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lunes, 28 de junio de 2004

Rekalde | Pregón

Este texto con motivo de la conmemoración de la batalla de Noain ha sido publicado en Indymedia Euskal Herria:

Pregón

Angel Rekalde

Egunon guztioi:

Nos hemos reunido en esta jornada en un acto de conmemoración que es la expresión abierta de un sentimiento oculto, más profundo que el deseo de encuentro o reunión entre amigos, o la mera celebración de una fiesta.

Nos ha traído el sentimiento de inquietud, de frustración, la certeza de que el "orden" en que vivimos, de que nuestra realidad oficial, la de las leyes, los discursos y las autoridades, no se ajusta a nuestro mundo particular.

La vida, tal como la entendemos, a través de nuestra experiencia, del calor de nuestra gente, nuestra lengua vasca, nuestros barrios y pueblos, a través de la memoria de los agravios históricos, no acaba de encajar con ese orden oficial e institucional en que nos retienen; en el que no nos encontramos.

Casualmente, esta fecha de hoy reúne dos referencias de la historia que explican este desasosiego.

Rey de los Vascos

Hace mil años, en 1004, Sancho III el Mayor (Antso Nagusia) fue coronado rey de Iruñea. "Rey de los vascos" lo definió Ibn Haiyan el cronista musulmán, hispano, de su tiempo. Aquel reinado, organizado sobre la diplomacia, el desarrollo económico, y la orientación hacia el entorno europeo (no por casualidad fue quien impulsó el Camino de Santiago como vía de circulación cultural y simbólica) permitió la consolidación del Estado, que con Sancho VI el Sabio pasaría a denominarse nabarro, en su forma más acabada y avanzada para su época.

La batalla de Noain

En 1521, un día como hoy, un ejército improvisado, poco profesional, de gentes que en su mayoría se alzaron en armas para rechazar al ocupante español, fue derrotado y aniquilado en la batalla de Noain. Aunque algunas formas propias del país han ido perdurando y sobreviviendo en duras condiciones, y aunque parte del territorio, más allá de los Pirineos, conservó su libertad, el Estado navarro como tal, en su centralidad, en su capitalidad histórica, en su dimensión estratégica básica, se hundió. Desapareció su entidad como Estado independiente, como sujeto de Derecho Internacional.

Estas dos fechas expresan la clave de nuestras inquietudes y desasosiegos actuales. Explican ese mal llamado "conflicto vasco". Sitúan la raíz de muchas guerras, de agitaciones sociales de siglos, de inestabilidades, de la permanente inconformidad de los vascos y su falta de acomodo en el proyecto imperialista español y en el correlativo francés...

Cuando hablamos de Sancho el Mayor o de la monarquía navarra no pretendemos reivindicar un ideario monárquico, un reino ideal o una arcadia idílica, un paraíso perdido. No nos trae aquí la corona, ni el simbolismo de los mil años, ni la memoria de los reyes. Somos una sociedad actual, avanzada, con un nivel de cultura y determinación que no depende de mitologías ni monarquías. Queremos vivir en paz, en libertad, en democracia, en armonía con nuestros vecinos, integrados en el entorno en que nos situamos, que es Europa y sus realidades, sus conflictos y oportunidades.

Lo que nos interesa es lo que esas fechas revelan en la práctica en la vida de las poblaciones, y esa dimensión no tiene nada de retórico, ni ideológico, ni nostálgico.

La primera, el reinado de Sancho el Mayor, constituyó el momento histórico que mejor revela la existencia de nuestras instituciones políticas, instaladas en las circunstancias de su tiempo. En la segunda, el Estado de Nabarra, establecido, consolidado, reconocido, propio de los vascos, entró en la época del Renacimiento (en los tiempos de los Estados modernos) como la superestructura institucional de una sociedad ya conformada. Lo habitaba una población diferenciada de sus vecinos, con su lengua propia, con sus vínculos de convivencia y trabajo, con su conciencia de estatalidad, de gentes que se reconocen a sí mismas y distinguen a sus enemigos, una colectividad que se defiende (aunque fracase y sea derrotada), que organiza su orden social a su modo, con su cultura, sus leyes, su territorialidad, sus comunidades locales, sus tribunales de cuentas, su comprensión de la religión, del mundo... Una población con sus problemas cotidianos y sus procedimientos para resolverlos.

Ya estaba la sociedad constituida, y esa realidad fue castrada. Ahí tenemos las razones de la falta de encaje en un modelo estatal, imperial, que no es el nuestro.

Esto es lo que chirría en los tiempos presentes, en los conflictos con los Estados ocupantes, y en nuestros desasosiegos. No hay solución para el euskara en la España de Nebrija ni en la Francia de la Chanson de Roland. La pérdida progresiva de la lengua no nos la va a remediar ningún poder ajeno, interesado en su desaparición y en la uniformidad general de su Estado. Lo mismo vale para cualquier otra cuestión o conflicto. Para las decisiones o negociaciones en Bruselas, adecuadas a nuestros intereses, o las políticas de todo tipo. Son éstas razones de Estado. Y sólo un Estado, un Estado propio, las puede solventar, en la medida en que las contempla como una dimensión de su propia constitución y estatalidad.

El Estado proporciona a sus ciudadanos los instrumentos jurídicos, el ordenamiento de los medios materiales, privados y colectivos, los espacios articulados de desarrollo lingüístico, de comunicación e interacción entre grupos y particulares, de mantenimiento y enriquecimiento del patrimonio cultural, el marco integrado de las relaciones sociales, vivas y conflictivas pero no falseadas y desvirtuadas en un escenario artificial donde se diluyen entre fuerzas y realidades ajenas. Y, en definitiva, el Estado compone el único escenario posible de confrontación política democrática, amparado por las leyes, libertades, derechos y garantías que ofrece un ordenamiento constitucional que emane de la propia colectividad y se ajuste a sus circunstancias y necesidades.

Recuperar la historia

Algunos objetan que la historia no es la principal fuente de legitimidad en la conformación de las instituciones políticas. Estamos de acuerdo. La fuente última ha de ser la propia voluntad de los ciudadanos. Pero la historia ha creado el marco de convivencia en que realmente existimos. Para entender quiénes somos, cómo hemos llegado a ser, cuál es la colectividad que convive, cuál es el sujeto político que se constituye y decide, cuál es su identidad, cuál su dimensión, cuáles sus recursos y patrimonio, cuáles son sus problemas y necesidades, es necesario conocer estos datos históricos, como los que hemos citado de nuestras instituciones, arrebatadas por la fuerza y la conquista.

Hemos de reconocernos, recuperar la autoestima, entender que debemos encontrar la solución a nuestros problemas en nosotros mismos, y para ello hemos de saber quiénes somos.

Por ello es tan importante este acto de encuentro en el aniversario de la batalla de Noain, de memoria y reconocimiento a quienes lucharon y murieron por nuestro pueblo. Y debemos insistir en esta labor de desescombro, como hacen Nabarralde, Iturralde y otros grupos, para recuperar la perspectiva de nuestro pasado y emprender, con una decisión política clara, con una determinación inequívoca, el rumbo de nuestro futuro. Nosotros. Los vascos. Los ciudadanos del Estado de Nabarra.

En esa historia encontramos la referencia que nos ofrece, con la natural distancia, aquel Estado independiente que encabezó el rey de los vascos hace mil años.

Sin ese Estado y esos instrumentos de convivencia organizada nos vemos abocados a chirriar eternamente bajo un orden extraño, bastardo, ocupante, o inexorablemente condenados a desaparecer. Este otro es el destino a que nos remite la derrota y la pérdida del Estado en Noain.

No permitamos que este destino sea irreversible.

 


GORA NAFARROA ASKATUTA
VIVA NABARRA LIBRE
VIVE LA NAVARRE LIBRE


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