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sábado, 2 de agosto de 2025

Egaña | Cómplices

Europa ha quedado retratada como cómplice del genocidio cometido por la entidad sionista en contra del pueblo palestino.

Ante los videos e imágenes que nos llegan de Gaza, testigos silentes de la campaña de limpieza étnica llevado a cabo de forma sistemática por Netanyahu y sus cómplices, países como Alemania continúan criminalizando la solidaridad con el pueblo palestino, sin importar que para ello se monte un operativo policíaco en contra de una niña de trece años.

Vean lo que nuestro amigo Iñaki Egaña nos dice en su muro de Facebook:


Cómplices

Iñaki Egaña

El diccionario de la Lengua española define la humanidad con términos como sensibilidad, compasión de las desgracias de otras personas, altruismo, filantropía. Supongo que se refiere a la naturaleza humana. Otra acepción nos circunscribe al género humano. Cualquiera de las dos sin embargo, tiene tantas ramificaciones que al día de hoy no me atrevo a usar ni una, ni otra. Estamos asistiendo en directo a un genocidio en Palestina, en nombre de una razón superior y utilizando la vara divina como excusa. Hambruna provocada, muertes en las filas del pan, bombardeos sistemáticos, propaganda supremacista que lo justifica… inanición de los estados y una hipocresía vergonzante de la mayoría de las elites políticas dirigentes que animan a recordar la frase de Mafalda, aquel entrañable personaje de Quino: “Paren el mundo que me bajo”.

Parece, además, que matar también tiene categorías. No es lo mismo sucumbir ante el peso de los bombas, frente a las balas de un francotirador, a consecuencia de la metralla, que por desnutrición. Una muerte lenta, agónica alargada durante días, semanas, el cuerpo deteriorado, el semblante adquiriendo la imagen de cadáver antes del óbito. El genocidio se transformó en guerra, los bombardeos en actos preventivos… pero la hambruna es otra cosa. Ese es el recorrido que algunos líderes políticos de Occidente han seguido. Expirar en un supuesto campo de batalla era digerible. Hacerlo sin pólvora de por medio ya no permite fingir. Nadie está a salvo de la angustia de ver a un niño demacrado, agonizante. Es nuestra hipocresía utilizada como escudo emotivo.

Pero eso también tiene límites. Se puede empatizar hasta cierto punto. Macron acaba de señalar que París reconocerá al Estado palestino, mientras sus empresas armamentísticas siguen transfiriendo a Israel decenas de millones de euros anuales en componentes bélicos. Nada nuevo. A pesar de que la ONU decretó el embargo de armas a la Sudáfrica del apartheid, Francia siguió vendiéndolas, mientras sus dirigentes se llenaban la boca contra el racismo. Dulcie September, delegada en Europa del ANC, que denunció el contrabando entre Pretoria y Paris, fue muerta en la capital francesa. Asesinato sin resolver: los servicios secretos franceses. ¿Qué decir de EEUU y Alemania? Exportadores VIP de armas a Israel. España importa de Tel Aviv como el que más. Y Londres que, según recientes informaciones, ha ayudado a Israel en más de 500 vuelos de inteligencia para bombardear Gaza. Hasta el Fondo Horizonte de la Unión Europea ha financiado operaciones militares israelíes. De nuevo, la hipocresía de Occidente.

El diccionario de la Lengua francesa apunta también a que “humanité”, es el conjunto de individuos perteneciente a la especie humana y una segunda acepción la iguala a la definición española, la de la empatía. Papel mojado. No puedo categorizar en qué momento se perdieron los significados. Quizás jamás estuvieron activos. Porque nuestra trayectoria “humana” nos deja un poso sanguinario que cuando uniformamos el pasado apenas lo citamos en cifras. Para evitar un deslizamiento inquietante. Más aún cuando se trata de hambrunas, a las que calificamos como catástrofes naturales, como si trataran de tragedias inevitables, del tipo de los terremotos, las sequías o los tsunamis. Despojamos a las mismas de haber sido inducidas y las esquivamos en las estadísticas. “Nuestra ignorancia de la historia nos hace calumniar nuestro tiempo. Siempre hemos sido así”, escribía Gustave Flauvert. Se refería a que nuestra época, la de Gaza, la de Sudan, que, aunque no son la suya, sino las nuestras, las vivimos como las más horrendas de la historia. Y esa humanidad que no aparece en las dos acepciones de los diccionarios hispano y francés, ha sufrido asimismo terribles calamidades. Estratosféricas. Inducidas, precisamente, por ese Occidente cuya pauta marcan en la actualidad Washington y Tel Aviv.

El modelo que exportamos en las colonias europeas fue el que se repite en 2025. Primero la exterminación, en algunos casos abriendo reservas para los nativos, como la propuesta por Donald Trump y Benjamín Netanyahu para los gazatíes. Con la boca grande. Con la pequeña, los estadounidenses expulsan a Guantánamo, los italianos a Albania, los australianos a Papúa Nueva Guinea, los británicos a Ruanda. El segundo proceso llegó con el asentamiento, ubicando europeos, de tez blanca, chaqueta y bancos extractivos.

Lo hicieron los predecesores de Macron en Argelia, primero para colonizarla, derrotando a los nativos y luego recluyéndolos para que fueran difuminándose por inanición. Y cuando décadas después los propios argelinos quisieron desprenderse del yugo colonizador, mandaron a sus avanzadillas. No se trataba de los cazabombarderos F-16 y los helicópteros Apache que usa Israel en Palestina. Sino de la Legión extranjera y la elite de choque, los paracaidistas que aún mantienen su base en Baiona. Tortura, ejecuciones extrajudiciales, violaciones, hambruna. Fueron los maestros de la “guerra moderna”, del genocidio entonces sin imágenes.

Londres conquistó el subcontinente indio, en Asia, y el recuerdo de colonos y militares inundan las metrópolis del Reino Unido. El genocida Wellington también arrasó Donostia a su vuelta. Sucedió que rompiendo la tradición hindú de guardar cosechas para cuando los monzones no fueran benévolos, acaparó para sus islas británicas el arroz de esas cosechas. Cuando el monzón falló, la hambruna se apoderó de la India. Resultado: 27 millones de muertos de hambre. ¿La culpa oficial? Nadie ha oído hablar del tema. ¿La culpa real? Londres y su avaricia. Haití: medio millón de muertos por querer dejar de ser esclavos. Suma y sigue.

Denis Diderot, compatriota de Flauvert, escribió: “Los hombres nunca serán libres hasta que el ultimo rey haya sido estrangulado con las entrañas del último sacerdote”. Autocensura. No me atrevo a dictarlo, porque mañana me tildarían de incitación al odio. Así que concluyo con la frase de Mafalda. Paren el mundo.

 

 

 

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