La estatura de una persona se mide en momentos muy específicos. En el caso que vemos a continuación podemos ver como los españolazos no tienen ni tendrán nunca la estatura de estadistas, siempre se arrastrarán por el lodo de la abyecta sumisión a las mentiras en que son adoctrinados.
Tal es el caso de Javier Rupérez, el impresentable embajador del régimen borbónico-franquista ante Washington en el tiempo en el que se dio a conocer el Memorial del estado de Idaho a favor de la autodeterminación de Euskal Herria. Rupérez ha tratado de jalar agua para su molino, y se ha quedado seco.
Aquí les presentamos este texto en defensa de Pete Cenarrusa (por si la necesitase, su legado le defiende) que ha sido publicado en Noticias de Gipuzkoa:
Iñaki Anasagasti
Con este título apareció en el diario 'ABC' una nota necrológica venenosa de quien fuera embajador de España en Washington, Javier Rupérez.
Probablemente, Rupérez creyó que llamando "ganadero y separatista" a Pete Cenarrusa le ridiculizaba ante la caverna mediática para la que escribe, sin apreciar que Pete Zenarruzabeitia se sentiría feliz por la simplificación aun cuando además de "ganadero y separatista" fue también un importante político norteamericano, ingeniero agrario, campeón nacional de boxeo universitario, profesor de agricultura y química, piloto naval, segundo teniente de infantería, jefe del departamento de instrucción de vuelos del escuadrón de entrenamiento para pilotos navales, nueve períodos como secretario de Estado y presidente de la Cámara en Idaho, así como otras muchas cosas, como lo reconoció la Fundación Sabino Arana cuando lo nombró Vasco Universal. Su amigo, el historiador Xabier Irujo, escribió: "Pete ha sido fundamentalmente un pastor vasco y un distinguido miembro de la diáspora vasca en las Américas. De él dijo el gobernador demócrata de Idaho, Cecil Andrus, en el curso de un caluroso debate político entre mineros y ovejeros, Cenarrusa es un pastor incurable y rubricó. ¡Hasta los calzoncillos tiene de lana!. Tal como relatamos en el libro que escribimos juntos, On Basque Politics, desarrolló una idea que revolucionaría la industria ovina en el oeste americano: transportar las ovejas a California durante el invierno".
Su muerte ha sido muy sentida en su Estado, en la colectividad vasca de Idaho, en Euzkadi y por cualquier persona de bien, aunque no por Rupérez, que tuvo la mala entraña de acabar dicho artículo con esta frase: "Como diría Mark Twain, no todos los fallecimientos son recibidos de igual manera". La inquina de Rupérez contra Pete no es de ahora, viene de su etapa de embajador. Por algo será. La blogosfera vasca en EEUU calificó el obituario de Rupérez sobre Cenarrusa en ABC de "veneno guardado durante más de una década".
Rupérez, madrileño y diplomático de profesión, es seco y altivo. Lo más negado para dedicarse a la política y a las relaciones humanas. En su día se armó una buena porque le dijimos que dormía almidonado con la orden de Carlos III encima del pijama. Poseedor de un alto concepto de sí mismo, creyó que habiendo ganado las elecciones Aznar, en 1996, este le nombraría su canciller. Ya, ya. A quien nombró Aznar fue a Matutes, llevándose Rupérez el disgusto de su vida. Se quedó de presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso y, viendo con el tiempo que Aznar no contaba con él para su acariciado puesto, se reintegró en la carrera, nombrándole posteriormente Aznar embajador en Washington, que no está mal y donde anduvo a sus anchas.
Recuerdo que cuando a Gorbachov le dieron aquel extraño golpe de Estado, una delegación del Congreso se desplazó a Moscú a mostrarle su solidaridad. La presidía Txiki Benegas y entre otros diputados estaba Rupérez y estuve yo. Y recuerdo cómo en el viaje de vuelta Rupérez me contó un hecho ilustrativo de la discusión y tramitación estatutaria entre Suárez y el PNV. Me dijo que ante nuestras "inasumibles pretensiones", Suárez le había enviado junto a Álvarez Miranda a visitar a Leo Tindemans en Bruselas, a Luis Herrera Campins en Caracas y a Paul Laxalt en Washington para decir a estas personas, consideradas amigas del nacionalismo vasco, que el Gobierno español no podía aprobar un estatuto separatista. Pero con tan mala suerte, que al llegar a Barajas de regreso de este periplo se encontraron con que El País informaba ese día del acuerdo entre la delegación negociadora vasca y Suárez. Al poco, Rupérez fue secuestrado y de todo esto le quedó hacia el nacionalismo vasco un cariño indescriptible.
Este Javier Rupérez escribió un libro empalagoso sobre su estancia en los Estados Unidos como embajador español. Y como no podía ser menos, el libro viene prologado por Aznar, a quien llevaba en la portada junto al autor del libro. "A poco de llegar a Washington -nos dice- me propuse acercarme cuanto antes a esa realidad para afirmar, por si alguna necesidad hubiere, la españolidad de lo vasco...". "Desde los primeros tiempos de mi estancia en Washington como embajador, tuve noticia de movimientos y actuaciones que tenían como centro impulsor a ciertos medios de la colonia vasca en Idaho y cuya última finalidad, no por casualidad coincidente con los dogmas nacionalistas al uso, sin por ello establecer diferencias entre pacíficos y violentos, era claramente contraria a nuestros intereses nacionales y constitucionales. En el centro de tales actividades aparecía sistemáticamente el nombre de Pete Cenarrusa -versión corta y americanizada del Zenarruzabeitia original-, personaje de edad avanzada, durante décadas secretario de Estado de Idaho y que, seguramente tampoco por casualidad, había sido coronado por el PNV en el año 2000, con toda la fanfarria local que se puede imaginar, con el Premio Sabino Arana en el apartado del Vasco Universal. Mis primeros informes hacían estado de una comunidad descendiente de vascos que en Idaho no superaría las 20.000 personas, de natural pacífico, de nacionalidad estadounidense ya en la tercera generación y moviéndose en aguas en donde en general convivían la neutralidad política y la nostalgia ancestral. Tanto el PNV como sectores próximos a Batasuna, y sus terminales mediáticas, no estaban dispuestos a que ello siguiera así por mucho tiempo. Y la pieza de Cenarrusa era clave en el intento y en la tarea de internacionalizar el conflicto, la voz de un político estadounidense podía alcanzar una dimensión importante. Cenarrusa se lanzó con entusiasmo a la maniobra". Así empieza este ilustrativo capítulo.
No sé si ustedes recordarán cómo en el Aberri Eguna de 1978 nos llegó desde Londres nada menos que el presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado estadounidense, Frank Church. El hecho no gustó en Madrid, pero Church sabía que en Idaho, Estado del que era senador, la presencia vasca era muy importante y él cultivaba su granero. Si a esto se le añadía la desbordante actividad del delegado del Gobierno Vasco en tiempos de Leizaola, Periko Beitia, y la del hombre clave en este Estado, Pete Cenarrusa, la explicación venía de por sí. Ya bajo el franquismo, las cámaras de Idaho habían condenado el juicio de Burgos y a todo el franquismo. Rupérez, pues, se encontró con una colectividad politizada y una personalidad a batir, Pete Cenarrusa, a quien llama de todo: "Una impresentable antigualla", "mirada vacuna", "él y sus secuaces", "doblez en la actuación...".
Narra Rupérez en su libro y en la necrológica el viaje de una delegación senatorial norteamericana en el que iba el senador por Idaho Larry Craig y lo que tuvo que hacer para llevárselo al huerto político, logrando que dicha delegación no se entrevistara con ningún vasco. Cuenta una comida en Boise y el brindis que les hace Cenarrusa y que él replica. Expone las dificultades de su cónsul Roy Eguren, su dimisión, y cómo logra implicar a Adelia Garro para nombrarla cónsul honoraria en Idaho por ser viuda de uno de los hijos del empresario Simplot, rey de la patata. Explica con detalle sus maniobras para que el presidente Carter no interviniera con su Fundación en nada que tuviera relación con lo vasco. Nombra obsesivamente a Deia como portavoz de los "conjurados" y finalmente explica sus presiones personales para que el Senado de Idaho no aprobara el Memorial sobre el derecho de autodeterminación del pueblo vasco. Finaliza su largo capítulo de veinte páginas reconociendo su fracaso para que los vascos españoles expliquen de "verdad" qué pasa en Euzkadi. ¿Qué se puede hacer ante este cúmulo de pedradas y acciones tan hostiles de un embajador de España? Lo mismo que él propone: darlas a conocer. Por eso propongo que en Idaho se traduzcan al inglés y al euskera, se repartan y que personalidades como David Bieter, Roy Eguren y toda la comunidad comprueben el jaez y la actitud de un embajador español hacia ellos y hacia lo vasco en general, buscando unir nacionalismo con violencia y tragedia.
En la primavera de 2012 y escrito por Xabier Irujo se aprobó el Memorial solicitando la paz, la democracia y la independencia de Euzkadi. Terminaba su lectura el vicegobernador Brad Little, rompiendo el protocolo y pidiendo que la proposición fuera aprobada por aclamación. Todos los senadores se pusieron en pie y dedicaron una ovación al León de Idaho que les saludaba desde la galería. GB, Pete, y una patada en el trasero a Rupérez.
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