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sábado, 14 de octubre de 2017

Ramonet | La Era Detox

Les compartimos este vital texto que nos han hecho llegar por correo electrónico:

La era detox

Ignacio Ramonet

El  fenómeno se está extendiendo. En nuestras sociedades desarrolladas, un número  cada vez mayor de ciudadanos se plantea modificar sus modos de consumo. No sólo  de los hábitos alimentarios, individualizados ya hasta tal punto que resulta  prácticamente imposible reunir a ocho personas en torno a una mesa para comer un  mismo menú. Sino del consumo en general: la vestimenta, la decoración, el aseo,  los electrodomésticos, los fetiches culturales (libros, devedés, cedés), etc.  Todas aquellas cosas que hasta hace poco se acumulaban en nuestros hogares como  señales más o menos mediocres de éxito social y de opulencia (y hasta cierta  medida, de identidad), ahora sentimos que nos asfixian. La nueva tendencia es a  la reducción, al desprendimiento, al despojo, a la supresión, a la  eliminación... En suma, a la desintoxicación. Al detox pues. Como si comenzara  el ocaso de la sociedad de consumo -establecida en torno a los años 1960 y  1970-, y entráramos en lo que se empieza a llamar la «sociedad del desconsumo».

Se podría objetar que las necesidades vitales de consumo siguen  siendo inmensas en muchos países en vías de desarrollo o en las areas de pobreza  del mundo desarrollado. Pero esa realidad indiscutible no debe impedirnos ver este movimiento de «desconsumo» que se expande con ímpetu cada vez más intenso. Por otra parte, un estudio reciente, realizado en el Reino Unido, indica que desde el principio de la revolución industrial, las familias iban acumulando bienes materiales en sus hogares a medida que sus recursos aumentaban. El número de objetos poseidos traducía su nivel de vida y su estatus  social. Así fue hasta 2011. Ese año se alcanzó lo que podríamos llamar el «pico  de los objetos» (peak stuff). Desde entonces, el número de objetos poseidos no  cesa de reducirse. Y esa curva, en forma de ‘campana de Gauss’ (con aumento  exponencial mientras sube el nivel de vida, y que luego, después de un período  de estabilización, desciende en las mismas proporciones), sería una ley general.  Hoy se estaría verificando en los países desarrollados (y en muchas zonas  opulentas de Estados del Sur) pero mañana también reflejaría la inevitable  evolución en los países en desarrollo (China, India, Brasil).

La toma de  conciencia ecológica, la preocupación general por el medio ambiente, el temor al  cambio climático y en particular la crisis económica del 2008 que con tanta  violencia golpeó a los Estados ricos, influenciaron sin duda esta nueva  austeridad zen. Desde entonces, se divulgaron mediante las redes sociales muchos  casos espectaculares de detox anticonsumista. Por ejemplo, el de Joshua Becker, un estadounidense que decidió hace nueve años, con su esposa, reducir  drásticamente el número de bienes materiales que poseían, para vivir mejor y  lograr la calma mental. En sus libros («Living with Less», «The more of Less») y en su blog «Becoming minimalist» (www.becomingminimalist.com/), Becker cuenta: «Limpiamos el desorden de nuestra casa y de nuestra vida. Fue un viaje  en el que descubrimos que la abundancia consiste en tener menos.» Y afirma que « las mejores cosas de la vida no son cosas».

Aunque no resulta facil  desintoxicarse del consumo y convertirse al minimalismo: «Comience poco a poco  – aconseja Joshua Fields Millburn, que escribe en el blog TheMinimalists.com-  intente desprenderse de  una sola cosa durante 30 días, comenzando por los  objetos más sencillos de suprimir.

Deshágase de las cosas obvias. Empezando por  las que claramente no necesita: las tazas que nunca usa, ese regalo horrendo que  recibió, etc. "Otro caso célebre de despojo voluntario es el de Rob  Greenfield, un norteamericano de 30 años, protagonista de la serie  documental «Viajero sin dinero» (Discovery Channel) quien, bajo el lema "menos  es más", se deshizo de todas sus pertenencias, incluso de su casa. Y anda por el  mundo con sólo 111 posesiones (incluyendo el cepillo de dientes)... O el de la diseñadora canadiense Sarah Lazarovic, que pasó un año sin comprarse ninguna  ropa y cada vez que tenía ganas de hacerlo, dibujaba la prenda en cuestión. Resultado: un bonito libro de bocetos titulado: «Un montón de cosas lindas que no me compré». También está el ejemplo de Courtney Carver, que propone en  su página web Project 333 (https://bemorewithless.com/project-333/), un desafío  de bajo presupuesto invitando a sus lectores a vestirse con sólo 33 prendas  durante tres meses.

En la misma linea está el caso de la bloguera y youtuber  francesa Laeticia Birbes, 33 años, que se hizo célebre por su desafío  de  nunca más volver a comprarse ropa: «Yo era una consumidora compulsiva. Víctima  de las promociones, de las tendencias y de la tiranía de la moda- dice- Había  días en que llegaba a gastarme quinientos euros en prendas... En cuanto tenía problemas con mi pareja o con los exámenes, compraba ropa. Llegué a integrar perfectamente el discurso de los publicitarios : confundía sentimientos y productos...» Hasta que un día decidió vaciar sus armarios y regalarlo todo. Se sintió libre y ligera ; liberada de una carga mental insospechada: «Ahora vivo con dos vestidos, tres bragas y un par de calcetines.» Y da conferencias por toda Francia para enseñar la disciplina del «cero basura» y del consumo minimalista.

El consumismo es consumir consumo. Es una conducta  impulsiva donde ya no importa lo que se compra, importa comprar. En realidad,  vivimos en la sociedad del desperdicio, desperdiciamos abundantemente. Frente a  esa aberración, el minimalismo de consumo es un movimiento mundial que propone  comprar sólo lo necesario. El ejercicio es simple: hay que mirar las cosas que  tenemos en casa y determinar cuáles realmente usamos. El resto es acumulación, veneno.

Dos periodistas argentinas, Evangelina Himitian y Soledad Vallejos, pasaron de la teoría a la práctica. Después de haber vivido como millones de consumidores acumulando sin ningún criterio, decidieron cuestionar su propia conducta. Estaba claro que compraban por otros motivos, no por necesidad. Y se impusieron estar un año sin consumir nada que no fuese absolutamente indispensable y contar con gran talento su experiencia.

No solo se  trataba de no consumir sino de desintoxicarse, de liberarse del consumo  acumulado. Las dos periodistas empezaron imponiéndose una disciplina detox:  cada una tenía que sacar diez objetos por día de su casa durante cuatro meses:  1.200 en total. Tuvieron que descartar, donar, desprenderse, despojarse... Como  una suerte de purga, para pasar a ser desconsumista: «En los últimos cinco  años- cuentan Evangelina y Soledad- se encendió en el mundo una luz de  conciencia colectiva sobre la manera de consumir. Que es una manera de controlar  los abusos del mercado. Porque es también una estrategia para dejar al  descubierto los puntos ciegos del sistema económico capitalista. Aunque suene  pretencioso es exactamente eso: el capitalismo se apoya en la necesidad de  fabricar necesidades. Y para cada necesidad fabrica un producto... Esto es  especialmente cierto en los países con economías desarrolladas donde los índices  oficiales miden la calidad de vida en sintonía con la capacidad de consumo... »

Este hastío cada vez más universal del consumo también alcanza al universo digital. Está surgiendo lo que podríamos llamar un digital detox, que consiste  en abandonar las redes sociales por un tiempo y por diferentes motivos.

Se va  extendiendo el movimiento de los «ex conectados» o «desconectados», una  nueva tribu urbana compuesta por personas que han decidido darle la espalda a  Internet, y vivir off-line, fuera de linea. No tienen WhatsApp, no quieren oír  hablar de Twitter, no usan Telegram, odian Facebook, no sienten simpatía por  Instagram, y no hay casi ningún rastro de ellos por Internet. Algunos no poseen  ni siquiera una cuenta de correo electrónico y, los que la tienen, la abren sólo  muy de vez en cuando… Enric Puig Punyet (36 años) doctor en Filosofía, profesor,  escritor, es uno de los nuevos «ex-conectados ». Ha escrito un libro en el  que recopila casos reales de personas que, deseosas de recuperar el contacto  directo con los demás y consigo mismas, han decidido desconectarse. «La  Internet participativa que, mayoritariamente, es la modalidad en la que estamos  viviendo, busca nuestra dependencia –explica Enric Puig Punyet- Al tratarse,  casi en su totalidad, de plataformas vacías que se nutren de nuestro contenido,  interesa que estemos a todas horas conectados. Esta dinámica la facilitan los  teléfonos "inteligentes" que han provocado que estemos constantemente  disponibles y nutriendo a la Red. Este estado de hiperconexión conlleva sus  problemas que estamos empezando a ver: nos resta la capacidad de atención,  de proceso en profundidad e incluso de socialización. Gran parte del atractivo  de las tecnologías digitales está diseñado por compañías que desean nuestro  consumo y nuestra continua conexión, como sucede con tantos otros ámbitos porque  es la base del consumismo. Cualquier acto de desconexión, ya sea total o  parcial, debería entenderse como una medida de resistencia que desea compensar  una situación que se encuentra descompensada.»

El derecho a la  desconexión digital ya existe en Francia. En parte como respuesta a los  múltiples casos de burnout (agotamiento por exceso de trabajo) que se produjeron  en los últimos años como consecuencia de la presión laboral. Ahora los  trabajadores franceses pueden dejar de responder a mensajes digitales cuando  termina su jornada laboral. Francia se convirtió así en pionera de este tipo de  leyes, pero todavía quedan incógnitas sobre cómo se aplicará esa ley. La nueva  norma obliga a las compañías con más de 50 empleados a abrir negociaciones sobre  el derecho a estar off-line, es decir no contestar emails o mensajes digitales  profesionales en sus horas libres. Sin embargo, el texto no obliga a llegar a un  acuerdo ni tampoco fija ningún plazo para las negociaciones. Las empresas  podrían limitarse a redactar una guía orientativa, sin la participación de los  trabajadores. Pero la necesidad del detox digital, de estar fuera de las redes y  darse un descanso de Internet queda planteada.

La sociedad de consumo, en  todos sus aspectos, ha dejado de seducir. Intuitivamente sabemos ahora que ese  modelo, asociado al capitalismo depredador, es sinónimo de despilfarro  irresponsable. Los objetos innecesarios nos asfixian. Y asfixian al planeta.  Algo que la Tierra ya no puede consentir. Porque se agotan los recursos. Y se  contaminan. Hasta los más abundantes (agua dulce, aire, mares...). Y ante la  ceguera de muchos gobiernos, llega la hora de la acción colectiva de los  ciudadanos. En favor de un desconsumo radical.








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