Nuestra publicación de 2015 titulada 'Paca la Culona' ha tenido muchas visitas durante las semanas recientes y no podemos negar que esto nos había picado la curiosidad.
Pues bien, agradecemos a nuestro amigo el que haya publicado este texto que nos ayuda a esclarecer el misterio, mismo que traemos a ustedes desde Facebook:
La agenda del medio centenario
Iñaki EgañaA poco de comenzar el año, nos llegó la turrada de la que va ser tendencia durante 2025. El medio siglo de la muerte del dictador, al que no le salvó ni siquiera aquella mano incorrupta de Teresa Sánchez de Cepeda, una religiosa que canonizaron como Santa Teresa y cuya reliquia trasladaron desde la iglesia de la Merced de la ciudad andaluza de Málaga. Las referencias a Franco nos han inundado como una Dana. Unos para reforzar su narrativa de cuánto enfrentaron a la dictadura, cuando la realidad fue que con la excepción del PCE, ETA y algunos sindicatos, su postura fue la de la espera. Otros para aprovechar la ola neofascista y reivindicar su “buen hacer”. Y un tercer grupo para mostrar supuestas equidistancias y desinterés, con el argumento de que no merece la pena rasgar ese pasado tan lejano, cuando la juventud actual ni siquiera conoce quienes fueron Eddy Merckx, Gorbachov o Rodríguez Galindo.
Así que la agenda está servida. Pero como sucede con otros aniversarios redondos, la potencia de los medios extraños, la viralidad de las redes y la universalidad de la idiotez, nos enfangan en una agenda ajena. Es cierto que el suceso, la muerte del dictador y su trayectoria, tuvieron un impacto bestial en la sociedad de Hego Euskal Herria. Pero también es notorio que en nuestro territorio, tanto al norte como al sur de la muga, este medio centenario debería tener otros recuerdos más pujantes que la loa o el despreció del llamado entonces generalísimo.
Las exequias de Franco estuvieron precedidas de las ejecuciones de dos militantes de ETA y tres del FRAP. Jon Paredes, Txiki, y Ángel Otaegi, fueron condenados a muerte en juicios que apenas duraron unas horas y sus penas fueron refrendadas por una corte de dirigentes franquistas que dos años más tarde se despertarían, como por arte de magia, siendo tan demócratas que hoy aún, sus apellidos nominan avenidas, escuelas y aeropuertos. De aquella fecha, 27 de setiembre, la izquierda abertzale situó el Gudari Eguna y con aquellos mimbres y los de los gudaris de la guerra del 36, edificó un robledal, un camposanto metafórico, que fue dilapidado por las “fuerzas del orden” hace poco más de una década.
Las movilizaciones por Txiki y Otaegi fueron parte de un contexto que nos presentó como un pueblo unido como cantaba Quilapayún. Con un coste enorme que este medio centenario debería reconocer. Huelgas generales, protestas, encierros, sabotajes… La repuesta del Estado franquista fue la del estado de excepción, la promulgación de una Ley Antiterrorista y la escenificación de una guerra sucia que comenzó con el BVE (Batallón Vasco español) y se alargó con los GAL, en tiempos de quienes en 1975 decían ser oposición clandestina, activada para derrocar al dictador (PSOE). Habilitaron la plaza de toros de Vista Alegre, en Bilbo, para albergar a tantos detenidos que no entraban en comisaría. Tal y como había hecho Pinochet con el Estadio Nacional de Chile, exactamente dos años antes.
Para evitar las ejecuciones, la Policía mató a quienes intentaban su liberación, militantes como ellos: Andoni Campillo, Josu Mugika, Montxo Martínez Antía y al gallego Moncho Reboiras. En las protestas mataron en Donostia al estudiante Jesús García Ripalda, en controles de carretera a la alemana Alexandra Leckett, Emilio Pérez y a Kepa Etxandi. Al joven Bonifacio Martínez, de apenas 18 años, lo mató la Guardia Civil en Bilbo y en Mungia a Alfredo San Sebastián. En Gernika, mataron al militante Jesús Mari Markiegi y horas más tarde, al matrimonio que le había albergado en su vivienda, Blanca Salegi e Iñaki Garai. Francisca Saizar murió de un infarto cuando los de charol derribaron la puerta de su casa en Ondarroa, a la búsqueda de su nieto. También en Ondarroa, los mismos halcones mataron a Koldo Arriola, también con 18 años, cuando celebraba el fin de curso. Alfredo Valcárcel fallecía a consecuencia de las torturas. Mikel Gardoki y Koldo López de Guereñu murieron en emboscadas y a Bittor Pérez Elexpe le acribillaron cuando repartía unos pasquines en Sestao. Jacques Andreu, imitando a los bonzos que protestaban por la ocupación yankee de su país Vietnam, se inmoló en Pau, en solidaridad con la causa vasca. A Carlos Sanchiz le dieron el tiro de gracia y sobrevivió de milagro.
La llamada guerra sucia, el terrorismo de Estado, saltó a Ipar Euskal Herria con una innovación, las bombas-lapa. Y si los objetivos habían sido librerías como Nafarroa u organizaciones asistenciales como Anai Artea, los refugiados y sus familias se convirtieron en prioridad. La primera familia fue la de Josu Urrutikoetxea. El mercenario murió en la tentativa. Luego atentaron contra las familias de Txomin Iturbe y Tomás Pérez Revilla y el intento de secuestro de la compañera de Garratz Zabarte. A Iñaki Etxabe y Germán Agirre los mataron en Arrasate, sin reivindicación. No se atrevieron. A José Martín Zubillaga, le tirotearon en el término municipal de Sara y le trasladaron detenido al sur de la muga.
Aquel año estuvo teñido de rojo, pero también con alcances y anclajes del mismo tono. La huelga de Potasas marcó a una generación. Los encuentros para el acuerdo tuvieron sus hitos, los proyectos del BAT y del Herrikoi Batasuna, la primera iniciativa de unidad popular. El nacimiento de KAS y de EHAS, que serviría décadas más tarde al juez Garzón para construir una narrativa conspiranoica. El Aberri Eguna de Gernika y la detención de los diputados flamencos Walter Luyten y Willy Kuipers, así como el periodista inglés Stephen Elliot. Aquella reunión de octubre en Biarritz, en la que se sentaron en una mesa ETA, PNV y PSOE, repetida en otras ocasiones, incluso ya en el siglo XXI.
Medio siglo de la muerte del dictador. Con un tono repetitivo que me resulta si no lejano, al menos cansino. Nada nuevo. En cambio, entre el Aturri y el Ebro, aún estamos construyendo nuestra propia narrativa. A la que, a modo de empujón, debería ser también nuestra agenda de evocaciones para el futuro.
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