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viernes, 30 de diciembre de 2022

Egaña | El Año de Sorioneku

Estamos a horas de completar la vuelta 2022 al Astro Rey según el Calendario Gregoriano y nuestro amigo Iñaki Egaña la reseña de esta manera:


El año de Sorioneku

Iñaki Egaña

Un año que se va. Un año que nos ha acercado un poco más al abismo energético, que ha desplegado nuevas señales del cambio climático y que ha acrecentado la fractura social. Los ricos concentran cada vez más dinero en sus manos, los pobres, cada vez más pobres. Para la estadística, Naciones Unidas nos legó un dato difícil de comprobar, pero al menos aproximativo. A mediados de noviembre de 2022, nació un bebé al que colgaron el título de la persona 8.000 millones de este nuestro planeta. Probablemente en Asia, quizás en Nigeria o en Etiopía, donde las madres adolescentes son legión.

Nos estamos cargando la biodiversidad. Dicen que cada minuto destruimos un pedazo de selva equivalente a cinco campos de futbol. Y que los responsables vivimos en la cercanía, no en Indonesia o el Amazonas. Porque somos los primeros consumidores del aceite de palma, madera, carne y soja. En lo que va de siglo ya nos hemos cargado 581 especies animales y vegetales. A descontar del acervo de los seres vivos.

Estamos en guerra permanente. La primera con la desigualdad. Más de cien millones de desplazados al año, récord de los récords. Desplazados como la pareja que tuvo aquel hijo que convirtieron unos hebreos en dios y que ahora sus seguidores celebran. Y que por cierto su supuesto nacimiento da pie a numerar nuestra era, al calendario gregoriano, sustituyendo al de la menstruación, al lunar. Otros calendarios como el chino, el hindú, el musulmán… nos indican que no somos el ombligo del mundo.

La guerra en Ucrania (escenario donde la OTAN y Rusia desarrollan su enfrentamiento) nos ha arrimado el horror. Cuestión de cercanía. La guerra inacabada del Congo lleva más de cinco millones de victimas mortales. La olvidada de Yemen más de 400.000 fallecidos, cien mil más que en Siria. Más de 900 millones de personas no saben lo qué comerán mañana, primer día del año de nuestro calendario occidental. Hemos inventado incluso un vocablo para sustituir al hambre y a las muertes que provoca: inseguridad alimentaria. Y para calmar las mentes, otro general: desarrollo sostenible.

Poblamos una piedra a la deriva junto a un sistema solar que contiene ocho planetas, otros cinco enanos, 157 lunas, 760.000 asteroides y 3.500 cometas. El telescopio espacial James Webb ha completado su año de existencia y nos está acercando al inicio del Big Bang. Los datos y las imágenes que envía pertenecen al futuro, a pesar de que nos reflejan un pasado muy lejano. Somos, como mínimo, un quecto, prefijo registrado precisamente hace unas semanas, un quintillónesimo de la vida sideral. Y también somos capaces de pasar de la euforia deportiva al vértigo vital. Jamás tantos suicidios, jamás tanto trastorno en la regulación de las emociones.

Si acudiéramos nuevamente a la estadística resultaría que nuestro origen debiera ser chino (18% de la población mundial). En el reino animal, en vez de sapiens seríamos escarabajos (375.000 especies) y en el vegetal seguro que orquídeas que, como nosotros, ocupan todos los ecosistemas. Pero tuvimos la fortuna de nacer o llegar a este pedazo de tierra acotado entre el Ebro y el Aturri.

Así que aquí estamos. Para bien y para mal. Orgullosos de nuestro temple tribal, reunidos en un territorio legendario que vio florecer a generaciones con las que apenas nos reconoceríamos. Generaciones que tuvieron, como nosotros, la sombra del Gorbeia o del Baigura a sus pies, la salinidad de los arenales de Itzurun o Laga, la humedad de los bosques de Irati o Izki, la sequedad de las Bardenas o Urkiola, frente a sus poblados. “Bainan, hala ere, hemen girade…”, guardianes apasionados y leales a la tierra que nos dejaron nuestros ancestros, que cantaban Xalbador e Ihidoi.

Nos describieron viajeros y aventureros, también cronistas del camino hacia Compostela. Algunos de malas maneras, y hoy todavía lo repiten, cansinos del odio. Otros, en cambio, como Orixe desde el corazón. Ernest Hemingway difundió nuestra faceta lúdica y Pío Baroja, aquel gruñón que de joven se confesó anarquista y ahora se cumplen 150 años de su nacimiento, pintó las estrofas más bellas de nuestras veredas. Por ello, emociona recorrer nuestro país entre sugerencias de otros pasos anteriores, por los mismos caminos, sumando convicciones, esperanzas y luchas comunitarias. A poco que prestemos un poco de atención descubriremos que todo nuestro entorno nos habla reposadamente. Y con paciencia, los ecos, aguzando el oído, la vista y el ingenio, acuden.

Este año, un equipo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi ha revelado un descubrimiento de 2021, la mano de Irulegi, esos cinco dedos de la talla de bronce con una inscripción cuya primera línea desvela en euskara arcaico nuestra tradición fraternal: sorioneku. Este texto es el primero revelado en euskara, a través de un sistema derivado del ibérico. Y la fortuna ha querido que esa punta del iceberg que es la arqueología, nos haya encarrilado a un término amable, solidario.

Podría haber sido el nombre de una divinidad, el de un jefe pre romano, el de un diezmo. Como en la Sumeria antigua, una tablilla que reflejara hipotecas, matrimonios, deudas, sentencias, arrendamientos, compraventas, registros militares… Pero fue el de sorioneku. Me dirán que una aguja en un pajar, una excepción en un mundo frío, oscuro y sombrío. Es cierto, como escribió brillantemente el nobel francés Patrick Modiano que “Uno espera con impaciencia que suene el timbre que acabe con ese alboroto y ese zumbido que crece por minutos y aturde. Pero no suena timbre alguno”. Y no suena en el de la trasformación que necesitamos para evitar el abismo.

Pero también es cierto, como nos dejó Pablo Neruda, el valor del ánimo: “Te saludo esperanza, forjarás los ensueños en aquellas desiertas desengañadas vidas”. Llega 2023, viejo y arrastrado antes de nacer. Con malas vibraciones. Pero nosotros, cadena a cadena, eslabón a eslabón, como señaló el poeta chileno, gritando “sube a nacer hermano”. La lucha por la vida continua. Sorioneku. 




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