Los medios de comunicación del imperio nos han dicho que la incursión militar con la que se ha liberado al pueblo iraquí ha llegado a su fin.
Desde La Jornada traemos a ustedes una opinión diferente que utiliza un símil muy interesante al referirse a José María Aznar.
Adelante con la lectura:
Todos perdimos
Miguel Marín Bosch | Ex subsecretario de Relaciones Exteriores
Los que abogaron por la invasión de Irak y una victoria rápida ganaron la apuesta. Muchos nos equivocamos cuando creímos que la operación militar llevaría por lo menos un mes. Pero no fue así. En poco más de tres semanas las tropas estadunidenses y británicas entraron en Bagdad y capturaron las demás principales ciudades iraquíes. En 1991 la primera guerra del Golfo concluyó a las seis semanas. Ahora duró la mitad.
Pero hubo altibajos. En un principio parecía que la llamada coalición iba a dar un paseo tranquilo por el desierto y luego pasaría un fin de semana largo en la capital de Irak. Los bombardeos masivos de las primeras noches tuvieron consecuencias inmediatas. Sin embargo, al cuarto o quinto día de la invasión empezaron a surgir dudas acerca del operativo desplegado y más de un dirigente político de la coalición se apresuró a señalar que quizá la guerra sería más larga de lo previsto. A los 15 días hubo otro cambio repentino y la resistencia iraquí se desmoronó. La victoria de la coalición nunca estuvo en duda. La pregunta siempre fue cómo y cuándo vencerían.
Sin embargo, antes de que hubiera pacificado completamente a Irak, las baterías de la retórica de los altos funcionarios de la administración del presidente Bush se apresuraron a identificar otro posible blanco de la doctrina de ataque preventivo. El primer ministro Tony Blair no tardó mucho en distanciarse de las acusaciones de la Casa Blanca en contra de Siria: su supuesto apoyo al terrorismo internacional, su supuesto programa para desarrollar armas químicas y el supuesto asilo que habría otorgado a miembros del gobierno de Saddam Hussein. Y si ocurre otro Irak, Ƒqué podrán decir los miembros de la ONU que guardaron silencio a partir del inicio de los ataques en contra de Bagdad?
La invasión de Irak, ya sea el final de las aventuras de la coalición o el principio de una cadena de operaciones militares unilaterales de Estados Unidos, ha resultado ser un fracaso. Todos hemos perdido.
En primer lugar, los ciudadanos iraquíes sufrieron los embates del poderío militar estadunidense. Hubo miles de víctimas, incluyendo combatientes, pero, sobre todo, entre la población civil.
El segundo perdedor es Estados Unidos. Aparte de sus bajas en el campo de batalla (y fuera de él) ha conseguido amalgamar el repudio de la opinión pública mundial y de buena parte de sus propios ciudadanos. Está más aislado que nunca. Sus relaciones con el mundo árabe, con Turquía y buena parte de Europa están por los suelos. Internamente también ha sufrido un duro golpe.
Hay dudas en el gobierno estadunidense acerca del rumbo que está fijando el presidente Bush. Como dijera el consejero político de la embajada de Estados Unidos en Atenas, John Brady Kieslingen, en su carta de renuncia en febrero pasado: "Cuando nuestros amigos nos temen en lugar de acompañarnos, es tiempo de preocuparse. Y ahora tienen miedo. ¿Quién habrá de convencerlos de que Estados Unidos es, como lo fue, un faro de libertad, seguridad y justicia para nuestro planeta".
La lista de perdedores es larga: la búsqueda de una solución justa y duradera a la situación de los palestinos, la ONU y su Consejo de Seguridad, el derecho internacional en general y las leyes de guerra en particular; el derecho a la libre expresión, como atestigua el caso de Peter Arnett y la cadena de televisión NBC de Estados Unidos; la credibilidad de los medios de información, como demuestra el triste espectáculo de la cadena Fox, cuyo lema "información verídica y equilibrada" podría figurar en alguna novela de George Orwell.
La OTAN está fragmentada entre los que se sumaron a la coalición y los que no; la Unión Europea está igualmente dividida y su política exterior y de seguridad común han quedado hechas trizas; nadie que apoyó a la coalición ha ganado (las carreras políticas de Blair como de Aznar han quedado en la cuneta); los ambiciosos proyectos para el desarrollo económico de Africa pierden su carácter prioritario; la lucha mundial contra el sida y la pobreza bajan en la lista de prioridades; América Latina y el Caribe también se verán relegados con excepción de aquellos casos que tienen obsesionado a Washington (Cuba, Colombia y Venezuela), así como quizá los tres países que se sumaron al apoyo de la coalición; en Bagdad han desaparecido más de un millón de libros de la Biblioteca Nacional y el Museo Nacional de Irak está vacío tras el pillaje de los iraquíes que se desató bajo la mirada tolerante de las tropas invasoras, mismas que en principio se rehusaron a mantener el orden público. Y ¿qué decir de las piezas arqueológicas sin descubrir que quedaron destruidas por las bombas o el paso de los vehículos militares?
El sentimiento antiestadunidense va aumentando; la gran alianza mundial en contra del terrorismo internacional que surgió después del 11 de septiembre de 2001 se ha fracturado; los grupúsculos terroristas en Medio Oriente incrementarán sus filas y sus actividades.
La invasión de Irak ha tenido (y tendrá) un costo económico enorme. Y la reconstrucción del país también será cara, sobre todo para los iraquíes.
Quizá la coalición haya ganado la guerra, pero ya está perdiendo la paz.
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