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jueves, 15 de agosto de 2024

Ocho Siglos de Continuidad Política

Si algo hay que reclamar a Mark Kurlansky por su obra de amor al pueblo vasco fue el no haberse atrevido a desafiar a Madrid y a París, afirmando en su libro 'The Basque History of the World' que los vascos (vascones) nunca habían gozado de autonomía política en toda su historia, negando así la existencia del Ducado de Vasconia y el Reino de Pamplona/Navarra.

Para enderezar ese entuerto tan conveniente al nacionalismo colonialista español traemos a ustedes este texto publicado en Naiz precisamente en el aniversario de la batalla que abriría la posibilidad a los vascos de gozar de un territorio en el cual desarrollarse política y culturalmente.

Adelante con esta interesante lectura:


Los vascones iniciaban hace 1.200 años en Nafarroa ocho siglos de Estado independiente

En el año 824, hace 1.200 años, los vascones conseguían crear el reino de Iruñea, más adelante llamado de Nafarroa, y que iba a tener una trayectoria como Estado de ocho siglos. Esta es la historia de una lucha permanente por la independencia.

Pello Guerra

Hace 1.200 años, en el 824, los vascones conseguían sacudirse el dominio de sus vecinos francos y del emirato de Córdoba para crear el reino de Iruñea, más adelante de Nafarroa, que terminaría perdurando durante ocho siglos, hasta que fue conquistado en su mayoría por los españoles en el siglo XVI e incorporada su parte norte por la Corona francesa en 1620.

Estos últimos años se vienen recordando los quinientos años de la conquista española de Nafarroa y aunque ese hecho armado ha supuesto cinco siglos de dominación, lo cierto es que el viejo reino tuvo una trayectoria como Estado independiente muy superior, de un total de 800 años.

Se considera que esos ocho siglos arrancaron a raíz de la segunda batalla de Orreaga, ocurrida en el año 824 de nuevo ante los francos y que supuso que los vascones lograran sacudirse definitivamente el dominio que sobre ellos venían ejerciendo sus poderosos vecinos.

De esta manera se conformaba el reino de Iruñea, al frente del cual se puso en sus comienzos la dinastía Aritza, iniciada por Eneko y al que sucederían en el trono su hijo García Iñiguez y su nieto Fortún.

Ese nuevo Estado independiente arrancaba con unos dominios que, aproximadamente, se extendían desde las actuales Elizondo a Altsasu, pasando por Tafalla y Zangoza, hasta territorios ahora en Aragón, con Iruñea como capital.

Tras conseguir mantener vivo ese incipiente reino de Iruñea durante casi un siglo, en el año 905 se produjo un relevo abrupto en el trono. No está claro si fue decisión de Fortún o una especie de golpe de Estado, pero ese año se hacía con las riendas del territorio Sancho Garcés I, iniciando la dinastía Jimena.

Entonces comenzó una expansión a costa de los dominios musulmanes de Córdoba, que, a pesar de atacar el reino en varias ocasiones y de llegar a arrasar Iruñea en el año 924, no consiguió frenarla.

De hecho, cien años más tarde y bajo el reinado de Sancho el Mayor, el reino de Iruñea alcanzó la máxima extensión territorial de su historia. Cuando ascendió al trono en el año 1004, su Estado iba desde los Pirineos hasta las inmediaciones de Lizarra, incluyendo Gipuzkoa, Bizkaia y Araba, el condado de Aragón y la tierra najerense riojana. Naiara era la capital del reino.

La política de enlaces matrimoniales de el Mayor hizo que al finalizar su reinado en el año 1032, fuera monarca «en Pamplona y Aragón, en Sobrarbe y en Ribagorza y en toda Gascuña y en toda Castilla, además de todo esto, imperando en León y Astorga por la gracia de Dios», según se recoge en una donación al monasterio de Leire de esa época.

Unión con Aragón

Al fallecer, esos dominios fueron distribuidos entre sus hijos, aunque con el mayor, García el de Nájera, como soberano de todos ellos. Sin embargo, algunos hermanos de García no asumieron esa situación y de ese territorio conjunto terminarían surgiendo cuatro reinos.

Castilla pasó a ser el principal enemigo del reino de Iruñea y sus soberanos estuvieron implicados, en mayor o menor medida, en las muertes violentas de García el de Nájera y su sucesor, Sancho el de Peñalén, que supusieron la pérdida de las tierras riojanas y la unión con el reino de Aragón en el año 1076 a través de Sancho Ramírez, respectivamente.

La unión con Aragón se mantuvo hasta 1134, cuando las noblezas iruindarra y aragonesa no aceptaron el testamento de Alfonso el Batallador, que otorgaba a las órdenes militares cristianas unos reinos que había expandido recuperando territorios ante Castilla y a costa de los reinos de taifas musulmanes.

Gracias a ese proceder de los nobles, Iruñea volvía a contar con su propio soberano en la figura de García Ramírez el Restaurador y sus sucesores, Sancho VI el Sabio y Sancho VII el Fuerte.

Pese a su fama de gran guerrero, uno de los reyes navarros más conocidos de la historia perdió la Nafarroa marítima a manos de la insaciable Castilla en 1200 a pesar de los esfuerzos bélicos de su padre el Sabio, que fundó durante su reinado Vitoria, en el emplazamiento de Gasteiz, y Donostia. Este último soberano además cambió el nombre al reino, que pasó a llamarse Nafarroa, y que compensó sus pérdidas territoriales ante Castilla extendiendo su zona de influencia al norte de los Pirineos.

Bajo dominio francés

Con la muerte de Sancho el Fuerte sin hijos en 1234 terminaba la dinastía Jimena y comenzaba el reinado de la casa de Champaña, con la que había emparentado la monarquía navarra. Supuso la llegada al trono de soberanos «de extraño lugar y extraño lenguaje» a través de los dos Teobaldos y de Enrique I.

La hija de Enrique, Juana, terminó casándose con el rey galo Felipe el Hermoso, lo que hizo que Nafarroa estuviera bajo dominio francés entre 1274 y 1328 bajo el cetro también de los hijos de Juana: Luis el Hutin (el Obstinado), Felipe el Largo y Carlos el Calvo. Los dos últimos se proclamaron reyes de Nafarroa a pesar de que la verdadera heredera de Luis era su hija Juana, usurpándola en el trono.

La muerte de Carlos sin descendencia masculina y sin hermanos facilitó la separación de la corona navarra de la francesa, aunque también influyó el empeño de los navarros por tener su propia reina.

La hija de Luis I finalmente fue izada en el pavés en la catedral de Iruñea, convirtiéndose en Juana II e iniciando la dinastía Evreux, que viviría un reinado especialmente convulso con Carlos II y otro mucho más pacífico de Carlos III el Noble. Bajo su cetro y como en el caso de la casa de Champaña, Nafarroa vería incrementados sus territorios con los dominios de sus soberanos en el actual Estado francés, aunque perdiendo algunos ante la Corona gala.

Un reino roto

Entonces también se sentaron las bases de una división nefasta para el devenir del reino. Carlos III dotó a los diversos bastardos de los Evreux de unas prebendas que terminaron generando dos bandos rivales: los beaumonteses y los agramonteses.

Esa fractura fue aprovechada por Juan II, esposo de la reina Blanca, sucesora de Carlos III, para impedir el acceso al trono de su hijo Carlos, príncipe de Viana y heredero de su madre, escudándose en un polémico testamento de su consorte. De esa manera se apropió de un trono que no le correspondía.

Ese contrafuero hizo que terminara estallando en 1451 una guerra civil entre padre e hijo que desgarró el reino y en la que al final se impuso Juan II con el apoyo de los agramonteses. En 1461 moría bajo sospecha de envenenamiento el príncipe de Viana, como posteriormente sucedió con su hermana Blanca.

Después de utilizar y romper Nafarroa para defender sus intereses personales en Castilla y Aragón, Juan II moría el 19 de enero de 1479 tras 52 años de gobierno. Le sucedió su hija Leonor, que solo reinó quince días, entre el 28 de enero y el 12 de febrero.

El reino lo heredó su nieto Francisco Febo, que llegó al trono navarro con 11 años y que tan solo cuatro años más tarde fallecía en el castillo de Pau, en los dominios de su abuelo Gastón de Foix, bajo la sombra de haber sido envenenado. Las miradas se dirigían hacia Fernando de Aragón, hermanastro de su abuela Leonor, tan maquiavélico o más que su padre Juan, y que ya tenía sus miras puestas en Nafarroa.

Sucedió a Francisco su hermana Catalina de Foix, que se casó con Juan de Albret, incrementando más los dominios navarros por el actual territorio francés. El conde de Lerín se convirtió en su pesadilla con el apoyo de los Reyes Católicos, hasta que la muerte de Isabel de Castilla en 1504 puso fin a la tutela que venían ejerciendo sobre los monarcas navarros y estos consiguieron pacificar el reino expulsando al levantisco Luis de Beaumont.

Pero el rey de Aragón volvió a hacerse con las riendas de Castilla tras morir su yerno Felipe el Hermoso, otra vez bajo sospechas de haber sido envenenado, y apartar de la corona a su hija Juana por loca. Entonces es cuando Fernando el Católico decidió invadir una pacificada Nafarroa.

Entre 1512 y 1524 se prolongó esa conquista militar debido a la resistencia de los navarros fieles a Catalina y después a su hijo Enrique II, el Sangüesino, que mantuvo vivo el Estado independiente en Nafarroa Beherea y el Bearne. Ese reino amenazado por los soberanos españoles Carlos V y Felipe II fue gobernado también por Juana III y su hijo Enrique III, que terminó convirtiéndose en soberano de Francia como Enrique IV en 1589.

Este último mantuvo separadas las coronas navarra y francesa, pero tras morir apuñalado en 1610 en París por un ultra católico de nombre Ravaillac, su sucesor, Luis XIII, forzó diez años después la incorporación de la Nafarroa todavía independiente a Francia.

Con esa decisión del monarca galo y la conquista española del siglo anterior, se ponía fin a una trayectoria de Nafarroa como reino independiente de ocho siglos. Una historia que sigue muy presente en la sociedad actual, que mira hacia el futuro recordando ese rico pasado que comenzó en Orreaga hace 1.200 años.

 

 

 

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