajos de excavación. Hasta que «de repente, salió una pieza pequeña de bronce», recuerda.
Siguiendo el protocolo establecido en estos casos, se sacó una primera fotografía antes de seguir adelante con la extracción protegiendo la pieza del sol con una sombrilla y siguiendo casi un procedimiento de cirujano al emplear material más pequeño, como palillos. Esa placa poco a poco empezó a presentar cinco puntas y se pudo apreciar que era «una pieza más grande, delicada, porque era una chapa muy fina», señala su descubridora.
Cuando ya quedó a la vista por completo, volvió a ser fotografiada, antes de proceder a levantarla de la tierra. A continuación, fue introducida en una bolsa para ser entregada a los técnicos del Gobierno de Nafarroa, que hicieron seguimiento del proceso.
Desde Irulegi, este hallazgo y el resto de piezas localizadas en la campaña de 2021 en el yacimiento fueron trasladados a unos pocos kilómetros de distancia, al Almacén Arqueológico del Gobierno de Nafarroa, en Cordovilla. En ese lugar, el Servicio de Patrimonio Histórico hace una valoración de los hallazgos localizados en la correspondiente excavación y decide qué piezas serán restauradas. Una de las seleccionadas fue la pieza de bronce, que en ese momento se pensaba que podía ser un adorno de un casco, del estilo de las alas del casco de Astérix.
De sorpresa en sorpresa. A mediados de enero de este año, le llegó el turno de ser restaurada, tarea que acometió Carmen Usúa, quien procedió a empezar a suprimir la placa de sedimento que la cubría y que se había dejado para preservarla, para evitar que se deteriorara. Y entonces fueron saltando las sorpresas.
Al retirar esa capa, empezaron a aparecer una serie de líneas y, entre ellas, unas rayas que marcaban una escritura. «Cuando vi en ese primer cuarto de limpieza cuatro líneas de escritura, salí botando y no sabía a quién llamar», señala Usúa todavía emocionada. Asimismo, en las puntas de la pieza aparecieron unas marcas de uñas, lo que evidenció que se trataba de una mano y además derecha.
El descubrimiento de la inscripción hizo que esa simple placa de bronce cobrara un nuevo significado y empezaron a prodigarle todo tipo de atenciones. Así, se realizaron análisis de la pieza en la Universidad Pública de Nafarroa y un escaneo con láser para estudiar sus mínimos detalles, que fueron determinando que el óxido del metal generado durante cientos de años era uniforme en toda la superficie.
A esos análisis que databan la antigüedad de la mano, se sumaba la tipología de los objetos metálicos y cerámicos de la vida cotidiana de los vascones junto a los que apareció la pieza y que marcaban también su cronología, además de las pruebas de carbono 14, entre los años 82 y 72 antes de Cristo.
El estudio de la pieza determinó que era una lámina de bronce, cuya pátina contenía un 53,19% de estaño, un 40,87% de cobre y un 2,16% de plomo, algo que es habitual en aleaciones antiguas. El objeto estaba recortado para representar la forma de una mano derecha algo esquemática, pero de tamaño natural.
En el centro del extremo cercano a la muñeca presentaba una perforación de 6,51 mm de diámetro, producida al clavar la pieza en un soporte blando, probablemente de madera, ya que la ausencia de huellas de abrasión en la perforación indicaba que no estuvo colgada, sino clavada.
La lámina era lisa en el lado de la palma, pero en el del dorso presentaba una inscripción y la forma de las uñas, aunque no se han conservado, debido a su fragilidad, las correspondientes a los dedos anular, corazón e índice. Sus medidas actuales son 143,1 mm de altura, un grosor de 1,09 mm y una anchura de 127,9 mm. Su peso alcanza los 35,9 gramos.
Desentrañar un misterio. ¿Pero qué ponía en la inscripción? Ese era el gran misterio a desentrañar. Entonces llegó el momento de recurrir a los expertos en epigrafía y lingüística. El primer nombre que salió a colación fue el de Javier Velaza, catedrático de Filología Latina de la Universidad de Barcelona.
El experto, oriundo de Castejón, no dudó en regresar a Nafarroa para estudiar in situ la pieza. Viéndola, Velaza les indicó que se estaba mirando la pieza al revés, que había que girarla y poner los dedos hacia abajo para poder leer la inscripción, escrita en signario ibérico.
Pero lo más importante estaba por llegar. Al transcribir el texto, la primera palabra terminó siendo ‘Sorioneku’, que «tiene una lectura e interpretación clarísima e inmediata desde la lengua vasca», señala el catedrático. Además, aparecía un signo con forma de T «que no existe en ninguno de los otros sistemas gráficos que se empleaban en la Península Ibérica en época prerromana» y sí en monedas vasconas. Lo que le llevó a concluir que estaba ante un signario ibérico adaptado por los vascones para escribir su lengua, lo que lo convertía en vascónico.
Sin embargo, Velaza quería una segunda opinión y entonces es cuando se recurrió a Joaquín Gorrochategui, catedrático de Lingüística Indoeuropea de la UPV/EHU, quien recuerda que cuando vio por primera vez el texto de la pieza, «me dio un vuelco el corazón, porque entendí la primera palabra, pero me siguió dando más vuelcos todavía cuando las tres líneas que vienen después me resultaron y me siguen resultando oscuras todavía».
Como el epigrafista, Gorrochategui fue plenamente consciente de lo que entrañaba el hallazgo y que suponía echar por tierra algunas tesis plenamente asentadas sobre los vascones. «No esperaba que se encontrara algo así, ya que estábamos casi convencidos de que los vascones eran analfabetos en la antigüedad, de que aprendieron a escribir muy poquito del ibero para acuñar algunas monedas y después ya adquirieron la escritura de los romanos y, por lo tanto, el alfabeto latino».
Por lo tanto, esa inscripción «nos lleva al mundo anterior a los romanos. Es verdad que el texto procede precisamente del choque entre los romanos y los vascones del momento, pero lleva a su lengua, a su escritura, a su mundo. Es la maravilla que es un texto de ese mundo».
Un ámbito en el que era una especie de talismán que en origen deseaba buena fortuna y buscaba ahuyentar el mal del hogar donde se exhibía a modo de un eguzkilore actual.
La Mano de Irulegi es, por el momento, el hallazgo más rutilante de las excavaciones en el yacimiento del poblado vascón, impulsadas y promovidas por el Ayuntamiento de Aranguren, y que dirige Mattin Aiestaran, quien está viviendo la repercusión del anuncio del descubrimiento «con muchísima ilusión y a la vez responsabilidad. Pero, en el fondo, creo que todavía no lo he asimilado. Sí que pensábamos que tendría un gran eco, pero no de la envergadura que ha tenido».
Aiestaran está inmerso en el estudio de un yacimiento que califica de «excepcional. Desde su catalogación como poblado y sus primeras menciones en la bibliografía por parte del arqueólogo Javier Armendáriz en 2005, ya se señalaba a este poblado como uno de los más importantes de la Cuenca de Pamplona».
Una imagen congelada en el tiempo. El poblado vascón fue incendiado en el siglo I antes de Cristo durante las guerras sertorianas, que enfrentaban al rebelde Sertorio con Pompeyo, el general enviado por Roma para sofocar su revuelta. Un siniestro que tuvo como efecto dejar a su paso una imagen congelada en el tiempo de cómo era ese lugar en el momento del ataque. Como explica Aiestaran, en las casas que se han excavado, el fuego hizo que se derrumbara la techumbre del edificio y que dejara «debajo las cosas que estaban en las habitaciones en ese momento. Y todo en un contexto que denominamos primario, inalteradas, sin moverse».
Esa circunstancia hacía que «alguna vez llegamos a soñar con un hallazgo como el de la mano, pero nos quitábamos las ilusiones de la cabeza para seguir trabajando en otros aspectos materiales de la sociedad vascona, que son más sencillos de investigar desde la arqueología y que también desconocemos».
Y entonces apareció la famosa Mano del Sorioneku, aunque el director de las excavaciones asegura que «no nos sorprenderíamos tanto si encontráramos más hallazgos similares», teniendo en cuenta que «Irulegi es el mejor yacimiento para poder investigar a los vascones prerromanos».
En este sentido, el arqueólogo recuerda que «conocemos ciudades romanas en el territorio vascón (Andelo en Mendigorria, Pompelo en Iruñea, Santa Criz, en Eslava, etc.) que debajo tienen restos de poblados de la Edad del Hierro, pero su investigación genera muchos problemas por el hecho de que han sido removidos y modificados posteriormente para construir sobre ellos ciudades romanas. Probablemente haya más poblados como Irulegi en las cuencas prepirenaicas, pero dudo que tengan la potencialidad que nos muestra este yacimiento.
Por el momento se han excavado dos de las viviendas del poblado vascón que ocupaba la ladera coronada por los restos del castillo medieval. Así que todavía queda mucha superficie en la que seguir trabajando, a pesar de que, habitualmente, «si no hay un riesgo para el yacimiento, se suele guardar una parte importante como testigo para la generación venidera de arqueólogos, que tal vez con nuevas tecnologías puedan investigar aspectos que a los arqueólogos del siglo XXI se nos pueden escapar».
Salvando un espacio sin excavar por ese motivo, a Aiestaran le gustaría ver el poblado de Irulegi «con una gran superficie excavada, lo suficiente para poder caracterizar el yacimiento y poder hablar de su urbanismo con datos más representativos».
Unos trabajos para los que el hallazgo de la Mano «puede servir de palanca para consolidar el grupo de investigación que tenemos en Irulegi y poder trabajar de una forma más continuada y adecuada. Vemos a muchos arqueólogos que se han formado con nosotros y en nuestras universidades, y tienen una enorme potencialidad, pero se van quedando por el camino por las dificultades que acarrea la vida investigadora, por sus condiciones precarias».
El director de las excavaciones tiene la fortuna de contar con una beca predoctoral concedida por la UPV/EHU, y gracias a ello, «puedo dedicarme a la investigación a jornada completa con mi sueldo de becario y la ayuda de los familiares. Y hay que decir que no es sencillo poder optar y recibir estas ayudas. La mayoría de jóvenes que han pasado por Irulegi escogen otros caminos y, si siguen como arqueólogos, se van a trabajar a otros países. Nos gustaría poder formar a un buen equipo de arqueólogos y que trabajen aquí, investigando los restos de nuestro pasado».
En la otra cara de la moneda puede aparecer la repercusión que tenga para el yacimiento la fama que le ha dado el histórico hallazgo al convertirlo en destino de una afluencia masiva de visitantes. Aiestaran reconoce que «ese ya era un problema que estaba presente en el pequeño pueblo de Lakidain y desde el Ayuntamiento del Valle de Aranguren llevan tiempo buscando soluciones».
Repercusión positiva en la comunidad local. En la Sociedad de Ciencias Aranzadi, lo que les gustaría es que «el trabajo que hacemos repercuta también y sobre todo en la comunidad local, pero que repercuta positivamente y no cambie el carácter y la vida diaria de los pueblos del valle. El Valle de Aranguren es una salida de ocio verde de la urbe de Iruñea con un patrimonio natural y cultural espectacular, pero también es un valle agrario y tiene su propia vida. Llevamos trabajando en varias reuniones con el Ayuntamiento del Valle de Aranguren para ofrecer nuestra ayuda a la hora de regular y conducir adecuadamente la afluencia de visitantes que van a Irulegi y otras zonas del valle».
El precedente de la consolidación y musealización del castillo medieval ha sido muy positivo, ya que «los visitantes que acuden a él, en general, lo han cuidado y lo han respetado». Y a quienes ahora se acerquen a Irulegi animados por el hallazgo de la Mano, les pediría que «intenten dejar sus vehículos en las inmediaciones de Ilundain, donde hay más sitio para poder aparcar sin llegar a colapsar el pequeño pueblo de Lakidain. Además, la ascensión desde ese lugar cuenta con un sendero animado por esculturas que han sido talladas en los árboles caídos y ofrece una excursión muy lúdica y entretenida».
En cuanto al cuidado del yacimiento del poblado vascón en sí, Aiestaran considera que es «fundamental entender que no hay que dañar los restos arqueológicos y que no hay que hacer remociones ilegales en busca de objetos para colecciones privadas». Al respecto, recuerda que «el castillo de Irulegi fue un yacimiento muy atacado por detectoristas de metales en las décadas de los 80 y 90, antes de entrar en vigor las leyes actuales de patrimonio». Una práctica muy dañina a varios niveles, ya que «aparte de que constituye un robo a todos los ciudadanos, desde un punto de vista científico, constituye una enorme pérdida de información. En el caso de la Mano, ha sido clave el encontrarla en su contexto arqueológico y haberla registrado adecuadamente. Si la tuviéramos, pero no supiéramos de dónde procede, no podríamos interpretarla».
Por ese motivo, desde Aranzadi piden «a toda la ciudadanía que si ven que alguien está realizando una excavación ilegal en cualquier yacimiento arqueológico, avise a las autoridades».
Como director de las excavaciones en Irulegi, Mattin Aiestaran es uno de los diversos protagonistas del libro “Irulegi. La mano de Irulegi, un testimonio epigráfico del siglo I A.C. en el Valle de Aranguren”, que en próximas fechas publicará la Sociedad de Ciencias Aranzadi y en el que se condensan las esencias de un hallazgo y, en general, de los trabajos en un yacimiento que están reescribiendo nuestra historia.
°
No hay comentarios.:
Publicar un comentario